POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Sepan Vds., queridos lectores, que esto de andar sin rumbo fijo por el Paraíso tiene sus reintegros. Entre descubrir parajes insólitos, fuentes vivificantes y animales felices en la libertad del bosque, un servidor tiene la suerte, de vez en cuando, de encontrarse con algún paisano de tronío que le alegre la mañana. Uno de estos días, además de coincidir con Don Mariano Costa en cualquier paraje que puedan imaginar, acabé coincidiendo con mi querido paisano y amigo, Antonio Salamanca, en el tramo que conecta la Caseta del Carretero con el Corral del Pasadizo. Allí, aún compungidos y aliviados ante el desastre del incendio y cómo nuestros héroes fueron capaces de detener la destrucción en las puertas de los pinares de Valsaín, me contó Antonio el homenaje que el grupo de dulzaineros del Real Sitio estaba organizando para honrar a José María de Andrés Maldonado.
Terminado el encuentro con mi amigo, continué con el paseo hasta la majada del Tío Blas, donde el arroyo Carneros cae desde el Puerto de los Neveros, regalando oro transparente a los vecinos del Paraíso. Allí, sentado en la pradera de yerba cervuna, apoyado sobre la cerca de piedra seca del corral, me dio por pensar en el bueno de José María, tratando de repasar mis recuerdos unidos a tan insigne paisano. Lo cierto es que a muchos de este Real Sitio les costará disociarle de su dedicación a la función pública que ha venido desarrollando las últimas décadas con profesionalidad intachable. Ahora bien, no todos mis vecinos ven en este enjuto y serio servidor del Real Sitio al Maestro Músico que alberga su cuerpo, seco de recorrer todos los caminos imaginables que estos bosques y pinares, cumbres, valles y vallejos, pueden ofrecer. Claro que si hacen un poquito de memoria será imposible separar recuerdo musical alguno, tanto en La Granja como en Valsaín o La Pradera de Navalhorno, de la dulzaina de José María.
Maestro dulzainero de postín, José María es parte imborrable de mis fiestas de San Luis. No saben Vds. con qué pasión bailaba el que suscribe sus entradillas, jotas y pasacalles con la cabeza metida en el tristemente desaparecido cabezudo del General Prim, al que todos los niños llamaban el Soldadito y en un futuro no muy lejano la Asociación de Gigantes y Cabezudos liderada por Jaime Hervás y Antonio Martín tendrá a bien recuperar.
Sin embargo, la magia de José María, va mucho más allá. Además del dominio magistral de la dulzaina, su arte con la guitarra es digno de mención, mucho más aún si uno cae en la cuenta de que mi querido paisano fue alumno del Maestro Agapito Marazuela. Curiosamente, al igual que José María, el Maestro Agapito fue un guitarrista soberbio, a decir de mi Señor Padre, así como genio de la dulzaina y defensor del patrimonio musical popular segoviano. Vamos, que bailamos jotas y entradillas, pasacalles y seguidillas, gracias al Genio de Valverde del Majano, a quien el abuelo de un servidor, Don Agapito Juárez Hervás, ayudó, hace ya más de un siglo, a entrar en el Palacio Real y deleitar con su arte a la Infanta Isabel de Borbón.
Y qué quieren que les diga, al igual que ocurriera con Agapito Marazuela, el Maestro José María de Andrés Maldonado tardará poco en convertirse en leyenda del folclore segoviano, si no lo es ya. Al menos, así me lo hicieron ver el domingo pasado todos los grandes intérpretes, músicos y folcloristas reunidos en la Plaza de los Dolores del Real Sitio en sentido homenaje. Allí pudimos admirar a dulzaineros y percusionistas bárbaros, acompañando a José María en un corolario de piezas asombroso, incluyendo su afamado pasacalles, tocado por el territorio español, que nos hizo partícipes partícipes de una pasión por la música y la cultura popular difícilmente no reseñable. Sus compañeros le escoltaron en el concierto, llegando a estar presente incluso el añorado Andrés Arribas de la Cruz, marido de mi querida amiga María Jesús, cuyo tamboril resonó sordo en el escenario, acompañando cada uno de los sones allí interpretados.
Si he de serles sincero, mucho se puede decir de la pasión de un músico como José María; de su compromiso con la cultura y las ganas de mantener viva la tradición musical de esta tierra segoviana; de su esfuerzo en formarse y en crear, hornada tras hornada, músicos castellanos, capaces de poner el sonido del dolor y la alegría de Castilla allá donde van y de hacer partícipes de ello a los que no conocen nuestros pinares, robledales y baldíos sin necesidad de contemplarlos.
Por lo que a este humilde Cronista respecta, como bien sabe la sonrisa de medio lado de Antonio Salamanca, nunca olvidaré la felicidad que mi vecino me regaló en la niñez y que ahora sé apreciar: la del cabezudo rodeado de niños bailando el pasacalles tocado por José María de Andrés Maldonado. Ese regalo, ese recuerdo, lo llevo, lo llevaré siempre conmigo, más allá, incluso, de la lógica humana, esperando perderme en su dulzaina toda una eternidad.
Fuente: http://www.eladelantado.com/