Manuscrito de la sentencia de la Chancillería. /
JOSÉ MANUEL LÓPEZ GÓMEZ, CRONISTA OFICIAL DE BURGOS FUENTECEN YA ESCRIBIO SOBRE ESTE PERSONAJE
Mujer, judía y física. Mencía González era el nombre de esta enigmática arandina que ejercía como física curando enfermedades y aplicando técnicas médicas a quienes recurrían a sus remedios. Era la física de Aranda. De ella se desconocen muchas cosas: su edad, su estado civil, su procedencia o desde cuando ejercía la medicina. Ni siquiera se sabía, a ciencia cierta, si era o no judía, aunque por los datos que aportó el juez de Aranda, seguramente lo fue.
El doctor en Historia de la Medicina y médico de familia, José Manuel López Gómez, escribió en 2010 una interesante historia de esta mujer que ejerció el oficio de curar a finales del siglo XV y que data en 1495. De los documentos que custodia el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, se puede verificar «que Mencía González practicaba la medicina en Aranda» y que, por ejemplo, «hacía sangrías a determinados enfermos que a su juicio lo precisaban», apunta López Gómez.
Esta mujer «poseía una carta de examen oficial» que se les expedía a quienes realizaban estas prácticas, pero que no tenían el título de médico. Las atribuciones que tenían estas personas no eran la de los galenos y un tribunal podía verificar si se extralimitaban, como en el caso de Mencía González, porque sus sanaciones «eran públicas y notorias», explica el doctor, tesorero de la Institución Fernán González.
El caso es que, con bastante seguridad, algún vecino de Aranda de Duero, delató a Mencía ante el licenciado Francisco de Tapia, juez de residencia de la villa, «que procedió de oficio a abrirle información» ya que ella «curaua de física e medicina e sangraua a algunas personas que estauan dolientes», como dice textualmente la acusación en el proceso. Se la detuvo y «ya presa presentó cierta carta de examen que para los suso dicho tenía».
Para el juez, su carta de examen tenía ciertas limitaciones. Se valió de ciertos testigos y concluyó asegurando que «resultaua claramente averse entremetido a curar algunas curas las cuales ella non podía fazer, porque en derecho los onbres que eran dados físicos para sanar onbres avían de ser sabidos e leydos y experimentados (…)»
Destierro y horca
Es decir, que Tapia la sentenció y dijo que era rea de destierro y que si incumplía la sentencia, podría enfrentarse a la horca. López Gómez entiende que la sentencia fue «severa». La prohíben practicar la medicina, la destierran de Aranda y de su comarca, le cargan las costas, y si no cumple estos términos la condenan a morir en la horca. El fundamento de Derecho decía, que «ha actuado más allá de lo que tenía permitido, y que los físicos debían ser personas que supiesen leer tratados médicos y poseer experiencia en el cuidado de los enfermos».
La valentía de Mencía González en una villa como Aranda de Duero con una escasa población en la que todos sabían qué hacía, fue notoria. Sus secretos médicos, muy probablemente heredados de sus antepasados, convertían a esta mujer en una sanadora popular; arraigada a su pueblo; una mujer «con temple», apunta López Gómez.
Y con un carácter poco menos que indomable ya que «lejos de amilanarse, sintiéndose agraviada, presentó apelación ante los alcaldes de la Real Chancillería de Valladolid», aclara el académico. Incluso pidió la nulidad del juicio y que su «sentencia, por injusta, fuese totalmente revocada».
Sintió que el juez de Aranda le había imputado delitos infundados; o al menos que había habido indefensión en su juicio: «Adujo defectos formales: no tuvo conocimiento de la causa, no fue adecuadamente oída, no se guardó la forma y orden del derecho; y lo que para nosotros reviste más importancia, que nunca se había extralimitado en sus actividades sanadoras, que siempre se había atenido a lo definido en su licencia, y que nunca nadie se había quejado de sus curaciones», explica en su ensayo López Gómez.
Con éstas, la Real Chancillería remitió al juez de Aranda la documentación y le requirió para que se presentase ante sus jueces, «a fin de defender la sentencia condenatoria que había dictado». No lo hizo. La corte de justicia de Valladolid le declaró en rebeldía y los magistrados acordaron revocar la resolución de Tapia, «dictando unos mandatos mucho más benévolos para Mencía González».
Apelaron al mandato de la reina Isabel y la ordenaron que no ejerciese la medicina «hasta examinarse de nuevo ante persona competente, quedando bien definidas aquellas actuaciones sanitarias que podía realizar y las que no; revocaron su destierro de Aranda, a donde podía regresar libremente; y suspendieron el pago de las costas».
Nada se sabe de si Mencía González se avino a la sentencia y aceptó realizar un nuevo examen o si volvió a ejercer. El doctor López Gómez, sin embargo, demostró la existencia de, al menos, una mujer que fue físico en Aranda en una etapa histórica complicada por ser mujer, ser judía y ejercer una profesión de hombres.
Sin embargo, que Isabel fuera una reina con carácter y que reivindicara ante la sociedad y los nobles de la época su fuerza como gobernadora de la Castilla que empezaba a reinar en el planeta, pudo ser un punto a favor para que la Real Chancillería perdonara las penas impuestas por un juez, hombre, azuzado por otros, hombres, que ejercían la misma profesión que Mencía González, la físico de Aranda de Duero.
Facultades
Para ejercer la medicina en la Castilla de entonces, había que pasar por la facultad correspondiente. O bien que ser habilitado por médicos de la época para realizar el oficio de físico. Desde 1230 existían en Castilla facultades de Medicina.
En Salamanca, entonces Reino de León, se fundó antes de 1230 por Alfonso IX un falcultad. El rey Fernando III El Santo la concedió carta de privilegio en 1243; y en 1254 Alfonso X El Sabio, acabó por reestructurar los estudios, en los que se instaura la enseñanza de ‘física’. La segunda estuvo en Valladolid, en el Studium y se funda en 1405, cuando Enrique III crea una cátedra de Física.
Burgos tuvo su facultad de Medicina también, pero durante un periodo muy corto de tiempo. Fue a caballo entre el siglo XVIII y XIX, entre 1799 y 1817. Estuvo ubicada en el Hospital de la Concepción.