LA EPIDEMIA DE TERCIANAS QUE ASOLÓ A CAÑADA ROSAL, EL CAMPILLO Y LA LUISIANA EN 1769-1770 • TODO UN EJEMPLO DE RESISTENCIA Y HEROICIDAD COLONA
Mar 30 2020

POR JOSÉ ANTONIO FILTER RODRÍGUEZ, CRONISTA OFICIAL DE CAÑADA ROSAL

Poco pudieron disfrutar los colonos llegados a esta colonia de La Luisiana de “aquel jardín verde, de aquella constante primavera donde florecen los árboles, en todas las épocas del año, y no puede verse nunca la nieve” descrito en los panfletos y proclamas del aventurero y contratista Thürriegel[1].

No empezó el verano del año de 1769 a asomarse cuando ya comenzó a cobrarse las primeras víctimas la epidemia de fiebres tercianas y obstrucciones de vientre que tuvo lugar en las colonias, especialmente en La Luisiana, El Campillo y Cañada Rosal Esta virulenta epidemia que acabó casi con la población y se temió se paralizase por completo, se produjo por las condiciones tan deplorables en que se encontraban los colonos, viviendo amontonados en barracas, sin unas condiciones higiénicas-sanitarias mínimas y por las duras condiciones climáticas que tuvieron que soportar.

Acostumbrados al clima de sus países, se encuentran con un sol que quema y un verano riguroso, añadido al fuerte trabajo de desmonte, podemos hacernos idea de la situación que tenían que superar para poder sobrevivir; lo que muchos no pudieron resistir. Muchos de los que habían buscado el “puerto de felicidad” o el soñado paraíso de las proclamas de Thürriegel se encontraron con la muerte en una tierra lejana y desconocida.

En pleno verano, la epidemia se cobra el mayor número de muertes, por lo que la situación se considera alarmante.
Estando el inspector de las colonias Pérez Valiente en Écija, en visita de su cargo, recibió de un carpintero de La Luisiana la noticia sobre el número de muertos que se estaban dando en esta colonia, señalando el carpintero que “había tantos que no caben en el Campo Santo”[2].

Rápidamente el Sr. Valiente pidió información al oficial de suizos Carlos Yann y a don Ceferino Ximénez, director de La Luisiana. Estos no informaron verazmente, ocultando la realidad y quitando importancia a la epidemia. Negaron que hubiera tantas muertes, dando como datos que en dos meses solo se habían producido cuatro muertes de personas mayores en La Luisiana y de niños. Carlos Yann dijo que habían muerto unos 60, mientras que Ceferino Ximénez aseguró que unos 30 más o menos. Sin embargo coincidieron los dos en decir que había bastantes enfermos de tercianas y melancolía.

El 28 de julio de 1769 mandó el Sr. Valiente a un médico de Écija, José Delgado, para que realizara una visita a toda la población y diese un informe del estado de la colonia. Estuvo dos días y el 30 del mismo mes dio un informe del número de enfermos, enfermedades que padecían, causas y los más inmediatos remedios. Señaló que eran tercianas y obstrucciones de vientre con grandes dolores de estómago. Había gran cantidad de personas infectadas y necesitaban asistencia médica. Coincidió en todo con don Sebastián Kelnes, cirujano de La Luisiana, quién expuso que ante el gran número de enfermos y contando además con que están muy dispersos en el terreno, necesitaba a personas que le ayudaran en su tarea. También pidió que se le aumentase el sueldo por el exceso de trabajo[3]. Con fecha de 3 de agosto de 1769 el Sr. Valiente, ante la propuesta de Kelnes, nombra al médico don José Delgado para que todas las semanas visitase una vez a los enfermos de La Luisiana y otro día a los de Fuente Palmera. El médico se puso en contacto con los directores de La Luisiana y Fuente Palmera para aunar esfuerzos dirigidos para atajar el mal. Se le fijó al Sr. Delgado, para cada uno de estos viajes, un sueldo de 16 pesos de quince reales. Serían ocho viajes al mes, por lo que percibiría 128 pesos mensuales; además se le pagaron 120 rs. de vellón por el primer viaje que hizo con carácter de información. El tiempo de duración del contrato fue fijado para todo el verano y otoño hasta que cesaran las enfermedades.

A Sebastián Kelnes se le aumentó el sueldo a 12 reales de vellón en lugar de los 8 que antes cobraba; se le dio una casa en La Luisiana, donde podía descansar y a la vez se pretendía instalar en ella una botica; para realizar los viajes se le proveyó de una caballería. Para ayudarle a sangrar y atender a los enfermos se nombró a Vicente Vázquez y Antonio González, que estarían bajo su dirección. A éstos se les pagarían 8 reales al día y cesarían en su trabajo en el momento que cesaran las enfermedades.

Las normas que dictó Pérez Valiente y que comunicó a Quintanilla para que las llevara a cabo fueron[4]:

a) Cubrir con madera la fuente de La Luisiana que antes estaba al descubierto. Darle corriente y ponerle uno o varios caños donde pudieran los colonos tomar agua limpia para beber y utilizar la que sobrara para lavar, evitando así que se lavasen allí mismo y la contaminasen, pues el cirujano pensaba que esto era lo que había provocado las obstrucciones.

b) Velar por la calidad del pan porque se había dado varios casos en que el pan era de mala calidad y olor, debido a la harina impura y la mala cochura.

c) Para impedir el mal olor y acelerar la corrupción de los cadáveres, se hicieron las fosas de más de dos varas de profundidad, echando sobre cada cadáver tres o cuatro espuertas de cal viva.

d) Que los enfermos que no pudieran curarse en sus casas o chozas, ni en los hospitales provisionalmente instalados en La Luisiana y Fuente Palmera -el de La Luisiana se llamó Juan Bautista Alvitt- se conducirían, según el dictamen del médico y con la mayor comodidad posible, a los Hospitales de San Sebastián o San Juan de Dios en Écija.

Muchos colonos enfermos tuvieron que ser alojados en la parte alta de las viviendas de la plaza de España de Écija o “Salón” como popularmente se le conoce en la zona conocida como “El Barco”, anexo a la iglesia de San Francisco.

Valiente informó al secretario del Rey sobre las medidas tomadas y éste, con fecha 17 de agosto de 1769, recibió un escrito firmado en San Ildefonso, en que se le comunicaba que se le había informado al Rey de las decisiones tomadas por éste para remediar las enfermedades, considerando S.M. muy propia de su celo las disposiciones adoptadas, pero que S.M. estaba persuadido de que en observancia de lo resuelto por el Consejo, se debía hallar de vuelta en Madrid y Olavide reintegrarse a la Superintendencia.

En el Archivo Parroquial de La Luisiana hemos encontrado en los libros de defunciones, la negra lista de colonos extranjeros muertos a causa de la voraz epidemia. Firma las partidas el cura de La Luisiana, Pedro Jerónimo de Arbizú, aunque también aparecen algunas firmadas por el segundo capellán Manuel de Acosta y Vargas.

Dada la importancia que tiene esta epidemia y su influencia en la vida de las colonias, hemos realizado un estudio detallado de las defunciones producidas en el primer año de existencia de estas poblaciones.

El número total de personas fallecidas desde mayo de 1769 hasta abril del siguiente año, incluyendo ambos meses, asciende a 361. De estas, 220 son consideradas en el estadillo como mayores (más de 7 años) y 141 como párvulos (menos de 7 años).

Dentro del número total de fallecidos sólo figura un español, los demás son todos extranjeros. Es a partir de mayo-junio del año 1770 cuando se asientan partidas de defunciones con nombres de colonos españoles, sobre todo valencianos.

Este elevado número de muertes nos hace pensar que la epidemia se llevó consigo la mayor parte de la población extranjera. Ojeando las siguientes partidas registradas en posteriores años observamos que pocos colonos extranjeros aparecen. Incluso nos atrevemos a afirmar que fueron muchas las familias extranjeras que desaparecieron en su totalidad. Esta hipótesis se deduce, por un lado, por el parentesco que señalan las partidas y por otro por los apellidos extranjeros que hoy quedan en estos pueblos. De un total de 123 familias que señala el Estado General de la Nuevas Poblaciones de Andalucía del mes de octubre de 1769, hoy en estos municipios sólo se conservan una decena de apellidos extranjeros.

Analizando el estadillo de defunciones producidas en este primer año de existencia de La Luisiana y sus núcleos, observamos lo siguiente:

• La media de muertes por meses se cifra en 30, por lo que son los meses de Julio, agosto, septiembre, octubre y Noviembre de 1769 los que sobrepasan la media. En concreto, desde que comienzan las fuertes calores hasta que empiezan a aparecer los primeros fríos y las primeras aguas.

• El mes que registró más defunciones fue el de septiembre con 77 fallecimientos, siguiéndole octubre y agosto respectivamente.

• Los meses que están por debajo de la media/mes son: mayo, junio, diciembre, enero, febrero, marzo, y abril, siendo estos tres últimos los que menor número de defunciones registraron.

Los meses que superaron el número de párvulos fallecidos a los de mayores fueron mayo, junio y julio.

• Los días que se registran mayor número de muertes fueron el día 13 de septiembre y 28 de octubre, siendo el número diario de 9.

Sobre el resumen que presentamos, extraído de las relaciones de personas mayores fallecidas que también acompañamos, sacamos las siguientes conclusiones:

• La nacionalidad de los fallecidos no aparece en la mayoría de las partidas. Sólo encontramos anotadas la nacionalidad de 6 personas francesas, 2 alemanas y 6 italianas.

• En el estado de colonos fallecidos predominan las personas solteras (98), lo que supone el 44,5% del total. Le siguen los casados con 85 individuos, lo que supone el 38,6% y en último lugar los viudos que suman 32, lo que representa el 14,5%.

• En la edad reflejamos no sólo los considerados mayores sino toda la población, encontrándose en primer lugar los menores de siete años que suman un total de 141, representando el 39,3%. A continuación le siguen las edades comprendidas entre los 26 y 35 años, siendo la cifra de 53, lo que supone el 14,5%. El menor número lo engloban las personas mayores de 46 años, registrándose a partir de los 65 años sólo 2 fallecimientos, lo que representa el 1%. De ello deducimos que la mayor parte de los colonos muertos sólo alcanzaron la edad de 45 años, siendo muy pocos los que sobrepasaron esta cifra.

• Con respecto a la situación de los individuos, lo englobamos en colonos y agregados. En la mayor parte de las partidas no se especifica su situación.

• En cuanto a los que recibieron los sacramentos de la penitencia, eucaristía y algunos extremaunción, se recoge que la mayoría (151) recibieron estos sacramentos en su último momento, lo que supone el 68,6% muriendo la mayoría de éstos en el hospital montado para tratar a los enfermos. No recibieron ningún sacramento 69 individuos (31,4%). Consideramos que éstos no fueron atendidos pastoralmente en su último momento, bien porque murieron de repente como se señala en las partidas, o bien porque murieron en sus barracas, no pudiéndose trasladar el cura para administrar los sacramentos.

• Referente a la consideración de pobre de solemnidad, figuran como talla mayoría de ellos, 161 en total, representando el 73,2%. De ello se deduce la situación económica que atravesaban los colonos de esta zona en sus comienzos. Frente a éstos, sólo 59 individuos no reciben este título, lo que supone el 26,8%.

Podríamos continuar profundizando en el estudio de las frías cifras de mortandad que ocasionó esta epidemia que tantos estragos hizo en estos núcleos de La Luisiana, El Campillo, Los Motillos y Cañada Rosal; pero consideramos que con lo anterior es más que suficiente para hacernos una idea de ello.

Lo que sí es cierto es que el espectáculo no podía ser más dantesco, al llegar a afirmar el propio Pablo de Olavide que es “tal el fetor y hediondez que infecta el lugar que los que estamos aquí no podemos tolerar”. (…) Yo me he consternado en este espectáculo y me aflige…

Los remedios, a pesar de las medidas tomadas, eran escasos y poco más se pudo hacer. Así lo afirma Olavide en su informe diciendo:

Lo más triste es que siendo tantos enfermos no hay ningunos medios tomados para su alivio y curación (…)”. “No hay tiempo para tomar disposiciones sólidas que no cuesten riesgo” “(…) no hay fuerza humana que pueda remediar esto en el momento</>”[5].

La única esperanza que sostenía Olavide era esperar a que pasaran los meses más fuertes de calor y aguardar a que llegaran las primeras aguas, lo que junto a la providencia era lo único en lo que se podía confiar.

ESTADILLO DEFUNCIONES PRODUCIDAS EN EL PRIMER AÑO DE EXISTENCIA DE LA COLONIA (Mayo 1769-70)

Meses      Defunciones      Mayores      Párvulos      Extranjeros      Españoles

Mayo                    10                        –                      10                       10                            –
Junio                    11                         1                      10                       11                             –
Julio                    37                       12                      25                      37                             –
Agosto                61                       34                      27                      61                             –
Septiembre       77                       41                       36                      77                             –
Octubre             65                      46                       19                      65                             –
Noviembre       37                      34                         3                      37                              –
Diciembre        28                      21                         7                      27                               1
Enero               20                       17                         3                     20                               –
Febrero              6                        5                          1                       6                                –
Marzo                4                        4                          –                      4                                 –
Abril                  5                        5                           –                      5                                 –
TOTALES 361                  220                     141                360                               1

RESUMEN

EDADES DE LAS PERSONAS FALLECIDAS (Mayo 1.769-70)

Núm. %
Hasta 7 años 141 39,3
De 8 a 15 años …………………… 49 13,5
De 16 a 25 años …………………. 38 10,5
De 26 a 35 años …………………. 53 14,5
De 36 a 45 años …………………. 40 11,3
De 46 a 55 años …………………. 13 4
De 56 a 65 años …………………. 8 2,5
Más de 65 años ………………….. 2 1
No figura …………………………… 11 3,4

ESTADO COLONOS FALLECIDOS (Excluidos Párvulos)

Núm. %

Solteros 98 44,5
Casados 85 38,6
Viudos 32 14,5
No figura 5 2,4

RECIBIERON SACRAMENTOS DE LA PENITENCIA, EUCARISTÍA Y EXTREMAUCIÓN (excluidos párvulos)

Núm. %
SÍ 151 68,6
NO 69 31,4

FIGURAN COMO POBRES DE SOLEMNIDAD (excluidos párvulos)

Núm. %
SI 161 73,2
NO 59 26,8 [6]

A finales de agosto de 1769 volvió Pablo de Olavide a las Nuevas Poblaciones de Andalucía, después de la inspección realizada por el visitador Pérez Valiente. Estando concretamente en La Luisiana, cuyo estado deplorable le causó bastante impresión, describió en unas hojas, que hemos encontrado de su propia mano, así la situación:

No he podido ver sin mucho dolor el deplorable estado en la que la he encontrado.

Dejé esta población en el mes de abril y desde entonces acá no solo no se ha puesto un ladrillo más en las obras sino que está todo revuelto y desordenado, siéndome muy doloroso se haya perdido un verano entero, que es el único tiempo oportuno para las obras y que no puede ya repararse por la inmediación del invierno.

Familias que dejé colocadas en sus tierras que para que trabajasen en ellas, han sido pasadas a La Luisiana por orden del visitador, estando deportadas hasta tanto decidiese otro paraje a donde transferirlos.

Mi Subdelegado Gral. le hizo ver los inestimables perjuicios que habían de resultar de esta providencia. Y en efecto no era difícil comprender que fuera de perjuicio tener tanta gente ociosa comiendo inútilmente el pan y prest que les da S.M. perdiendo el tiempo y acostumbrándose a la embriaguez.

Muchas gentes viven en barracones de madera, sin más defensa en el techo que una tabla, se caldean mucho con las fuertes calores de Andalucía, exponiéndose a estas gentes a padecer mucho en su salud. Por eso todo mi deseo era adelantar la fábrica de casas este verano pasado y estuviesen a cubierto pues se observa que las que viven en ellas padecen menos o casi nada. Y ya que no era posible hacerlas todas a un tiempo, porque para esto no hay ni manos ni materiales, por lo menos cada familia viviese en su tierra haciendo una barraca en ella con lo que no solo conseguía estuviese apto vecino y como obligado al trabajo, sino que conservaba mejor su salud viviendo cada familia separada con mayor ventilación y en barracas cubiertas de palmas y demás ramas que cubren mejor del sol y donde pueden habitar con más aseo, no en los impracticables barracones de tablas que se orugan por centenares de personas todos revueltos y estando unidos los grandes con los chicos, los sanos con los enfermos, expuestos a la inmundicia, al desorden y al contagio.

 

En efecto, es tal el fetor y hediondez que infecta el lugar que los que estamos aquí no podemos tolerar.

Lo más triste es que siendo tantos enfermos no hay ningunos medios tomados para su alivio y curación. Como yo no dejé más que un pequeño número de familias no puse más que los socorros proporcionados a ellas. Pues éstos se aumentan a medida que el número de colonos lo va exigiendo. Así solo les tenía puesto un cirujano con una botica manual y una docena de camas prevenidas que es lo que prudentemente podía necesitar por entonces aquella gente. Pero yo he encontrado aumentado el número de colonos hasta cerca de mil y ningún medio de socorrerlos sino los que dejé y llevo indicados; ni se me ha informado de que el Sr. Visitador haya dado otra disposición en su alivio sino mandar un médico de Écija al que se señaló sueldo por verlos una vez cada semana y que fuesen tres sangradores por instancia que le hizo aquel cirujano.

Yo me he consternado mucho en este espectáculo y me aflige tan más viendo que en el día no es fácil el remedio. Pues todo el estrecho que queda que pasar a este mes de Septiembre en que son más comunes y peligrosas las enfermedades y no hay tiempo para tomar disposiciones sólidas que no cuesten riesgo.

Llevar los enfermos a Écija, que es la ciudad más inmediata, para que se curen allí tiene el inconveniente de la distancia de más de tres leguas en que es fuerza sufran mucho los enfermos fuera de los padres, maridos e hijos, no viendo ellos bien que se le quiten las personas que quieren. Y en efecto, habiéndolo propuesto a muchos colonos me han hecho conocer con disgustos su repugnancia.

Pero lo que más me ha detenido tomar este partido es que habiendo mandado otra vez al Contador Principal de estas poblaciones que don Miguel Ondeano fuese a reconocer el Colegio de los Jesuitas de Écija para ver si allí se podría hacer un hospital. El Alcalde Mayor de aquella ciudad le declaró que si intentaba hacerlo la ciudad haría una formal oposición. Y como ya conozco por experiencia la mala disposición de aquellos capitulares, la nula deferencia con los que les sirve el Alcalde Mayor y el poco respeto con que todos miran mis órdenes, no he querido perder el tiempo en ineptas, sino aprovecharlo en alivio de los enfermos.

Con esta idea y no hallándose aquí con oficial ninguno porque todas las obras estaban paradas, he despachado propios a Fuentes, Carmona y Sevilla pidiendo albañiles y carpinteros a todo precio. Y respecto de que la Iglesia del lugar no le falta otra cosa que cubrirla y que no tiene inconveniente de poner en ella los enfermos, como las paredes están secas pues se concluyeron en el pasado abril, he mandado que a todas manos se pongan a ponerle el cubierto trabajando por tandas de día y de noche y me han ofrecido que dentro de ocho días estará cubierta.

Al mismo tiempo he mandado construir en medio del campo y con bastante ventilación un barracón de madera que está acabándose, pero cubierto de teja con el fin de que la Iglesia sirva para Hospital de hombres y éste para mujeres.

He dado disposición para que inmediatamente se me transporten de la Provincia 200 camas de tablas con jirones. He mandado hacer las correspondientes sábanas y almohadas. He llamado a un médico, he pedido una botica con un boticario. He hecho hacer todos los útiles para enfermos y he dado por fin todas las disposiciones convenientes para que se forme un Hospital en forma como corresponde ya al aumento de esta colonia.

Bien quisiera ponerla también en el orden porque en el desvaralo en que está hoy es imposible sujetarla a reglas. No solo veo con dolor que tanta gente esté ociosa perdiendo el tiempo imposibilitándose el sembrar este año y acostumbrándose a la ociosidad y embriaguez, sino que ni el mismo pan y prest se les puede suministrar con la debida cuenta y razón, pues como están amontonados y nadie los conoce por no tener jefe inmediato que los cuide, unos mueren sin que se sepa y otros se van sin que se note.

Pero no hay fuerza humana que pueda remediar esto en el momento a causa de las muchas enfermedades que padecen. Todo el orden y arreglo de estas colonias depende de las decisiones de las familias, de su colocación en sus tierras y de la Subdelegación con que un número determinado de ellas con distinciones de nombre, de sexos y edades se pone al cuidado inmediato de un Inspector que, viendo entre ellos y visitándolo diariamente, avise todas las novedades de alta y baja de que se dé noticia para su gobierno a los oficios de cuenta y razón. Pero es imposible practicar ahora que todos están desalentados y las mismas familias desencuadernadas, pues en una están enfermos los padres, en otras las madres y en esta situación siendo tanto el número de enfermos es imposible establecerlas.

No hay pues por ahora otro remedio que esperar a que pase este mes que es el más funesto para la salud. Aguardar las primeras aguas del otoño que es con lo que por lo ordinario se calman las enfermedades y sufrir que esta colonia corra otro mes más con el mismo desorden que ha padecido los pasados. Entretanto, procurar disipar el contagio que se iba propagando, cuidar de que los enfermos se restablezcan y esperar a que Dios nos envíe mejores tiempos para ponerla entonces en el debido orden.

Yo quisiera poder estar aquí para hacerlo todo, pero me llama la atención las demás poblaciones, principalmente La Carlota, que es la capital, y adonde tengo noticia que el Sr. Valiente mandó poner los colonos que llegaron a ella amontonados también en barracones. Lo que no puede dejar de haber producido los mismos malos efectos. Así he resuelto trasladarme allá mañana dejando a bien las disposiciones referidas encargadas a personas de confianza, sobre todo a D. Manuel de Medina, sujeto de talento y probidad que está graduado de teniente coronel y a quien he nombrado director de aquella población con fundada esperanza de que la dirija bien.

Ya se deja entender que este estado de cosas aumentará mucho el tiempo y el gasto que se necesitan para concluir las colonias. Ya no es posible sembrar este año, ni los colonos han barbechado sus tierras, ni los nuevos las han desmontado, ni es posible que lo hagan ahora por lo avanzado del tiempo y estado de su salud. Los gastos también es preciso que crezcan no solo por las forzadas y tumultuarias disposiciones que no es preciso tomar sino porque, retardándose con la siembra, la cosecha no es posible hasta que la tengan los colonos y que el Rey salga al paso del gravamen de su manutención.

Yo debo exponerlo todo al Consejo con sinceridad para que nunca se me imputen los atrasos y consecución que preveo y para que, hecho cargo de la verdadera situación de estas colonias, considere si será conveniente para recobrarlas ponerlas en manos mejores que las mías. Yo sé que emplearé por mejorarlas si fuese menester hasta la última gota de mi sangre, pero para obras de esta importancia que han padecido tan terrible descalabro no basta el celo, es menester talento y autoridad. La mía está decaída y le confieso que el espectáculo de esta triste población me ha dejado tan desconsolado como abatido[7].

El documento refleja, con inusitado detalle, la situación trágica y dramática de La Luisiana. El Campillo y Cañada Rosal en sus comienzos. Este no puede ser más clarificador, puesto que en boca del propio Olavide se describe una situación y un panorama en el que el comentario sobra.

Pero los colonos y colonas fueron capaces de resistir y sobrevivieron a la epidemia en unas ínfimas condiciones de vida. Ellos resistieron y ganaron la batalla. Lucharon ante la adversidad y su heroicidad les hizo seguir mirando al futuro con esperanza. Su entrega, tesón y lucha no fue baldía. Doscientos cincuenta años después nuestros pueblos y nuestras gentes son el mejor testimonio de ello[8]
.
[1] WEISS, JOSEPH. La colonia alemana en Sierra Morena …

[2] AHN. Sección Gobernación. Legajo núm. 328.

[3] Ibidem

[4] Ibidem

[5] AGS. Sección de Hacienda. Legajo 498.

[6] Para conocer la relación completa de colonos fallecidos en el primer año de la creación de estas colonias consultar FÍLTER RODRÍGUEZ, J.A. “Carlos III y las Nuevas Poblaciones” (págs. 213-220) y Las colonias sevillanas de la ilustración (págs. 116-127) .

[7] AGS. Sección de Hacienda. Legajo 498.

[8] FÍLTER RODRÍGUEZ, JOSÉ ANTONIO. Inmigrantes centroeuropeos en la Andalucía del siglo XVIII. Ayuntamiento de Cañada Rosal y La Luisiana. 620 pgs.

Con la colaboración de Diputación Provincial de Sevilla.

ISBN: 978-84-697-6468-8 (rústica)

Fuente: https://ascil.es/

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