POR JOSÉ CATALUÑA ALBERT, CRONISTA OFICIAL DE ALGAR DE PALANCIA (VALENCIA)
En el año 1918, en que finalizó la Primera Guerra Mundial, y que, como consecuencia de la misma, hubieron más de 9.000.000 de muertos entre civiles y militares, tuvo lugar en el mundo una de las consideradas mayores epidemias o pandemias de la historia.
La epidemia, que injustamente fue llamada la “gripe española” o “dama española”, surgió por primera vez en Fort Riley, una instalación del ejército de Estados Unidos al noroeste de Kansas, donde se inició el primer brote de la misma. El 4 de marzo de 1918, un soldado se presentó en la enfermería de Fort Riley aquejado de gripe. En cuestión de horas, cientos de reclutas se contagiaron, enfermando muchos más a lo largo de las semanas siguientes. La enfermedad pasó a Francia a través del puerto de Brest, por el que entraban tropas norteamericanas participantes en la guerra. El segundo brote, que fue la ola principal de la pandemia, se dio de septiembre a noviembre del mismo año, teniendo lugar también en algunas zonas, a principios del año 1919, una tercera ola con una incidencia bastante grave.
La enfermedad es conocida como “la Cucaracha”, porque muchos pensaban erróneamente que era transmitida por las cucarachas, y también como “la Pescadilla” o “la Influenza”, esto último porque también se pensó que era causada por “la influenza virus A del tipo H1N1”.
Según Toby Saul (Revista National Geographic), la cepa mataba a sus víctimas con una rapidez sin precedentes. En Estados Unidos abundaban las informaciones sobre gente que se levantaba de la cama enferma y moría de camino al trabajo. Sigue diciendo el citado escritor que los síntomas eran espantosos: los pacientes desarrollaban fiebre e insuficiencia respiratoria; la falta de oxígeno causaba un tono azulado en el rostro; las hemorragias encharcaban de sangre los pulmones y provocaban vómitos y sangrado nasal, de modo que los enfermos se ahogaban con sus propios fluidos. La cepa afectó a los más jóvenes y a los más viejos, pero también a adultos sanos entre 20 y 40 años.
La pandemia, afirma Toby Saul, no dejó intacta prácticamente ninguna región del mundo: solo en la India las víctimas mortales alcanzaron entre 12 y 17 millones. En Gran Bretaña murieron 228.000 personas. En Estados Unidos fueron aproximadamente medio millón. Ni la apartada Samoa, en el Pacífico Sur, se libró del contagio, perdiendo el 23,6 % de su población.
Esta pandemia causó la muerte entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo. En España la cifra fue de alrededor de 300.000 personas, aunque las autoridades pretendieron reducir esta cifra a la mitad. Se considera por algunos que esta enfermedad tuvo más mortandad que la conocida como “peste negra”, “muerte negra” o “peste bubónica”, que asoló el mundo en el siglo XIV y que causó más de 50 millones de muertos.
Abundando en lo que manifiesta Toby Saul, hay que decir que, en estos años, todavía no se habían descubierto los antibióticos. La mayoría de los fallecidos lo fueron por neumonía causada por bacterias que infectaron a quienes la gripe había ya debilitado. Según algunas informaciones, una parte de los afectados por la epidemia murieron, como nos dice el mencionado escritor, apenas unos días después de que se les manifestaran los síntomas de la enfermedad, víctimas de una neumonía vírica más grave, originada por la misma gripe, que dejaba sus pulmones completamente encharcados.
No sabemos con toda certeza cómo se propagó esta enfermedad por España. Según un informe elaborado por los investigadores Gerard Chowell,
Anton Erkoreka, Cécile Viboud y Beatriz Echeverri-Dávila, la enfermedad atacó España en tres olas (dos en 1918 y una tercera en la primavera de 1919) y es probable que el virus llegara a la península en tren a través de los trabajadores españoles y portugueses temporales que viajaron a Francia a cubrir la escasez de mano de obras en este país (recordemos que Francia estaba en guerra), no pudiendo descartarse la posibilidad de que el virus pudiera haber sido introducido por la frontera sur.
Dado que varios países europeos se encontraban en guerra y su población estaba atravesando una situación muy difícil, con hambre, miseria y privaciones de todo tipo, en los medios de comunicación de Europa se estableció una fuerte censura, impidiendo cualquier alusión a esta grave pandemia, a fin de que no cundiera todavía más la desmoralización y el pesimismo, tanto en los soldados como en la población civil, algo que no ocurrió en España donde la enfermedad gozó de publicidad, especialmente en la prensa, lo cual contribuyó en parte a la denominación de la epidemia como “gripe española”.
Como se ha dicho, la incidencia de la pandemia a nivel estatal fue de unas 300.000 personas fallecidas. En cuanto al impacto de la misma en la Comunitat Valenciana, un estudio publicado por la revista BMC Infectious Diseases, que ha permitido estudiar y analizar las consecuencias de la enfermedad en las distintas provincias españolas, sostiene que el virus fue especialmente beligerante en el otoño de 1918 y más concretamente entre los meses de agosto y diciembre de ese año, disparándose en este período la tasa de mortalidad hasta casi rozar las 90 muertes por cada 10.000 habitantes. Salvando las distancias temporales, esta tasa en la actualidad hubiese provocado la pérdida de más de 7.000 vidas humanas, solo en la ciudad de Valencia. En la provincia de Alicante la tasa superó en aquel período las 120 muertes por cada 10.000 habitantes, mientras que en Castellón fueron parecidas a las registradas en Valencia.
La epidemia tuvo una incidencia también en los pueblos valencianos, entre ellos Algar de Palancia.
Según los datos contrastados en el Libro de Defunciones del Registro Civil y en los Quinque libri de la parroquia, en el año 1918 fallecieron en Algar de Palancia 38 personas, casualmente 19 hombres y 19 mujeres, la mayoría de ellos entre los 20 y los 60 años de edad.
Para tener una idea más aproximada de lo que pudo ser la incidencia de la epidemia gripal, comparemos esta cifra con la totalidad de la población de este pequeño municipio, la cual en ese año era de unos 600 habitantes, por lo que el número de fallecidos supuso un 6,33 % del total de la población. Aunque en los libros registro no se especifica con claridad la causa del fallecimiento, no hay duda de la incidencia de la enfermedad si comparamos los fallecidos de 1918 con los fallecidos en los años inmediatos a este año. Así, en el año 1916 fallecieron veintiuna personas, en el 1917, diez personas, en el 1919, diecisiete personas, y en el 1920, dieciséis personas.
En el caso de Algar de Palancia, llama la atención que aparecieran noticias en la prensa nacional de la época relacionadas con la incidencia de la epidemia en nuestro pueblo.
El diario ABC, periódico de tirada nacional, ofreció dos noticias en el año 1918 referentes a Algar de Palancia. En la primera de ellas, de fecha 22 de septiembre de 1918, se dice literalmente:
“El alcalde de Algar ha estado en el Gobierno civil, pidiendo un médico y ofreciendo al que vaya no sólo una alta remuneración sino que ocupará la titular. Al principio de la epidemia, enfermó y murió el médico titular, se buscó otro y falleció ocho días después; todos los pueblos, cumplimentando las órdenes del gobernador, han reunido a las respectivas Juntas de Sanidad, aunque ineficazmente, pues lo que falta son médicos y hasta ahora, a pesar de la invitación al Colegio Médico, no se ha presentado ninguno.
En la segunda noticia del mismo periódico, de 1 de octubre de 1918, se dice:
“D. José Alcober marchó a Algar a substituir a los médicos que fallecieron a consecuencia de la epidemia.”
En este contexto y ante estas desafortunadas vicisitudes que tuvieron que padecer los habitantes de Algar, estamos seguros de que muchas personas de forma anónima y solidaria ayudarían en la medida de sus posibilidades a los enfermos de la epidemia y a sus familias, siendo algunas de ellas también víctimas de la enfermedad. Sí que tenemos noticias más concretas de los tres médicos que fallecieron en el pueblo contagiados por la enfermedad, los cuales se dedicaron en cuerpo y alma a atender a los enfermos y familiares y a colaborar con las autoridades en la toma de las medidas necesarias para evitar o paliar los efectos de la epidemia. Se trata de los médicos José Andrés Monreal, Licinio Moraleda Tapia y José Sanz Artigues.
De los médicos Licinio Moraleda Tapia y José Sanz Artigues, no se tienen demasiadas noticias, Solamente se sabe que el primero era natural de Herencia (Ciudad Real) era hijo de José María Moraleda y de Ramona Tapia Asensio, que estaba casado y murió en Algar el 21 de septiembre de 1918, a los 36 años de edad.
Lo que si consta en el archivo municipal es un acta del Ayuntamiento en la que se reconocen los servicios de los tres médicos fallecidos. El acta es de fecha 3 de marzo de 1919 y, literalmente, dice así:
“En Algar de Palancia a tres de marzo de mil novecientos diez y nueve.
Bajo la presidencia del Señor alcalde constitucional Don Juan Francisco Gascó Dasí, comparecen en el salon de sesiones de este Ayuntamiento Don Miguel Martín Polo, Cura Párroco, Don Enrique Gómez Tárrega, practicante titular, Don Estanislao Lorente Dasí, industrial, Don Francisco Gascó Molina, agrimensor, y Don José Zaragozá Cataluña, propietario. Acto seguido el Señor Alcalde enteró a los concurrentes del objeto de la convocatoria, exhortando a los concurrentes para aque manifestaran en el acto cuanto les constara y supieren de lo referente a los servicios prestados por el médico titular interino que fue de esta población, Don José Sanz Artigues, durante la epidemia gripal última.
Por Don Miguel Martín se dijo: Que el infortunado Don José Sanz Artigues se halla en idéntico caso que los demás médicos que, con anterioridad a él fueron víctimas de la epidemia gripal en esta población, pues estos y aquel desplegaron y pusieron tanto interés para evitar la propagación y desarrollo de la epidemia que no descansaron día y noche, no solamente prestando su asistencia facultativa a los enfermos, sino inspeccionando la población y dictando ordenes al vecindario y autoridades para la adopción de aquellas medidas de higiene y salubridad que la ciencia médica aconseja.
Por Don Enrique Gómez se dijo: Que primeramente Don José Andrés Monreal, después Don Licinio Moraleda Tapia y finalmente Don José Sanz Artigues, los tres, sin excepción alguna, rayaron en el heroísmo en el desempeño de sus cargos, que gracias a la actividad y medidas por los mismos adoptadas se debe sin duda alguna, a que la epidemia en las proporciones alarmantes que invadió la población, no tuvo para ésta peores consecuencias y mayor duración.
Por el vecino Don Francisco Gascó se dijo: Que Don José Sanz Artigues prestó a esta población excelentes servicios durante los días que desempeñó su cargo de médico, lo cual quedará reconocido desde entonces por todo el vecindario.
Por Don José Zaragozá y Don Estanislao Lorente se dijo: Que era cierto cuanto se había consignado y hecho constar y que los tres médicos no abandonaron a sus enfermos hasta que se sintieron atacados de la enfermedad de estos.
El Señor Alcalde en vistas de lo expuesto por los concurrentes dio el acto por terminado del cual se extiende la presente acta que firman los concurrentes de que certifico.
José Andrés Monreal fue posiblemente el más afectado familiarmente por la epidemia. Del mismo también tenemos más información.
José Andrés Monreal nació en Valencia y era hijo de Estanislao Andrés Pablo, comandante de caballería, nacido en Sediles, pueblecito aragonés cercano a Calatayud, destinado en Valencia, donde falleció en 1912, y de María Guadalupe Monreal Pérez, natural de Sagunto, hija de Roque Monreal y de María Pérez. De este matrimonio nacieron cinco hijos: Julia, Guadalupe, José, María y María de los Desamparados.
José Andrés Monreal finalizó los estudios de Medicina en Valencia y, mediante escrito de 25 de mayo de 1917, solicitó del Ayuntamiento de Algar la plaza de médico titular que se encontraba vacante.
Según consta en acta del plenario del Ayuntamiento de 30 de mayo de 1917, la Corporación municipal, presidida por el Alcalde, Bienvenido Martínez Plantado, acordó por unanimidad nombrar a José Andrés Monreal médico-cirujano de Algar, firmándose el correspondiente contrato entre las partes el 1 de julio de 1917, asignándosele al médico-cirujano una sueldo anual de 1.750 pesetas.
La madre de José Andrés Monreal, ya viuda, vino a vivir con su hijo médico en Algar y también con la más pequeña de sus hijas, María de los Desamparados, fijando todos ellos su residencia en la calle Valencia, número 10.
Y, como se ha dicho anteriormente, tuvo lugar la famosa y triste epidemia de “ la Cucaracha “, la cual tuvo efectos letales para los vecinos de Algar, viéndose afectada, y mucho, la familia de José Andrés Monreal.
La madre falleció en Algar el día 11 de agosto de 1918, a la edad de 58 años. Apenas un mes más tarde, el 14 de septiembre, falleció el propio José Andrés Monreal a causa de la epidemia, a la edad de 24 años, y, seis días más tarde, el 20 del mismo mes y año, fallecía, también en Algar y por las mismas causas, la hermana pequeña, María de los Desamparados, contando solo 18 años de edad. El cuñado del médico, José Gilabert, que asistió a su entierro en Algar, se contagió de la enfermedad gripal y falleció en Valencia el día 28 de septiembre de 1918.
El médico José Andrés Monreal destacó enormemente por su altruismo y dedicación hacia los enfermos afectados por la epidemia y sus familiares, con riesgo de su propia salud y vida, como así ocurrió. Es ilustrativo al efecto, también en este caso, el contenido del acta del plenario del Ayuntamiento, de 7 de enero de 1919, presidido por el Alcalde Juan Francisco Gascó Dasí, acta de la que merece destacarse los siguientes párrafos:
“Por el Practicante Enrique Gómez se dijo:- Que Don José Andrés Monreal por su celo y actividad en tiempo normal en el desempeño de su profesión se ganó el aprecio y simpatía de la población y por lo tanto excusado es decir que cuando se manifestó la epidemia en esta localidad como siempre lo había demostrado trabajó de día y noche sin descanso, asistiendo a los enfermos atacados de la epidemia y buscando los medios a su alcance para extinguirla hasta que desgraciadamente fue víctima de la misma epidemia.”
“Por Don Ramón Molina Bolinches (comerciante) se manifestó: – Que Don José Andrés Monreal como médico titular de esta población prestó a esta tan buenos servicios que le valió el cariño unánime que todos le profesaban y en particular los últimos días de su vida en que la epidemia estaba generalizada, trabajó desesperadamente contra ella, llegando hasta enfermo ya a practicar la visita sus pacientes.”
El Ayuntamiento y pueblo de Algar decidió, como homenaje y en su recuerdo, dedicar una de sus calles, concretamente la antigua calle Carboneras, al que fue su médico-cirujano, José Andrés Monreal, hecho que fue recogido en la prensa del momento y cuyo comentario, por su gran interés y gran emotividad, se reproduce íntegra y literalmente a continuación:
“En Algar de Palancia, vecino pueblo del distrito de Sagunto, se celebró ayer con gran esplendor el acto solemne de descubrir la lápida que rotulará una de las más importantes calles de aquella población con el nombre de Don José Andrés Monreal, joven médico titular de aquel ayuntamiento, fallecido a consecuencia de la gripe, que en forma epidémica azotó a esta región en el último año transcurrido.
El dignísimo alcalde de aquel municipio, don Juan Francisco Gascó Dasí, haciéndose eco del sentir de todo el vecindario, en reconocimiento a la meritísima actuación de su médico titular, debíale eterna deuda de gratitud, y logró por fin llevar a la práctica su laudable iniciativa, perpetuando en artísticos y lujosos mármoles el nombre glorioso e imperecedero de aquel mártir de la ciencia y del deber.
Tal cultísimo acto quiso revestirlo de la solemnidad que tan justamente merecía, y a dicho efecto congregáronse en tan simpático pueblo las autoridades y médicos de las poblaciones inmediatas, entre los que recordamos a los señores Moya, de Sagunto; Posseti, de Algimia; Prats, de Albalat, y un gran número de parientes y amigos del malogrado médico, objeto de tan merecido como entusiasta homenaje.
El Colegio Oficial de Médicos de esta provincia, atentamente invitado por la primera autoridad de Algar, envió allí una dignísima representación de su junta de gobierno, formada por los doctores Blasco Soler y Ballester de los Reyes, a los que acompañó también desde Valencia el doctor Dómine Catalá, que quiso asociarse a dicho acto, dejándose guiar por su espíritu de compañerismo y amor a la clase, dignos por todos conceptos del mayor respeto.
En lugar apropiado se había dispuesto una artística tribuna, frente a la cual apiñábase el pueblo en masa, deseoso de tributar al que fue su médico titular un testimonio sincero y elocuente de su admiración, gratitud y respeto.
El alcalde, señor Gascó, dio comienzo al acto, disponiendo que el secretario del ayuntamiento don Francisco Gil Martín diese lectura al acta de la sesión en que se tomó el acuerdo de rotular con el nombre del médico don José Andrés Monreal aquella calle. Haciéndolo éste en forma brillante, dedicando un sentido recuerdo a aquel funcionario modelo, que supo sacrificarse en aras de su amor al prójimo.
Don Enrique Guillén, amigo íntimo del finado, leyó a continuación unas hermosas cuartillas, en las que se reflejaba fielmente el carácter bondadoso de aquel joven, todo caridad y amor, al que prematuramente arrebató la parca del seno de nuestra sociedad.
El doctor don Rafael Moya, subdelegado de Medicina del distrito de Sagunto, hizo uso de la palabra, asociándose a aquel acto en nombre de todos los compañeros del partido, felicitando al alcalde por haberlo llevado a cabo, y lamentándose de que obra tan justa no sea imitada por otros ayuntamientos que también perdieron a sus médicos en la última epidemia.
El doctor Ballester de los Reyes, en nombre de los médicos de la provincia y en representación del Colegio Oficial de Valencia, dirigió la palabra al vecindario, comenzando por enviar un abrazo a la primera autoridad de aquel pueblo modelo, que prueba tan elocuente había dado de cumplir con sus deberes cívicos.
Agradeció vivamente el homenaje tributado a aquel médico insigne, del que hizo un merecido elogio, dedicando un recuerdo a los compañeros señores Moraleda Tápia y Sanz Artigues, fallecidos también como el primero en dicha población a consecuencia de la última epidemia, y cuyas familias perciben las pensiones concedidas por el Gobierno, gracias a las activas gestiones de las autoridades de Algar y del Colegio de Médicos de esta provincia.
Todos los oradores fueron muy aplaudidos en sus sentidos discursos.
Don Germán Ferrandis, hermano político del médico fallecido (casado con su hermana María), profundamente emocionado, se levantó a hablar en nombre de su familia, dando las gracias al alcalde y al pueblo de Algar por aquel póstumo homenaje dedicado a su deudo. La banda municipal de la Vall de Uxó interpretó el “Himno a Valencia”, a cuyos acordes fue descubierta la lápida, entre el entusiasmo delirante de los asistentes.”
Resulta un tanto sorprendente que no actuara en este emotivo acto la Banda Municipal de Música de Algar, fundada a mediados del siglo XIX. Posiblemente, ello fue debido a que, como todas las organizaciones, atravesara algún momento de crisis y estuviera en suspenso, valga la expresión, en aquellas fechas, o que, como consecuencia de la epidemia se hubiera visto mermada sensiblemente en cuanto a su número de músicos. Realmente ignoro las causas o motivo de esta no participación en el evento de nuestra banda de música, y más tratándose de un acto oficial del propio Ayuntamiento.
Otro de los personajes que brilló con luz propia, y que fue ejemplo y modelo de altruismo y solidaridad en Algar durante la citada epidemia gripal del año 1918, fue Enrique Gómez Tárrega.
Enrique Gómez Tárrega nació en Marines (Valencia) y era hijo de Enrique Gómez Molina, nacido en Azuébar (Castellón), y de Josefa Tárrega Navarro, natural de Espadilla (Castellón), pequeño pueblo del Alto Mijares , la cual al parecer era pariente lejana del famoso guitarrista Francisco de Asis Tárrega Eixea, nacido en Villarreal (Castellón) el día 21 de noviembre de 1852, y fallecido en Barcelona el 15 de diciembre de 1909.
Enrique Gómez Tárrega se casó con Adela Edo Perales, nacida en Mora de Rubielos (Teruel), con quien tuvo tres hijos, nacidos en Algar: Enrique, Adela y Camilo. Del primero de ellos, Enrique Gómez Edo, que fue maestro nacional, nos acordamos todavía muchos de los vecinos de Algar, así como de su esposa Serafina y de sus hijos, Enrique (tristemente fallecido muy joven aunque ya un pintor consagrado) y “Finita”, no hace mucho también fallecida. Camilo tuvo un hijo, Enrique, que actualmente reside en Llíria.
Enrique Gómez Tárrega obtuvo la plaza de barbero-practicante en Algar y, en el año 1917, siendo Alcalde Bienvenido Martínez Plantado, se le cedió habitación y local para la barbería en la planta bajo del anterior Ayuntamiento (antigua Casa del Barón), sito en la Plaza de Gregori, número 1 (actual Plaza de Castellón), mientras la Corporación municipal no tuviera otras necesidades.
Es precisamente en el año 1918, en pleno apogeo de la pandemia gripal antes referida, habiendo fallecido los tres médicos titulares antes citados, cuando sobresale especialmente la figura de Enrique Gómez Tárrega por su gran labor humanitaria y altruista en favor de los vecinos afectados por la terrible enfermedad.
De la gran labor y dedicación, del altruismo y carácter humanitario demostrados por Enrique Gómez Tárrega en Algar, constituye una prueba fehaciente el contenido del acta del pleno del Ayuntamiento, de fecha 1 de diciembre de 1918, presidido por el alcalde Juan Francisco Gascó Dasí, singularmente la contestación que a la propuesta de la primera autoridad municipal de compensar al señor Gómez Tárrega por sus señalados servicios humanitarios, da el concejal Emilio Meliá Mora, la cual a continuación se transcribe literalmente:
“Que la proposición no podía menos que ser acogida con simpatía y aplauso unánime, no ya por la Corporación municipal sino por el pueblo entero que recibió los auxilios del practicante Don Enrique Gómez en aquellos días de verdadera penuria en los que el pueblo no tenía asistencia facultativa por fallecer los médicos que se sucedieron uno tras otro durante la epidemia, el cual, sin miras de remuneración de ninguna clase y con exposición evidente de su vida y porvenir de sus hijos, supo suplir la falta de aquellos durante muchos días, con lo cual y guiado de su carácter humanitario y caritativo, levantó el espíritu de la población, por entonces tan decaído, consiguiendo con ello llevar la calma y tranquilidad en los hogares de esta localidad…”
En dicha sesión plenaria, el Ayuntamiento acordó iniciar los trámites pertinentes para la concesión de la Cruz de la Beneficencia Pensionada a favor de Enrique Gómez Tárrega, agradeciendo al mismo, en nombre de la población, sus servicios prestados durante la epidemia.
Al mismo tiempo, y tal como se contiene en el acta de 8 de diciembre de 1918, a propuesta del concejal José Zaragoza, se acordó conceder al citado una gratificación de doscientas veinticinco pesetas con cargo al capítulo de imprevistos.
Enrique Gómez Tárrega falleció en Algar el día 25 de agosto de 1922, a la edad de cincuenta años.