POR JOSÉ ANTONIO RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES).
Saliendo de Trujillo por la puerta de Coria aún podemos contemplar restos de la calzada romana que iba de Turgalium (Trujillo) a Cauria (Coria). A escasos 150 m de la citada puerta medieval aún quedan restos de la basílica visigoda, donde fueron encontradas varias lápidas romanas en los años 60 del siglo XX. Se conserva la cabecera a ras del terreno orientada al noreste, y la unión con los muros del aula y arranques de las naves laterales. El resto está enterrado sin otros testimonios que nos permitan interpretarlo como un conjunto monástico, más bien parece que se trata de una iglesia pequeña para asistencia del arrabal.
Dispone de una cabecera de 3,08 m de diámetro con 2, 50 m en el eje, y con planta de herradura cuyo desarrollo curvo se manifiesta al exterior. El ábside está construido con sillares retallados para mejor ajuste, colocados a tizón y calzos de pizarra. La fábrica conserva visibles cuatro hiladas que suman una altura en torno a 1,83 m y 80 cm de grosor y permiten prever una cubierta abovedada. No quedan restos del enlucido del paramento, ni restos de vanos, eso sí, un arranque izquierdo de la cabecera que presenta un esculpido esquinero que serviría para acoplar un cancel que separase este espacio del aula. si nos atenemos a dos sillares que flanquean la cabecera, adosados al muro testero de mampostería, se puede construir una planta basílical con la nave central de 3 m de ancho y las laterales de 2,05 m.
Las arquerías que separaban estos ámbitos y van sustentadas con pilares de cantería, la mampostería de granito ligaba con qué radical, reutilizada alguna pieza de origen romano, y calzos de teja curva de tipo árabe y algunas tegulae. Las características del grosor y la fábrica de los muros de la fachada nos están anunciando una techumbre sencilla de madera a dos aguas cubierta por teja curva ( existen varios fragmentos de teja árabe). La presencia de un gran sillar en el muro de la fachada norte nos está indicando la existencia de un acceso lateral, adicional al de los pies de la nave.
La ermita de Trujillo hemos de relacionarla con otras iglesias visigodas cercanas como Ibahernando, Santa Lucía del Trampal y con ciertas divinidades indígenas, enmarcadas tradicionalmente dentro de un contexto específicamente funerario, como es el caso de Ataecina con Herguijuela y la ermita de Portera, con este mundo purificador de las aguas y, también, su relación con el mundo cristiano. Las fuentes donde manan se convierten en lugares sagrados, milagrosos y oraculares.
En el cristianismo de época visigoda podemos hablar de dos períodos o etapas; una primera de convivencia con el paganismo, permisividad originada por un poder menguado que es fiel reflejo de la situación política del momento, y una segunda etapa, finales del siglo VI y siglo VII, que cambia con la conversión de Recaredo y su programa de política unificadora (intentada anteriormente por Leovigildo pero sin éxito debido, precisamente, a problemas religiosos), tratando de agrupar a la población hispanorromana y visigoda bajo una misma autoridad, donde la religión actuase como un factor muy importante de cohesión. De ahí que el mayor interés se centrase en el control y supresión de todos los elementos que pudiesen significar dispersión y pérdida de poder. Los cánones de los concilios son muy claros en este aspecto y la persecución de la idolatría desembocaría, como hemos visto y entre otras medidas, en la construcción de una serie de iglesias con ubicación bien definida. Esta situación provocó un fenómeno de osmosis por el que el cristianismo aporta unas nuevas creencias y ritos, manifestados principalmente en la liturgia, a la vez que asimila parte del ritual pagano, apropiándoselo e integrándolo en sus esquemas religiosos.
Edificios de culto que repiten ciertas pautas constructivas, pero que revelan también diferencias morfológicas dentro de una relativa unidad tipológica. Algunas de las iglesias rurales citadas anteriormente responden a la tipología canónica de iglesias propias ya categoría funcional de parroquias destinadas a la atención pastoral en las áreas rurales. En algunas de ellas a llevar a cabo la transformación sobre un edificio de culto previamente establecido en época tardoantigua, tal es el caso de la ermita de Santa Olalla, en las inmediaciones de Cáceres, donde claramente se ha mantenido las funciones agropecuarias con las religiosas.
En el siglo VI los visigodos se establecieron en la Península Ibérica, tras la derrota del rey Alarico I, que se habían confederado con los romanos y vivían en el sur de la Galia, pero Clodoveo, rey de los francos, los derrotó en la batalla de Vouillé en el año 507, obligándolos a desplazarse al sur de los Pirineos y ocupar parte de la Hispania. Así se inició un período aproximado de dos siglos en el que la población visigoda, de origen germánico, se integró con la autóctona, hispano-romana, adaptando sus leyes y costumbres al derecho que ellos mismos aportaban. En un principio, los hispano-romanos se gobernaban por el Código Justiniano, posteriormente aceptaron el Breviario de Alarico, y los visigodos el Código de Leovigildo, pero en el año 654 el rey Recesvinto estable normas comunes para todos en el Liber Ludiciorum o Lex Visigothorum. Eligieron por capital a Toledo, ciudad desde la que controlaron la administración del reino.
La llegada de los pueblos germanos supuso la caída del Imperio Romano de Occidente, que estaba en decadencia. En un primer momento, la población visigoda se mantuvo alejada de la población romana, hasta el punto de que estaban prohibidos los matrimonios mixtos, debido a la distinta religión que practicaban. Los visigodos profesaban el arrianismo, mientras que los romanos eran católicos. La situación cambió con la conversión al catolicismo de Recaredo.
Mérida seguirá siendo durante el período visigodo un espacio dinámico controlado por la Iglesia y por las aristocracias laicas. En el caso que nos ocupa, hemos de tener en cuenta que el río Tamuja sirvió como frontera entre la praefectura regiones Turgalliensis, dependiente de Mérida, y el territorium de Norba Caesarina. por lo que algunas ermitas visigodo más cercanas a Trujillo, como la de Ibahernando, se incluiría en la órbita emeritense.
Por otra parte, la población visigoda que llegó a la Península era muy escasa, lo que favorecía su relación con la población autóctona. A la integración de los dos pueblos contribuyó también, de manera decisiva, la diferencia social que se establecía en los asentamientos: los nobles y las clases altas se instalaban en las ciudades, mientras que el resto de la población habitaba las zonas rurales, sobre todo, en la meseta castellana. Este proceso se verá interrumpido con la invasión musulmana, aunque posteriormente se volverá a retomar durante la Reconquista.
Emerita funcionaba como capital de la diócesis Hispaniarum desde finales del siglo III, con las reformas administrativas de Diocleciano, cuando la Iglesia hispana trataba de que los cristianos vivieran su fe con férrea disciplina dentro de un ambiente social y religioso adverso. La epístola 67 del obispo Cipriano de Cartago (c. 254) es una valiosa fuente de información sobre la vida de las primeras comunidades cristianas del Occidente romano. La contestación que Cipriano hace en nombre de un grupo de obispos africanos a la petición de consejo formulada por las congregaciones de Legio (León) y Asturica (Astorga), representadas por el presbítero Félix, y a la de Emerita (Mérida), representada por el diácono Aelio, confirma la existencia de grupos cristianos bien estructurados en algunas ciudades hispanas.
En Mérida se conserva una de las primeras imágenes pintadas de signo cristiano en Hispania, concretamente el fragmento de crismón de la domus de la sala Decumano, pintado en la pared interior de una antigua cisterna reconvertida en sala subterránea de la casa, datado a finales del siglo III o principios del siglo IV.
No disponemos de documentación escrita medieval sobre la ermita trujillana. Lo que nos ha llegado, en deplorable estado de conservación, es una construcción hispano visigoda, que pudiéramos fechar en torno al año 635, conservada en estado ruinoso. Del edificio original solamente queda el ábside en herradura y planta basilical de tres naves, restos de tégulas en superficie. Fue excavada en 1985 por el Departamento de Historia Antigua de la Universidad de Extremadura bajo la dirección de don José Luis Sánchez Abal. Se observa claramente que era una basílica del siglo VII, construida a base de sillares retallados para mejor ajuste, colocados a tizón y calzos de pizarra. El arranque izquierdo de la cabecera presenta una esquina esculpida que se utilizaría para acoplar un cancel que separase este espacio del aula. La excavación de la nave central sacó a la luz una sepultura, sin ajuar, con las paredes de mampostería y una tégula de escaso grosor utilizada en la fábrica, semejante a las documentadas en Mérida en la fase emiral.
Donde se encuentra esta ermita podría haber sido un «arrabal» poblado por mozárabes y asistido por esta iglesia, que con el tiempo perdió su culto. La excavación de la nave central llevar a cabo en 1985 sacó a la luz una sepultura con las paredes de mampostería. La Iglesia se encuentra extramuros pero próxima a una de las puertas más importantes de la Villa medieval, la de Coria, a escasos 100 m, condicionadas ambas por un camino que conducía al arrabal de la Magdalena mediante una calzada romana, la que conducía a la ciudad de Coria.
FUENTE: CRONISTA J.A.R.R.