POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Otro tesoro murciano perdido. Aunque, al menos, conocemos la noticia de su existencia pues el semanario ‘La Ilustración de Levante’ publicó en una de sus ediciones, allá por el año 1890, el dibujo de la extraña piedra. Y, por suerte, también incluía esta publicación la historia de la pieza. Al parecer, entre los papeles y notas que recogía la testamentaria del erudito Juan Albacete figuraba el dibujo reproducido.
Contaba ‘La Ilustración’ que en la parte inferior del mismo había una nota del propio Albacete, que así transcribieron para los lectores: «Piedra hallada en un desmonte causado por la inundación del día 14 de octubre de 1879 en el desemboque de la acequia de la Azacaya, junto al río Segura, cuya losa, de piedra franca, arenisca fuerte, tiene en su mejor superficie, que está desigual y en estado rudo, cuatro letras desconocidas».
El descubrimiento se produjo tras la terrible riada de Santa Teresa que arrasó la vega causando miles de muertos y arruinando durante años el progreso de los murcianos. No fue, en realidad y hundido el municipio en la más absoluta desolación, un tiempo propicio para que nadie se propusiera indagar el significado de la inscripción y ni siquiera preservar la pieza.
La redacción del semanario decidió entonces investigar la procedencia de aquel pedrusco y se dirigió a Pedro Díaz Cassou, uno de los más ilustres investigadores de la historia y las tradiciones murcianas de la época. Cassou, a su vez, consultó al padre Fidel Fita, conocido arqueólogo y epigrafista, quien concluyó que algunos de los símbolos se le antojaban masónicos.
Ya por aquellos años se desconocía el paradero de la piedra, al menos si tenemos en cuenta que ‘La Ilustración’ concluía su noticia lamentando cómo «su poseedor, que ignoramos quien sea, no la haya presentado ya al examen de los hombres inteligentes para que estos dictaminen sobre su significación y origen».
Juan Albacete es otro de los murcianos de quienes apenas se tiene memoria, si es que alguna se mantiene. Pero basta la descripción que del personaje hiciera Andrés Baquero en el ‘Catálogo’ para evidenciar su destacada personalidad.
Un murciano olvidado
Cuenta Baquero que Albacete era «anticuario, bibliófilo, restaurador, pintor no tanto, la personalidad sui géneris de D. Juan Albacete llena un puesto de nuestra historia artístico-literaria en su época». De hecho, era una fuente habitual de consulta de otros investigadores y logró catalogar las obras de varios pintores, además de impulsar el Museo Provincial.
A Juan Albacete debe la Región que muchos de sus tesoros arqueológicos no desaparecieran para siempre o, cuando menos, retrasó la eterna y extendida costumbre de arrasar nuestra historia. Para muestra un detalle: anotaba Baquero que una de sus más meritorias labores fue transportar a lienzos los frescos del convento de la Trinidad, obra de Villacis.
El historiador y museólogo Manuel Jorge Aragoneses abundó en otro trabajo en la biografía del autor. Así, recordó que «de Juan el Americano -había nacido en Martinica- decían todos que tenía cuerpo de gigante y corazón de ángel». De hecho, media casi dos metros de altura, «lo que le permitía encender sus cigarros en los faroles de gas». El pintor José Pascual, en torno a 1863, lo inmortalizaría junto a su esposa, Petronila, con la que tuvo ocho hijos.
Otros hallazgos perdidos
Un año antes de la firma de esta obra en el diario ‘La Paz de Murcia’, Felipe Atienza publicaba un interesante artículo sobre los muchos hallazgos que producían las excavaciones en el castillo de Monteagudo, entre ellos «monedas romanas, ánforas, columnas (las que decoran hoy el pórtico del magnífico templo de San Agustín de esta ciudad), sepulcros árabes y romanos…». Respecto a las columnas que cita, aún pueden admirarse, cosa inaudita en estas tierras, en la portada de la actual parroquia de San Andrés, en el barrio del mismo nombre.
Atienza recordaba que Juan Albacete, entonces vocal de la Comisión de Monumentos, atesoraba «una colección de antigüedades recogidas en Monteagudo», e incluso el propio autor confesaba poseer una sortija de oro con una estrella, también hallada en la zona.
La atribución de la misteriosa piedra a la masonería, que aún está por determinar, desempolva otro fascinante capítulo de la historia de la Región. Aunque con diversas opiniones al respecto, algunos autores señalan los primeros años del siglo XIX como el punto de partida de las logias masónicas en Murcia.
Contaba José Antonio Ayala en ‘Sociología de la Masonería en la Región de Murcia’ que la primera logia constituida en la provincia de la que se conserva documentación precisa fue la llamada ‘Hijos de Hiram’, «cuyos trabajos comenzaron en septiembre de 1869, bajo los auspicios del Gran Oriente de Francia».
Unos grupos muy activos
La mayoría de estos grupos, según el autor, se crearon a finales de aquel siglo, cifrándolos en un total de 34 instituciones, repartidas entre dos grandes logias, logias y capítulos en Murcia, Cartagena, La Unión, Cieza, Moratalla y Águilas. Fue en ese mismo periodo cuando las aguas desbocadas permitieron encontrar la extraña piedra de La Azacaya.
Resulta sencillo precisar más la información referida a Murcia. Apenas un año antes de la riada de Santa Teresa se fundó en Murcia la Logia Vega Florida, de la que formarían parte, entre otros, dos alcaldes de Murcia: Lorenzo Pausa y Juan López Somalo. Inmersa en una gran actividad, esta logia alcanzó los 40 hermanos apenas tres años después. Quizá alguno de ellos hubiera sabido descifrar los símbolos que alguien talló en la piedra descubierta junto al Segura.
Fuente: https://www.laverdad.es/