LA FAMILIA MIÑANO, EN BUSCA DE SUS RAÍCES
Ene 27 2018

POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)

Parte de la familia Miñano

Era el día 11 de enero de 2018, cuando, inopinadamente, una llamada telefónica, desde el Ayuntamiento de Ulea, me comunica qué, unos descendientes de la familia «Miñano», quieren entrevistarse conmigo con el fin de que les de información genealógica de dicha familia.

Puesto en comunicación con el interlocutor desconocido, me dice que es descendiente de la familia Miñano, y que su padre, Román Miñano García, de 84 años de edad, tiene deseos de visitar el pueblo donde nacieron y vivieron gran parte de sus antepasados; con el fin de recabar información sobre el terreno y poder conocer sus raíces genealógicas: «La vida y memoria de sus antepasados».

Sin más preámbulos, me insinúa que su padre, médico militar jubilado, que vive en Madrid y está pasando unos días de descanso en Benidorm, tiene el deseo de visitar el pueblo donde nacieron y vivieron sus antepasados y, como yo vivo en Castellón de la Plana; y soy también Miñano, una generación posterior, estoy dispuesto a llevarlo al pueblo, el próximo sábado día 13 de enero y, ‘desearía si le es posible’, que como investigador y Cronista Oficial, nos acompañe y nos explique cuantos señuelos perduren en el tiempo de la familia Miñano.

¿Qué le parece? Tras una breve pausa, esbozo una ligera sonrisa de complicidad y le respondo que si. De acuerdo, les espero, a las 12 de la mañana, en la Plaza Mayor, hoy Plaza de la Constitución. Acabamos la conversación telefónica y quedamos emplazados para la cita.

Los visitantes en la plaza con el Cronista del pueblo

A la hora fijada nos encontramos en el centro de la Plaza, la familia Miñano, Román Miñano García, su esposa María Pilar Medrano Almendros y su hijo Juan Luis Miñano Medrano, y yo. Tras los saludos y presentación, trazamos el itinerario a seguir y, sin más dilación, miran a su alrededor y no salen de su asombro al contemplar la bella imagen de la Plaza, engalanada con edificios emblemáticos, que le llamaron poderosamente la atención; por su belleza arquitectónica.

Apostados en el centro de la Plaza, les hice una descripción histórica de dichos edificios ya qué, al ser sábado, a esas horas estaban cerrados al público. Durante dicho relato, el hijo inmortalizó con fotografías la estancia de sus padres en el pueblo de sus antepasados.

Miraban a la Casa Consistorial, a la iglesia Parroquial y a la casa Parroquial, también llamada «Casa Eiffel» y se quedaban extasiados. Estaban tan emocionados que mientras les daba las explicaciones pertinentes, miraban a cuanto les circundaba; eran todo oído y ojos. Como todo resultaba nuevo para ellos, me acosaban a preguntas; a las que iba dando respuesta inmediata a todas cuanto sabía, y que estaban constatadas y contrastadas en documentos fidedignos.
Al estar cerrados estos tres monumentos, les expliqué toda su historia interior. Por tal motivo, los tres ilustres visitantes, al unísono, mirándome emocionados, me dijeron; Joaquín, «regresaremos de nuevo, con más miembros de la familia Miñano y sin prisas».

Aunque el clima era bonancible, les invité a que montaran en el coche con el fin de hacer una visita panorámica por el pueblo. Así lo hicimos y, adentrándonos por la calle Calvo Sotelo, antigua calle Jardines, les iba describiendo todo cuanto veíamos y, cuando pasábamos por los lugares emblemáticos, nos apeábamos y les daba cumplida información.

Una vez realizada toda la circunvalación, aparcamos el coche a las puertas del Restaurante Moreno y pasamos a encargar la comida para toda la comitiva y fijar la hora.

Cuando salimos a la calle para reanudar el periplo turístico, al ir a poner el coche en marcha; «el jefe” de los Miñano, me dice: Vamos a continuar la visita a pie, con el fin de grabar en nuestra retina las bellezas del pueblo en donde nacieron y vivieron nuestros antepasados.

Nos adentramos por la calle O´Donnell y, al llegar al solar ajardinado en donde hay instalada una cabina telefónica, me preguntan qué significa. Con gran ilusión y nostalgia les describí que se trataba del solar en donde nacimos y vivimos, durante muchos años, la familia Carrillo Espinosa.

Proseguimos por la calle Mayor, ahora O´Donnell, y todo eran pausas, mirando hacía la montaña y hacia la huerta local. Todas mis explicaciones eran atendidas y correspondidas con un silencio sepulcral, tras los cuales exclamaban ¡¡Vaya, vaya!! de admiración.

Al llegar a la altura en donde estaba la sede de «La Santa Inquisición», les di las pertinentes explicaciones y, ante las cuales; quedaron asombrados. Al explicarles que un clérigo aragonés, tío de Micaela López, la madre de de Joaquín, José y Jesualdo María Miñano López, llamado Francisco López Casacaus, fue nombrado cura Párroco y miembro eclesiástico de la Santa Inquisición, se echaron las manos a la cabeza en señal de desaprobación.

Dicho clérigo, fue trasladado a Murcia a la congregación de los frailes Dominicos y, al quedarse huérfanos de padre y madre, los hijos de su sobrina Micaela, cada uno fue acogido por un familiar y Jesualdo María Miñano López quedó, en Murcia, bajo la custodia de su tío Francisco López Casacaus.
Seguimos caminando hacia «Las Cuatro Esquinas» y saludábamos a cuantas personas se cruzaban en nuestro camino; algunas con apellido Miñano, a las qué una vez presentados, se sentían emocionados: por ambos bandos.

Bajamos por la calle Binondo y nos adentramos por las que, en su día, fueron heredades de sus antecesores: «La Familia Miñano». A pesar de hacer casi V siglos que se asentaron aquí las familias Miñano y López, aun hoy, el 90 por ciento de sus viviendas, continúan en propiedad de sus herederos directos.

Al paso por su puerta, les presenté a la hija de Antonio Miñano Garrido (el cartero) y conversaron completamente emocionados. Seguimos merodeando por la calle Binondo y al llegar a la casa de Domingo García Miñano (el juez), el jefe de la expedición se acercó a la puerta y, al comprobar que en el rótulo ponía casa «García Miñano», quedó como si hubiera querido quedarse asido a ella. Del portal de la casa regresó emocionado y, dominando sus sentimientos, proseguimos circunvalando hasta llegar a la que fue casa señorial de Pepe Miñano Carrillo; adquirida tras su fallecimiento de Jesús Abellán Cascales.

Allí, en ese tramo de la actual calle Binondo, se instalaron todos los componentes de la familia Miñano, venidos de Álava y Navarra. Allí tuvieron toda su descendencia, vivieron la mayoría de ellos y se expandieron por los pueblos vecinos. Probablemente, hoy, es una de las sagas más numerosa e importante del pueblo.

Al preguntarme por qué se le llamaba calle Binondo, les expliqué qué, al regresar de Filipinas el fraile Dominico Jesualdo María Miñano López, un alcalde; que era su sobrino Joaquín Miñano Pay , por los méritos religiosos y humanitarios del Padre Miñano López, quiso ponerle a dicha calle el nombre de su tío.

Sin embargo el Padre Miñano declinó tal dedicación aduciendo que no era merecedor de dicho galardón. Como consecuencia, al insistirle su sobrino, le dio libertad para que le pusiera el nombre de «Calle Binondo», en memoria de la comunidad filipina en donde había estado misionando; durante más de 30 años.

Proseguimos por uno de los ramales de la calle Binondo y les describí la historia del edificio que, hoy, es el «Centro de Estancia diurna de las Personas Mayores «, desde su primera edificación, en el año 1889, hasta nuestros días. También les describí el lugar en donde estaba edificado el Matadero Municipal, en antiguos terrenos de regadío de los herederos de la familia Miñano; sus antepasados.

Por la parte inferior de la calle Binondo, una de las más extensas y pobladas, nos acercamos hasta la Plaza Mayor. Allí, en la confluencia de la calle Binondo y la Plaza, se detuvieron a contemplar «La Casa Rural del Rincón»; de la que me solicitaron cumplida información.

Al regresar a la Plaza de la Constitución, se recrearon contemplando la belleza y magnificencia de la misma, con sus tres edificios emblemáticos. De todo ello se llevaron imágenes, fotografiadas desde todos los ángulos.

Cuando acabaron con su periplo por la Plaza Mayor, creí que estaban cansados y les insinué proseguir la visita en coche y detenernos en los puntos más interesantes de la Villa . Sin embargo, cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que prosiguiéramos andando, hasta regresar al restaurante a la hora que habíamos concertado.

El regreso, por la calle Mayor hoy calle José Antonio y O´Donnell, les fui explicando todo cuanto teníamos a la vista, tanto a izquierdas como a derechas; explicación que escucharon con inusitada atención , e ilusión.
Un punto álgido, que les llamó poderosamente la atención, fue el bloque de viviendas erigidas en todo lo alto frente a las casas de Jesualdo Cascales Carrillo y Aurelio Hita Carrillo; políticos relevantes en la primera mitad del siglo XX.

De pronto el jefe de la expedición me susurra al oído, diciendo: Joaquín, «parecen las Casas Colgadas de Cuenca». Le sonreí y al darse cuenta la mujer y el hijo, se acercaron y les di cumplida información. Sí, esas viviendas parecían casas colgadas porque estaban edificadas sobre un peñón de la ladera del monte «El Castillo» y, como había un desnivel con la calle José Antonio, con anterioridad Alfonso XII, de unos 10 metros, se le denominó «Barrio del Alto» y, todos sus habitantes llevan tras sus nombres el alias «del Alto».
Se asomaban por las callejuelas empinadas y estrechas que dan vista a la montaña y exclamaban palabras de admiración y sorpresa y, si oteaban por la parte sur, contemplaban en lontananza la frondosa y fértil huerta local y todas sus zonas ajardinadas, que daban un colorido semejante a las callejas de Granada y Córdoba.

Proseguimos nuestra excursión particular por las calles y, cada vez que atisbábamos una casa antigua con características señoriales, me solicitaban cumplida información histórica sobre las mismas.

De nuevo llegamos al lugar en donde estaba edificada «La gran manzana de casas solariegas de la familia Miñano». Les di información adicional a la que les había dado con anterioridad, de esa «pequeña urbanización medieval de la familia Miñano».

Parecían quedar ensimismados; al contemplarla. La nostalgia silenció sus voces y, una vez superado tan emotivo trance, proseguimos con el itinerario trazado de antemano. Al llegar a «Las Cuatro Esquinas», giraron la vista hacia la montaña y contemplaron un callejón coqueto y ajardinado que llegaba hasta el pie de la montaña, como casi todos.

Al regresar a la altura de la que fue «Residencia de la Santa Inquisición», alzaron la vista y, en voz baja, musitaron ¡Qué barbaridad!. Agacharon la cabeza y proseguimos nuestra ruta.

A pesar de su avanzada edad, «el jefe de la expedición» aguantaba como si fuera un jovenzuelo y, al llegar al callejón del porche, bajamos las escaleras y pudieron contemplar un verdadero vergel florido. De nuevo subimos a la calle O´Donnell y, al llegar a la esquina de la que fue casa del alcalde y maestro de José Carrillo Hita, nos introducimos por la calle Alta y asiéndonos en el pasamanos, ascendimos hasta el rellano de dicha calle, llegando hasta el callejón de Cecilio Garro y Joaquín Pastor, regresando, de nuevo, a la calle O´Donnell.

Tras una breve parada, para contemplar la imagen del Corazón de Jesús, en la montaña y recibir toda la información histórica pertinente, reanudamos la marcha hasta regresar al Restaurante, con el fin de recuperar energías; no sin antes volver a pasar por el solar ajardinado; apresurándose a recordarme qué, allí, estuvo edificada mi casa.

Mientras nos preparaban la comida, nos tomamos un ligero aperitivo y observé, durante unos momentos, que estaban absortos. Les miré con fijeza y despertaron del sueño en el que estaban sumidos; rebobinando el celuloide de la película que habían contemplado durante la primera visita de su vida al pueblo, con el fin de encontrar las vías adecuadas para llegar a las raíces de sus vidas. Sí, «la vida y vicisitudes de sus antepasados».

Durante la comida, que estaba exquisita, fluían preguntas y respuestas, como si fuéramos personas conocidas de hace bastante tiempo. Se trataba de obtener pruebas; de indagar sobre el devenir de unas familias que llegaron a la localidad en el siglo XVI; procedentes de Navarra y Álava; los Miñano y de Aragón, los López Casacaus.

Como, además, una de las ramas de «Los Miñano» emparentaron con «Los Carrillo» y otra, con «Los Garrido», a finales del siglo XIX, descubrí que la penúltima generación de «los Miñano» estaban emparentados con mi padre, Joaquín Carrillo Martínez y con mi abuela paterna Clarisa Martínez Garrido.

Los ojos les brillaban como si fuesen dos luminarias y, yo, disfrutaba al contemplarlos. Les mostré los documentos que tenía editados en la Revista de la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales (R.A.E.C.O.), sobre los moradores en mi pueblo con el apellido Miñano y, a la vez, les indiqué que en el campo, cerca de la autovía, la familia Miñano tenían una casa solariega de veraneo y reposo y, junto a ella, una venta. Dicho entorno era conocido como «La Venta Miñano».

Sin embargo, a principios del siglo XX, un grupo de malhechores, armados con trabucos y cuchillos, empezaron a asaltar campos, caseríos y ventas, del campo, robando cuanto podían y destrozando todo lo que encontraban a su paso, incluso: robando sus caballerías y maltratando a las mujeres que habitaban en los mismos.

Esta pandilla, venida de los campos de Molina, pertenecía a la partida del maleante «Periago» y eran muy violentos. Una noche, el dueño de dicha venta, reunió a todos los arrieros que pernoctaban en dicho mesón, con la intención de dotarles de trabucos, palos y cuchillos, con el fin de defender a sus mujeres, animales y mercancía. Se formó la marimorena y, en la reyerta, resultaron heridos con armas blancas varios miembros de la pandilla del «Vivillo»; que así le habían apodado al maleante Periago.

Los bandoleros abandonaron la venta Miñano, campo a través, camino de tierras de Molina del Segura, en donde se refugiaron y curaron sus heridas. A partir de entonces, a dicha venta se le llamó y se le sigue llamando, «La Venta Puñales». Sí, con dicho nombre figura en la Historia de mi pueblo.

Todavía nos quedaban energías y, nada más terminar de comer, salimos a la calle para corretear todo cuanto quedaba «desde la punta del pueblo hasta el molino». Paseamos distendidos por la calle Ramón y Cajal y les dije qué, con anterioridad, dicha calle se llamaba «Calle del Arrabal». Durante su recorrido, observando cuanto veíamos, a derecha e izquierda, llegamos hasta la confluencia con la Calle Nueva y la intersección con la calle Heredia Spínola. En dicho espacio merodeamos ante el almacén que fue cine y teatro, desde los años 1940 al 1975. En principio se le puso el nombre de Teatro Cine Gómez y, posteriormente Cine Olimpia.

Regresamos a la calle Heredia Spínola y bajamos hasta la confluencia con «la Carretera del Molino», antiguo Paseo de las Eras; a la altura de los históricos «Árboles Grandes». Pasamos por la Farmacia y por todo lo que fueron las Casas de los Maestros y, enseguida, abocamos a una placeta ajardinada y con juegos infantiles. Estamos en la Plaza de la Cultura y la zona de recreo ajardinada; «El Parque Infantil Pocoyó». Por la parte superior está el acceso al Grupo Escolar C.E.I.P. Villa de Ulea y al Polideportivo.

Todo este espacio jalonado por un extraordinario «Centro Cultural», que alberga a los pensionistas y jubilados, con su cantina en la planta baja. En la primera planta un salón de actos donde se imparten conferencias, presentaciones de libros y la Universidad de Murcia da clases de forma itinerante y se representan obras teatrales. El recinto es un teatro con 200 butacas confortables con su vestuario y un estrado amplio en donde se mueven los actores con libertad y comodidad.

Allí, en dicho local, efectúan los escolares sus festivales folclóricos. La segunda planta fue durante cinco años, tiempo que duró la restauración de la Casa Consistorial, la sede en funciones del Ayuntamiento. Hoy acoge a la Biblioteca Municipal; se dan talleres a jóvenes y mayores y existe una sala con ordenadores, para complementar los conocimientos a todos los alumnos que lo precisen y lo soliciten. Casi siempre está al completo.

Al salir de dicho reducto cultural, «el Miñano mayor», me dice: Joaquín ¿Cómo es posible que un pueblo con una población de 1000 habitantes escasos tenga esta cantidad de servicios?. Le miro y me sonrío y, de pronto, prosigue diciendo: «Otros municipios más importantes y con muchos más habitantes, carecen de muchos de estos servicios» ¿Por qué será?

Además, he observado, durante todo el itinerario que hemos recorrido, que las calles están muy bien cuidadas y, muchas de ellas ajardinadas. Cuando vio las fábricas de Ayaga, Frutas Ulea y la Cooperativa Santa Cruz, se echó las manos a la cabeza y quedó perplejo al constatar que tenemos bastantes trabajadores; aunque fueran temporeros. Acepté su opinión con una sonrisa de asentimiento.

Recorrimos la Calle Santa Cruz y San Bartolomé, los patronos del pueblo,en donde estaba ubicada la casa del pintor paisajista Juan Moreno. Un poco más abajo. «el consultorio médico» que hace esquina con ambas calles. Al terminar la calle San Bartolomé pasamos ante una mansión fuera de lo normal y le dije que la mandó construir, José Antonio López Garro, Jefe de Estado Mayor de aviación del Ejército Republicano; exiliado en México.

Las tardes de enero son muy cortas y, por tal motivo, regresamos hasta el sitio de «Los Árboles Grandes», en donde teníamos aparcados los vehículos. Allí dejamos testimonios fotográficos y, además, les comenté la historia del monumento al Corazón de Jesús situado en el monte y sus accesos hasta llegar a dicha explanada.

Como era una hora avanzada, decidimos marcharnos con el fin de evitar cualquier percance. Allí, al amparo de «los Árboles Grandes» nos dimos un fuerte abrazo y, antes de entrar al automóvil, alzaron la vista y las manos en señal de despedida.

Antes de cerrar las portezuelas del coche, me dijeron con una rotundidad espartana: Joaquín ¡¡ Volveremos¡¡

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