POR JOSÉ GOLDEROS VICARIO, CRONISTA OFICIAL DE GRIÑÓN (MADRID)
Antiguos documentos de los archivos parroquiales de la ermita (luego parroquia) de Santa María del Prado de Ciudad Real y de Velilla de Jiloca (Zaragoza), lugar de aparición de la imagen de la que luego fue patrona de nuestra ciudad, señalan la autenticidad de leyenda de la imagen de Nuestra Señora del Prado. Del último tercio del siglo XVI, es la narración más antigua del escrito investigado por Juan de Mendoza y Porras, perteneciente a su obra «Relación e Historia del Hallazgo y Aparición de Nuestra Señora Santa María del Prado».
Este interesantísimo documento permaneció durante muchos años en poder de la antigua Cofradía de Nuestra Señora del Prado, pasando después al archivo parroquial de Santa María hasta que posteriormente le fue entregado al historiador ciudarrealeño fray Diego de Jesús y María Fernández, prior del convento de Carmelitas Descalzos de nuestra ciudad, (convento o monasterio ubicado frente a la desaparecida Puerta del Carmen, más tarde convertido en Hospital Provincial). Diego de Jesús publicó copia, del trabajo de Mendoza y Porras, que depositó con el original en el citado archivo parroquial. En 1650, fray Diego de Jesús, dio publicidad al manuscrito, obra impresa en Madrid, en la imprenta real de Teresa Junti.
Según estos historiadores, por el año 1013, Ramón Floraz, un caballero aragonés, y privado del rey Sancho el Mayor, de Navarra, al llegar a las cercanías de Velilla de Jiloca, vio cómo el caballo que montaba, con sus patas había dejado al descubierto un gran hueco, donde penetró, encontrándose, en un nicho en la pared, una imagen de la Virgen María, sentada y con un Niño sobre las rodillas junto un pergamino en latín, donde decía qué imagen era aquella. Se trataba de la efigie de la Virgen de los Torneos, oculta, para librarla de la invasión musulmana. Resumida leyenda de nuestra patrona, a causa de ser ya conocida por todos los ciudarrealeños.
Ya conocemos, como al mediodía del día 25 de mayo de 1088, festividad de san Urbano, y tras muchos años de un intenso ir y venir la comitiva real, llegaba a un pequeño caserío, llamado Pozuelo Seco, término de Alarcos, situado en el camino que une la ciudad de Toledo con Andalucía. De forma prodigioso o por medios naturales, la venerada imagen de la Virgen quedó en este lugar de Velilla.
Antiguos documentos de hechos históricos testimonian la fe y devoción que los reyes castellanos profesaron en todo tiempo a nuestra Excelsa Patrona. Desde Alfonso VI hasta Alfonso XIII visitaron el templo de Nuestra Señora, a donde vinieron a rendir homenaje a la fama de la milagrosa aparición de Nuestra Señora del Prado, es casi seguro, que más de una vez, visitaran el templo de Nuestra Patrona. En el año 1195, en el reinado de Alfonso VIII, ante la proximidad de los almohades que avanzaban hacia Alarcos, consiguieron alzarse con la victoria sobre el mismo don Alfonso VIII, pero el rey alcanzó en el año 1212, salir victorioso en las Navas de Tolosa, derrotando estrepitosamente a los musulmanes. Por este tiempo, la mayor parte de los moradores de la ciudad de Alarcos trasladaban sus hogares a la aldea de Pozuelo Seco, siendo señor del lugar un «rico home» llamado don Gil, servidor y privado de don Alfonso, recibiendo, entre otras mercedes y privilegios del monarca la posesión de la aldea, la cual se llamó, desde entonces, Pozuelo de Don Gil, puebla que fue creciendo alrededor de la primitiva ermita de Nuestra Señora del Prado, a Ella dedicada.
En tiempos de Fernando III, el Santo, recibe nuestra patrona de este rey castellano la visita (según nos dice el historiador Lafuente, que, en 1244, estuvieron en Pozuelo de Don Gil, el rey, su esposa, la reina doña Juana y doña Berenguela, visita que perduró cuarenta y cinco días.
El licenciado Mendoza, en la segunda parte de su «Relación» relata la visita de doña Berenguela y sus hijos, y las ofrendas que estos monarcas ofrecieron a Nuestra Patrona. Viendo el rey Santo cómo progresaba la puebla de Don Gil, mandó que su ermita se llamase Santa María del Prado, elevándola a categoría de parroquia. En el año 1420, Don Juan II, en pago a los servicios de cuadrilleros de la Santa Hermandad de Villa Real y a petición de estos valientes guerreros manchegos, la llamaba «muy noble y muy leal ciudad de Ciudad Real».
La sagrada imagen de nuestra patrona, cuando fue hallada por Floraz en la cueva de Velilla de Jiloca, como expresamos en otro lugar, era sentada, a la forma de matrona romana, figura que conservó hasta principio del siglo XVI que fue trasformada en la forma actual. La imagen fue mutilada por los pies y por delante en las rodillas, para que pareciese parada siendo como era sentada.
Algunos historiadores han censurado duramente dicha mutilación, sin tener en cuenta la mentalidad de aquellos tiempos en el que igualmente fueron transformadas más de cien esculturas de Vírgenes antiquísimas, como indica Lafuente en su libro: «La Iconografía Mariana de España en la Edad Media». Ni siquiera trataron de investigar cuál fue la razón de tal reforma. Nosotros lo vemos de otra manera.
La intención de aquellos innovadores, no pudo ser otra, que el considerar la imagen parada más propicia para lucir mejor sus mantos, joyas y coronas, y parecer de esta forma, que su divino rostro deslumbrara más la belleza y la emotividad que causaba en sus devotos. Otra idea no cabe en un siglo tan fervientemente religioso y con un rey como Felipe II, darle a esta reforma otro carácter sí que es verdaderamente censurable.
FUENTE: EL CRONITA