LA FUNDACIÓN DE LAGOS
Abr 03 2021

POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA OFICIAL DE LAGOS DE MORENO (MÉXICO).

Lagos de Moreno

Hace nueve años, justificaba mi nombramiento como Cronista Honorario de Lagos, dado el conocimiento que adquirí en mis viajes de niño citadino, en torno a su medio rural más que urbano; por la herencia de sangre de mi madre, Luz María, la sexta de siete hijos que nacerían en Lagos por parte de Mariano Azuela y Carmen Rivera -faltarían otros tres-, por la de mi padre, quien, aunque nacido en San Pedro de las Colonias, Coahuila, fue un gran enamorado de Lagos.

Me llamaba la atención que en su oficina no colgara su nombramiento como Oficial Mayor DDF, como Cónsul de México en NY, firmado por el presidente Alemán, aceptado por Eisenhower o como médico fundador del Seguro Social; colgaba la copia del acta con su nombramiento como Hijo Predilecto de Lagos.

Algo conocí a través del periódico Provincia que nos enviaba puntualmente don Alfredo Hernández Terrés, con todo tipo de reseñas; tenía 21 años cuando ahí mismo mandamos publicar la esquela que participaba la muerte de mi padre.

Lagos es añoranza y lugar que también duele; en su panteón reposan los restos de muchos de nuestros ancestros; ciudad en donde dio su último suspiro mi hijo primogénito, el primer descendiente directo de Mariano y Carmen que ahí moría.

Recuerdo que mi padre solía llevar mariachi al panteón de Lagos a las tumbas de sus numerosos compadres; tuve ese mismo atrevimiento en tiempos de la presidencia de Alfredo Gallardo, llevando la música a la tumba de don Gustavo su padre en recuerdo a aquel singular compadrazgo; ignoro si hubo equeletos crujiendo en pareja, como dijera López Velarde.

Vayamos a 1563, el escribano de aquel entonces es citado por el de hoy, nuestro consocio don Alfredo Moreno en su libro: Santa María de los Lagos. Que quede claro que el de hoy supera a aquel en su papel como notario, cronista y poeta:

“En los llanos de los Zacatecas, que es en los Chichimecas, cerca de unos lagos que en lengua de indios se llama Pechititán, en postrero día de marzo de mil e quinientos y sesenta y tres años, el muy magnífico señor Hernando de Martel, alcalde mayor de dichos llanos y juez de comisión por su Majestad y en presencia de mí, escribano y testigo de suso escrito dijo: que él viene a poblar, que se llama Santa María de los Lagos… puso una cruz y trazó el dicho pueblo y le señaló sitio, iglesia y plaza y solares para casas y calles y así mismo, señaló un solar para casa de su Majestad y otro solar para casa de consejo de dicho pueblo, que se ha de llamar y mandó que se llamase la Villa de Santa María de los Lagos y en la plaza de ella se puso una horca y los dichos solares se empezaron a edificar y ciertas caballerías de tierras y güertas”.

Puntual como es él, nos especifica Alfredo Moreno que la fundación se dio en día miércoles y que ese día lloviznó por la tarde. Son 73 familias fundadoras las que dieron trazo reticular a ese pueblo de españoles que aún se contempla desde El Calvario.

Los del acta fundacional son datos duros; su mágica belleza es otra cosa, la que habrá escuchado desde niño Carlos Terrés por parte de su padre don Alfredo, quien, originario de la Ciudad de México, se quedó ya en Lagos… enamoramiento similar tuvo mi padre, luego ya injertado en laguense.

Y es que la mujer ha sido silencioso apoyo para el impulso de Lagos, cito tres casos:

Viví en carne propia el de mi padre, casado con laguense, enamorado del lugar, trayéndose lo que pudo desde la Ciudad de México de donde fue alto funcionario en el sexenio alemanista: un arbotante que en arrebatada decisión sustrajo para venir depositar a Lagos, mismo que fue hecho molde y multiplicado magistralmente por Salvador de Alba para el embellecimiento de la ciudad a partir de la Calzada Pedro Moreno para nuestras fiestas del Cuarto Centenario; la luces de la Parroquia, la estatua de don Pedro Moreno que le sacó a Miguel Alemán y principalmente, la campaña de aplicación de vacunas durante la epidemia de tifoidea del 49 cuando se pudieron salvar tantas vidas, hecho por el cual, la cual la familia Serrano le regaló 28 hectáreas de terreno en donde sembró olivos, rancho al que, previsor, inicialmente llamó en forma picaresca El Chilar, por si, dada su nula experiencia como agricultor, en lugar de aceitunas cosechaba sólo chile. Aclaro que sí alcanzó a cosechar muchas toneladas de aceituna.

Para las fiestas del Cuarto Centenario de la Fundación de Lagos fueron muchos los apoyos de la federación para el lugar; se pensaba que eran los que daba López Mateos para su viejo compañero de luchas juveniles durante el vasconcelismo, mi tío Salvador Azuela, presidente del comité de festejos. Pero había algo más de fondo, de humano y romántico; la figura de una mujer laguense: la maestra Angelines Gutiérrez Sadurni, quien con su presencia cautivó a don Adolfo, detenido en alguna ocasión por un contingente de maestros y padres de familia en solicitud de ayuda para su escuela. Don Adolfo fue seducido entonces por ojos y figura de aquella laguense con quien al tiempo se casó -dato poco conocido-, y quien diera dos hijos a don Adolfo, y para Lagos, todo lo que se pidió en beneficio de esta ciudad; queda pendiente un reconocimiento formal para aquella Maestra.

Algo similar sucedió con otro joven enamorado de una gran mujer de sangre laguense; es el joven Carlos Salinas quien viajaba a Lagos, en especial durante las Fiestas de Agosto, para establecer inteligente valladar alrededor de su novia, Cecilia. Es evidente el impulso que se dio a Lagos durante ese sexenio en el que incluso, inteligente y vanidoso, trajo a Lagos a los mismos reyes de España, en gesto que no tuvo para Agualeguas, por cierto.

Retornando al punto inicial, la Villa de Santa María de los Lagos nació por necesidades defensivas, luego de que se diera el descubrimiento de las vetas de minerales en Zacatecas; Camino Real y sitios de descanso y reguardo se fundaron al paso de las recuas que cargaban el preciado mineral que habrá de tintinear por el mundo durante más de cuatro siglos.

Es así que, como lo dice el acta ya comentada, el andaluz Hernando de Martel alzaba la voz para protocolizar fundación y trazo.

Si el acta fundacional hubiera sido escrita por un poeta, establecería que el patrimonio inicial de Lagos sería esa peineta de carey que forma el crestón de la sierra de Comanja; el perfil ascendente, entalladito y firme de nuestra Mesa Redonda; un mantón sevillano formado por valles y mesetas cuajado de ópalos de agua cristalina; la mirada oscura de su cielo nocturno que aquí sigue, desparramando estrellas.

Contemplaban el acto fundacional las 73 familias de colonos que visualizan su futuro; ojos gitanos le profetizan prosperidad; al paso del tiempo, con trabajo y amor; ya serán otras generaciones las que le vestirán de cantera, mansedumbre capuchina y un porte parroquial, que será causante de las perversas consejas alcaldescas: pura envidia.

Aparte de los personajes referidos, merodean a lo lejos algunos miembros de las tribus de Xiconaqui y Custique, brazos armados de Tenamaztle, quienes serán los fieros defensores de su honra y bienes, cuyos nombres y liderazgo se entrometen de manera insolente a la vista de aquellos que quisieran ver en Lagos un acta fundacional con certificado de limpieza de sangre. Esta dualidad permanecerá ligada al escudo de armas que nos otorga Felipe II, una causa más en torno a nuestras consejas.

Cito y adecúo para estos nuevos tiempos, parte de las palabras que pronuncié hace cuatro años, al recibir el Premio Mi Ciudad; algo de agua ha corrido ya bajo el puente…

Se constituyó la Villa de Santa María de los Lagos en dualidad; símbolo de amaneceres y de ocasos; lugar de estío e inundaciones; cuna de humanistas y locos iluminados; de almas pías y pillos irredentos.

Mercado que ve pasar por igual a rancheritas que a copetudas. Plaza por la que ha cruzado nuestra historia patria: insurgentes y realistas; mochos y liberales; tropas francesas y republicanas; villistas y carranclanes; cristeros y federales; hacendados y agraristas; predemócratas y antimotines, más lo que se acumule la mañana de mañana, diría el politólogo.

A la caída del Fuerte del Sombrero y de la muerte espada en mano del paladín laguense, don Pedro Moreno, la Villa de Santa María de los Lagos pierde nombre de pila para ganar apellido, dejando de ser Villa y Santa para entregarse enamorada y decidida al héroe, siendo desde entonces y ya por siempre: Lagos de Moreno.

Generaciones de criaturas han iniciado su andar cruzando el arco del hospital de San Felipe en misteriosa jornada de vida que en lo general, tendrá por meta nuestro panteón, lugar que con ironía lleva el nombre de La Soledad.

Pero entre ropón y mortaja, vemos correr en El Jardín a niños escandalosos que ondean futuro, trepando al quiosco como si fueran de goma, quienes al paso del tiempo se convertirán en los ancianos de bordón doblados de espalda por el paso del tiempo al que cargan sobre su espalda; desdentados, a manera de certificado de consumo de nuestras pesadas aguas.

Somos hoy la cuenca en que el pueblo comulga temprano con el cáliz de un espumoso tarro lechero al que sumerge un pan, sólo que el de aquí sí lleva levadura… y huevo también; agradecidos con el Creador por el milagro de reproducir en nosotros su obra en esta tierra.

Es la dualidad que almuerza con salsa unos taquitos de lechón, sofocados con agua de lima, ciclo sacramental que se cierra con la bendición de un pedazo de jamoncillo de leche.

Espacio de amplios silencios segmentado por el campanero a quien solamente puede llegar a desacompasar el lejano silbato del maquinista que atraviesa la región cada que se le da la gana.

Si alguien llegase a grabar en la penca de un trozo de su vida el nombre de Lagos, las pencas nuevas vendrán grabadas con ese nombre. Conocido por fuereños y extranjeros, nutrido de europeos, en especial de esos suizos que aquí hicieron escuela y queso; hoy llegan y se nos quedan ya asiáticos también, para enriquecimiento y satisfacción mutua.

A 458 años de su fundación, vemos que Lagos no es lugar de muros, sino de puentes; varios tenemos, uno bastante famoso; otros menos escandalosos: los puentes que a fuerza de cariño brincaron cercas, trazaron vereda, desoxidaron rejas y enfrentaron familias a causa de entercadas parejas.

Lagos de Moreno sigue adelante a pesar de los pesares; tenemos antecedentes, hay estirpe, la que ha participado con la idea, la espada, la pluma, el pincel, el cincel o el lente, permitiéndonos llegar a estos tiempos en los que en armonía y tolerancia vemos la mezcla de colores tanto de piel como de emblemas partidistas; tiempo que nos da el espejo en que nos contemplamos, picados en la cresta que nos ha distinguido para llegar a sobresalir en el contexto de los diferentes tiempos de la hazaña de México; porque hay Lagos para rato…

Óscar González Azuela, marzo 31 2021

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