POR EDUARDO JUAREZ, CRONISTA OFICIAL DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).
Hace un par de semanas me enviaba mi buen amigo, Jaime Portero, fotografías de una agresión vandálica cometida en una de las posiciones de ametralladoras del Corredor de la Batalla de La Granja. Consternado, Jaime me aseguraba que iría periódicamente para comprobar si las agresiones continuaban. Unos pocos días antes, con la misma consternación, comprobaba un servido cómo otro ignaro había ensuciado con su aerosol la fachada de la Casa del Sumiller de Corps, en la Calle de los Infantes, frente al Parador de Turismo. En la misma sintonía, comprobé en el transcurso de una de mis ponencias del Curso de Jardines y Parques Históricos de la UNED cómo la fachada noroeste de la Real Fábrica de Cristales luce, a modo de vergonzantes cicatrices, no menos de diez agresiones, rompiendo con la impresionante vista que Villanueva y Gamoes quisieron dejar para aquellos viajeros que recorrían la carretera de Francia.
El caso es que éstos no son casos aislados. Instalados en la perpetua burricie fruto de un sistema educativo obsoleto que hace creer a estos jóvenes que la agresión al patrimonio es una de las facetas de su libertad de expresión, nuestros monumentos corren un serio peligro cada vez que el sol decide marchar a otra parte. Aprovechando la impunidad que da el descanso general, la oscuridad y, por qué no decirlo, la falta de inversión en la vigilancia, protección y preservación de nuestro patrimonio histórico, artístico y natural, armados con sus malditos aerosoles, campan a sus anchas ensuciando y profanando cualquier lugar que estimen digno de su inmundicia. En la mayoría de los casos, no son más que burdas y lamentables sentencias en oposición al crimen que cometen al imponerlas. “El fascismo se cura leyendo”, reza una en la Real Fábrica de Cristales. Sin duda, es lo que necesitaría el mendrugo que lo hizo, ya que la falta de respeto al legado histórico, la falta de empatía con la protección del patrimonio para el disfrute de las generaciones venideras y el sentido común, en general, sí se curan, verdaderamente, leyendo. Estos amantes del refranero actual y contemporáneo, diseñado en ciento cuarenta caracteres, se creen dueños de la expresión libertaria, de la lucha contra la opresión, contra la falta de espontaneidad, contra la dictadura de… Contra la dictadura de su propia ignorancia. Los pasquines, gritos en las paredes y llamadas a la rebelión anónimas son apropiadas en sociedades sin libertad, sin democracia, sin posibilidad de exponer ideas. Son, como decía, fruto de otros lugares, no de éste. Este país tiene muchos problemas, pero no creo que uno de ellos sea la libertad de expresión, a pesar de determinadas lamentables y patéticas actuaciones de los gobiernos del presente…
Fuente: http://www.eladelantado.com/