POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
En aquella situación del Arévalo del s. XVI que hemos visto en el capítulo anterior, el hombre fuerte y de confianza de la corona en esta antigua villa era Juan Velázquez de Cuéllar, Contador Mayor desde 1495. De él dirá el cronista Sandoval: «…muy privado del príncipe don Juan y de la reina doña Isabel, tanto que quedó por testamentario de ellos. Fue hombre cuerdo, virtuoso, de generosa condición, muy cristiano, tenía buena presencia, y de conciencia temerosa. Tenía Juan Velázquez las fortalezas de Arévalo y Madrigal con toda su tierra en gobierno y encomienda; y era tan señor de todo, como si lo fuera en propiedad. Trataba a los naturales muy bien, procurábales su cómodo con gran cuidado y que no les echasen huéspedes ni empréstitos, ni gente de guerra, ni otras imposiciones con que suelen ser molestados los pueblos. Daba acostamientos a muchos, de suerte que en toda Castilla la Vieja no había lugares más bien tratados…». Nada mejor se podía decir de la personalidad y honradez de un hombre íntegro, como demostraría a lo largo de su vida.
Los Velázquez de Cuéllar en Arévalo
Todo comienza cuando Gutierre Velázquez de Cuéllar, un hidalgo del siglo XV, el poderoso Señor de Cuéllar y tan cercano al rey, era su villa de origen como manifiesta su apellido, que ya había mostrado sus dotes en la administración en la casa de Juan de Aragón, pasó a servir en la corte del rey Juan II de Castilla, donde ejerció como miembro del Consejo Real, cargo que continuó con Enrique IV. Pero sería expulsado de la corte enriqueña por sus discrepancias con Beltrán de la Cueva. Unas discrepancias ocasionadas por su acercamiento a la política de la reina viuda Isabel de Portugal, defendiendo los derechos que la infanta Isabel tenía sobre la villa de Cuéllar, su señorío, de acuerdo con el testamento del rey. Unos hechos que coincidirían con la revuelta anti señorial de Cuéllar del año 1464. Por esta causa fue enviado a la villa de Arévalo, apartado de la primera línea de las intrigas cortesanas, confinado y relegado. Aquí vino a hacerse cargo de la reina viuda Isabel de Portugal, como Gobernador y Mayordomo Mayor de su casa, las «Casas Reales» que los Trastámara tenían en la villa de Arévalo. Allegado y cuidador de la casa y corte de Isabel la reina viuda, y preceptor de sus hijos Isabel y Alfonso.
Al poco de llegar a esta villa se casó con Catalina Franca de Castro, una dama portuguesa que llegó a Castilla en el séquito de la reina Isabel de Portugal. Gutierre muere en 1494, poco antes que la madre de la Reina (1496), y todos sus cargos y prerrogativas los heredó su hijo Juan, que con los Reyes Católicos serán acrecentados.
Según dijo el licenciado en su testamento, residía en el propio palacio de la reina Isabel de Portugal que, en sus 42 años de viudedad, repartió sus estancias entre los palacios de Arévalo y de Madrigal. Sin embargo, su otro señorío, la ciudad de Soria, no fue lugar de su preferencia, porque, siendo Gutierre titular de su corregimiento, no lo desempeñó personalmente −cosa frecuente entonces−, nombrando alcalde de Soria al bachiller Alfonso de la Fuente.
Era por tanto Juan Velázquez de Cuéllar un hidalgo arevalense siempre cercano a las Casas Reales de la Villa de Arévalo, que nació en el propio palacio hacia 1465, y descendiente del repoblador abulense Pedro González Dávila. Fiel heredero de su padre, Juan Velázquez de Cuéllar continuó al servicio de la casa real. No consta que pasara por la Universidad de Salamanca, pero por las ocupaciones que ejerció y por la inclinación de los nobles en aquellos momentos, es verosímil que lo hiciera.
Los Reyes Católicos le mantienen como responsable de las casas reales de Arévalo y de Madrigal, de quienes recibió la mayor de las confianzas y privilegios en premio a la fidelidad de sus servicios, con lo que consiguió también una gran fortuna. En 1494 la reina Isabel le nombra «…Gobernador y Justicia Mayor de la Villa de Arévalo… y por cuidar el palacio real arevalense, que será su residencia. Cobraba anualmente 24.000 maravedíes», dicen diversos historiadores.
Llegó a la nobleza por su matrimonio con María de Velasco, perteneciente a la más alta nobleza castellana, los Velasco. María era sobrina del Condestable de Castilla y también era familia de los López de Loyola, porque estaba emparentada con la madre de Íñigo, Marina Sáenz de Licona. De María de Velasco dirá Sandoval que «fue muy hermosa, generosa y virtuosa, y muy querida de la reina Isabel». Fue un matrimonio con numerosa descendencia.
Un hombre de confianza de la reina Isabel
Juan Velázquez, primero de niño como paje de Isabel la Católica, y posteriormente como caballero de su casa, después de varios servicios a la corona fue nombrado maestresala y contador del príncipe don Juan, ayo y miembro de su Consejo en 1497. Con la llorada muerte prematura del príncipe Juan, la reina le encargó encarecidamente, como testamentario, que realizara un sepulcro precioso, el que hoy podemos ver en el monasterio de Santo Tomás de Ávila, obra de Doménico Fancelli, esculpido en mármol de Carrara, en Génova en 1511-1512. Juan Velázquez de Cuéllar fue asimismo encargado del traslado de los restos del príncipe de Salamanca a Ávila. Según Ruiz Ayúcar, Juan Velázquez hizo grabar a los pies de la tumba una inscripción en latín que dice: «Esta obra fue emprendida y terminada por Juan Velázquez, tesorero y familiar amantísimo del Príncipe». Después, desempeñó los mismos cargos con el príncipe Miguel de la Paz.
Tras la muerte de la reina, la sucesora, Juana I, le confirmó en sus cargos y siguió en la misma confianza durante la regencia de Fernando el Católico, en la crianza del infante Fernando y después también con Germana de Foix, su segunda mujer. Todo ese protagonismo y cercanía a la corte, le convirtieron en una de las personalidades más influyentes de Castilla.
Los primeros halagos de María de Velasco hacia Germana, considerados por algunos como excesivos, pronto se tornaron en hostilidades manifiestas. No debió ser fácil olvidar los afectos hacia Isabel y cambiarlos hacia Germana, una extranjera de costumbres tan distintas, ya que el lujo y ostentación de la francesa se oponían frontalmente a la sobriedad isabelina del tiempo anterior. Juan Velázquez fue también una de las personas que después asistirá a Fernando el Católico en el lecho de muerte en Madrigalejo.
Aunque los Velázquez de Cuéllar tenían casas propias en la villa, al lado de las casas reales, junto a la Puerta del Sol o de San Juan de la muralla y a la parroquia de San Juan Bautista, en la esquina suroeste del recinto amurallado, con vistas al río Arevalillo y al puente de los Arcos o puente de los Barros. Además, también tenía casa principal en Valladolid.
Pero, no olvidemos a otro personaje importante en nuestro relato, una persona más anónima y casi desconocida que estaba en esa casa, y que fue de gran influencia en la formación cristiana del joven Íñigo. Se trata de María de Guevara, madre de María de Velasco, por tanto, suegra de Juan Velázquez, que era tía abuela de Iñigo.
Como tal parentesco la trataba con cariño y respeto. Fue una mujer muy cristiana y piadosa, que perteneció a la Tercera Orden Franciscana, que consumió los últimos años de su vida en hacer caridad y cuidar enfermos desprotegidos en el Hospital de Santa Catalina, situado en el arrabal de El Salvador, la antigua parroquia que está más al sur extramuros de la villa. Finalizó sus días en el convento de La Encarnación, de Clarisas, que la propia familia Velázquez-Velasco había fundado a finales del siglo XV en el «campo santo arevalense», ese barrio del arrabal sur junto a la feligresía de El Salvador, llamado así por la concentración de conventos que nacieron durante la Edad Media. El mismo Iñigo la acompañó en algunas ocasiones en esas funciones caritativas, con gran admiración hacia ella. Quizás entonces prendiera en nuestro joven esa afición a los hospitales. De esos momentos de convivencia afectiva con su tía abuela es la famosa anécdota tenida como una verdadera premonición, cuando la anciana le dijo: «…hasta que no te quiebres una pierna, no asesarás…».
Las Casas Reales de Arévalo
Por su condición de responsable de las Casas Reales y como Mayordomo Mayor de la reina viuda, por lo que cobraba 25.000 maravedís anuales, prácticamente vivía en el palacio. De hecho, fue también el responsable de diversos arreglos que se realizaron en este palacio y en el de Madrigal, cuando se acomodaron pensando en recibir como morada a los nuevos reyes Juana y Felipe. Unas obras bastante documentadas por Cooper, junto a las del castillo arevalense, como veremos después, en un plan de modernización aprobado antes de la muerte de Isabel.
En 1504, el maestro Pedro de Mampaso –al que después Iñigo se encontraría de nuevo en el castillo de Pamplona, reformando sus defensas maltrechas en las últimas guerras−, reparó el palacio al mismo tiempo que se realizaban los trabajos en el castillo.
Durante unos años se realizarán obras en el castillo y al mismo tiempo en las casas reales, una primera fase entre 1504-1506, de ambas obras se registran partidas económicas para las obras. En una segunda fase, en 1511, encontramos varias partidas económicas más al efecto, y entre ellas, se gastaron 300.000 maravedíes en reparar la fábrica del palacio. En las cuentas de 1513 figuran 25.368 mrs. Más para las obras del palacio de Arévalo. De nuevo la campaña de 1514 se hace referencia a la rehabilitación del Palacio Real, cuyas obras dirige en ese momento Pedro de Arévalo. Y en las partidas de 1515 figuran también obras en los aposentos reales de Arévalo y Madrigal. Todas estas obras fueron supervisadas por Juan Velázquez.
Testamentario de la Reina Isabel
Varios historiadores coinciden en decir que, a la llegada de Íñigo, el palacio estaba ricamente decorado. Recordemos que la reina Isabel nombró testamentario a su fiel Juan Velázquez, hombre de su entera confianza, testamento en el que le menciona junto a otros: «Otrosi, suplico muy afectuosamente al rey mi señor e mando a la dicha princesa, mi hija, e al dicho príncipe, su marido, que ayan por muy encomendados… e Juan Velázquez, los quales nos sirvieron mucho e muy lealmente».
Algo más adelante del mismo dice: «Item, mando que para cumplir e pagar las debdas e cargas e otras cosas en este mi testamento contenidas, se pongan en poder del dicho Juan Velázquez, mi testamentario, todas mis ropas e joyas e cosas de oro e plata e otras cosas de mi cámara e persona…» y tenemos constancia de cómo las casas reales se enriquecieron con muchos efectos suntuosos procedentes de la almoneda testamentaria de Isabel, que Juan Velázquez realizó en Arévalo, según la costumbre de aquella época.
El rey Fernando quiso recuperar muchos de aquellos efectos personales de la almoneda para el patrimonio de la casa real. Miembros de la casa de los Velázquez compran objetos de todas clases, unos para ellos mismos, pero otros por encargo de Fernando. A dicha subasta acudieron muchos compradores, títulos de nobleza, dignidades eclesiásticas, mercaderes, orfebres y joyeros, algún banquero italiano y otros personajes de menor relieve. Debió de ser todo un espectáculo concurrido, animado y lleno de expectación.
El propio rey Fernando, finalizada la almoneda, dio a Juan Velázquez «…como regalo, cien ducados de oro «de que yo hago merced… no por vía de contemplación» sino por agradecimiento a sus muchos servicios…», como recoge García Villoslada, dato que parece ratificar el expreso deseo de Fernando de recuperar patrimonio de la Reina para la Casa Real, especialmente ciertos recuerdos personales, y reinsertarlos en el palacio. Entre ellos estaban las 18 tablas pintadas con retratos familiares y otros de tema religioso, y la importante biblioteca donde estaba el famoso misal de 219 perlas engarzadas.
Algunos autores quisieron ver en esto el enriquecimiento y gusto por el lujo de la familia, pero la evidencia del encargo del rey queda probada, porque de algunos de aquellos objetos personales se evitó su dispersión, y son hoy parte del rico legado de Isabel en la Capilla Real de Granada.
El contador y la reina eran contemporáneos −Juan era 14 años menor que Isabel−, y no en vano habían sido cercanos en el palacio de Arévalo.
Los inquilinos del palacio
También era el encargado de las «Escuelas de Palacio» que funcionaron para la educación de los diferentes infantes que estudiaban en el palacio y junto a ellos, como también era habitual en aquel tiempo, un séquito de pajes e hijos de los nobles de la villa, junto a otros que compartían el privilegio de estudiar allí con los infantes. Además de los hijos de Juan Velázquez, con su primogénito Gutierre al frente, encontramos a su primo Ortún Velázquez, que en 1531 veremos como alcaide del castillo; al joven Gonzalo Fernández de Oviedo, que será después el gran cronista de América, que sirvió de niño como paje en la corte de Isabel; el joven guipuzcoano y pariente Íñigo; y algunos jóvenes de la nobleza arevalense, entre los que destaca especialmente Alonso de Montalvo, el gran amigo de Íñigo en Arévalo.
Juan Velázquez, Íñigo López de Loyola y Alonso de Montalvo, las tres figuras esenciales de este relato. Este era el ambiente familiar, palaciego, social y cortesano que Íñigo encontró a su llegada a la villa de Arévalo.
Unas circunstancias familiares propiciaron esta situación. Marina, la madre de Íñigo, había muerto cuando él era muy pequeño. Era el menor de trece hermanos. Por eso se le buscaría otro mejor acomodo, ya que el mayorazgo de los López de Loyola, título y hacienda recaía en el hermano Martín, el mayor de ellos tras la muerte del primogénito, Juan, en las campañas de Nápoles en 1498.
Así fue cómo Beltrán de Loyola accedió al ruego de su pariente Juan Velázquez de Cuéllar que le pidió un hijo «…para crialle en su casa como propio y ponelle después en la casa real…», como dicen Fernández y García en su libro Ignacio de Loyola en Castilla, «…bien en la línea contable para la que la casa del Contador Mayor era la más idónea escuela al ocuparse de ayudar haciendo de su puño y letra asientos en los grandes libros de Contaduría que se conservan en el Archivo de Simancas; o bien como Secretario Real, como otros tantos vascos…».
O como dice Tellechea, «…Nada menos que el Contador Mayor de Castilla abría las puertas de su casa para acoger a Iñigo como a un hijo…», podemos considerar que Íñigo encontró en Juan Velázquez un segundo padre y en Arévalo una segunda casa.
Estos nuevos momentos los iremos viendo en sucesivos capítulos.
FUENTE: ARTÍCULO PUBLICADO EN DIARIO DE AVILA día 13 de Junio