POR JUAN ANTONIO ALONSO RESALT, CRONISTA OFICIA DE LA VILLA DE LEGANÉS (MADRID)
A lo largo de los siglos han sido múltiples las epidemias, pestes antoninas, pandemias o enfermedades que han castigado a la humanidad, principalmente la peste bubónica que asoló toda Europa en el siglo XIV o el cólera y la viruela que nos afectó en los siglos XVIII y XIX. Y por supuesto, la más cercana en el tiempo, la mal llamada “gripe española” de 1918 que asoló en tan solo dos años a medio mundo y afectó gravemente a América, Europa y evidentemente a la España rural de hace ahora 102 años.
Era la España de nuestros tatarabuelos y bisabuelos, era una España distinta a la de hoy. La del 18 que sufrió esa inesperada pandemia afectando gravemente a la salud de miles de españoles, y dando muerte a otros millones en todo el mundo. Era una España difícil, más rural que urbana o industrializada, sin recursos sanitarios al alcance de todos; donde un joven Rey Alfonso XIII con tan solo 32 años pasó su cumpleaños enfermo en la cama con “preocupantes” toses y estornudos que estuvieron a punto de cambiar la historia de nuestro país y la monarquía de los Borbones.
Esa gripe llegó a Europa desde EE.UU aumentando su poder en plena Guerra Mundial, una pandemia que se extendió entre los soldados en plena contienda y que también trajo medidas de confinamiento y distancia social entre la población civil.
Los Gobernadores civiles de cada provincia española y alcaldes, alertaban a los ciudadanos sobre la mortalidad, y recomendaban más higiene personal “más aire libre, agua y luz”.
Los carteles urbanos de la época con instrucciones que se pegaban en las paredes por el alcalde de Madrid, Luis Juaristi, o el de Leganés Julián del Yerro dirigidos a la población “en grave riesgo de salud” aconsejaban para esquivar la enfermedad “evitar los locales cerrados, mal ventilados, y no acudir a reuniones en las tabernas, las tahonas y los cafés”. Otras de las consideraciones para evitar la pandemia eran “tener una esmerada limpieza en las casas y mantener una distancia” entre personas. Aquellas autoridades en sus bandos, al revés que en esta pandemia del Covid-19, no hablaban del uso “aconsejable” de las mascarillas, guantes o tapabocas.
Nadie hubiera creído, a principios de este año 2020, lo que le podemos contar ahora de la situación sanitaria y económica que estamos sufriendo un tercio de la Humanidad por culpa de este Covid19 y las consecuencias sanitarias y de mortalidad que sufrimos. Y nadie imaginaba lo que parece vamos a sufrir económicamente por el confinamiento de estos meses, la paralización del país, y los planes de desescalada y fases de reincorporación a la actividad normal.
Aquella pandemia del 18 se asemeja mucho a ésta del Covid19 por las medidas sanitarias que se aconsejaban, como evitar las concentraciones de gente, toma de medidas rigurosas de higiene personal, quedarse en casa y cumplir los consejos médicos.
Madrid la capital, era “un gran poblachón mal construido”, donde había más muertes que nacimientos como escribía años más tarde Manuel Azaña. En un siglo Madrid se vio sacudida por cuatro epidemias de cólera, tres de viruela, una muy grave de sarampión y un buen número de “trancazos”, gripes y difterias.
Antes de aconsejar medidas de desescalada, la prensa y los informes oficiales de 1918 hablaban de una “ciudad triste, atemorizada, que no ríe, sin aire, sin apenas agua y sin luz”. Y quien explica esto eran dos doctores, uno de Madrid y otro de Leganés.
En Madrid el médico higienista César Chicote dirige el laboratorio municipal con el alcalde Luis de Marichalar y decide desinfectar tras el paso de la pandemia miles de viejas y desastrosas viviendas abarrotadas de familias, callejones infectados, corralas oscuras, con terribles pozos negros, muladares y zonas atascadas de estiércol por el uso de animales de carga.
Otro médico titular en Leganés (Madrid) Luis Abehile Rodríguez Fito, suscribe un informe “Topografía Médica” de 75 páginas, escritas a máquina que presenta al Concurso Nacional García Roel de la Real Academia de Medicina de Madrid de 1923, que dice: “Dado el constante trasiego de ganados y productos agrícolas con Madrid, las pandemias se viven aquí casi como la capital”. Aunque añade que: “esas mismas enfermedades son, generalmente, más benignas en Leganés, a pesar de las acciones devastadoras y funestas que se dan en la capital. Aquí –añade Don Luis- se refieren sumamente atenuadas y con escaso número de defunciones producidas, siempre entre enfermos crónicos y ancianos”.
Luis Abehile afirmaba que era muy difícil poner en marcha medidas de saneamiento y desinfección porque las casas particulares “son vulgares, de pobre aspecto y mala construcción. La inmensa mayoría de los vecinos tienen escasos o nulos recursos, aunque muchos viven en casas de labor, antiguos palacios de pasadas grandezas”.
Es la forma de entender esta pandemia de dos médicos que tuvieron que luchar a brazo partido por mantener con vida a sus convecinos.
Nunca supe que una cancioncilla que cantaba mi abuela Beatriz Ballesta en la cocina tuviera tanta importancia. Para comprender un poco mejor la llegada de este virus neumónico a la España de hace más de 102 años, habría que escuchar de nuevo, esa canción, la más popular de ese año “El Soldado de Nápoles” que fue parte estelar de una zarzuela en un acto de “la Canción del Olvido” de los maestros Federico Romero y Guillermo Fernández Shaw. Se estreno en Madrid coincidió con la llegada de la gripe, la mayor pandemia vivida por los españoles en el pasado siglo XX.
Esta gripe fue en una primera oleada, algo benigna y los medios de comunicación, periódicos y radios, los intelectuales, los escritores y periodistas, incluso los músicos la tomaron medio en broma con chistes, caricaturas en los periódicos y canciones apodándola como “el soldado de Nápoles” refiriéndose a los miles de soldados americanos que llegaron a Europa y que participaban enfermos en las batallas de la Primera Guerra Mundial. En esos años aun no existían los memes, ni internet.
Llegado el verano todo cambió, la fiebre denominada en los periódicos de “los tres días” en Madrid ya se apuntaba más de 80.000 afectados y en la portada del periódico “El Sol” se podría leer “El Rey, está enfermo”.
Hace 102 años no tenían conocimientos científicos sobre la pandemia, no había antibióticos, ni antivirales, ni vacunas, ni UCIS, o respiradores. Había apenas un médico o dos para cada población y todo el trabajo intenso y decisivo “hecho a ciegas” se dejó en manos de médicos de familia muy preparados como Luis Abehile y César Chicote.
La epidemia de “El soldado de Nápoles” se extendió hasta 1919 aniquilando al seis por ciento de la población mundial, casi 50 millones de personas; y como había llegado, desapareció inesperadamente.
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Fuente: Revista CARTA LOCAL, mes de mayo, número 335, páginas 50 y 51,