POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA HOYA DE HUESCA
Contra toda norma establecida para la inclusión de los comunicados emitidos por las diferentes Direcciones Generales en la prensa diaria española, los cuales debían de insertarse siempre en la primera plana, precisamente, cuando se iniciaba el mes de septiembre de 1957 y después de haberse publicado diferentes noticias y datos de la epidemia de gripe que se estaba extendiendo por todo el mundo, se hacía pública una “Nota de la Dirección General de Sanidad en relación con la llamada Gripe asiática” que se encontraba entre las columnas de la última página de los diarios y que aparecía con la siguiente entrada: “Ante las informaciones que vienen apareciendo en la Prensa, en estos últimos tiempos, sobre la llamada gripe asiática, en las que con frecuencia, se recogen aspectos sensacionalistas que no corresponde, por fortuna, a la realidad, esta Dirección considera oportuno comunicar lo siguiente: “En el momento actual la situación sanitaria del país, a dicho respecto es satisfactoria”. Aclarando que tras las medidas adoptadas para evitar la posible difusión de la epidemia, con motivo de la llegada a puertos españoles de pasajeros afectados de dicha gripe, el resultado había sido eficaz hasta la fecha.
Indudablemente, esto no coincidía con esos pequeños recuadros que día a día venían dando noticias de Italia, Portugal o de Argentina, con cientos de miles de enfermos que caen en cama todos los días, aunque finalmente el día siete de septiembre llegaba la buena noticia: “Los españoles ya pueden vacunarse contra la gripe” y esta buena nueva se ampliaba diciendo: “El virus “A-Singapoore 1-1957” ha sido ya encerrado en pequeñas ampollas de vidrio”. La vacuna antigripal para esta epidemia, se anunciaba que se encontraba distribuyéndose gracias a la intensa batalla sostenida por el personal de la Escuela Nacional de Sanidad, que durante todo el verano no había descansado un solo día con objeto de poner a punto esta inmunización para la población española.
Todo el personal de la Escuela Nacional de Sanidad con su director, señor Clavero del Campo, acababan de vacunarse y en los próximos días lo harían las Jefaturas Provinciales de Sanidad de toda España, pues el personal sanitario constituía la primera fuerza de choque ante la posible aparición de la epidemia y era preciso que se encontraran en condiciones de acometer sin peligro la asistencia. Porque…la epidemia, ya estaba en España.
En un periodo de cinco meses, lo que constituyó un caso insólito de propagación, el llamado “asiático morbo” se extendió por todo el hemisferio sur, transformándose en poco tiempo en lo que en términos médicos se llama pandemia. Que había sido declarada en China a finales de enero, propagándose en abril sobre Formosa, provocando dos millones de enfermos, y en el mes de mayo sobre Filipinas, donde afectó a un millón setecientas mil personas; los marines norteamericanos la transportaban a Japón, produciendo allí dos millones quinientos mil casos más. Luego vendría la India y el Pakistán, pasando al Oriente Medio, donde llevaron sus gérmenes los peregrinos musulmanes que iban a la Meca. Más tarde, llegaba a Moscú, hallando un amplio medio de difusión en la masa de asistentes al Festival Soviético de la Juventud. Poco tiempo después de este largo recorrido, la “gripe asiática” empezaba a manifestarse en los Estados Unidos durante el mes de junio, pasando a Méjico y Panamá, luego Brasil, Argentina y Chile en junio, Inglaterra era invadida en julio por este virus, e Italia y España donde aparecía en el mes de agosto. En poco más de seis meses, la “Gripe asiática” recorría las tres cuartas partes del mundo, batiendo además, todos los records de afectados.
En cierto modo, la “Gripe asiática” estaba considerada como una enfermedad romántica y ya en 1610 los médicos del Renacimiento fijaban unas claras diferencias entre un “constipado” vulgar y corriente, con los “accesos febriles” que además estaban ya acompañados de dolores, algo que de vez en cuando acometía a la población de Europa. Claro está, que en aquellos tiempos se atribuía esa fiebre a las corrientes de aire frío provenientes de Liberia, a la que se consideraba como una región maldita como si estuviera rebosante de maleficios. Cierto es que en el recorrer de los años se dejó de comentar acerca de tal enfermedad y en 1889 ya se advirtió una disminución progresiva de su virulencia, incluso se diría que una cierta tendencia a desaparecer, si bien todo esto se quedaría en vanas esperanzas, ya que esta terrible gripe asoló al mundo causando la muerte de veinte millones de personas en el espacio de dos años. Lógicamente se llegó a decir que era más cruel que una guerra.
Será en el año de 1933 cuando se produjo el descubrimiento por el médico británico Andrewes de un extraño agente patógeno, que sería denominado como virus “A”, siendo precisamente este doctor junto con un equipo de investigadores, quien logró establecer que la citada gripe “A” se manifestaba en forma benigna cada dos años. Se había iniciado un largo proceso que se completaría con el descubrimiento en 1940 del virus “B” y algo más tarde se conseguiría aislar el “C”, así como una variante de ambos el “A’”, grupos estos contra los que tuvo un efectivo éxito una vacuna polivalente.
Se logró determinar el ciclo de la enfermedad y se halló su correspondiente preventivo, prácticamente todos creyeron que el mundo se había desembarazado de la más agobiante y molesta de las dolencias, pero esta suposición se tendría que abandonar en marzo de 1957 cuando el profesor Hale, de la Universidad de Malasia, en Singapur, examinaba por primera vez la secreción faríngena de una de las 500.000 personas que en Hong-Kong habían sido atacadas por la nueva enfermedad, siendo cuando al mirar a través del microscopio este investigador descubrió que el virus descubierto difería del conocido virus “A”. Poco después, partía del aeropuerto de Singapur un botellín camino de Londres, destinado al Centro Mundial de la Gripe, dirigido por el Doctor Andrewes.
Numerosos microbiólogos estudiaron el cambio sufrido por el virus “A”, con motivo de que al igual que en épocas pasadas, cuando aún no se conocía, se volvían a suscitar las más fantásticas interpretaciones. Se recordó como en el siglo XVI los florentinos estaban convencidos que la gripe estaba provocada por “influencia de una conjunción desfavorable de los planetas”, no faltando quienes apoyaron tal teoría y quienes achacaron la responsabilidad de la citada mutación a las radiaciones producidas por las armas nucleares, tesis que era apoyada al coincidir el origen de la enfermedad en el Extremo Oriente. Pero a estas diferentes opiniones vendría a sumarse la emitida por el profesor holandés Mulder, quien no dudó en afirmar que el nuevo virus “podría ser uno antiguo que hubiera reaparecido”; y al examinar la sangre de varios ancianos de sesenta a ochenta años de edad que la habían padecido en 1889, el citado profesor creyó encontrar en ella anticuerpos contra el virus de la “Gripe asiática”.
Tras aquella epidemia de 1918 que asoló al mundo, cuarenta años después, en 1957, la que ha sido denominada como la más vulgar de las enfermedades planteaba a los entendidos un intrigante problema y desde el Centro Mundial de la Gripe en Londres se enviaban a cuarenta y seis países, otras tantas muestras del virus que acababa de ser identificado, porque… durante cuatro o cinco días, numerosos enfermos se veían aquejados por agujetas, náuseas y dolores de cabeza, tosiendo y estremeciéndose a impulsos de una fiebre que oscilaba entre 38,4 y 39,5 grados. En suma, la causa era siempre la misma: la “Gripe asiática”.
FUENTE: CRONISTA