POR JOSÉ MARÍA GOLDEROS VICARIO, CRONISTA OFICIAL DE GRIÑÓN (MADRID).
La Guerra de Sucesión Española fue un conflicto monárquico español que se inició tras la muerte sin descendencia del rey Carlos II de España. En efecto, el trono de España correspondía a Felipe V de Borbón, nieto del rey galo Luis XIV, pero el miedo de numerosas potencias europeas a una unión de dinastías entre Francia y España, concibió que apoyaran al archiduque Carlos de Austria en sus pretensiones al trono español. El conflicto dinástico se convirtió en una atroz guerra internacional que decidiría para siempre los destinos de toda Europa. Este conflicto marcó el punto final para España como potencia hegemónica en Europa, convirtiéndose a partir de entonces en una potencia de segunda fila. Así viene a cumplirse ahora los 321 años de la Guerra de Sucesión que enfrentó al pretendiente Borbón, es decir Felipe V y el austriaco archiduque Carlos por el trono de España. En efecto, a la muerte de Carlos II sin descendencia, se convirtió en una guerra europea sobre el territorio de España. El rey Carlos fallece el 1 de noviembre de 1700.
El ascenso al trono español de Felipe V representaba la hegemonía francesa y la temida unión de España y Francia bajo un mismo monarca. Este peligro llevó a Inglaterra y Holanda a apoyar al candidato austriaco, que, por supuesto, era sustentado por los Habsburgo de Viena. Las diversas potencias europeas se posicionaron ante el conflicto sucesorio español.
En España la escuadra angloholandesa, saqueaba los puertos de Rota y el del Puerto de Santa María, encaminándose después a Vigo, donde acababa de arribar con un rico cargamento una flota española procedente de las Indias, apoderándose de trece navíos y de su preciada carga (septiembre de 1702).
Inglaterra situó frente a las costas de Barcelona unas naves para apoyo de un movimiento a favor de Don Carlos, pero, como no dio resultado, atacaron a su retorno la plaza de Gibraltar, de la que a nombre de la reina Ana de Inglaterra se posesionaron el 4 de agosto de 1704. Las condiciones de la capitulación fue concertada bajo las situaciones”…de que las cosas quedarían bajo el mismo estado que tenían en tiempos de Carlos II, siempre que se haga juramento de fidelidad a la majestad de Carlos III como su legítimo rey y señor” (sic), pero sir John Rooke enarboló desde el primer momento el pabellón inglés en las murallas, el cual, mediante deslealtad permanece aún sobre la roca española. Un casi típico de como la armada inglesa actuaba en todo el mundo. La toma de Gibraltar por sorpresa quedaba reflejada en el Archivo Municipal de Ciudad Real.
Felipe V era reconocido por las potencias europeas como rey de España pero renunciaba a cualquier posible derecho a la corona francesa. Los Países Bajos españoles y los territorios italianos (Nápoles y Cerdeña) pasaron a Austria. El reino de Saboya se anexionó la isla de Sicilia. -Inglaterra obtuvo Gibraltar y Menorca, y también el derecho a comerciar con las Indias españolas y el “asiento de negros”, (permiso para comerciar con esclavos en las Indias).
Durante la guerra, la reina Mª Gabriela de Saboya en calidad de Gobernadora (el rey se hallaba defendiendo Nápoles), se dirigía al concejo de Ciudad Real, rogando con el mayor interés la ayuda de la ciudad: “…estando—decía—la armada de Inglaterra en las costas de Andalucía, habiendo empezado el desembarco en aquellos parajes, de cuyo progreso pueden resultar los mayores inconvenientes más graves… y para bien de estos dominios espero continuéis con el celo que se han experimentado en otras ocasiones… contribuyendo con el mayor socorro… Yo la reina, septiembre de 1702…” La reacción de Ciudad Real no se hace esperar, como lugar de fundación realenga, y siempre al lado de la corona, no escatimó jamás ayudas y sacrificios. (sic). La reina responde en octubre: “Concejo, Justicia, Regidores de la ciudad de Ciudad Real, el Servicio de 24.000 reales que vuestro amor y celo me han hecho en la presente vigencia del desembarco de los ingleses, ha sido de mi Real Gratitud y Estimación, esperando de vuestra lealtad, que en ocasión de tales circunstancias en que se interesa nuestra Sagrada Religión y defensa de estos dominios y mi Real Servicio, no le quedará a vuestra firmeza por ejecutar, por todo ello que conduzca al fin de exterminar estos herejes de la Andalucía, siempre experimentareis mi Real ánimo muy inclinado a favoreceros y haceros merced. Madrid 5 de octubre de 1702. Yo la Reina (sic).
A través de documentos en archivos toledanos, y en un legajo de 39 folios numerados, que por el año de 1917 existía aun en la Biblioteca Provincial de Toledo, sabemos de los atropellos sufridos en las villas de Daimiel, Almagro, Villarta de San Juan, etcétera… llevados a cabo por tropas inglesas, italianas y alemanas, que vinieron en auxilio del archiduque Carlos.
En otro orden de cosas, nos hallamos en Ciudad Real en 1706, donde se encontraban internados 107 prisioneros italianos y alemanes, entre los que se contaban 7 coroneles, 4 tenientes coroneles, 10 capitanes, seis tenientes, 9 alféreces, 3 sargentos mayores 21 sargentos, perteneciendo el resto a soldados de tropa. Todos estos militares consumían 90 panes diarios, con cargo al Ayuntamiento. Un documento con el número 329 (caja núm.10), depositado en el antiguo Archivo Municipal “Elisa Cendrero” de donde copié todo hace unos veinte años. El citado legajo, señala… “ Que D. Jacobo Filz James, duque de Berwick, mariscal de Francia, envía al alcalde de Ciudad Real la recomendación, para dar cuenta de ellos… y los cuide…”, en el dicho documento vemos también relación de gastos de alimentación, originados por los dichos prisioneros de guerra, llamado entonces “pan de munición”. También observamos en la documentación consultada, los numerosos intentos de fuga de los prisioneros. Desde luego, ignoramos en qué lugar fueron internados en Ciudad Real los dichos militares. Pero al margen, hay un hecho curioso sucedido en 1706, el 30 de enero de ese año. en plena Guerra de Sucesión, el rey Felipe V autorizaba a los miembros de la Santa Hermandad Vieja de Ciudad Real, portar armas cortas de fuego, hasta entonces prohibidas, para persecución de fugitivos, gitanos, bandoleros, forajidos y maleantes, etcétera, que actuaban dentro del término de la dicha provincia de Madrid. Desde entonces, un buen número de madrileños desearon pertenecer a la antigua institución ciudarrealeña de la Santa Hermandad.
FUENTE: CRONISTA