CARMEN RUIZ-TILVE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD SE ASOMBRA: «¿PERO ESTE ES OVIEDO, DIOS MÍO? ¿ESTA ES LA CIUDAD FUNDADA POR FRUELA?
En 1895, el escritor y periodista Alfonso Pérez Nieva, nieto de un asturiano nacido en La Frecha (Piloña), con motivo de un viaje en tren, publicó el libro titulado «Un viaje por Asturias, pasando por León», editado en Madrid en la Librería de Victoriano Suárez, y dedicado a Alfredo de la Escosura.
Se trata de un delicioso relato en que a través de huertos, prados, alamedas espesas y muchas frondas, el viajero llega a tiempo de dar los «¡Buenos días a León!» Allí se detiene unas jornadas a contemplar y describir la Pulchra Leonina, San Isidoro, San Marcos, las murallas y sus palacios.
Pasado un tiempo, feliz, y tras disfrutar de una mañana serena y limpia, el visitante prosigue la ruta hacia la Cordillera, en la que el paisaje forma un estrecho valle, limitado por cadenas de montes que coronan grandes manchas de hayas y castaños. Recibe al viajero un desfiladero en el que a duras penas hay sitio para el tren, el río y la carretera. Pasa por Villamanín, Busdongo arriba, hacia el balcón de Pajares, para, vertiginosamente, descender a Puente los Fierros. Le aguarda el verde de Lena, Mieres y el negro río Caudal: un riachuelo pedregoso y murmurante; Ablaña, Las Segadas y Oviedo.
A este capítulo quería llegar, y más en este momento en que el profesor de geología y escritor, Manuel Gutiérrez Claverol y un servidor, estamos concluyendo el libro «Paseando por el Oviedo monumental. Guía para conocer lo mejor de la ciudad».
Estas notas de viaje son un himno a Oviedo y a Asturias. Acaso se trata de la primera guía turística al uso, escrita con frescura y amenidad. De Oviedo, afirma, «posee la facilidad de alojamiento, las comodidades propias de una capital de primer orden». A finales del siglo XIX, por lo que se ve, comenzaba a convertirse en una ciudad moderna y de servicios. Y prosigue: «Tiene una campiña deliciosa pero carece de mar, la moda no la ha incluido en su catálogo de residencias estivales, y provocaría la risa el que uno dijera en Madrid: me voy a veranear a Oviedo; y sin embargo, no hay en toda la parte de la región preferida por los forasteros un solo punto que iguale en frescura a la ciudad de Fruela. Que la gente de tierra adentro sepa que Oviedo es uno de los puntos de verano más deliciosos que existen, aunque ni la fama ni las «Guías» se tomen la molestia de divulgarlo».
No sé la razón para que, según su apreciación, en León reciban al viajero «el silencio y la tristeza», y cuando se traspone la estación de Oviedo y se desemboca en su amplia plaza, se escucha el pito del tranvía y se penetra en la moderna avenida de Uría: una serie de hoteles con jardín a la derecha y varias manzanas de casas de cuatro pisos a la izquierda. Los portales, los escaparates de las tiendas, los letreros de los comercios, recuerdan los de las grandes capitales.
La verdad es que no fue Asturias una región afortunada, en comparación con otras de España, quizás por su dificultad orográfica, en lo que a historiadores y viajeros se refiere. De los primeros podemos citar al padre Carballo, (Antigüedades de Asturias, (1695); Ambrosio de Morales y su viaje por orden del rey Felipe II a los reinos de León, Galicia, y Principado de Asturias, (1765); José M. Trelles, Asturias ilustrada, (1736); Manuel Risco, España Sagrada, (1789); José Caveda y Nava, Historia de Oviedo, (1844); N. C. Caunedo, Álbum de un viaje por Asturias, (1858); J.M. Quadrado, Recuerdos y bellezas de España, Asturias y León, (1885); Ciriaco M. Vigil, Epigrafía asturiana, (1887). Como trotamundos mencionaremos, por su importancia, a Antonio de Lalaing, Jacobo Sobieski, Guillermo Manier, Joseph Townsend? Españoles como Rafael María. de Labra, De Madrid a Oviedo, (1881); Ricardo Becerro de Bengoa, de Palencia a Oviedo y Gijón, (1884).
«Al final de la calle y antes de llegar a la de Fruela, distingue a la derecha un buen golpe de arbolado, bancos de respaldo imitando a junco, candelabros con farolas: es el Campo San Francisco, el Retiro ovetense. Uno de los paseos urbanos más amplios que existen. Bien cuidado, de frondosas alamedas con muros de flores, con su hermosa calle principal conocida como El Bombé. Algunos de sus árboles guardan una historia que pudo ser trágica. En 1808 fueron atados a ellos para ser fusilados por el pueblo, los afrancesados Conde del Pinar, Meléndez Valdés, La Llave y otros, salvados gracias a un canónigo que se interpuso con el Santísimo Sacramento. En este parque existió el célebre carbayón, el guernicako de los ovetenses, derribado tras una gran polémica, al que deben su patronímico los nacidos en esta amable ciudad».
Por lo que sigue contando, «doña Piqueta», como bien dice nuestra querida cronista, Carmen Ruiz-Tilve, cronista oficial de la ciudad, jamás renunció a su innoble trabajo. Se asombra. «¿Pero este es Oviedo, Dios mío? ¿Esta es la ciudad fundada por Fruela? ¿Cómo es posible que a un lado de la vía se encuentren los restos como de un ábside con estribos bocelados y una ventana partida por una columnita, revelando un edificio histórico?». Tal trozo de antigüedad, desmoronándose, produce al que sabe sentir el pasado un hondo sentimiento de tristeza. Claro está, comenta con sorna, primero es el trazado de la calle y la rasante. Comprobamos que la historia se repite. Que se lo pregunten al nunca jamás hecho realidad Plan del Prerrománico -Santullano y la autopista incluidos, junto con la protección al entorno-, que duerme el sueño de los justos gracias a la incompetencia total de las autoridades.
Poco sabía del tema Pérez Nieva al continuar relatando. «Esta vieja iglesia ha corrido el riesgo de ser derribada. El convento al que perteneció fue fundado en el siglo XIII por Fray Pedro el Compadre, llamado así por ser compañero de San Francisco de Asís. Ahora parece que se piensa en restaurarla. La corporación que lo acuerde merecerá los plácemes de todas las personas cultas». Efectivamente no tenía ni idea ya que fue cerrada al culto en 1902 y de seguido demolida. Al igual que el acueducto de Los Pilares, derribado en 1915, o el convento de Santa Clara?, para qué seguir hurgando en la herida.
Por la calle de San Francisco llega al noble edificio de la docta institución universitaria que, a primera vista, le recuerda el estilo grave y severo de Juan de Herrera, el arquitecto enamorado de las líneas rectas, de lo geométrico. Fue levantada por Gonzalo de Güemes Bracamonte y Juan del Rivero -y destruido en 1934 por la más exquisita burrez humana: biblioteca, pinacoteca y gabinete de Historia Natural incluidos.
Aunque rápida, dediquemos una visita al interior, obra del Arzobispo Fernando de Valdés y Salas, que no tuvo la inmensa dicha de verla realizada. Treinta y cuatro años tardaron en inaugurarse los estudios después de vencidas innumerables contrariedades. España, asegura, siempre ha sido el país obstáculo. ¡Anda! Y yo que pensaba que era un mal reciente. Dispone de un paraninfo severo, solemne, sencillo; tiene derecho a la veneración del que se sienta algo más que curioso viajero, porque en él se conserva la cátedra del inmortal benedictino Padre Feijoo.
Tomamos la amplia escalera y entramos en el gran salón de honor, donde se encuentran los retratos al óleo de cuantos varones ilustres consagraron sus servicios y su inteligencia a la región querida. Aquí Fernando de Valdés, allí el Conde de Campomanes, allá Jovellanos, Casariego, Flórez Estrada, Posada Herrrera, Cienfuegos, Marqués de Santa Cruz de Marcenado, Lorenzana, Padre Feijoo, Conde de Mendoza Cortina y tantos más.
Asegura que difícilmente se reúne un cuadro tan completo de hombres de ciencia como el que hoy figura en la Universidad de Oviedo. El erudito penalista Aramburu; Álvarez Buylla, gran hacendista; Canella Secades, honra del derecho español, historiador, publicista doctísimo; Posada, notabilísimo en derecho político; Alas, que ha hecho tan ilustre su apellido como el pseudónimo de Clarín; Estrada, Justo Álvarez Amandi, Jove, Suárez Bravo, Sela?Es una sinopsis de sabios.
Por la calle del Peso se acerca al Ayuntamiento, del XVII que se eleva sobre el arco de Cima de Villa, antigua puerta de la muralla, con sus tres cuerpos de balconadas corridas. Ahora sí, ahora se va a la Sancta Ovetensis, edificio que tiene una cara muy expresiva; uno de los más hermosos alardes de cincel que se han visto. El pórtico tiene un rival: la torre, consta de cinco cuerpos perfectamente marcados; toda ella es una pura aguja, un calado de los cimientos a la veleta. Por dentro no es grande, pero rezuma armonía, con crucerías en la bóveda de su nave principal, arcos ojivales, lisos y majestuosos. Se recrea Pérez Nieva en la preciosa y detallada descripción de su interior, con especial mención a la Cámara Santa.
Prosigue su visita por la iglesia de San Tirso. En el pórtico se congregaban los vecinos para tratar de los asuntos de la ciudad. San Vicente, precursora de la Universidad. San Pelayo, lugar de retiro de damas nobles, entre las que se contó la madre de Bernardo del Carpio. Este Oviedo de hace siglos se sostiene en pie por el amor de muchas generaciones.
Del monasterio de Santa María de la Vega del que se conserva la torre bizantina, la entrada al coro por el claustro y una fina portada con tres arcos, se traslada a las hermosas obras del siglo IX, de Santa María del Naranco y San Miguel de Liño, joyas arquitectónicas legadas a la posteridad por Ramiro I, el rey que, si no contara con otros títulos, sólo esas obras bastarían para inmortalizarlo.
Fuente: http://www.lne.es/ – Alberto Carlos Polledo Arias