POR JOSÉ LUIS ARAGÓN PANÉS, CRONISTA OFICIAL DE CHICLANA DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
Era por octubre de 1868, cuando en la isla de Cuba se produjo el primer gran intento de independencia de la metrópolis en la hacienda de Demajagua, propiedad de un culto criollo llamado Carlos Manuel Céspedes. El denominado “Grito de Yara” fue la llamada a la que se unieron varios líderes secesionistas que contaron con el apoyo de los esclavos negros –hasta 1880 no se abolió la esclavitud en Cuba– y los plantadores más pobres de la provincia de Oriente.
El fuego corrió por la comarca y pronto el levantamiento tomó carácter de emancipación. Comenzaba así, la insurrección isleña, germen de la futura independencia; una revuelta denominada “Guerra Larga”, que abarcaría un período de diez años de lucha entre el ejército español y un ejército irregular cubano mal equipado y peor preparado, pero que en cada recodo del camino aumentaba en número.
No obstante, y a pesar de estar mal organizados, la antorcha que prendió el fuego revolucionario se extendió rápidamente, impregnando a los más desfavorecidos de la sociedad isleña ideas de libertad, tierras e independencia. Llegó a tal extremo el ardor revolucionario que, algunas cuestiones, incluso escaparon del control de la aristocracia criolla. Todos estaban dispuestos a luchar contra el colonialismo español, aunque el interés estaba demasiado repartido en conceptos y formas.
Al gobierno provisional que había salido del alzamiento nacional “La Gloriosa”, le cogió de improvisto y envió urgentemente a la isla al general Domingo Dulce como capitán general de Cuba con un programa de gobierno progresista, donde se incluían reformas en la economía, elecciones democráticas y libertades públicas. Sin embargo, era demasiado tarde. El programa y las promesas de Dulce no satisfizo a los secesionistas; los parlamentos y acuerdos resultaron ineficaces y, Dulce, al cabo de cinco meses de intentos de reconciliación, fue sustituido por un nuevo general: Antonio Caballero de Rodas, que intentaría sofocar el movimiento independentista.
Con diez mil hombres alzados por el territorio, sobre todo por la provincia de Oriente, se estableció una guerra de guerrillas que atacaba a las fuerzas españolas en sus puntos más débiles: destacamentos pequeños, asaltos en los caminos y enfrentamientos dispersos en la selva. En este contexto y en el segundo año de guerra, tuvo lugar un hecho heroico protagonizado por el batallón de cazadores de Chiclana que, desde 1869, se encontraba acantonado en la isla caribeña: el asalto a la Torre Óptica de Colón, cerca de la capital, Puerto Príncipe –hoy Camagüey–. Una torre custodiada por veinticinco soldados cazadores al mando del alférez Cesáreo Sánchez.
Tomarla era de vital importancia para los insurrectos, suponía una posición estratégica de gran interés. Tanto que, en la historiografía de la independencia cubana el asalto, a pesar del fracaso, es destacado como uno de los episodios de mayor heroísmo mostrado por los cubanos, pues se subraya que elevó mucho la moral de los insurrectos. Posteriormente tuvo para ambos bandos, un importante valor simbólico, pues en ambas sobresalieron el valor y heroísmo.
Todo comenzó en Pinto, al amanecer de una mañana de anticipada primavera tropical, el 20 de febrero de 1871 en la que un grupo de más de trescientos cubanos iniciaron el asalto de la torre al mando de un joven caudillo, Ignacio Agramante, jefe militar de los insurgentes de Camagüey. La torre, construida durante el mandato del general Antonio Caballero de Rodas, entre 1868 y 1870, era un pequeño fuerte de madera desde donde se dominaba un amplio territorio. La acción transcurre el día 24 cuando un gran grupo de manbises compuesta por más de 600 hombres–solo 300 versión cubana– intentaron tomar al asalto el pequeño destacamento. A la salida del sol y desde el palmar inmediato los insurrectos cargaron sobre la torre.
El primer enfrentamiento fue brutal; una rápida y tremenda descarga de fusilería llenó de muertos y heridos el foso que rodeaba a la torre. Pero ante tal descarga, los insurrectos, debido a su excesivo número, no se amedrentaron y prosiguieron atacando. El tiroteo se hizo incesante y las malas condiciones de la torre-fuerte, hacían prever un desenlace rápido. Los heridos y muertos de la torre se agolpaban en escasos metros unos de otros, mientras el resto de los defensores hacían de la crítica situación un gesto de valor y heroicidad. Hubo un momento grave en que los tres únicos soldados útiles, entre los que se hallaba mal herido el valiente oficial, tomando un hacha, por no tener ya más que dos fusiles en fuego, se colocaron tras la puerta para la suprema defensa.
Al final del combate, cuatro cazadores de Chiclana resultaron muertos y dieciséis heridos. La noticia de que una columna española llegaba desde Puerto Príncipe, hizo desistir del asalto final al general cubano Agramante, que se retiró a Sabana-Nueva con el dolor de su primera derrota. La historiografía cubana fiel y noblemente reconoce el heroísmo de los soldados defensores.
Bibliografía:
-PALACIO ATARD, V. (1978): «La España del siglo XIX, 1808-1898». Espasa-Calpe. Talleres Gráficos de Esparcimiento-Calpe, S. A. Madrid.
-DARDÉ, C. (1996): «La Restauración, 1875-1902». Historia 16. Temas de hoy. Imp. Graficinco S. A. Madrid.
Publicado hoy en El Periódico de Chiclana, pp. 20-21.