POR TITO ORTIZ CRONISTA OFICIAL DE GRANADA.
La plaza de la Trinidad de Granada, construida a finales del XIX, para mayor salubridad y esparcimiento de los granadinos, a imagen de los jardines ingleses, pronto se convierte en el lugar preferido de los vecinos, para disfrutar las tardes noches del verano, dado el cobijo que presta su frondosidad, y el chisporroteo constante de la fuente que la preside, único vestigio fiel del convento trinitario de Nuestra Señora de Gracia, que, hasta años antes, ocupaba el espacio.
El convento de los trinitarios calzados, aquellos que tanta fama cosecharon liberando cautivos, comienza a desaparecer con la exclaustración de 1835, y a convertirse en plaza flamante y moderna con la llegada del siglo siguiente. Pronto los granadinos toman el nuevo espacio como el lugar de recreo de chicos y mayores. La plaza tiene horas de juegos infantiles, con criadas que, al fresco, son cortejadas por militares sin graduación.Plaza que en fiestas mayores se acicala con farolillos de verbena, y que, en navidad, sirve para la venta de zambombas, de las que berrean, y la de pavos traídos de las granjas de la vega.
La Emperatriz
El quinto día, del quinto mes, del año 1826, junto a éste convento de aguerridos monjes, en la cercana calle Buensuceso, en casa noble de alta cuna, nace una niña, cuya vida a partir de ahora, será regida como la de todos sus vecinos, por la campana conventual que invita a la oración.
María Eugenia Palafox Portocarrero y Kirkpatrick, condesa de Teba, es una niña que se cría entre algodones, correteando en juegos con la servidumbre, en un patio palaciego que hace honor a su estirpe. Patio frondoso donde no faltan los jazmines aromáticos y los vistosos geranios gitanos, con arriate de agua cristalina y fresca, que hace del centro de la edificación, el lugar preferido donde recibir las visitas, pues los señores de la casa, el duque de Peñaranda, y Enriqueta María Manuela, atienden los martes y jueves al atardecer, con generosidad de pastas, té, agua de limón, y para los más atrevidos, moderna zarzaparrilla.
Pese a la cercanía de su casa, Eugenia no disfrutará de la futura plaza de La Trinidad, oasis y refugio ciudadano del rigor de los calores, porque con tan sólo nueve años, es enviada a estudiar a Francia y brevemente a Bristol en Inglaterra. Sus ojos de niña retienen la imagen del convento, en un futuro plaza, y sus oídos, el repicar de sus campanas.
De Granada, a la corte francesa Mientras Mendizábal hacía lo posible por convertir, con el paso de los años, el convento granadino en la nueva Plaza de La Trinidad, Eugenia de Montijo, es formada por su madre para empresas más altas que volver a Granada, y así llega hasta el palacio del Elíseo en 1849, donde la granadina es presentada a Napoleón III, que con el tiempo la convertirá en su esposa, y, por lo tanto, en la emperatriz de los franceses. La granadina recibe las dos caras de la moneda. De un lado es madre de su único hijo, Luís Napoleón, que con los años morirá a manos de una tribu africana.
De otro, es una dinamizadora excepcional de la corte, que impone modas y nuevas costumbres, como la de veranear en Biarritz. Pronto se convierte en la persona más condecorada y reconocida, hasta el punto de que no hay cita internacional que se precie, que no cuente con su presencia, como la inauguración en 1869 del Canal de Suez.
Un año en el Granada no tiene la autorización aún para derruir el convento trinitario y comenzar a dar forma a la plaza de la Trinidad, aunque los alrededores, ya se van poblando de posadas. Los bancos de la plaza proporcionan el descanso a la sombra de los paseantes, que mitigan así los rigores de un calor que, durante el día, siempre ha hecho honor a Granada.
FUENTE: T.O.