POR TITO ORTIZ,CRONISTA OFICIAL DE GRANADA
Aquellos 36 marjales de la antigua huerta de Los Marmolillos, pasaron a llamarse, de San Vicente, en honor a doña Vicenta, madre de los García Lorca, por voluntad de su marido, don Federico, nada más formalizar la escritura de compra en 1925. Desde ese instante, el lugar se convirtió en la huerta de recreo donde pasar los veranos, alejados del mundanal ruido de la ciudad, pues no olvidemos que los Lorca, poseían casa en La Acera del Casino, corazón de la capital. Con el tiempo la fueron adaptando, metiendo el agua corriente, la electricidad y otras comodidades, incluso el teléfono. No olvidemos, que la conexión natural con el casco urbano es la calle de Recogidas, pero que, en esa época, se cortaba a mitad de camino, donde ya empezaban las huertas y su prolongación con la Vega de Granada. Se entraba en ella a través de un camino lleno de árboles frutales, con rosales y granados. Un enorme nogal daba sombra en la entrada. Había también un níspero, varios cipreses, uno de ellos sembrado por Federico y una palmera. Un gran macasar de enorme tamaño aromatizaba, con higueras y jazmines, todo el entorno. Las vistas sobre la Alhambra y Sierra Nevada la convertían en una finca ideal para los días de asueto.
ISABEL
La propia hermana pequeña del poeta, Isabel, la describió así: En verano la casa era fresca, pues tenía muros muy gruesos, y a las doce de la mañana había que entrar en ella y salir a la puesta de sol. Pero las mañanas las recuerdo deliciosas. En la cocina había una tinaja bastante grande que se llenaba cada dos días y había lo que se llamaba una cantarera, con dos cántaros grandes que se llenaban de agua que nos traían en un borrico, desde la famosa fuente del Avellano. A la izquierda, cubierta por un jazmín que llegaba a los balcones, una habitación que era comedor y otra que era el cuarto de Paco, y enfrente la cocina. Junto a la casa, a la izquierda, se hizo primero un garaje y encima una preciosa terraza. Pronto pensamos que al coche no le pasaba nada por quedarse fuera, ni se veía ni estorbaba, por lo que pasó de garaje a comedor, con dos grandes ventanales, y quedó una habitación bastante espaciosa y agradable.
El PATIO DE LA ENTRADA
Tanto las tardes de verano, una vez que el sol iba cayendo, como las de invierno sin lluvia, el patio de la huerta se convirtió en el lugar donde reunirse para charlar, leer, escuchar la radio, el gramófono, o hacer labores de costura, que siempre fueron un bello pretexto para hablar de lo divino y de lo humano. La sombra de sus árboles, ofrecía el cobijo necesario de los rigores del calor, y el botijo a la sombra, con tapete de ganchillo, daba su agua fresca con esa temperatura natural, con el frío necesario para no dañar las gargantas. Hay quién mantiene que, en ésta paz, a tan sólo un kilómetro de la urbe, El poeta encontró el lugar apropiado para crear algunas de sus obras más preclaras, como el Romancero Gitano, o la Casa de Bernarda Alba, cuya historia ocurrida en “Asquerosa”, donde veraneaban antes de tener la huerta, se revivía mejor en la distancia. Las fechas de su gestación, bien pudieran validar ésta idea. En éste patio familiar, con el juego de los niños de Concha y el Alcalde de Granada, nadie podía imaginar que se iban a vivir momentos de tensión y hasta de tragedia, al llegar Agosto de 1936. Hasta tal punto, de que Federico es convencido para que abandone la huerta y se refugie en casa de sus amigos “Pepiniqui” y Luís Rosales, algo que a la postre no frenaría los impulsos de venganza del taimado, Ruiz Alonso.
DOÑA VICENTA
Una de las personas que más disfrutó éste patio de La Huerta de san Vicente, fue doña Vicenta, la madre del poeta y matriarca de ésta familia marcada por el dolor, que incluso alcanzó de lleno en las tapias del cementerio a su yerno, Manuel Fernández Montesinos. Doña Vicenta, “greñúa” de nacimiento, según mi compañero, amigo y maestro, Juan de Loxa, estudió en el colegio Calderón, y en la Escuela Normal se convirtió en maestra con buenas notas, que en las oposiciones le llevaron a ocupar plaza en Fuente Vaqueros, donde conoció al padre de Federico, y se casó con él, que estaba viudo. Vicenta, abandonaría la enseñanza al quedar embarazada de Federico. Pese a ser la segunda esposa y con buena diferencia de edad a su favor, la madre de Lorca se granjeó pronto el cariño y el respeto de toda la familia, consiguiendo hacer una piña, no sólo de todos sus hijos, sino de aquellos que se iban sumando a la familia como yerno y nietos. Doña Vicenta, no sólo fue la madre de Federico, fue su confidente, la primera en escuchar sus dudas existenciales y culturales, y la mujer que hizo de escudo ante su padre, para que el poeta girara su trayectoria hacia su arte, y no a lo que había previsto su padre. Amortiguadora de encontronazos filiales, certera consejera de opciones mundanas, oidora de desamores y anhelos, compartidora de éxitos, doña Vicenta es hoy, aún, parece mentira, una figura a reivindicar. Federico, no hubiera sido nunca el Federico que conocemos, si su madre hubiera sido otra mujer. A la hora de estudiarlo a él, no podemos separarla a ella. Que gran mujer, y que extraordinaria madre fue usted, doña Vicenta.
FUENTE: EL CRONISTA