POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
La Huerta de Torres era una pieza de tierra de regadío con agua de noria, ubicada en la calle Real, que tenía dos fanegas de cuerda mayor de primera calidad, se poblaba y repoblaba de hortalizas sin intermisión y comprendía un plantío disperso de 42 granados, 27 moreras, 4 perales, 2 álamos, 6 higueras, 10 parras y 60 cepas también de primera calidad. En su extensión se hallaba situada una casa de teja, reducida a cuarto bajo con seis varas de frente y siete de fondo, que se dedicada al recogimiento del hortelano.
A mediados del siglo XVIII pertenecía a un rico hombre de nombre Juan Francisco de Torres y Molleja que vivía en la calle Real, que si bien no pasó a la posteridad por sus hazañas guerreras o títulos de nobleza, su apellido llega a nuestros días por la finca conocida como “La Huerta Torres”.
Este señor, natural y vecino de la villa, Alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba, Caballero Notorio como reseñan las crónicas, fue labrador por mano ajena; viudo en el año 1752 de doña Isabel Florencia Molleja Salcedo, cuando cumplía 46 años y tenía una sola hija, doña Rafaela, que se casó con don Antonio Javier de Lora Porcuna y Cerrillo, Regidor Perpetuo preeminente del Ayuntamiento de Bujalance, Alcayde del Castillo y fortaleza de citada villa.
Fundó un vínculo y mayorazgo con el tercio de sus bienes y caudal a favor de sus nietos Francisco (que se casó con la Condesa de Colchado) y Josefa. Vivía en la calle Real en la “Casa de las Cadenas” que medía 21 varas de frente y 48 varas de fondo, constaba de habitación principal y varias bajas y le atendían tres sirvientas.
Poseía entre sus propiedades varias casas en la calle Real, dos en la calle Alta, dos en la calle Aguas, dos en la calle Hierro, bodegas, cocheras y molinos de aceite en la calle del Molino y en la calle Egipto, once pedazos de tierra y veintitrés suertes de olivar.
Todo esto, siendo pomposo en tiempos de escasez y de latifundios, no le sobrevivió unido, pero en cambio la Huerta, entre la calle Real y los Ejidos realengos, conocida como la “Huerta de Torres” lo inmortalizaron hasta hace unos cuantos años.
A mediados del siglo XIX la Huerta fue objeto de estudio para construir en ella viviendas y fue cerrada con obra de ladrillo dormido. Las obras no prosperaron y en la pared exterior dejaron vacíos los huecos de puertas y ventanas, que es como yo la recuerdo a partir de 1939 en que se utilizaba como campo de fútbol en la población, donde se hicieron famosos como futbolistas los nombres de Pastilla, Montes, Pinilla, Charles y hermanos Sarrión.
Por entonces, siendo yo niño, desde la ventana de la taberna que tenía mi padre en el Puente Montoro, hoy la zapatería de Uceda, veíamos la Huerta Torres como campo de fútbol, y en la parte más próxima a nuestro patio, los montones de leña cubiertos de tierra que hacía mi tío Luís Rosauro para fabricar carbón, que luego vendía en su casa mi tía Concepción Pinilla.
Años más tarde Juan Pérez Calleja, al vender un molino de aceite que poseía enfrente de la huerta, hoy ocupado por los bloques de viviendas de la calle Unión y Cultura, adquirió la propiedad de la Huerta a los herederos, y en su lugar instaló un cine de verano, el que bautizó con el nombre de “Parque Recreativo” y lo rodeó de un jardín florido para deleite de los cinéfilos que disfrutaban viendo las películas bajo las estrellas.
A las primeras representaciones acudía el público masivamente portando sus sillas si quería estar sentado, por la escasez de asientos en el recinto, al que dotó después con sillas de anea que se colocaban arbitrariamente, y dado que existía un gran espacio abierto por entre ellas pasaban los vendedores ambulantes voceando sus productos, ¡hay agua fresca, pipas, caramelos!, y otras chucherías.
En un rincón de la finca el mismo empresario, en vista del éxito del cine, construyó otro de invierno llamado “Cine Principal” y su vivienda, a la que se fue a vivir.
La llegada del televisor anuló los éxitos del cine, y parte del solar con estas instalaciones fueron vendidas a un fabricante de muebles de la localidad que prosperaba rápidamente, Josamper, y pronto se vieron transformados fachada e interior de la huerta en nuevos modelos arquitectónicos adaptados a las necesidades de la industria.
El resto del solar de la Huerta Torres, tan amplio y hermoso, continuó siendo absorbido por la construcción y en él han ido apareciendo las nuevas viviendas que hoy abren su fachada a la calle Juan Ramón Jiménez, como asimismo en la parte Norte donde se hallaba el camino de Montoro.
La utilización del terreno con una construcción arquitectónica urbana ha hecho que la Huerta Torrespierda el uso y la fisonomía de paisaje rural que le dio el nombre y pienso que no pasará mucho tiempo para que como tantas otras huertas que rodeaban el entorno del pueblo, quede en el olvido.
Estas desapariciones me traen al recuerdo una frase de mi hermano Luís, manifestada dentro de su nostalgia cuando me acompañaba hace unos días: “El pueblo ha mejorado mucho, lo encuentro bastante mejor, pero no lo cambiaría por el que disfruté en mi infancia, cuando, con una entrada pasábamos dos personas al cine de verano, y otras veces veía las películas desde la ventana de la camareta de la chacha Frasquita”.
Y es que, con el tiempo aprendemos, que, aunque nos sintamos felices con lo que nos rodea, también se añora muchísimo lo que ayer estaba con nosotros y ahora se ha marchado.