LA IDENTIDAD DE GÉNERO EN LA HISTORIA
Ago 31 2020

MIGUEL LUQUE TALAVÁN, CRONISTA OFICIAL DE CABEZABELLOSA (CÁCERES) RESCATA LA DESCRIPCIÓN QUE EN EL ‘CÓDICE BOXER’ SE HACE DE LOS LLAMADOS ASOG, BAYOGUIN, BAYOC Y CATALONAN

‘Júpiter y Calisto’, François Boucher, 1759. Óleo sobre lienzo. Nelson-Atkins Museum of Art. Kansas City. (Dominio público)

La identidad de género, más allá del binomio hombre-mujer, se ha manifestado de forma abierta en diversas culturas, países y continentes a lo largo del tiempo. Un recorrido histórico, a través de las crónicas, pinturas, esculturas, cerámicas, fotografías, indumentaria y otros materiales, revela cómo muchas sociedades han asumido la existencia de personas transexuales con normalidad.

Encontramos ejemplos en sociedades indígenas en las que la transgresión de géneros ha configurado la singularidad de la comunidad a la que pertenecían. Y en la propia cultura occidental, donde modelos masculinos y femeninos han sido alterados y normalizados con conductas o atuendos del género opuesto, y las personas aludidas han sido aceptadas y valoradas.

El libro Trans. Diversidad de identidades y roles de género, publicado por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que recoge el material de la exposición del mismo nombre organizada por el Museo de América, ofrece un viaje por las culturas y momentos históricos que han propuesto alternativas a “hombre” y “mujer” en personas cuyos genitales, identidad, indumentaria, roles o actividades combinan rasgos de ambos.

Cubierta del libro ‘Trans. Diversidad de identidades y roles de género’. (Cortesía de Unebook)

La delicada frontera en la antigua Grecia

La cultura griega, y más concretamente la ateniense, pivotó en torno a un sistema de contrarios en el que el varón se erigió en modelo frente al animal, al bárbaro y a la mujer. Y, sin embargo, los cambios de identidad, travestismo o afeminamiento son más frecuentes de lo que cabría esperar.
“Llama la atención el elevado número de casos de cuerpos que mutan, pasando del sexo femenino al masculino o viceversa”, asegura Margarita Moreno Conde, del Museo Arqueológico Nacional, que en la obra mencionada enumera varios de ellos.

Cántaro apulio de figuras rojas que representa a Eros hermafrodita, s. IV a. C. Madrid, Museo Arqueológico Nacional. Dorieo / CC BY-SA 4.0)

Por ejemplo, a través de Hipócrates, el padre de la medicina moderna, sabemos que a Faetusa de Abdera le habría nacido barba y todo su cuerpo se habría masculinizado al partir su marido Piteas, un fenómeno que se repetiría en Nano, mujer de Górgipos. A pesar de este cambio en su apariencia, ambas seguirían actuando como mujeres al frente de su casa en ausencia de sus respectivos maridos, es decir, su cambio de apariencia no incidió en la construcción de su género.

Plinio, en su Historia natural, y el historiador Flegón de Trales recogen otras transformaciones de personas consideradas mujeres en hombres, como la de Aiteté, a la que el propio Flegón habría conocido, que cambió su nombre por el de Aitetos y siguió viviendo con su marido.

Escultura griega de Hermafroditos, en el Museo Nacional Romano Palazzo Massimo. Foto: A. Gutiérrez, 2012 (Cortesía de Unebook)

El también historiador Diodoro de Sicilia dejó escrito cómo Herais, durante la ausencia de su marido, habría visto cómo le crecían órganos genitales masculinos a causa de un tumor en la base del abdomen. Tras el fracaso de los tratamientos médicos, Herais continuó viviendo como mujer, ocupándose de la casa. Al volver su marido, la joven rechazó mantener relaciones sexuales con él, pues implicaría desvelar su secreto, lo que dio lugar a un litigio que se resolvió ante la asamblea.

Herais se desnudó ante los jueces, desvelando así la naturaleza del prodigio. Tras esta exposición, la joven cambió su nombre por el de Diofantes y sus ropas de mujer por las de hombre, y sirvió en la caballería del rey.

“Estos cambios, que por lo general se asocian a problemas fisiológicos y que eran considerados prodigios, no implicaban en el mundo griego ningún tipo de juicio ni de alienación para el individuo que los experimenta, que seguía evolucionando en la sociedad tras su cambio de género”, afirma Margarita Moreno Conde.

El tránsito por los géneros en el mito

Por su parte, la modificación del género en el mito griego está presente en numerosas narraciones. Como la de Tiresias, que un día encontró a dos serpientes acopladas y, al intentar separarlas con su bastón, hirió a una de ellas, transformándose acto seguido en mujer. Tuvieron que pasar siete años para que se encontrara de nuevo con las mismas serpientes y, al repetir el mismo gesto, recobrara su apariencia masculina. Durante su vida como mujer habría concebido a su hija Manto.

El mito acoge también el concepto del andrógino o hermafrodita de varias maneras. En las mitades complementarias de El banquete de Platón, donde se postula la existencia, en el origen de los tiempos, de tres tipos de seres esféricos: el masculino, el femenino y el andrógino. También con la creación de Hermafroditos, ser que reúne ambos sexos. O con la imagen andrógina del dios Dionisos, a partir del siglo V a. C.

Nos encontramos, asimismo, con dioses que usan el travestismo para conseguir sus fines eróticos, como hizo Júpiter para conquistar a Calisto. Aunque quienes hicieron un variado uso de este recurso, el travestismo, fueron los mortales de la antigua Grecia, que lo utilizaron como instrumento de venganza, en ritos de iniciación o como engaño para superar impedimentos sociales.

“Higinio se hace eco en sus Fábulas del caso de la primera comadrona, la joven Hagnodice, que se habría disfrazado de hombre para poder estudiar medicina en un momento en que esta disciplina les estaba vedada a las mujeres”, indica Moreno Conde.

Los berdache o “dos-espíritus”

En las sociedades indígenas con una organización social igualitaria, como las de las tribus de las áreas culturales de Grandes Llanuras o del Suroeste de Norteamérica, la división del trabajo por sexos estaba claramente definida, pero la preferencia para poder desarrollar labores consideradas femeninas o masculinas no estaba establecida por la identidad sexual del individuo, es decir, un hombre podría decidir asumir tareas femeninas y una mujer realizar labores masculinas.

“Estas sociedades concebían la diversidad de género como una parte del orden natural. Es más, en la mayoría de tribus la habilidad de combinar hombre-mujer era vista como un talento, no como desventaja”, apunta Beatriz Robledo, del Museo de América.

Detalle de la pintura titulada ‘Danza del berdache’. George Catlin, 1861-69. (Dominio público

Se han documentado individuos transgénero en más de ciento cincuenta tribus nativas de América del Norte. Se les conoce como berdaches, o “dos espíritus”, aunque los nativos tienen su propia denominación.

Su presencia empieza a describirse muy pronto en las crónicas, y lo hace con un sesgo reprobatorio que fue mayoritario en el pensamiento eurocéntrico que impuso la época colonial y que perduró hasta bien entrado el siglo XX.

“Este rechazo hacia manifestaciones culturales que eran consideradas “desviaciones”, contrarias a la estructura binaria de la sociedad occidental, tuvo desastrosas repercusiones en las poblaciones indígenas norteamericanas, que vieron disminuir el número de personas trans, borrando irremediablemente de la memoria de los ancianos su existencia previa e incluso repudiando la aparición de nuevos casos”, señala Beatriz Robledo.

Los enchaquirados

De los enchaquirados de la costa ecuatoriana, un harén homosexual de sirvientes jóvenes destinados a tareas religiosas y sexuales, nos hablan también las crónicas de los conquistadores españoles e investigaciones posteriores.

Pedro Cieza de León recogió la historia que le contó el fraile Domingo de Santo Tomás al respecto: “Y eso es que cada templo o adoratorio primario tienen uno o dos hombres, o más, de acuerdo al ídolo. Han sido vestidos como mujeres desde que eran niños pequeños, y hablan como tales; y en su trato, ropas y en todo lo demás ellos imitan a las mujeres. Estos hombres participan en uniones carnales como un signo de santidad y religión, durante sus fiestas y días santos, especialmente con los señores y otras autoridades”.

‘Kazandra y el altar’. Serie “Flores de Guiechachi”. Nuria López. 2015-2016. Tintas pigmentadas sobre papel Fine Art. 70 × 100 cm. (Cortesía de la autora)

El investigador O. Hugo Benavides, de la Fordham University de Nueva York, que estudia la diversidad sexual en el mundo prehispánico, asegura que es un error creer que la homosexualidad o la transgeneridad es un fenómeno del norte blanco, de la modernidad, del desarrollo tecnológico y del avance del capitalismo.

“Fue precisamente ese Occidente civilizatorio el primero en condenar la diversidad sexual de las Américas, matando a indígenas no solo por ser indígenas, sino también por practicar el pecado nefando”, indica Benavides. “ «Por supuesto, da mucho que pensar que ahora es ese mismo Occidente civilizatorio el que busca defender la diversidad sexual y nos obliga a practicar una identidad transgénera como ellos quieren y la definen”, concluye.

Los ejemplos de Filipinas

En el seno de las comunidades indígenas filipinas se han documentado casos de hombres que, en su comportamiento e indumentaria, actuaban como mujeres: eran llamados asog, bayoguin, bayoc y catalonan, y ejercían el sacerdocio, que, generalmente, estaba en manos femeninas.

‘Filipinas (Islas). Mapas generales, 1734’, por Pedro Murillo Velarde y Nicolás de la Cruz Bagay. Biblioteca Nacional de España, MR/45/31. (Dominio público)

Miguel Luque Talaván, de la Universidad Complutense de Madrid, cronista oficial de Cabezabellosa (Cáceres) rescata la descripción que en el Códice Boxer se hace de ellos: “Y todo esto administra un sacerdote vestido en hábito de mujer. Le llaman bayog o bayogrun. O una mujer del propio oficio, que llaman catalonan […]. Aunque estos indios no tienen templos, tienen sacerdotes y sacerdotisas, los cuales son los principales maestros de sus ceremonias, ritos y agüeros, y a quien en todos los negocios de importancia, todos se encomiendan, pagándoles muy bien su trabajo. Ellos, ordinariamente, éntrale mujeril su modo, melindre y meneos. Es tan afeminado que quien no los conoce juzgara ser mujeres. Casi todos son impotentes para el acto de la generación, y así se casan con otro varón y duermen juntos como marido y mujer, y tienen sus actos carnales y finalmente son sométicos”.

Los tida wena, de quienes los indígenas del delta del Orinoco dicen que no son ni hombres ni mujeres, o las muxes de Oaxaca en México, hijos varones a quienes sus madres deciden educar en roles femeninos, las mujeres trans o hijras de la India, las chibadis o chivados de Angola o los mugawe de Kenia son otros ejemplos de colectivos transgénero integrados absolutamente en sus sociedades.

‘Andrés Medina con el traje tradicional tida wena’. Delta de Amacuro, Venezuela. Fotografía de Álvaro Laiz. Serie “Wonderland”. (Cortesía del autor)

¿Y en Europa?

A pesar de que siempre han existido personas que han vivido en un sexo distinto al asignado en el nacimiento, la historia no ha sido “apenas capaz” de poner en valor las vidas de las personas que desafiaron el binarismo de género. Los investigadores Lucas Platero y María Rosón, de la Universitat de València, explican que ello es debido a que “solo se conocen algunos casos excepcionales a lo largo de los siglos. Especialmente, queda noticia, a través de las fuentes coercitivas, de aquellos que han fracasado”, aseguran.

Entre los casos de personas trans más conocidos está el de Charles de Beaumont, llamado el caballero d’Eon, que vivió públicamente como mujer en la Europa del siglo XVIII, “e incluso fue agasajada y bien considerada”. “Asignado en su nacimiento como varón, según se registra también tras su fallecimiento, pasó parte de su vida vistiendo indistintamente como hombre y como mujer, lo que hoy sería un género fluido. Actuó como espía de Francia en Rusia y fue reconocida como uno de los mejores espadachines de la época. Como diplomático/a también propició la Paz de París en 1763, que puso fin a la guerra de los Siete Años”, escribe Andrés Gutiérrez Usillos, coordinador del libro Trans. Diversidad de identidades y roles de género.

Manifestación gay en Barcelona a favor de la liberación homosexual, 28 de junio de 1977. Fotografía de Colita (Isabel Steva Hernández). Archivo Fotográfico del MNCARS. (Cortesía de Unebook)

Otros, como el del alférez doña Catalina de Erauso, hombre trans aceptado y reconocido por su entorno militar, el rey y el papa, o como el de Henrietta Faber, suiza que llegó a casarse en Cuba con Juana de León, son casos igualmente conocidos y documentados, sin olvidar los feminieli del barrio español de Nápoles o las vírgenes juradas de Albania, mujeres que toman el papel del hombre en la familia.

Finalmente, en España se pueden citar casos como el de Elisa y Marcela, gallegas que contrajeron matrimonio en 1901 tras adoptar una de ellas la identidad de género masculina –y que inspiraron novelas como La sed de amar, de Felipe Trigo (1903), y la película Elisa y Marcela (2019), de Isabel Coixet–, o como el del guardia Fernando Marquesen Winson, trans que incluso llegó a prestar servicio en el Gobierno Civil de Sevilla.

Culturas, sociedades y personas que desde la historia nos invitan a aceptar la identidad de género más allá del binomio hombre-mujer, masculino-femenino y naturaleza-cultura.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/ – ROSA DE BUSTOS

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