POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE CARAVACA (MURCIA)
La iconografía de Cristo Salvador del Mundo en el arte cristiano, procede del “Pantocrator” medieval, tan utilizado por la escultura y la pintura en los tímpanos de portadas de iglesias y catedrales románicas y góticas. Con la llegada del Renacimiento y de los nuevos gustos estéticos, en el S. XVI, y sobre todo en el siguiente, cuando se imponen los postulados barrocos, aquella antigua iconografía se transforma sustancialmente si no en el fondo sí en la forma de representar al Creador en adelante.
La imagen de bulto pedía más soltura, menos encorsetamiento y también menos acompañamiento de la figura principal, por lo que hubo que prescindir de los evangelistas o sus símbolos, reducir los coros angélicos y representar la figura del protagonista en pie, y no sentado, aunque abrazado a la cruz y con el globo terráqueo en su mano derecha.
La más antigua representación iconográfica del Salvador en Caravaca es la que figura en el segundo cuerpo de la portada del templo a Él dedicado, obra de mitad del S. XVII (concretamente de 1658), esculpida en piedra por el cantero madrileño Juan Gascón Soriano, a la que posiblemente falte la cruz que originalmente tuvo en su mano derecha. La imagen ha sobrevivido a las injurias del tiempo y de los hombres, pues en el verano de 1936 se intentó derribar por milicianos sin escrúpulos que no pudieron cumplir su propósito, contentándose con su fusilamiento simbólico, ya que la piedra en que está esculpido resistió los envites de la metralla que en poco llegó a afectarle.
En el interior del templo, ocupando el nicho central del retablo mayor, hubo una imagen, obra del artista valenciano Damián Pastor, esculpida en madera, en 1876, cuyo coste ascendió en la fecha citada a 25.000 reales, que suplieron los herederos de Dª. María Josefa Nougarou Martínez-Luengo, virtuosa señora caravaqueña que dejó la citada cantidad en onzas de oro, en manda testamentaria. No acabó ahí su mecenazgo económico con la parroquia de la que era feligresa, sino que al importe del conjunto escultórico mencionado añadió la cantidad de 5.000 duros de la época para el culto ordinario del templo.
Aquel conjunto tenía como pieza principal a Cristo, abrazando una gran cruz con su mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía el globo terráqueo. A sus pies dos ángeles de diferente tamaño. Uno ayuda al protagonista a sostener la cruz y otro contempla a sus pies una corona de espinas. El grupo descansa sobre masa nubosa (que representa el cielo) en la que aparecen dos cabecitas de querubines.
El conjunto a que acabo de referirme fue víctima de la furia iconoclasta desatada a lo largo del verano de 1936, siendo destruida por milicianos incontrolados que lo arrojaron al suelo desde su camarín destrozándolo integralmente, pocos días antes de convertir en garaje el espacio del templo.
Concluido el conflicto bélico, y tras once años en que el camarín del retablo fue ocupado por una imagen del Sdo. Corazón de Jesús, la Junta Económica de la Parroquia, bajo la supervisión y ánimo del párroco D. Santiago Ramón García encargó un nuevo grupo escultórico al escultor murciano José Lozano Roca, firmándose el contrato con aquel, el 25 de junio de 1951, por el que el artista se comprometía a su ejecución en 27.500 pts.
En los primeros días de octubre de aquel año llegó la nueva imagen a la ciudad, siendo depositada provisionalmente en la iglesia de la Purísima Concepción, desde donde la tarde del domingo festividad de Cristo Rey, fue trasladada procesionalmente al templo donde iba destinada, no habiéndose procesionado con ella en ninguna otra ocasión.
El actual grupo es muy parecido al de 1876, ya que se esculpió sobre fotografías proporcionadas al escultor Lozano Roca desde Caravaca. Buscando diferencias apenas inapreciables, podemos observar la juventud de Cristo respecto a la imagen anterior, y el menor protagonismo del ángel situado a la derecha del espectador. Así mismo, el actual ofrece una policromía más rica. Uno y otro grupo, sin embargo, son de madera tallada, policromada y estofada, y quienes pudieron conocer ambos, no encontraron en ellos diferencias sustanciales.
El escultor Lozano Roca, a quien no se refieren las historias del arte murciano contemporáneo, fue un artista de segunda fila, de los que trabajaron mucho en los años de la posguerra rehaciendo el patrimonio religioso destruido en ella, a quien no se le dejó (como a otros contemporáneos), aportar nada de su propia creación, sino que fue obligado a reproducir lo que los clientes le pedían bien mediante imágenes como fotografías, estampas o grabados, o bien a través de la información oral cuando no existían aquellas. Su obra fue catalogada por José Alcaraz Cano, quien afirma de él que comenzó a trabajar en 1939, que hizo “El Salvador” de Caravaca con 52 años y que falleció el 24 de junio de 1977 a la edad de 78 años.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/