PARTICIPA ANTONIO HERRERA CASADO, CRONISTA OFICIAL DE LA PROVINCIA DE GUADALAJARA
Enclavado en plena comarca alcarreña, muy cerca del límite provincial con Cuenca, descubrimos el pequeño municipio de Alcocer. Son muchos los encantos que atesora esta noble villa, la cual destacó históricamente por ser el centro del antiguo Señorío de la Hoya del Infantado. Sin embargo, su iglesia parroquial, con advocación a la Virgen de la Asunción, es la joya patrimonial más destacada no sólo de la localidad sino también del entorno. Se trata de una obra arquitectónica de los siglos XII al XIV, en estilo de transición del románico al gótico. Es popularmente conocida como la Catedral de la Alcarria, un calificativo para nada exagerado ya que no hay ningún templo religioso en toda la comarca que la haga la más mínima sombra.
Del exterior de esta iglesia, destaca la preciosa portada románica del norte, la portada del poniente –reflejo de la herencia gótica– y la impresionante torre-campanario, que se eleva sobre otra de origen árabe y que está formada por preciosas ventanas góticas ajimezadas. El interior, de tres naves, es tan espectacular como el exterior y viene a confirmar el calificativo catedralicio del que hace gala. Tampoco es de extrañar que la grandiosidad y valor artístico de este edificio le sirviera para contar con la declaración de Monumento Nacional Histórico-Artístico desde los años 40 del siglo XX. Según detalla el cronista provincial, Antonio Herrera Casado, en uno de sus recientes estudios, la época de construcción de este templo religioso «hay que situarla en el siglo XIII, quizás cuando su señora doña Mayor Guillen, que mostró unos grandes ímpetus fundacionales, dio en levantar similares templos románicos en localidades como Cifuentes, Millana, el monasterio de Santa Clara en las cercanías de Alcocer, etc. Durante el siglo XIV continuó levantándose este edificio, y hasta la XVI centuria vio producirse aumentos y reformas».
El actual buen estado de conservación del templo, fruto de los diferentes procesos de intervención y mantenimiento llevados a cabo en los últimos 75 años no hubiesen sido posibles sin el tesón de los que fueron dos de sus párrocos: primero, don Andrés Pérez Arribas, y luego, don Crescencio Saiz. Éste último, especialmente querido y recordado por los alcocereños, trabajó concienzudamente por conservar y mejorar esta iglesia desde 1976 y durante más de tres décadas, haciendo incluso él mismo de cantero, soldador y carpintero. También llegó a recaudar 35 millones de las antiguas pesetas para este fin. El monolito que se levantó en su honor unos años antes de su jubilación, atestigua la estima y el agradecimiento que todo el pueblo de Alcocer sentía por este afable sacerdote.
Precisamente, según narra Herrera Casado, durante los años que el templo estuvo en restauración, se encontraron dos preciosas esculturas que habían estado ocultas largos años: Cristo atado a la columna y Cristo con la Cruz a cuestas. Ambas fueron realizadas por el escultor genovés Bartolomé de Matarana, en 1588, en su taller de Cuenca, por encargo expreso del Corregidor de Alcocer, para que sirvieran de tallas de culto y procesión de la cofradía o cabildo de la Vera Cruz, que por entonces tenía su sede en el convento franciscano de la villa.