POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Durante varios años, interrumpidos por la contienda civil española, D. Casto Abellán Herrera, trabajó “La Caña”, creando una pequeña industria que, en un principio, era totalmente familiar. Sin embargo, cuando sus hijos, Felipe, Luis y Casto, se hicieron mayores, y tomaron la decisión de marcharse a Madrid, a encauzarse por otros derroteros laborales, distintos a los que tenían en Ulea, no le quedó más opción que contratar operarios del pueblo, o cerrar la pequeña industria de las cañas. Tomó la primera opción y para ello contrató a Antonio” el de la Mariquita”, a Jesús López y a José Cascales. Con estos tres operarios inició una nueva andadura, aunque en la temporada de la corta y recolección de la caña, tenían que contratar más personal
Como las cañas crecían en los humedales: riberas del río y orillas de acequias y brazales, la mayor parte se recolectaba en “La Vega Alta del Segura”. Allí la cortaban cuando estaba bien granada y las hojas secas. La dejaban secar unos días, después de cortada, y entonces procedían a atarla en haces y transportarla, río abajo, hasta hacerla llegar al azud de Ulea. El experto en el transporte era Antonio “el de la Mariquita”, que lanzaba 10 o 12 haces al río y “se embarcaba con ellos” para poderlos conducir hasta su destino. La labor era dura ya que los haces se encallaban, con frecuencia, o se quedaban en algún remolino de agua, teniendo que estar presto para que llegaran a su destino. Allí teníamos a Antonio, subido en un haz de cañas, con un bañador o pantalón corto, y su sombrero de paja. A lo largo del trayecto tenía que zambullirse, en el agua, y “pelearse” contra las cañas y contra el agua. A veces llegaba extenuado; pero no existía otro medio de transporte.
En el muelle del azud, de Ulea, le esperaban Félix y Torrano, con sus burros bien enjaezados, para trasladar los haces a la nave que tenía Casto, en la calle O’Donnell. Recolectaba las cañas de los cañaverales de Calasparra, Cieza, Abarán, Blanca y Ojós y el conductor de los haces se subía en el último haz, con el fin de que no se le quedara ninguno extraviado. La labor más dura e ingrata era cuando tenía que voltear los haces en las distintas presas por donde transitaba.
En la nave de la calle O’Donnell esperaban Jesús y José para efectuar el manipulado de las cañas. Casto con su figura enjuta le hacía la advertencia a los arrieros de que hicieran un buen transporte de las cañas, para que llegaran sin partirse y, con este fin colocaban dos haces, a cada lado del aparejo, con las cabezas de las cañas hacia adelante. De este modo solo arrastraban las partes finas y las hojas que, al fin y al cabo, eran el desecho de las cañas.
Las fases del manipulado era: en primer lugar “el secado total”, para lo que tenían que abrir los haces. En segundo lugar “la selección de las cañas según su tamaño”. A continuación “las metían en la máquina peladora”. En cuarto lugar “pulimentaban los nudos” y le protegían con un barniz especial, que les daba mayor consistencia. Pasados unos días las cortaban según para lo que fueran a ser utilizadas: esteras, en forma de estaca, de tiras longitudinales y con distintas medidas para otros usos.
En el manipulado trabajaban bastantes mujeres de Ulea. Hacían “bardizas”, que servían de linderos entre fincas; “estacas”, para sembraderas de cereales y señalizaciones; “carrizadas”, urdidas por alambres o lías de esparto y que se utilizaban para embovedados y cielos rasos, de cuevas y caseríos; “tendederos” que eran los preferidos para usar como secaderos de pimientos, lana, higos, dátiles, etc.
Poco a poco los artilugios utilizados iban quedando obsoletos. Las nuevas maquinarias, hacían más rentable la industrialización de las cañas y, aunque Casto era un romántico de su oficio, tuvo que claudicar y rendirse a la evidencia, y el año 1952, decidió cerrar la empresa.