POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
En Murcia, según evidencia su nutrida historia, puede pasar de todo. Desde tragedias que agitaron al mundo, como sucedió con la riada de Santa Teresa, hasta el nacimiento de genios, pongamos por caso Peral o De la Cierva. Sin olvidar a los ya olvidados dos premios Nobel murcianos. En ese catálogo inmaterial de sorpresas para el recuerdo es necesario incluir una boda real.
Eso sí, se celebró cuando menos oportunidad había para convocarla. Al menos, meteorológica. Porque fue en agosto de 1272, aunque ya a finales. La novia tenía diecisiete años y su futuro marido unos veintisiete. Se llamaba Guillermo, acababa de enviudar y era el VII marqués italiano de Montferrato. Los festejos duraron varios días, como era costumbre.
El enlace, obligado es escribirlo, no era por amor. El interés de Alfonso X por convertirse en Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico aconsejaba emparentarse cuanto antes con la familia Montferrato, sus adelantados en Italia.
El investigador Domingo Domené sostiene en su libro ‘Alfonso X, el santo no santo’ que Guillermo era un voluble señor asentado en la Lombardía, que se consideraba rey de Tesalónica, el efímero reino fundado como consecuencia de la Cuarta Cruzada. Andaba Guillermo enzarzado en disputas con Carlos de Anjou, lo que acercó al de Montferrato aún más a la Corte española. De hecho, Alfonso X le prometió ayuda en el caso de un enfrentamiento con Carlos, auxilio que luego no se materializó. Pero eso sucedería después de las nupcias, claro.
Otro de los acuerdos que los analistas sopesaron fue casar a la hija que Guillermo tenía de su matrimonio anterior con el infante don Juan. Curiosamente, el suegro del infante era a la vez su cuñado. Lo que tiene la realeza.
La boda que nos ocupa se celebró en Murcia porque el Rey Sabio andaba en esas tierras en el año 1271. No hacía turismo. Por un lado, supervisaba la repoblación del reino después de que su suegro, Jaime I, hubiera recuperado el territorio apenas cuatro años antes. Y por otro, el monarca organizaba la guerra contra Granada.
Creación del Concejo
El paso del monarca por esta tierra siempre deparaba novedades. De hecho, el mismo mes de la boda, el Rey Sabio otorgó el fuero de Córdoba a la ciudad de Lorca, como destaca el investigador Richard P. Kinkade en su obra ‘La vida y los tiempos del Infante Manuel de Castilla’.
Unos años antes, en 1257, permaneció en la ciudad durante más de seis meses e introdujo algunos cambios en su legislación. El profesor Torres Fontes recordó en su día que impulsó el llamado Concejo de Murcia la Nueva. Estaba ubicado en el actual barrio de San Juan.
El monarca dotó a la institución con unas «cuatrocientas cincuenta tahúllas en el heredamiento de la Condomina para repartir entre sus pobladores», según el historiador. Pero no todo fue tan idílico. Tras superar en 1266 la rebelión de los mudéjares, Alfonso X encontró un problema en las capitulaciones realizadas por Jaime I con los moros que residían en la capital. Urgía dividir la urbe entre sus moradores.
La separación fue trazada sobre el mapa por una línea que, para no complicarse en demasía, se extendía desde las colinas de la pedanía de Churra hasta los límites con el Concejo de Cartagena. A ello, continúa el erudito Torres Fontes, se sumó la concesión a los moros del arrabal de la Arrixaca. Basta leer el Libro del Repartimento para entrar en detalles.
El dueño de mil tahúllas
Aunque no todo resultó tan fácil. En los años de la boda regia aún surgían problemas con aquellos repartos. La llegada de nuevos pobladores y el enfado de quienes se sentían perjudicados pronto obligaron a reestructurar los acuerdos. Y, en algún caso, no se trataba de una cuestión baladí.
Ibn Ashkilula era el hijo del arráez de Málaga, aliado de Alfonso X. Y por ello recibió la mayor donación de todas: más de mil tahúllas en la margen derecha del Segura. Para hacernos una idea, este Ashkilula se hizo dueño de una extensión que superaba los 110 campos de fútbol. En 1272 fue necesario cambiárselas.
Casi todo en Murcia estaba cambiando. El templo donde se ofició la ceremonia apenas llevaba unos pocos años en poder cristiano. En 1266 todavía era la mezquita mayor o aljama. Entonces fue consagrada a la Virgen María, adquiriendo el nombre que hoy conserva. No sería catedral hasta el traslado de la sede episcopal de Cartagena a Murcia en 1291.
La mezquita estaba dividida en aquella época entre un patio y un oratorio, en cuyo interior se alzaban pilares de ladrillo. Algunos estudios apuntan la existencia de once naves con unos 3.800 metros cuadrados de superficie. El patio contaba con otros 1.200 metros. Aunque pronto comenzaron a acometerse reformas en el edificio, para el enlace de Beatriz y Guillermo debió de mantenerse intacto y adecuarse al nuevo uso apostólico y romano.
Para los novios es posible que casarse en Murcia fuera apenas una anécdota que exigía la política de Estado. No consta que ni antes ni después pisaran tan idílico suelo. Entretanto, escasos datos se conservan de aquella ceremonia y del devenir del matrimonio.
Sí se conoce, en cambio, que Guillermo acabó perdiendo su fortuna y regresando a España en 1280. Alfonso X le entregó entonces una abultada suma de dinero de las arcas reales, lo que provocó el enojo de la Corte. Pese a todo, gozó en vida del reconocimiento de sus contemporáneos. Dante Alighieri lo ensalzaría en alguna de sus obras.
Documento impreciso
Una de las primeras referencias a la boda se remonta a la llamada ‘Crónica de Alfonso X’, que fue escrita tiempo después, entre 1344 y 1350. En este documento, calificado por los expertos como impreciso, se refiere a una tal «doña Leonor que casó en Murcia con el marqués [de Monferrand]».
La infanta Beatriz nació en 1254. Era hija de Alfonso X y la reina Violante de Aragón, nieta de Fernando III el Santo por línea paterna y de Jaime I por su madre. Del matrimonio con Guillermo nació un hijo en 1278, Juan I de Montferrato, quien se convertiría en el último de su dinastía.
Juan se casó con Margarita de Saboya, hija de Amadeo V de Saboya. Pero no tuvieron descendencia. Así que el marquesado pasó a manos de un hijo de su tía Violante. La fecha de la muerte de Beatriz se desconoce, pero sucedió después de 1280.
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