POR RAFAEL SÁNCHEZ VALERÓN, CRONISTA OFICIAL DE INGENIO (LAS PALMAS).
Ofensas a la Virgen, pasar por la mimbre, hechicería, comer carne en cuaresma, no ir a misa, curanderismo, brujería, superstición y maleficios, entre las causas más comunes juzgadas por el Santo Oficio.
Dependiente de Sevilla, el Tribunal de la Inquisición se estableció en Canarias en 1505, estando sus actuaciones encaminadas a la lucha contra todo lo que se considerase que atentaba contra la fe cristiana: judíos, mahometanos, supersticiones, herejía, apostasía, hechicería; extendiéndose además a diferentes actos que suponían motivo de escándalo y otros de distinta naturaleza difíciles de precisar, con castigos establecidos en orden a la gravedad de los hechos juzgados.
No nos proponemos hacer ningún estudio sociológico, político o religioso de la existencia de este infausto tribunal, profusamente estudiado y debatido, tan solo exponer algunos acontecimientos ocurridos en el Señorío de Agüimes, que conformaba lo que hoy son los municipios de Ingenio y Agüimes. Para ello hemos recopilado procesos que se recogen en los “Fondos de la Inquisición”, recogidos en documentos primigenios que se conservan en los archivos del Museo Canario, con el fin de que se conozcan acontecimientos, sin ir más allá del simple relato, lejanos en el tiempo, pero muy cercanos para los que vivimos en este territorio, e incluso por prácticas juzgadas que todavía se realizan y que mirados con la lupa del tiempo transcurrido, no deja de sorprendernos.
La Inquisición estuvo vigente con más o menos virulencia hasta los albores del siglo XIX con las disposiciones de las Cortes de Cádiz quedando pendiente su encaje en la Constitución de 1812, truncada por Fernando VII, que la restablece tras su regreso en 1814, aunque con menos medios, siendo suprimida definitivamente en 1834.
Personajes
En la Vega de Aguatona, donde se desarrolla parte de los acontecimientos que relatamos, se establecieron después de la Conquista distintos personajes, que, de una manera o de otra se encuentran vinculados a la Inquisición, como fue el judío portugués Alonso de Matos, juzgado y condenado, dueño y administrador del ingenio azucarero de la Vega de Aguatona durante muchos años en la primera mitad del siglo XVI, así como propietario de tierras y agua de riego, al igual que Hernando Rosado, molinero, portugués y cristiano viejo, juzgado por proposiciones y condenado a penitenciado y San Benito; fue dueño del molino de “pan moler” que hoy se conoce como de “Antoñico Bordón” y que en los primeros tiempos también se conoció como “de Rosado”.
Se debe considerar en el plano opuesto al bachiller Juan Fullana, natural de Córdoba, casado con la tinerfeña Bárbola Grimón, implacable Fiscal al que se le reconocen multitud de actuaciones como tal. Propietario de distintos bienes, especialmente agua del heredamiento Acequia Real de Aguatona y distintas tierras de labor para el cultivo de la viña y caña de azúcar en la Vega de Aguatona. Reconocida fue su posesión del llamado “Cercado del Fiscal” del que sus hijos, Juan y Baltasar, regalaron una parte para la construcción de la ermita de Nuestra Señora de Candelaria avanzado el siglo XVI, así como el llamado cercado de la Bagacera. Desconocemos la razón por la que este personaje disponía de tan valiosos bienes en esta zona concreta, si bien, se podría suponer su procedencia de incautación a reos, práctica normal en muchos procedimientos, sin que esta apreciación quede plenamente justificada. En siglos posteriores se conocen en esta comarca los nombres de algunos “comisarios familiares”, especie de policía del Santo Oficio de la Inquisición, como fueron Bartolomé Navarro del Castillo, cura de la parroquia de Agüimes en el segundo tercio del siglo XVIII, y ya entrado el XIX el cura Andrés Francisco García, natural y vecino de Agüimes en el pago “del Ingenio”, para lo cual tuvo que someterse a un procedimiento de “limpieza de sangre”.
La mayoría de los procesos inquisitoriales llevados a cabo en el Señorío de Agüimes corresponden a personas del pueblo llano por prácticas leves prohibidas pero que resultaban normales en el devenir diario, salvo si mediaba alguna denuncia y a las que hay considerar en el contexto de una época determinada en la que los poderes Iglesia-Corona, justificaban la existencia del “Santo Oficio” como una necesidad para salvaguardar sus propios intereses.
Proceso por ofensas a la Virgen
En 1527 tiene lugar el proceso contra el genovés Juan Carrega, estante en la ciudad de Canaria, por el inquisidor Luis de Padilla, acusado de haber estado hablando en el “Ingenio de Agüimes” con Rodrigo Larios sobre medir una tierras que tenía plantadas de caña de azúcar y que al sacar del seno un cordel envuelto en una tablilla, Carrega le dijo que midiese bien conforme a conciencia a lo que Larios le contestó que la tablilla tenía a Nuestra Señora, contestando Carrega: “no me menteys a Nuestra Señora agora en los Ingenios donde andan los diablos tras de los diablo y deja a Nuestra Señora”. Se le condenó a oír una misa de rodillas y dar una libra de velas de cera.
En 1540 se siguió proceso con declaración de los testigos, contra el morisco Jorge Hernández, vecino de Agüimes, por dudar de la virginidad de Nuestra Señora.
Diligencias a una vecina de Agüimes por haber pasado a un hijo por la mimbre
Por 1559 se siguen diligencias por el Santo Oficio contra la viuda, vecina de Agüimes, Juana Pérez, por haber pasado a un hijo suyo por la mimbre en la mañana de San Juan.
La costumbre o ritual de “pasar a los niños por la mimbre” ha estado vigente hasta hace muy poco tiempo en los caseríos cumbreros de Ingenio. El cronista que suscribe ha recogido testimonios orales sobre esta práctica a través de “Juanico el del Roque” y de Juan González, vecinos de La Pasadilla, consistente en llevar a niños que habían nacido herniados a donde se encontrara una mimbrera –abundantes en el barranco de la Sierra y apreciada sus ramas en cestería-, allí se realizaba el ritual en la que un varón de nombre Juan y una mujer de nombre María, se pasaban el niño de uno al otro a través de la fisura de una rama, a la que previamente se le había hecho un corte longitudinal, mientras efectuaban un “rezado”, para una vez terminado pegar de nuevo las dos partes de la rama atándola con trozos de tela. Se suponía que si la rama pegaba el niño se curaría de la hernia.
Proceso contra un esclavo de Agüimes
El mismo año es procesado un esclavo negro, vecino de Agüimes, conocido por Juan Fulo, al parecer procedente de la ciudad de Fez, por hacer ceremonias de mahometanos y practicar la hechicería. Aparecen complicados una negra de la calle la Peregrina y una “mulata bonita». Se habla de aplicar “ungüento de brujo”.
Sobre el intercambio de imágenes entre la Villa de Agüimes y el barrio del Ingenio para favorecer las lluvias
Las discrepancias entre los feligreses de la parroquia matriz de San Sebastián de la Villa de Agüimes y los del por entonces “barrio o pago del Ingenio” con su ermita bajo la advocación de Nuestra Señora de Candelaria se plasman en un curioso pasaje histórico ocurrido el año 1605 cuando los vecinos acordaron llevar la imagen de Nuestra Señora del Rosario en procesión hasta la ermita de la Candelaria en “el Ingenio” y a su vez traer de la misma forma al templo de Agüimes la imagen de la Candelaria, con el objeto que por su intercesión se mitigara el mal año de lluvias. El caso fue que cambiaron de parecer trayendo para Agüimes la Virgen de Candelaria pero sin dejar en la ermita de Ingenio la del Rosario, sino un crucifijo muy antiguo que tenían en la sacristía, con el consiguiente agravio para los “del Ingenio” al considerar que mandaban lo que tenían desechado. La protagonista de historia fue la hacendada Marcelina de Tubilleja de 30 años, casada con el labrador Pedro Cazorla y avecindada en el Ingenio, nieta del cañaverero Bartolomé de Tubilleja, que habiendo participado en el traslado hizo saber a los de Agüimes que dejasen otras imágenes de valor que garantizasen que en su día cada imagen volvería a su lugar de origen, propuesta que escandalizó a muchos de sus convecinos que lo comunicaron al calificador del santo Oficio Fray Basilio de Peñalosa, abriéndose un procedimiento con testificaciones ante el inquisidor Hurtado de Gaviria en 1606 que obliga a Marcelina a pedir misericordia al Tribunal.
Riña de un matrimonio y abuso de un fraile en la ermita del Ingenio
En testificación ante el inquisidor Hurtado de Gaviria, Beatriz Cabeza de Vaca de 34 años, mujer de Marcos de Tubilleja que vivía en el Ingenio, término de la Villa de Agüimes, declaró en 1606 que hacia diez años, estando reñida con su marido, le comunicó Elena, esclava negra de Juana de Trejo, que para que tuviesen paz lo debía mirar a la cara y decirle: “Con tres te miro, con dos te prendo corazón de puerco y mano de hombre muerto” y así lo repitió dos o tres veces a su marido. También declaró que hacía seis años estando una cuaresma confesando en la ermita de Candelaria del dicho Ingenio, el Padre Castro, fraile mozo de la Orden de San Francisco, le dijo que se quería ir a confesar con él y le respondió que fuese a la ermita cuando acabara de comer y así lo hizo encontrando solo al fraile y después de algunas pláticas, el religioso le dijo algunas razones amorosas, la abrazó y vejó y tuvo acceso carnal con ella en dicha iglesia sin su consentimiento.
Comer carne en cuaresma
Juana de Trejo, de 57 años, viuda, vecina de la Villa de Agüimes declaró ante el inquisidor Hurtado de Gaviria en 1606 que cuatro años atrás su hermana Inés de Trejo le contó como por época de cuaresma el morisco Gaspar de Cabrera, natural de Lanzarote o Fuerteventura, trabajando de pastor con un yerno suyo, había comido carne sin tener necesidad para ello y que en aquellos momentos estaba preso en la cárcel pública de Canaria, añadiendo a su relato que el morisco había dicho que no le importaba comer carne “que lo que entraba por la boca no dañaba, sino lo que salía…”
Ante el mismo inquisidor y el mismo año, el labrador Pedro Sánchez, de 60 años vecino de la Villa de Agüimes, declaró que él y su familia habían visto comer carne en cuaresma a María Espino, mujer de Bernabé López, justificando su acción por su flaca complexión pero que sin embargo la veía levantada y buena y que comía carne aunque tuviese otras comidas de cuaresma, añadiendo que un viernes trayendo a su casa carne para asar la madre de María Espino, dos de sus hijas la reprendieron por comer carne en viernes a lo que respondió “que tanto le hacía comerla en viernes como en sábado como en lunes como en miércoles y que también se podía comer en viernes”. Declaró también haber oído de Melchor Hernández, apañador de la Villa de Agüimes, que Juan de Toledo comía carne todas las cuaresmas estando bueno y sano.
Inasistencia a misa
En la Villa de Agüimes el 8 de noviembre de 1606, Susana Perdomo, de 38 años, mujer del labrador Domingo Pablos declaró ante el mismo inquisidor como en una visita que le hizo a su casa la viuda María de Artiles, con una criatura entre sus brazos de dos que criaba, le preguntó por qué no iba a misa en tanto tiempo, contestándole que no podía, por cuidar de dos criaturas, a lo que Susana le replicó que teniendo a su madre y a su hermana mejor podía ir a misa, comentando María que nadie dijese de ella ya que la acusaron de hechicera porque rezaba a las necesidades de Nuestra Señora y a las ánimas del purgatorio; Susana añadió que todos los cristianos las rezaban pero que no venía a misa había más dos meses y que tenía casta de mulatos y de flamencos.
Moriscos
Ante el mismo inquisidor y mismo año, María Ramírez de 44 años mujer de Juan Macías, labrador, vecinos de la Villa de Agüimes, testifica en 1606 que tratando de casarse su hermana Inés García con el morisco Gonzalo Hernández, y hablando de ello con Juana de Trejo y María Díaz, dijo: “Desventurada de ti, que más quisiera que fueras mala mujer con un hombre de bien que no que te casaras con ese morisco para afrenta de tu linaje”. Sobre la misma causa, Úrsula de Tubilleja de 53 años, mujer del labrador Juan Medina, declaró que estando en casa de María Ramírez tratando de que una hermana suya estaba casada con Diego López que tenía alguna raza de morisco, dijo María Ramírez “que más quisiera que estuviera con un hombre honrado que no casada con un bellaco”. Juana de Trejo a su vez y sobre el mismo matrimonio declaró que María Ramírez, había dicho: “más quisiera ser puta de un hombre de bien que no casada con ese bellaco”.
Curanderismo y brujería
Por 1725, el vecino de Agüimes, Nicolás Martín Franco, de 55 años, natural de la Victoria de Tenerife, se encontraba preso en las cárceles secretas, acusado de curandero, brujo y embustero. Ante el comisario del Santo Oficio en Agüimes, Bartolomé Navarro del Castillo, se presentó como testigo de su defensa, Bartolomé Sánchez, de 35 años, residente en el Ingenio declarando en su favor que Nicolás Martín lo visitó y curó de unas graves enfermedades que tenía, al tiempo que observó ser bien hablado y honesto y no aplicado a malos fines y que habiendo estado sin habla y sin ninguna esperanza, para practicar la cura le puso un pollo en los pies, un pelillo en el estómago y la cabeza y un poco de manteca de ganado y un “cerebro”, añadiendo que no era interesado y se contentó con 10 y que le dio otros 10 y era inclinado a traer siempre en su boca el nombre de la Virgen, Dios y los santos, rezar el rosario, oír misa y confesar. Añadió que estando desahuciado del médico Francisco Monagas le oyó decir que las curas que hacía eran violentas y de que le quitaba sus feligreses. También oyó decir que el Alcalde Ordinario de la Villa le echó de ella, no sabe si a pedimento de Francisco Monagas. En su favor declararon otros nueve testigos de Agüimes y el Ingenio, entre ellos un sacerdote. En su contra lo hicieron 31 testigos. Nicolás Martín a su vez declaró que “desde niño curaba todos los males que Dios le da a conocer, que la costumbre en él hace ley y que lo que él no cura nadie lo sana y lo que los médicos no sanan él lo cura”. El fiscal concluye que hace creer tener los ingresos en su boca y mano y que curaba con el contacto de su saliva.
Amenazas y maleficio
El convento de la Vera Cruz, Orden San Agustín de las Palmas, era propietario de una huerta, arboleda y tierra calma, situada en los Barranquillos, que habían dado en arrendamiento a Juan de la Nuez y a su madre durante años y al querer poner nuevos arrendatarios, interpusieron pleito ante la Real Audiencia y habiendo llegado el caso de ser expulsados, al tomar posesión como nuevo arrendatario Andrés de León, vecino de la Villa de Agüimes, en la puerta de su casa apareció un muñeco y regada la puerta con sal y ceniza y un trapo envuelto con unos hilos blancos y en el medio de los trapos, sal y ceniza y una castaña y así mismo unas agujas y alfiler y lo mismo se efectuó en las puertas de un yerno suyo. Juan de la Nuez en compañía de su madre María Ribera, rea que había sido públicamente penitenciada por el Santo Oficio por bruja o sortilegio se cobijaron en una cueva que estaba dentro de la misma huerta durante dos días vociferando que cualquiera que allí entrara no había de lograr frutos de la hacienda, por lo que amedrentados Andrés de León y su yerno no quisieron entrar en ella y anularon el contrato. Luis Pabón, vecino del Ingenio, que estaba interesado en el arrendamiento desistió diciendo que no quería la huerta con brujería, y lo mismo sucedió con Juan de Ortega y otro. Habiendo formalizado el arrendamiento Francisco Sánchez Romero, vecino del Ingenio, una vez entró en la hacienda, María Ribera fue a su casa y le echó maldiciones y que no había de pisar en la hacienda, por lo que optó echarse fuera del contrato alegando “puro miedo que tiene a esa gente”. Por todo ello el prior de la Orden interpone querella ante el Santo Oficio que a su vez remite al comisario Bartolomé Navarro del Castillo, cura de Agüimes, a finales de 1736 a efectos de testificaciones, por parte de los perjudicados.
El Inquisidor Fiscal hizo comparecer a María de la Nuez, rea penitenciada, sobre el hecho de salir de la ciudad y haber ido a la Villa de Agüimes y sobre los hechos. En sus conclusiones contra Juan de la Nuez y su madre, vecinos de Agüimes, por la mala voz y fama que le ocasionan a la Hacienda del Convento con las amenazas públicas de maleficiar para que no se produjera fruto alguno y aterrar a los vecinos del pueblo con daños sobrenaturales, afirmándolo con el hecho escandaloso de ceniza y muñecos, propone que sean llamados, reprendidos y amonestados para en adelante y condenados en las costas.
Procesada y condenada por embustera, supersticiosa y curar maleficios
Es el último procedimiento documentado en la zona que se conoce y corresponde al que se le incoó en 1818 a la vecina de la recién creada jurisdicción de Ingenio, Juana Catalina Quintana.
El relato viene dado por la enfermedad que padecía Juana López, vecina del Ingenio, cuando al agotársele la medicina de la botica, acudió a Juana Catalina Quintana que vivía en la zona del Cuarto, a la búsqueda de algún remedio, la cual le pronosticó que estaba “maloficiada”, recomendándole que acudiera a una curandera de Telde, a donde se desplazó su hijo Fernando la Gándara, mandándole unas bolas de barro amasada con sangre y hojas de tártago para que se los pusiera en el vientre y que ella vendría después, cobrando por ello diez pesos y una fanega de millo. Juana Catalina le dio a Josefa un brebaje y luego le metió en la boca un trapo hasta el “gaznate” y después de sacarlo manifestó que ya había salido el “maleficio”, comunicando a Fernando que le sacó un lagarto y a otros unos cardos, habiendo recibido como pago una fanega de millo, chícharos, cebollas, estopa y otras cosas. Como quiera que la enferma no se aliviaba y manifestaba dolor de cabeza volvió a llamar a Juana Catalina que trajo un muñeco con dos alfileres grandes clavados del que sacó un diente de ajo, diciendo que era el fuego que tenía la enferma.
Abierto el procedimiento, Juana Catalina fue acusada de “embustera, supersticiosa y por curar maleficios”. Actuó como notario público el párroco de la también recién creada parroquia de Nuestra Señora de Candelaria, José Martínez de Escobar, siendo comisario del Santo Oficio el presbítero local Andrés García. El Tribunal dictamina en su sentencia que se le amoneste, reprenda, advierta y conmine por sus actos y sea confinada en el hospicio y casa de reclusión por un año, dentro del cual haría una confesión general y ejercicios espirituales. Al mismo tiempo el comisario debía reprender a Josefa López por su credulidad en los maleficios y otras supersticiones.