POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y CARAVACA
Durante muchos años, a lo largo del pasado S. XX, corría un dicho popular por la ciudad que decía: «Caravaca la bravía: cien tabernas y una sola librería».Y es que durante muchos años de ese tiempo que hoy ya forma parte del antes de ayer local, es cierto que sólo hubo una librería, la de Pedro Montoya Martínez, en la calle del Teatro, la cual al cambiar su ubicación a la C. Mayor, renovada en su aspecto y contenido, fue aceptada por el público como la Librería Nueva.
La historia del establecimiento, que tantos lectores recordarán en el número 18 de la citada C. Mayor y bajo de la antigua casa del arcipreste D. Tomás Hervás donde hasta la llegada de la Librería en cuestión tenía el Sordo de la Luzuna tienda de lámparas y material eléctrico comenzó, como digo, junto al Teatro Tuhillier, en el domicilio familiar del matrimonio formado por el popular cartero Jesús Montoya Sánchez y Dolores Martínez Litrán, fruto del cual vinieron al mundo sus hijos Pedro, Pepe, Paco, Jesús y Salvador. El mayor de ellos resultó ser un inquieto muchacho que a los diez años escribió a la editorial Bruguera de Barcelona, pidiendo muestras de tebeos y revistas que la empresa editorial no sólo le envió sino que le confió su venta en la ciudad, tras obtener informes favorables del industrial y banquero local Pepe Carrasco. El inicial germen de la entonces única librería se ubicó junto a la entrada de general del citado teatro, ayudándole a Pedro en la actividad sus hermanos, con quienes cada lunes ponía un puesto de venta ambulante durante las horas del mercado semanal, ante la fachada de la sombrerería de Lorenzo Gómez (EL NOROESTE de 24 de noviembre de 2007) en la plaza del Arco. También montaban puesto similar de venta de tebeos y revistas en el mercado de los domingos en Cehegín, hasta donde se desplazaban andando, empujando un carro de madera, que ellos mismos habían fabricado.
Pedro Montoya hubo de participar en la Guerra Civil, primero en el frente de Guadalajara y luego en el de Zaragoza, lugar donde vivió en primera persona la entrada de los maquis de Francia. En ambos frentes fue destinado a la sanidad militar hasta que fue obligado a ascender, terminando la vida militar como cabo cartero.
Cuando las aguas volvieron a su cauce tras el conflicto bélico, hacia 1944, el pequeño negocio de la calle del Teatro había adquirido un volumen que obligó a Pedro a alquilar al citado sacerdote un bajo de su casa, en la C. Mayor, por 30 ptas. mensuales, que puntualmente abonaba su padre a D. Tomás. De ahí el nombre, insisto, puesto que el negocio abría, en su nuevo emplazamiento, renovado respecto a su anterior ubicación urbana.
En la Librería Nueva siguieron vendiéndose novelas de Corín Tellado y Marcial Lafuente Estefanía. Revistas como Hola y Pronto al precio entonces de 30 céntimos, y tebeos como El Capitán Trueno, Roberto Alcázar y Pedrin, El Guerrero del Antifaz, El Coyote y Pumbi entre otros, así como los periódicos Dígame, ABC, YA, Madrid, Información, y los regionales La Verdad y Línea. Pedro recuerda que los periódicos nacionales más vendidos entonces eran ABC y Madrid, según la tendencia ideológica de los lectores. Y que sus clientes más asiduos en la adquisición de la prensa diaria fueron el juez Roberto Torres, Jesús Martínez Romero, Pepe Piñero, Salas (el del registro), Jesús (el del Juzgado), Ángel Papao y Amancio Marsilla entre muchísimos otros.
A la venta de libros, prensa, tebeos y revistas hay que sumar la de sobres sorpresa y, sobre todo aquellos sobres que contenían cromos para coleccionar y pegar en los correspondientes álbumes; cromos que chicos y grandes intercambiaban hasta completar la colección de futbolistas, fauna, flora o historias de la más diversa naturaleza.
La Librería Nueva era un espacio rectangular, con escaparate a la calle que suplió a los armarios iniciales colgados cada mañana en la fachada. Mostrador y expositores de madera que fabricó para el lugar el carpintero Juan Firlaque ayudado de Marcos Chacón, e iluminación a base de un tubo de luz fluorescente que colgaba del techo.
Pedro Montoya compaginaba su quehacer en Correos como cartero, con el negocio de la librería, que atendía su mujer Cecilia Robles González (a nombre de quien figuraba oficialmente la actividad) con la ayuda, pasado el tiempo, de su hija Loli. La venta de prensa sólo dejaba un 20% de ganancia y durante mucho tiempo fue el único vendedor de la misma, hasta que un señor de Nerpio abrió kiosco para ello, en el solar frente al garaje Ford, donde hoy se ubica el moderno edificio de Correos, y posteriormente hizo lo mismo La Paragueraen la Gran Vía. Nunca tuvo empleados, aunque sí colaboradores, como el conocido Pelo, que distribuía la prensa en su propia bicicleta en lugares públicos y oficiales, o los llevaba a particulares a sus domicilios, por cuyo trabajo Pedro le daba el 20% que a él, como vendedor, correspondía.
Respecto a la venta de libros, Montoya recuerda a Tomás Marín como lector empedernido, quien adquiría todo lo que ofrecía el mercado editorial; si bien aquel era una excepción pues el libro bueno apenas se vendía. A él acudían a pedir consejo a la hora de regalar un libro, y no sólo por la novedad del mismo, sino por los gustos de la persona a quien el obsequio iba dirigido, ya que el librero conocía los gustos personales de la población lectora.
Como he dicho y la mayor parte de los lectores recuerdan, Pedro Montoya simultaneaba su oficio como empleado de Correos, como cartero, puesto que ganó por oposición, con la Librería. Su dedicación funcionarial, en el edificio entonces de La Compañía, le ocupaba gran parte de la jornada laboral pues se trabajaba muchas horas, incluso sábados y domingos. El correo postal se recogía diariamente a las once de la noche, hasta cuya hora se admitían certificados y envíos normalizados. A las once y media la empresa Alsina retiraba las sacas que trasladaba a la estación de Calasparra, por donde pasaba el Tren Correo de Madrid que llevaba los envíos postales a la Capital de España. En Correos se ganaba 2´50 pts. diarias, aunque su padre, Jesús, había ganado por el mismo trabajo cinco reales años antes. Además se pagaba a cinco céntimos la carta repartida, cantidad que dejaba de abonarse si el cartero no encontraba al destinatario.
Jubilado de Correos a la edad reglamentaria, Pedro Montoya siguió al frente de La Librería Nueva incluso después de la muerte de Cecilia, su mujer, estando ya el negocio a nombre de su hijo Pedro Jesús, tras producirse el traslado del negocio a la nueva ubicación, muy cerca de su antiguo emplazamiento, ya en local propio, en C. Mayor 25, al frente del cual ya figuró el hijo aunque bajo el atento consejo y presencia continua del padre, hasta que las fuerzas físicas comenzaron a fallar.
La Librería Nueva, muy transformada en su contenido, pues a todo lo dicho anteriormente se sumó la venta de colecciones de fascículos, libros y recordatorios de primera comunión, libros de texto y utillaje de papelería y escritura, cerro sus puertas tras la muerte de Pedro Jesús, su hijo, en el mes de noviembre de 2005, tras más de medio siglo al servicio de los lectores caravaqueños y comarcanos que tuvieron aquel lugar como referente urbano y social, en el corazón económico y comercial de Caravaca.
Fuente: https://elnoroestedigital.com/