POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIEL Y LOBÓN (BADAJOZ)
Es el Montijo que a veces no vemos, que pasa para muchos desapercibido. Allí, en la ventana izquierda de la casa donde vivieron los maestros y directores de las Escuelas Nacionales, luego de los Grupos Escolares Giner de los Ríos y Padre Manjón, don Pablo Sánchez Fernández y doña Manuela Montes Sanchez, está en la reja la marca “REGALADO DE MONTIJO”, en el medio una tenaza y un martillo.
En la esquina de la calle de San Antonio con la de Concepción Arenal, estuvo una fragua. Durante años, en tiempos antiguos, los hijos no imaginaban otro futuro que proseguir con el oficio de los padres, y los padres no podían aspirar más que dejar a sus herederos el camino de trabajo que deberían seguir. Aquella fragua, santuario de la época, había ido de padres a hijos, de generación en generación. Algunos documentos prueban que, pasada la refriega con los franceses, en el siglo XIX, los hermanos Pedro y Juan Regalado, realizaron trabajos y composturas para la ermita de Barbaño y para Nuestra Señora del Rosario. Así, de unos a otros, de generación en generación, se fue dando continuidad al oficio.
Hoy, su marca evoca la fragua de los hermanos Regalado, heredada de Domingo, su padre. En aquel templo había un organigrama perfecto de trabajo. Pedro tuvo una depurada técnica en la soldadura. Francisco fue artesanía y precisión. Fernando se encargaba de los presupuestos y la contabilidad, y Manolo daba un concierto en el choque del martillo con el yunque. Un día el dios Vulcano echó agua sobre el carbón y apagó la fragua. Un día, aquel santuario dijo adiós. Hoy la marca REGALADO nos devuelve su memoria y los recuerdos.
Gracias, Marina Regalado Pinilla, por informarme de la marca de la fragua de tus predecesores y donde se encuentra.