POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En la Edad Media o Medioevo, nos encontramos con el periodo histórico de la Civilización Española, en el que la sociedad tenía una economía pujante; sobre todo en la época de Alfonso VII.
Esta Edad Media, comprendida entre los siglos V al XV (concretamente desde el año 476; coincidiendo con la caída del Imperio Romano, hasta el año 1492), fue prolija en cambios de moneda pero, en ella, prevaleció «el vellón». No obstante, en el siglo XII, se utilizó «el vellón carolingio».
Pues bien, en este periodo histórico, la moneda oficial en los reinos españoles era «el vellón», siendo la fracción más pequeña «el Real de vellón». Sin embargo, durante el reinado de Alfonso VII, se acuñó una fracción más pequeña del vellón: llamado la miaja».
Como consecuencia de ello en la huerta del reino murciano y, sobre todo en los pueblos ribereños del Segura, la palabra «miaja» se utilizaba para designar a «pequeñas porciones de algo; generalmente de tipo alimenticio».
Durante la primera mitad del siglo XX, «la miaja» era una palabra de uso normal entre los vecinos de mi pueblo, mucho más entre las mujeres, «para pedir un poco de algo»; por ejemplo, “dame una miaja de harina”, o de azúcar, o de sal. Cuando se trataba de una cantidad mínima de pan, se le decía: “dame una miaja de pan” o, dame «una migaja de pan», o «una meaja».
Al mercadillo semanal de la localidad, acudía una vendedora de «los Torraos», que traía unos saquitos pequeños, llenos de plantas trituradas y pregonaba sus excelencias tan curativas que ni los mismos médicos y sanadores conocían. Esta herboristería, muy bien presentada, era visitada por las mujeres, para adquirir una «miaja» de sus productos para tratar a sus familiares enfermos.
Algunas carecían de dinero para adquirirlas y se inventaron la triquiñuela de que «le dieran una miaja para olerlas y gustarlas con la punta de la lengua». Cuando la herboristera observaba que no le iban a comprar, les daba una miaja con las puntas de las yemas de los dedos, o bien con la puntica de una navaja o un cuchillo. Sí, a esta pequeña cantidad, se le denominaba «Miaja».
En los caseríos y cuevas del campo, rambla de Sevilla, el Tinajón, las Lomas, Verdelena, Cuesta Blanca, los Pelegrines, eran corrientes las unidades de medida insignificantes y, además de la miaja, se utilizaban sinónimos como: «La pizca», «El Adarme», «La Chispa» «La Brizna», «El Pedazo», «El Cacho», «La Porción», «La meaja o migaja» y «La Jelepa». Dicho lenguaje para expresar las medidas ínfimas, «era un tesoro lingüístico de la huerta».