POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Palpitaban, desde hacía década y media, bajo la tela que anunciaba su restauración. Y en las noches más oscuras parecían agitarla como si ansiaran volver a desafiar la belleza de la plaza de Belluga. Dragones ciegos y alados, provocadores, angelotes, serpientes, un fiero león, una mujer que parece burlarse, un águila enfadada con su polluelo asustado y hasta un niño dolorido son algunos de los símbolos que adornan la fachada de una de las casas más misteriosas de la ciudad.
El edificio, a comienzos del siglo XX y con otra fachada anterior y más sencilla, era propiedad de Magín Peña Mánquez y su esposa, Dolores Torres García-Otazo. Hijos de dos ilustres familias, los Peña poseían la fundición del mismo nombre cuya fachada se conserva en El Carmen y que fue la primera fábrica de camas de España. Pero la casa la heredaron por vía materna de Ramona García-Otazo, quien en ella veló a su marido, Pablo Torres Casanova, el 22 de marzo de 1906.
La fortuna de la familia Peña le permitió a Magín colaborar en numerosas iniciativas en beneficio, aparte de su bolsillo, de la ciudad. Entre ellas, el 14 de agosto de 1895, en la notaría de Juan de la Cierva, se constituía la Sociedad Anónima de los Tranvías de Murcia, entre cuyos accionistas se encontraba Peña. Apenas unos años antes, durante la década de 1880, también conoció el fútbol mientras vivía en Birmingham. Su hijo, Magín Peña Torres, se convertiría más tarde en el primer mecenas del Real Murcia y su segundo presidente. Magín Peña Mánquez falleció el 7 de abril de 1904.
En febrero de 1930, el Ayuntamiento nombró por decreto concejales a los 24 primeros contribuyentes del municipio. Entre ellos, después de otorgarse a las mujeres mayores de edad el derecho de ser elegibles, había cinco murcianas. Una de ellas era Dolores Torres, auténtica impulsora de la nueva fachada que pasaría a la historia de la ciudad. De hecho, Dolores ordenó tallar en el enorme escudo que corona la fachada, en su última planta, las iniciales de su nombre.
El edificio está plagado de símbolos. En los balcones inferiores se representan unos dragones que, a medida que se asciende por la fachada, abren sus alas como si fueran a echar a volar. Entretanto, sobre la puerta principal se esculpió una enorme cabeza de león.
Los dragones no constituyen un símbolo desconocido en Murcia. En el antiguo presbiterio del monasterio de Santa Clara se conservan algunos en las nervaduras del techo. Y también en la bóveda de San Antonio, en la Catedral, donde una restauración arrancó del olvido hasta 16 representaciones de estas bestias mitológicas. De igual forma, la portada del Casino, obra de Pedro Cerdán, incorpora una mujer sobre el dintel principal, acaso símbolo del liberalismo, tan semejante a la estatua de la Libertad americana, y varias cabezas de león.
Según el investigador Pablo Alonso, el edificio muestra similitudes con el esquema formal de la portada del Casino, sobre todo por la cabeza de león que se encuentra sobre la puerta de entrada. Además, los dragones del primer piso muestran caracteres de ‘ouroboros’ (serpiente cósmica que se muerde la cola), alternando rasgos identificativos del dragón con los de la salamandra, o ser elemental ígneo. Sin embargo, y a medida que ascendemos en la observación de la fachada, el dragón se torna alado, lo que recuerda el formidable grabado de Principio Fabrizi en ‘Delle allusioni, imprese et emblemi’ dedicado a la vida, obra y acciones del Papa Gregorio XIII, cuyo emblema era un dragón.
El robo del nido
La escultura más significativa de la fachada es la que preside la primera planta del edificio. Es una obra de Nicolás Martínez Ramón titulada ‘Robo del nido’ y datada en torno a la década de los años cuarenta del siglo XX. María Luisa Martínez León la cataloga en su tesis ‘Proceso creativo originado en el taller del escultor Anastasio Martínez’. La obra representa el instante en que un niño intenta robar un huevo y recibe un picotazo en una pierna.
Martínez Ramón nació en Murcia en 1907 y se formó en Casa Granda, un popular taller de imaginería y escultura decorativa muy afamado en su época. Al regresar a Murcia en 1926 se dedicó a ayudar a su padre en la construcción del Sagrado Corazón de Monteagudo, que sería inaugurado aquel año y destruido durante la Guerra Civil. Más tarde, entre 1948 y 1950 construiría el actual monumento.
Curiosamente, en la misma plaza de Belluga existe otra obra del escultor incluso más desconocida. Se trata de la cabeza de San Juan Bautista, escultura que corona la puerta del mismo nombre y que había sido destruida por los bomberos.
Respecto a Joaquín Dicenta, el arquitecto de la vivienda, Dora Nicolás, en su obra ‘Arquitectura y arquitectos del siglo XIX en Murcia’, destaca que «su relación con Murcia fue a través de su destino en Cartagena como arquitecto del Estado al servicio del Catastro». En 1928 se convierte en arquitecto municipal de Murcia y falleció en 1960. También es autor, entre otros edificios, del que se levanta entre el Palacio del Almudí y el edificio Zabalburu.
Fuente: http://www.laverdad.es/