POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
No es infrecuente la noticia, como evidencian las hemerotecas de los últimos tres siglos, de la venta de espléndidos tesoros artísticos por parte del Estado. Eso sucedió no hace tanto con algunos palacios de la capital. Pero a nadie, al menos en su sano juicio político, se le ocurriría hoy vender el Almudí, antiguo pósito, luego armería y más tarde hasta Audiencia Provincial.
Aunque en la Murcia de finales del siglo XIX no era la defensa del patrimonio el fuerte de los próceres. Como tampoco parecía serlo la prudencia más elemental. Eso sucedió a comienzos de 1897 cuando alguien propuso enajenar al mejor postor el ya entonces añejo edificio histórico. Aunque no previeron que un murciano excepcional zanjaría en seco la cuestión con solo un artículo.
Se trataba de José Martínez Tornel, propietario y director de ‘El Diario de Murcia’, uno de los más prestigiosos rotativos murcianos de todos los tiempos. El escándalo comenzó cuando Tornel, en su aclamada sección ‘Lo del día’, denunció que la Administración de Bienes del Estado pretendía vender el inmueble.
Con buen tino, el periodista se preguntaba sobre qué derecho asistía al Gobierno Central para adoptar semejante decisión. E incluso la comparaba, en lo disparatado, con la venta del «Granero, la Trinidad, la Cresta del Gallo, la Cárcel, el Soto del Río, el Malecón, la Glorieta…». Mejor no recordemos la destrucción posterior de alguno de estos símbolos. Mejor.
Al parecer, aunque de forma oficiosa, la noticia era un rumor extendido por la urbe. Tornel calificaba la idea como una «desamortización fin de siglo, de lo más ridículo e ignominioso para los pueblos». Y no le faltaban razones. El Almudí era un edificio que se había conservado durante siglos y a costa, en tantas ocasiones, del bolsillo de los murcianos. Y aún era de titularidad municipal después de que el Ayuntamiento lo cediera para la instalación de juzgados y de la Audiencia. Sin embargo, en Madrid consideraban que era «una ocultación de propiedad en daño del Estado, que hay que sacarlo a subasta y venderlo por lo que den por él», añadía ‘El Diario’.
De consumarse el atropello, en opinión de Tornel, sería tanto como «arrebatar una propiedad legítima a su legítimo dueño». Además de un menosprecio al Consistorio murciano, «que la digna corporación no podrá sufrirlo».
Nunca sabremos el efecto que aquel artículo causó en la opinión pública, aunque es muy probable que fuera proporcional a la grande autoridad que por entonces atesoraba el periodista. En cambio, sí conocemos el tremendo disgusto que sufrió el administrador del Estado, que venía a ser algo así como un actual delegado del Gobierno.
«Quiero una rectificación»
Se llamaba Eugenio Brugarolas y había ocupado otros cargos antes y después sería concejal. En una carta remitida el mismo día a ‘El Diario’ advertía de que la noticia de la venta del Almudí era falsa. Tras manifestar su sorpresa ante la lectura del rotativo, Brugarolas añadía que «ni dicha Administración, ni funcionario o dependencia alguna del Estado ha pensado nunca en enajenar un edificio», aunque remarcaba a renglón seguido que era legal hacerlo.
El administrador también señalaba que el Almudí prestaba «un servicio de gran importancia» por estar en él instalados los tribunales y no dudaba de que Tornel haría «la consiguiente rectificación».
Por aquellos años, costumbre por desgracia perdida en los periódicos actuales, a las cartas de rectificación se les añadía una «Nota de Redacción». El objetivo era aclarar algún extremo de aquellas a fin de que el lector valorara argumentos. En este caso, al director tampoco le tembló el pulso.
Martínez Tornel aclaró a Brugarolas que la noticia no era «completamente gratuita». Entre otras cosas, porque incluso un concejal del Ayuntamiento capitalino elevó al Pleno una moción sobre el asunto. Y añadía el célebre periodista: «Algún conato habría habido, oficial o extraoficial, para incluir al Almudí en la clases de bienes enajenables».
Concluía la nota con una expresión tan elegante como contundente por parte de ‘El Diario’: «¿Qué no lo ha habido? Mejor que mejor». Y otras noticias ocuparon la atención de informadores y políticos. Aunque lo cierto es que no había muchas entre las que elegir.
Nada merecía en aquella edición de ‘El Diario’ demasiada atención periodística. Quizá el hallazgo del cuerpo de una joven en un pozo de Pacheco. O el anuncio de que muy pronto llegaría la luz eléctrica a Mula.
Otros lectores es posible que se interesaran por el vale del Teatro Circo Villar, cuya presentación en taquilla permitía adquirir una entrada «por la mitad de su precio ordinario». Y aún algunos creen que la publicidad es cosa de estos tiempos que vivimos. Como el acceso a algunos manjares.
Y las moreras ya verdean
Ya entonces podían comprarse en la casa Sánchez Pedreño, ubicada en Platería, ostras del Cantábrico a 4 reales la docena. Y «queso fresco de Burgos» o de Holanda en bola. Vamos, el del Gallo de toda la vida de Dios, que es el que está en San Antolín.
De igual forma se publicitaban varias «amas de cría». La lectura de aquellos anuncios hubiera enervado hoy a muchos. Uno de ellos rezaba así: «Hay una de 25 años de edad y leche de cuatro meses. Darán razón en Santomera, barrio de La Mota, preguntando por Antonio el Ciego al Marujino».
Mucha más tristeza da leer estos días otra información que anunciaba, cual prólogo de la inminente primavera murciana, cómo «todas las moreras de la Huerta verdean ya». Hermosa estampa. Sin embargo, tampoco era una noticia feliz. Porque las hojas dichosas se habían adelantado aquel año a los gusanos, hasta el punto de haber árboles que las tenían tan crecidas que, por lo duras, no podían comerlas los primeros gusanos, que por entonces, ajenos a la venta del Almudí, acababan de nacer.
Fuente: https://www.laverdad.es/