
POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA OFICIAL DE FORTUNA Y ALCANTARILLA (MURCIA)
Se viene investigando sobre la Murcia que se fue, la ciudad antigua, la otra ciudad, que es digno de loa como una forma de evocar su historia cuando se celebra sus 1.200 años de su fundación para lo que sus regidores la visten con sus mejores galas. Solo que de aquella ciudad musulmana solo queda el recuerdo, nada de su estructura arquitectónica que solo queda en viejos textos, libros de eruditos amantes de esta ciudad donde se ha vivido y se sigue experimentando su transformación para bien o no. Solo cabe desde la nostalgia traer a colación la ciudad, retener aquellas primeras percepciones de la infancia cuando en los años cuarenta y siguientes del siglo periclitado todavía permanecía con su viejo atuendo, sus calles, monumentos que fueron extirpados por la máquina, imágenes que han ido formando parte de nuestra vida, permanecen en el recuerdo. En realidad cada habitante de la ciudad mantiene un concepto, una pose de algunos de sus espacios, sean calles, plazas, arquitecturas señaladas, que se mantienen a lo largo de la vida, son como aquellas viejas fotografías de plata, daguerrotipos que dejan una semblanza, muestrario de lo que era la ciudad. Todos los urbanitas conservamos un cúmulo de semblanzas urbanas unidas a momentos emocionales, lo que no emociona no existe aunque a veces surjan sensaciones inéditas, algo que nos llevaría a relacionarlo con aspectos proustianos.(1)
Lo que nos lleva a pensar que la ciudad en general es un concepto muy acoplado al ser humano, por lo tanto tan versátil como las sensaciones de cada uno. La ciudad es lo físico que se observa, se siente, está en el entorno y nos acoge con ternura o desaloja por causas diversas. Desde la ciudad se ama, se trabaja, se vive en el centro o en el extrarradio que determina una forma de ser. La ciudad como dice Hegel es una obra de arte donde se habita y se encuentra la serenidad anhelada, ya Descartes se consideraba un urbanitas frente a quienes utilizaban el campo para su relajo. El filósofo no descartaba lo campesino para situaciones adecuadas solo que se encontraba bien en la ciudad con sus bibliotecas y servicios necesarios, la paz idílica se compensaba con la seguridad y variada utilización de actividades culturales de la urbe. Después vendrán las atrofias de la ciudad en los siglos siguientes, su extensión irreparable, la desgana y el hastío de sufrir la fatiga diaria, ruidos, algarabía nocturna que ya vaticinaba Marcial de Roma desconociendo lo que puede suceder en las ciudades en metamorfosis constante como Paris, Manhattan, que es otra manera de desconcierto.
La ciudad es algo dúctil, se hace y deshace, organismo que se convierte en un hormigueo de personas, en un trajín de mago hiriente, lugar donde se vive capaz de tragarse al ser humano en ese infierno donde pulula la maquinaria industrial, se afinca en los barrios con su mugre y deterioro. La ciudad es un laberinto de calles extenuadas por el silencio o estallido de avenidas rectas insoportables, rúas impenitentes, acogedoras del Paris del siglo XVII por las que huye el protagonista de Los Miserables llevando a Cossete consigo, o se transforma en rascacielos metálicos de Nueva York signo de la mueva era. Tremenda evolución de un urbanismo adosado en un progreso indolente.
Que no debiera ser así lo recomienda Aristóteles para quien la ciudad debía ser limitada, llegar hasta donde alcanza la voz humana, cosa que parece utópica desde la estructura de la ciudad del Medievo que se mantiene en el Renacimiento en una sociedad de dominio de la nobleza como la cúpula se hace centro del paisaje urbano, y aún en el barroco donde la ciudad conjuga espacios amplios en torno a la catedral con efectos teatrales, haciendo que la ciudad sea una vista, y donde las perspectiva se hace esencial. El modernismo del XIX imprime carácter en las amplias avenidas parisinas bajo el prisma de Hussmann que sirven de preludio a las ciudades contemporáneas concebidas como maquinas de vivir, dentro de lo que Chueca Goitia denomina el enchanche urbano que da paso a la megalópolis.
De la ciudad antigua, del renacimiento si se quiere en rasgo vitruviano a la concepción presente hay un trayecto muy largo que delata etapas importantes de signo urbano, que pueden ir desde la serenidad a la angustia. Lo urbano es lo cambiante, ciudad de calle corta y edificio sesgado por la industrialización, casco viejo entre barrios desabridos donde lo angosto queda en el otro perfil, diorama de viñeta opaca. La ciudad es autentica en sus zonas históricas, se detiene en el laberinto auténtico de piedras asentadas en sus páginas fidedignas, claudicadas y removidas por el progreso.
Pensar en la ciudad de Murcia en este momento es hablar de otra ciudad que no es ni mejor ni peor, es simplemente distinta que no se ciñe a lo que llamamos su vocación histórica, es la ciudad desdibujada en distintos estratos, disipada por unos planes de falsa estrategia de desazón que comienza a partir de los años cincuenta del siglo XX en un afán destructivo. Momento donde el urbanismo toma contacto con una sociología que encuadra al hombre en ese espacio de convivencia con todo su derecho de vivir la ciudad, significado en un caudal de percepciones identificadoras que pueden ser modificadas por los planes urbanísticos.
Unos planes que dejan mucho que desear y que no asimilan la esencia arquitectónica de la ciudad ante la presencia de intereses particulares encajando la planificación en reclamos partidistas motivados quizá por la incompetencia o deslealtad a los principios del urbanismo, a la hora de catalogar el suelo urbano y su patrimonio histórico, sin respetar espacios estéticos, monumentos, configuración de calles y espacios sin conculcar su estructura arábiga en el caso que estudiamos. Desde luego la misión del urbanista es la de dar sentido a la ciudad sin declinar su vocación arquitectónica localizando vías de ensanche racionales para un nuevo hábitat. En realidad el urbanista se ampara en la ciencia relativa a la ecología urbana de la escuela de Chicago, instando la renovación urbana dentro de unas tesis de progreso sin orillar el mensaje del pasado.
En nuestra experiencia como hombre urbano observamos una transformación asidua de la ciudad murciana marginando sus bases, descomponiendo su identidad histórica, sobre todo desde en los años veinte del pasado siglo, un momento crucial para reclamar una reforma necesaria según se advierte en el proyecto de Isidoro de la Cierva que aborda la problemática del saneamiento y planificación urbana en una delineación adecuada de la ciudad musulmana, modificando su tramado en orden a ampliar sus calles angostas según su proyecto de 6 de enero de 1921. Sobre todo va dirigido a resolver el tema del saneamiento de la ciudad sirviéndose del ingeniero Sr García Faria utilizando grandes colectores que se inician en la calle del Marqués de Corvera con vistas a regar la huerta a su vez. Le preocupaba la higiene en un momento delicado y la necesidad de hospitales, al igual que renovar la materia de la instrucción, museos, como la reforma urbana, dando a Murcia una imagen renovada y saludable evitando como hemos dicho las “calles angostas”, cosa que se repite en los planes siguientes, de los que hablaremos.(2)
El tema de las calles angostas lleva en sí multitud de sentidos como el de la expansión urbana desde un sentido de respeto y de evolución. Bajo el termino de calles angostas hay que señalar todo el tramado de la vieja ciudad desde su fundación en el siglo IX que irá desvirtuando con el tiempo su tramado, el de la vieja Mursiya cuyos 1200 años se conmemoran en el presente evocando sus enfoques de urbe consolidada entre la muralla fortaleza, la medina y las calles con arcos y algorfas que retenían esa sensación de un espacio entrañable unido a la mezquita con calles en laberinto, a veces sin salida. Un ámbito henchido de misterio que convive con otras culturas una vez que con la conquista Alfonsina en el siglo XIII la ciudad arrebata necesariamente contenidos urbanos a las zonas arábigas de una forma comedida y se alzan los templos cristianos con todo un mosaico que nutren de religiosidad a una sociedad variopinta, ello conforme a donaciones del monarca.
Se conjuga así la urbe medieval donde el cristiano convive con el árabe y el judío en un episodio de contactos pacíficos no exentos de pleitos desde una convivencia en un interior adaptado al nuevo criterio de la ciudad, donde la muralla se convierte en defensa del habitante y se conciben las calles desde lo angosto precisamente mediante azucaques y adarves que otorgan un sesgo característico y donde los alcázares y torres dejan aromas y rumores de agua como si se estuviera en la misma huerta, auténtico jardín edénico. No perjudica a ello la reforma Alfonsina de hacer las calles “anchas y pacíficas” a tenor de las necesidades del momento con el fin de dar amplitud a las relaciones sociales ubicando barrios adecuados.
Nos admira y añoramos como habitante de Murcia y aficionados a la historia esa imagen que ofrecía la ciudad musulmana sumida en una muralla de siete o doce puertas y 95 torres, entre barbacanas y matacanes y el Val de la lluvia, y sentimos el deseo de acercarnos a sus costados para vivir aquellos días de auténtica delicia con una huerta fértil y un cielo azul que contrastaba con el verde esmeralda de las palmeras. Tan solo desde las páginas de los poetas arábigos como Al-Macari podemos recrearnos con la belleza de sus muros dorados por el sol que se oteaban desde la lejanía, sus puertas que daban paso a recoletas plazas donde se apreciaban morerales con sus gruesas hojas, alimento del gusano de la seda que el morisco sabía tratar como nadie, sentir el rumor del agua de sus acequias y el aroma de una primavera enraizada en una huerta sin igual.
Ahora apenas quedan restos pétreos de los viejos muros con portillos que eran testigos de gestas, presencia variopinta de gente junto a los mercados que forjaban escenas pintorescas donde se observaba el ambiente, el colorido y belleza de la arquitectura enquistada en los arcos que conjuntaban las puertas por donde el morisco pasaba con su borrico y el carretero dejaba su carro en una esquina. Apenas quedan ruinas en las zona de San Esteban, amplio espacio que pudo con la piqueta y la indolencia de la especulación, como no se respetaron los restos de la muralla en la calle de Zabalburu que han sido estudiados largamente, cual quedan las ruinas que se contemplan a la espalda del templo de Verónicas como piedras solemnes, páginas de la mejor crónica urbana y el resto de muralla en el costado de la ermita del Pilar donde se ubicaba la torre de Bab-Secura que deja fragmentos hacia la calle de Vidrieros, y aún se delatan entre muros de las nuevas calles enclavadas en sus propios epitafios, como las que obran en San Esteban dignas de un profundo estudio.
Solo quedan las señales de lo hubo en el suelo de las calles que nos dirigen a tales documentos advertidos por la sutil mirada del investigador. No se puede olvidar la situación de la sociedad en esos siglos que van del IX al XVI, la impronta arábiga de la ciudad incrustada en la muralla con rus torres, puertas, la medina con mezquitas, torres que servían de cárcel, portillos y rinconadas cercanas al Val de la lluvia, azucaques, adarves sin salida que terminaban en una mansión donde habitaba el judío, el musulmán sumido en su hogar donde gozaba de un huerto con palmeras que se elevaban sobre las terrazas. Torres Fontes nos muestra en sus trabajos lo que fue aquella ciudad, describiendo su trazado, calles en laberinto, la más importante de plateros donde acudían vecinos para sus compras, la mezquita para cumplir con sus azalás como ordenaba el Corán, donde sus moradores vivían sus costumbres religiosas y cívicas utilizando espacios de huerta aunque atenazados por las inundaciones del río. Habitaba en su interior el mudéjar asentado en sus tradiciones con su casa fundida en un adarve donde tenía su mansión. Salía por las tardes a recorrer su trayecto diario encaramado a su borrico, pasaba por un arco de menudencia como si fuera personaje ilustre, vestido a la usanza, Iba sin duda al mercado sito en la plaza de Santo Domingo, cita de propios y foráneos cuando en el siglo XIII se va abriendo la ciudad. Pero aquel anciano morisco vibraba con ese itinerario pasando por sus sitios acostumbrados que le pertenecían, le eran tan familiares como su hogar mismo, conocía las acequias donde acudían a lavar las mujeres, el rincón donde dejaba a su mula y se encaminaba a rezar a la mezquita mirando siempre hacia la Meca, a veces se cruzaba con el judío o cristiano, uno rumbo a la sinagoga sita en el barrio de Santa Eulalia o al convento de las Anas. Tornaba después para acudir al mercado de Santo Domingo los jueves, acaso a la plaza de Santa Catalina con la torre más alta de la ciudad en dirección al Contraste de la seda o el Pósito en solicitud de cereal. Era la vida de este morisco, del cristiano supeditada el mundo de la ciudad medieval que aún mantenía la fortaleza con sus más de siete puertas aunque admitiendo modificaciones que se van dando con la ciudad renacentista.
La evolución urbana es la del tiempo renovado que exige variaciones a veces drásticas que impone la realidad, no se puede enfocar el espacio desde su origen, el que ocupa la muralla se convierte en muro de formato distinto, no se pueden mirar las doce puertas de la muralla desde la perspectiva de este siglo, otra cosa es que se hubiera investigado den sucesivas planificaciones. La Murcia del siglo XV se ve intervenida por los cambios de la estructura arquitectónica, la modelación de la vieja muralla defensiva, ampliación de calles para imponer un nuevo edificio, forjar un Alcázar nuevo, el al Nassir en el sitio de los Hospitalarios y Santa María de Gracia propiciado por el monarca Enrique III. De tal empaque lo fue que se da otra percepción estética en la imagen urbana, donde hay que derribar edificios eclesiásticos de envergadura, traer operarios de otros pueblos, hacer portillos para el tránsito recargando imágenes contundentes como la torre de Caramajul, con la presencia del maestro Mahomet y canteros como nos dice Frutos Baeza. Un monumento que renueva Juan II en una dirección a las casas de los Zabalburo. Pero es que observamos esto en sucesivos momentos cuando se precisa una remodelación urbana motivada por las necesidades. Que el conjunto de la muralla se venga desgastando desde los siglos comentados es de una lógica demostrada, sobre todo con las investigaciones arqueológicas.
El siglo XVI imprime carácter cual lo vamos indicando. Estamos ante una ciudad sometida a sequías e inundaciones, hambrunas e invasiones berberiscas sobre las costas que hace que el monarca Felipe II intervenga, por lo que pormenorizando en ello nos enfrentaríamos a un vasto panorama murciano que merecería tratarse a fondo. Todo se ciñe en momentos a una tensión bélica unida a una vida intensa de tipo económico en los centros más importantes urbanos como el Plano de San Francisco, el Pósito, la Aduana, el Almofarizazgo en la plaza de Santa Catalina y Santo Domingo, focos necesarios donde se expande un comercio brillante como sienta Chacón Jiménez (3), que va a forjar un criterio nuevo acompasado a la urbe renacentista en lo arquitectónico con todo su boato.
Aparece una nueva configuración urbana adecuada al momento histórico y donde la muralla carece de su sentidlo defensivo amén de estar muy deteriorada, aquellas murallas elogiada por Cáscales considerándolas “ muy altas y muy fuertes” coronadas de almenas “ con que campean hermosamente”, aludiendo a sus doce puertas que quedan en el olvido . Lo observan viajeros que pasan por la ciudad ( 4), vienen a sentir una emoción al contemplar su valle y las siluetas de sus arcadas, los saledizos sobre las calles estrechas donde se oteaba a través de la celosía la figura de una Zoraida, aquellas almenas que destacaban sobre un cielo de suave azul, donde el sol de la tarde ponía fragmentos dorados en sus nobles piedras. Vibraba la ciudad de tal manera , era tan atractiva como significada por el cronista de Jaime I, Muntaner indicando que Murcia es una ciudad con “una de las mejores murallas del mundo”, lo que después corroboran otros viajeros desde Munzer a Jouivin,. pues que J. Munzer ya en el siglo XV, compara la ciudad con Nuremberg consignándose sus doce puertas y su estampa encajada en el jardín que la secundaba.
Una ciudad sin duda que se podía comparar con las más bellas ciudades andaluzas, cita del arte nazarí que solo podemos disfrutar en viajes por Malaga y Granada soñando con las mágicas piedras de la Alhambra que en los atardeceres dejan encuadres de gran belleza, más aún cuando al pasear por su contorno sentimos la delicadeza de los surtidores y rozamos la ternura y el misterio del arte que se encierra en sus habitáculos, zonas desde las que se domina las lejanía de la ciudad con su caserío en esa hora que languidece la tarde y comienzan las sombras a hablarnos de leyendas y apariciones cuando ya las viejas piedras guardan la voz del almuezin dirigiéndose a los fieles.
De tal carácter podría ser Murcia si no se hubiera destruido su pasado, respetado el tramado arabesco solucionando los problemas de la edificación mediante una planificación lógica e investigada, señalando espacios para el ensanche urbano como nos lo dice T. Balbás. No ha sido así y mucho que se echa de menos pues si vemos una ciudad muy cómoda para vivir sin embargo faltan esas zonas que la significaban cual las observaron viajeros tan eminentes. Puede que al caminar por sus calles queden algunos rasgos de su pasado, que el rincón apartado conviva con el edificio mastodóntico, que una calle provoque encrucijadas hacia los barrios viejos en los bordes urbanos. Es posible que al pasar por una calle se nos aparezcan muros, balconadas, blasones que nos hablen de viejas costumbres, y familias linajudas, pero es lo de menos porque para sentir el sabor de la auténtica ciudad hay que acudir a la historia, a sus archivos, admirarse en las ruinas de las murallas de Verónicas que todavía nos dicen e su función defensiva con sus torreones, piedras enfáticas que parecen hablar de su tiempo dentro del contorno que las rodean.
Y aún así conviven espacios de la muralla con palacios nuevos, edificios que indican su categoría con una textura adaptada a las nuevas necesidades de la sociedad, muy distintas a la de índole medieval y donde la muralla en el siglo XV no tiene la misión defensiva, que por otro lado se encuentra en ese momento en un estado donde la desidia y el caos se delata en viviendas adosadas a los muros desmayados de su fortificación, donde todo el urbanismo es de parálisis y desencanto. Comienza a resquebrajarse su viejo tramado que resaltan los nuevos expolios con la destrucción de la muralla, apertura de portillos , incluso sus viejos muros y puertas comienzan a desaparecer consecutivamente, que la Puerta del Toro se destruye en 1610, la del Sol en 1714-1760, la del Puente en 1859, de Verónicas y así consecutivamente como lo muestra la evolución urbana bajo la configuración de la ciudad en le época de Felipe II, sometida a los eventos del siglo donde observamos la potencia de las reformas que se inician en 1569 , forjada por el concejo como inicio de una reforma que haga más vivible la ciudad.
La ciudad es una percepción , como señala M. Bertrand (5), “ solo existe en la medida en que los hombres la invaden”, podíamos decir en la medida que el tiempo la va transformando, siendo su habitante parte integrante de un medio que él mismo percibe. La necesidad modifica los enfoques urbanos exigiéndo una planificación ordenada en evitación de logros perturbadores. La ciudad como aduce L. Munford tiende al progreso, a mirar el futuro y no el pasado, ello ha de ser así sin desconectarse con su historia.
El siglo XVI trae nuevos criterios arquitectónicos a la ciudad, ya la muralla queda desfasada, no del todo ante nuevas invasiones moriscas, avanzadillas de los berberisco a sus costas, intensificado con la presencia de epidemias y hambrunas, inundaciones y sequias. Todavía se hace necesario reforzar la muralla, a la vez que ampliar las calles y plazas, sanear la ciudad. Quienes visitan Murcian en esos años del siglo se asombraban del estado de sus calles, los escombros y detritus, espacios deleznables que recogían orines de los vecinos habitantes en unas casas de dos `pisos a las que se adjunta un corral con los puercos hurgando a sus anchas, como se dice en muchos documentos, que dejaban mucha porquería y no muy agradables olores, lo que nos evoca un tanto el panorama que en el Madrid del siglo XX describe Mesoneros Romanos, Galdós, etc, con ese costumbrismo que tipifica un modo de vida de baja calidad no exento de pintoresquismo que todavía nos sugieren los corrales madrileños y no hace mucho el caos de algunos barrios como de la Elipa de los años setenta con presencia de casones donde habitaban gitanos, hoy convertido en una urbanización gigantesca.
No era precisamente ancha la principal calle de la ciudad, la Trapería que “Con ser la más principal de esta ciudad y de mayor concurso de gente y carrera pública de caballeros donde se reúnen, congregan y anda la nobleza”, sin embargo se entiende merecedora de un ensanchamiento, calle que ha ido resistiendo los embates del tiempo, arteria del mejor trazado urbanístico, eje de encrucijadas blasonadas que tuvieron presencia en el siglo XVII, con nobles portadas, habitáculos de expansión cultural que llegaba hasta las Cuatro Esquinas con la efervescencia de la calle de San Cristobal cita de eventos culturales. Solo que en la mente y necesidad del tiempo es preciso una variación de calles y plazas, lo que exige una reconsideración de su versión antigua.
¡Pobre ciudad de atractivo arábigo, provista de sus mejores textos pétreos!. ¡ Que va a ser de su antigua fisonomía, de sus rincones envueltos en un romanticismo preclaro!. ¡ Que va ser de los muros y portillos, arcos por los que pasaba la huertana arabesca y se miraba en sus acequias!. Sin duda todo se fue cañas abajo, como dijera el poeta Jara Carrillo.
Y es por acuerdo de 1587 ( 6) que el concejo designa a Alvaro Sandoval para que informe acerca de todas las calles angostas de la ciudad en un estudio completo, lo que ya tenía ocupado su tiempo además de pasear por el territorio urbano recogiendo datos, situando sus espacios más selectos, reviviendo experiencias antiguas. No sería un trabajo para desechar bajo su sensibilidad de hombre despejado y con criterios estéticos, se trataba de confeccionar un plano de la ciudad de esos callejones por los que a veces no podía pasar un huertano con su mula, nosotros nos podríamos poner en su lugar para hacer un ejercicio de justicia urbanística donde lo angosto recoge una percepción del paisaje que podía haberse respetado, aunque se desconoce la sensibilidad del informante.
El panorama observado por lo visto no era de buen agrado ante los destrozos higiénicos provocados por las lluvias y los hábitos de la vecindad pegada a sus costumbres, por lo que la ciudad aprecia nuevas formas, una transformación de sus calles vigiladas convenientemente, muchas de ellas empedradas, buscando su limpieza, ensanchamiento, con una utilización de servicios a la vecindad con presencia de carros y cherriones en una vigilancia edilicia. Lo angosto peyorativo se viste con otro traje más apropiado, el concejo sigue interesado y se sirve de medios efectivos, utiliza comisarios, es diligente en sus propósitos que se demuestra en la misma percepción urbana del momento. En efecto la ciudad es evolución siempre, lo que no significa desaparición, lo advierte Chueca Goytia al significar su tránsito de una forma a otra y como se adapta a las necesidades de la época.(7)
Unos momentos nada mejorables para sus habitantes sometidos a la hambruna y las riadas, a los ataques de los berberiscos en sus costas. La precisión del siglo no deja de ser de índole universal que se traduce en una versión de la arquitectura con presencia de nobles edificios abastecedores de servicios públicos más elementales. La carencia de cereales, donde no se salva Nápoles entre otras muchas ciudades redunda en una necesidad de actuaciones concejiles que instan a la solución del tema del abastecimiento, a semejanza de otras urbes donde el monarca interviene adecuadamente en prestación de alimentos necesarios, aceite, vino y semejantes que son reguladas en la ciudad. No cabe duda que ello exige la ubicación de edificios adecuados para administrar el servicio a los más necesitados, con funcionarios y vigilancia adecuada. Surgen de este modo nuevos signos urbanos a los que se refiere K. Lynch, urbanista, como puntos de referencia urbana. La presencia en nuestra ciudad de los edificios renacentistas El Contraste, El Pósito,la Aduana, la Alhondiga de la sal donde se daban comidas al no hacerse en los mesones oportunos con la presencia del Fiel y mozo de cuadras, ello en un espacio urbano junto al barrio de santa Catalinas que va a provocar impacto en el transeúnte y abre una nueva categoría en el hacer económico de la ciudad como ya indica Chacón Jiménez(7). No hay que olvidar que en esos años va tomando cuerpo la torre de la catedral por Jacobo Florentino y Jerónimo Quijano determinando un ámbito urbano de gran relieve urbanístico con la fuerza que le otorga Jaime Bort al imafronte, caso único en la historia del barroco.
Con ello la ciudad adquiere una imagen renovada, se delatan enfoques nuevos a veces respetando viejas estructuras, arcos donde el callejón angosto toma otro carácter. La mirada estética del `personaje al pasar por esos espacios son diversas y acomodadas a los otros siglos aunque dentro de su evolución. Es por ello que se desarrollan zonas económicas en la ciudad renacentista marcada por una diversidad de clase social y la enjundia de temas referidos a los moriscos, gitanos y judíos, pobres de solemnidad que exige un tratamiento amplio que configura la ciudad desde su heterogeneidad observado en la presencia de los mercados en Santo Domingo y Santa Catalina de gente muy diversa donde no falta el genovés. Con ello y siguiendo con nuestro criterio se rompe la vieja fisonomía, esos angostos callejones, plazas sumidas en un letargo morisco, calles con algorfas; todo un ámbito de viñeta arabesca que la identificaban con aquellas edificaciones cercanas a la huerta trazadas con los viejos materiales que se sustituyen por las grandes moles de ladrillo, opulentas moles de piedra como se indicaba al referirse al Contraste ( 8). Lo que daba encaje a portadas grandes con balconadas y un columnario recio con blasones que muestran el linaje de sus antecesores y se hace sonora pieza militar de lisonja murciana en este edificio sustituido por el de Fenix en Santa Catalina con otro formato marcado por los planes urbanos. Se utilizan espacios de calles para su construcción rompiendo casas de envergadura como la que pertenecía al escritor Salustio del Poyo. Lo que se hace a instancias de Don Diego de Sandoval. No cabe duda que la estructura urbana varía por esa zona contigua al Convento de Verónicas, punto esencial de la configuración social y ubicación religiosa que va a transformar todo el tramado en torno a la Carretería, plaza de San Julián donde había una reja de pescadería, tienda regentada por un vecino y a la vez vigilada por del Concejo, como había otras.
Nos podemos imaginar un paseo por sus colaterales espacios que implican su entrada hacia zonas renovadas, espacios sustituidos por otros sin categoría alguna por los que acudían personajes de la huerta portando la seda o solicitando la ración de trigo para los pobres., como se hacía en otras ciudades extranjeras. Por ellos acuden huertanos de toda índole, gente forastera que se dirigen al mercado, van con sus carros de bueyes y los aparcan en rinconadas, forman una caterva de figuras muy coloristas que desarrollan faenas de trato a la usanza huertana. Aquel escenario forjaba un cuadro costumbrista de referencia al ver como llegaban de las distintas pedanías los huertanos ataviados con sus trajes, zaraguelles y montera con sus carros llenos de forraje, momento crucial al pisar las empedradas calles, entrar en los palacetes tan nobles y lucidos con su arquitectura enriquecida por la piedra y portadas amplias donde sin duda quedaban asombrados ante tal empaque, formato de los edificios que se construyen a principio del siglo XVI y cuyos restos quedan en El Museo de Bellas Artes en el patio noble que lo circunda.
El Contraste dejaba su huella imponente, cuadrangular en una esquina de la plaza indicada donde la iglesia de Santa Catalina era la dama que todo lo presidía con su más alta torre de la ciudad. A sus pies se reunían el Consejo de Homes Buenos para resolver problemas de tandas, de las acequias en contra de sus Ordenanzas y que se reunían el jueves de cada semana. Una institución semejante al Tribunal de las Aguas de Valencia que se dan cita en la Puerta de los Apóstoles valenciana. Aquellos personajes con sus blusones negros, síndicos procedentes de la profunda huerta semejaban a estos labradores buenos que llevaban en su corazón cada espacio de huerta. Pero además la plaza era cita de fiestas y autos de Fe donde acudían ediles y gente de la gleba. De no menos interés eran los espectáculos que allí se celebraban como en la plaza de Camachos con posterioridad. Hay una referencia urbana de lo festivo como recreación de una sociedad muy relacionada con el boato que imprime el imafronte catedralicio desde la base arquitectónica y escultórica del cóquense Jaime Bort, lo que significa que lo arquitectónico y social marchan unidos en el desenvolvimiento de la ciudad amen de la impronta de un gran arquitecto urbanista capaz de trazar un estilo desde el centro de la ciudad..
La contundente forma renacentista se abre en la imagen de la ciudad con espacios atrayentes dispuestos en focos importantes del hacer murciano. La humana y festiva fachada obispal icono de desenvoltura urbana, pasadizo de cumbres pétreas que determinan espacios en el interior de una plaza barroca sin el agobio de los otros espacios angostos va dejando el impacto de su icono, ello con los edificios del palacio obispal de Baltasar Canestro y la casa del Doctoral La Riba en un afán de arrebato de los ensanches urbanos en nuevas edificaciones vigentes que dejan rasgos de misterio.
Se van desarrollando espacios urbanos desde los episodios económicos de la plaza de Santa Catalina con el Pósito y Contraste de inicios del siglo XVII, cumbre de la nueva hechura arquitectónica en una masa de piedra noble, recio emblema de una clase alta. La necesidad de abastecimiento ciudadano hace posible la existencia de tales edificios, oficinas necesarias para el depósito y consumo del trigo, que exige un funcionariado competente integrado por ediles y una participación ciudadana.
Al pasar, en trayectos por las ciudad en este tiempo de transformación de su ámbito completamente desbordado damos con el edificio del Pósito y colindantes del Contraste donde se mantiene con su reforma y el blasón de la matrona de Murcia que habla del acogimiento hacia el forastero en primer lugar, sosteniendo en el otro brazo al oriundo a veces denostado, que da sentido a la generosidad de la tierra que sus cronistas elogian y nosotros vemos con ciertas reservas, ya que se advierten diferentes matices en su esplendidez frente al auténtico hijo de la ciudad que deja en cierto abandono.
Lo que significa que en el siglo XVI se da paso a sentimientos nuevos, sensaciones diversas ante los acontecimientos históricos, con predominio de lo bélico que deja patente una hechuras constructiva en la ciudad bajo la presión del Corregidor y alcaldes, de presencia militar que facilita armas a los vecinos. Hay un ámbito urbanístico de destino económico delimitado en los barrios mencionados y Santo Domingo, que aparte las ferias alfonsinas imponen su cuño y revalorizan esos espacios. Lo vemos en los rasgos edilicios de la zona de Santa Catalina en sus palacetes que pueden contemplarse, estando otros ausentes victima de los planes del siglo XX; puede que se asimile parte de lo que fueran aquellos años de una ciudad con 3.000 vecinos de muy distintos estados, la mayoría moriscos dedicados a la industria de la seda que habían de llevar al edificio competente para ser registrada, sin poder sacarse en épocas de hambrunas a fines del siglo XVI, al igual en referencia al aporte del grano en época de escasez.
De suyo la plaza de Santo Domingo es lugar lúdico y los jueves se llena de feriantes que la ocupan con sus carros y tenduchos en un lugar muy concurrido por foráneos y oriundos. Se expande delante de la iglesia de los dominicos que tienen allí su magnífico templo renacentista con la figura en lo alto de San Vicente Ferrer, se puede decir que domina las almas en sus predicas a los judíos. Naturalmente el mercado era el plato fuerte de la ciudad, sitio de tratos donde acudían genoveses, se forjaba en un círculo preciso junto a edificios como el de Almodóvar, de mismo cuño con blasón gótico de gigantes, con travesaño y arco que daba a la Capilla del Rosario, un arco construido por Toribio Martínez de la Vega aunque terminara Jaime Bort. Había porches en la plaza y allí se encontraba el famoso Royo donde el verdugo realizaba su oficio nada agradable que atraía a la gente. Naturalmente la plaza era importante y creaba rutas de entrada y salida, ofrecía comodidades y otros atractivos de espectáculos públicos en días festivos con un pintoresco espectáculo de formas y ademanes. Pero es que el lugar lucía en conexión con el Alcazar Kibir, y el barrio de la Arrixaca de los cristianos junto con la muralla y la calle Trapería. Un barrio preñado de cristianos que conviven con moriscos judíos conforme se avanza a la Puerta de Orihuela donde estaban las Siete Puertas por donde paso el suegro de Alfonso X. Una plaza que se ha ido transformando a partir del siglo XVIII sesgando siluetas originales, entregada ahora a un espacio de ocio entre edificios obsoletos que descomponen el conjunto, pues allí convive el palacete modernista de indudable resonancia con la construcción de un edificio de estilo racional, como es el Acorazado pendiente de reforma. Una plaza sin duda pulmón de la ciudad, con jardín de esbelto arbolado, tránsito hacia la Universidad y el Paseo de Alfonso X, respuesta de una ciudad en constante evolución.
El siglo XVI deja una configuración de la ciudad marcada por los influjos de las hambrunas, tensiones con los turcos y revoluciones moriscas; todo un foco de situaciones que inciden en ella de una forma compulsiva, sobre todo observada desde el lado humano de convivencia de una vida diaria. Además no hay que obviar el impacto en la construcción de de la obra catedralicia desde su embaste urbanístico que exige adaptaciones constantes del tramado urbano en una directa relación del concejo y el Cabildo eclesial. De un lado el inicio de la elevación de la torre por Jerónimo Quijano y Juan Rodríguez en los años de 1526-1563, que después en el siglo XVIII se va a incrementar con la presencia de Jaime Bort, genial escultor arquitecto cóquense al que se debe la gran Portada de la catedral. Con ello la ciudad va a tomar una nueva dimensión en materia de la percepción urbana y el ensanche, como forma de planificación urbanística.
No se va a esgrimir una sola línea de la retícula urbana sin la participación intelectual de los dos estamentos que no intuyen el tema del ensanchamiento de calles y destrucción de edificios para mejorar el espacio barroco. No solo actuarán en este aspecto, también en la coordinación de las tiendas urbanas en general dedicadas a la venta de seda, situación de rejas para expender alimentos, pues en este momento se facilita la ubicación de tiendas de seda, tanto en Cartagena como en Murcia (9), que supone el inicio del comercio urbano, como la instalación de instituciones de amparo a los niños expósitos, la casa de la Misericordia donde se acogen los niños de la doctrina siempre que “ no sean ciegos, enanos, ni enfermos de males contagiosos, y que tengan parientes ricos” (10). Murcia en el siglo XVI se configura como una ciudad castellana con sus diferencias de clases donde el caballero cuantioso, el eclesiástico, el morisco, el pobre, el esclavo anidan en su entorno delimitando maneras de vida no exenta de problemas. Sin duda se hermosea la ciudad con los nuevos edificios de índole renacentistas donde se dignifican sus portadas, figuras y blasones que informan de una sociedad noble que exige un boato especial, por lo que ello da entrada a nombres de famosos personajes que se incrementan en siglos posteriores.
“El amor que los hombres tienen en la tierra donde fueron nacidos o criados, viene como en manera de naturaleza y sesean los hombres vivir et morir en la tierra do nacieron, o fueron criados” (Rodríguez de Almela)
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS.
1) Este trabajo tiene como fin plantear el tema de la evolución urbanística de la ciudad que hemos vivido, dar constancia de lo que Murcia era en los años cincuenta y sesenta y como ha ido perdiendo en calidad estética, algo que puede estar en contradicción con quienes entienden que la ciudad ha experimentado mejoras y un progreso de gran relieve, con avenidas y jardines, barrios nuevos y donde se vive con holgura, lo que no se duda, pero nos referimos al expolio que a lo largo de siglos se han hecho de sus monumentos, tramado musulmana que de haberse respetado sería, como dice Chueca Goitia una de las ciudades más bellas del arte nazarí. 2) Lo angosto tiene un sentido a lo largo de este trabajo significado como escueto espacio de la ciudad musulmana, cuando en la planificación se hace referencia a este término se referencia su opuesto desde la expansión urbana, necesidad de pergeñar la ciudad en calles amplias que hacen perder el significado estético de los viejos tramados pintorescos medievales.
3) Chacón Jiménez, “Murcia en la centuria del Quinientos”. Universidad 1979
4) Cascales. “Discursos históricos…”
5).M.-Jean Bertrand. “ La ciudad cotidiana” ( Nuevo urbanismo. 30. 1981)
6) Chacón Jiménez…vid.
7) Chueca Goitia “Breve historia del urbanismo”
8) Frutos Baeza. Sobre el Contraste..
9) Chacón J. .vid
10) Chacón J.vid.
FUENTE: CRONISTA F.S.M.
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