LA NAVIDAD POR EL GUINIGUADA
Dic 16 2023

POR JUAN JOSÉ LAFORET HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA (LAS PALMAS)

El cronista Eduardo Benítez Inglott, allá por 1953, en un especial de Navidad de la revista ‘Isla’, recordaba como en la mañana del día de Navidad, «al acabarse la misa, grandes y pequeños solían marchar al mercado, más que para adquirir las frutas para las ya preparadas comidas del día, a ‘guluzniar’ lo que se expendía en los puestos o lo que las criadas adquirían para las casas de importancia. Antes de regresar a sus domicilios, a las nueve, se visitaban los obradores de la calle de la Carnicería a fin de reponer los pasteles consumidos en la cena de la pasada noche».

Y es que, pasada ya la festividad de Santa Lucía, «que canta pascua en once días», un año más se percibe el ser y sentir de la Navidad isleña por todos los rincones, los de la urbe y los del alma. Claro, que ese suave temblor navideño florece con muy diversos síntomas y pálpitos según de la época a la que nos refiramos, pues la Navidad siempre viene marcada por la evolución de los usos y las costumbres. Memoria de unos días distintos y punzantes de los sentimientos, como los recuerdos infantiles que Josefina de la Torre guardaba de la última noche del año en su casa trianera, «…les veíamos salir al baile muy contentos, en espera del Año Nuevo. Nos sentábamos alrededor de la mesa. La vieja trabajando su encaje -maravilla de hojas y flores entre las manos-, y nosotras hablando y riendo. ¡Que valientes nos encontrábamos al ver pasar las horas del reloj!». Intimidad hogareña de unos días que también derrochaban intimidad en las calles, revestidas de un hálito hogareño que nos conformaba en una gran familia vecinal, y eso que la ciudad crecía y crecía, y cada año se hacía más cosmopolita. Un proceso que quizá ya venía cargado de siglos, pues Las Palmas de Gran Canaria, en los afamados versos ‘La Natividad’ del primer gran poeta isleño, Bartolomé Cairasco de Figueroa, ya saludaba a la Navidad desde sus primeros tiempos, cuando el viejo «real» se instituyó como la «Muy Noble Ciudad Real».

En esos recuerdos aparece el viejo Guiniguada, arteria vertebradora de la vieja ciudad, de ese «centro histórico» que tiene por bandas a Vegueta y Triana, y por corona de estrellas a los altos y relucientes Riscos. «Hasta con la luna brillas/ Risco, risquero, ¡mi Risco!», que cantara Víctor Doreste. Y es que muchos de los usos cotidianos de la Navidad en la capital grancanaria discurrían entorno, o a través del cauce del siempre añorado Guiniguada. Muchos recuerdan aún aquel improvisado mercadillo navideño que, en los días previos a la Nochebuena, se montaba en la bajada de Lentini. Allí íbamos a comprar los helechos, el musgo, el corcho, piezas de tierra con alpiste ya florecido, e incluso figuritas para el Belén de muy diversas calidades y procedencias, pues a comienzos de los años setenta del pasado siglo ya se mezclaban en los puestos, y luego en los nacimientos, figuras de barro coloreadas, de gran calidad, con otras de plástico de fabricación industrial. Pero también era posible degustar el aroma de las castañas asadas, comprar pasteles y otras viandas artesanales propias de la isla, en incluso aún permanecían, como recordaba Benítez Inglott en sus ‘Navidades Isleñas’, «…los puestos de las turroneras, con sus cajas pintadas de azul, en las que aparecían colocados ordenadamente, con la conveniente separación, los turrones de azúcar, gofio, Alicante y otras clases (…) Un gran quitasol, que cuando era necesario hacía también el oficio de paraguas, resguardaba más a la mercancía que a la vendedora…». Y en ese entorno se hablaba de lo que se haría en casa por Navidad y se hablaba, y mucho, de Belenes, que siempre hubo personas muy duchas, verdaderos artistas en su confección, como pudieron ser en la primera mitad del pasado siglo D. Juan Francisco Apolinario, la familia García de la calle de Los Balcones, Dña. María Bornay de Beltrá -de la familia de las afamadas heladerías- D. José Rodríguez Iglesias o D. Antonio Montenegro. Pero incluso, mucho más atrás, había quienes se ofrecían a instalar Belenes en casas particulares, como muestra un anuncio del ‘Diario Católico’, el 26 de noviembre de 1886, en el que se ofrecía que «se hacen Nacimientos o Belenes del tamaño que se solicite a precios convencionales».

La bajada de Lentini -el prestigioso músico siciliano que tanto contribuyó al progreso cultural de esta ciudad a comienzos del siglo XIX-, y del otro lado la calle de El Progreso, junto al celebérrimo ‘Puente palo’, con sus puestos de flores, rebosantes de Flores de Pascua esos días, la Dulcería El Puente, con un sus tradicionales pasteles y un amplio surtido de dulces, el bazar El Deportivo, donde muchos niños ya soñaban con ese balón que pedirían a Los Reyes Magos, y el concurrido Bar Polo, junto con el mercado cercano y el Teatro, con funciones a propósito de esas fechas -y sin olvidar el gran baile de fin de año que allí se llegó a celebrar durante muchos años-, eran el centro de un ir y venir de la Navidad de la ciudad de entonces. Domingo J. Navarro, en sus ‘Memorias de un noventón’, dejó constancia de como esta capital atlántica y cosmopolita acogía y vivía la Navidad. «La Nochebuena se dedicaba a la misa en la Catedral y luego a la gran cena de cazuela de gallina y pasteles de carne de cerdo. En toda la temporada de pascua estaba la ciudad atormentada con los ranchos de cantadores que cantaban romances con panderos, repiqueteo de asadores, sonajas o cascabeles, bajo el pretexto de pedir para las ánimas benditas… los días de Pascua hasta Reyes eran obligados a recíprocos banquetes». Ahora, hace unos días, la Unidad de Música del Mando Aéreo de Canarias, retomaba y rememoraba esa tradición castrense navideña, con un magnífico Concierto de Navidad en la Plaza de Santa Ana, cuyas notas se deslizaron por todo el casco histórico. Y el Palacio Militar abría sus puertas, frente al Parque de San Telmo, con un amplio y hermoso Belén, que ha ganado enseguida cientos de visitantes, isleños y foráneos.

Una Nochebuena, que hoy tiene como antesala el esperado y multitudinario concierto de Los Gofiones, delante mismo de las Casas Consistoriales, para la que el afamado maestro Bernardino Valle Chiniestra compuso una ‘Misa Pastorella’ que se convirtió durante más de un siglo en seña identitaria de la Navidad grancanaria. Una Nochebuena en la que, como recordaba el cronista Eduardo Benítez Inglott, «al acallarse los repiques, se oye a lo lejos el canto de una isa de las de media noche pa el día, o el rasgueo de las guitarras y bandurrias de una comparsa que ha pasado la noche buena dando serenatas a personas amigas o significadas». El 25 de diciembre Las Palmas de Gran Canaria saludaba siempre inquieta y gozosa a la Navidad. Como recuerda el memorialista José Miguel Alzola «El día de Navidad se visitaban los nacimientos, hechos con bastante antelación en las casas… En esas fechas todas las puertas estaban abiertas para chicos y grandes… En la comida del mediodía eran servidos platos especiales, reservados por la tradición para esta festividad». Una ciudad en Navidad donde sonaban armoniosos los villancicos locales, como ese ‘Canto de Alcaraván’, entre los que cada año componía Néstor Álamo, con versos que cantan: «Los gallos buscan al día y cruza la lejanía un canto de Alcaraván. Niño, niño, niño, ahí van. Niño, niño, niño, ahí van. Suenan guitarras y timples bajo la luna y el agua, por esta tierra redonda, tierra de mi Gran Canaria». Es tiempo de Navidad isleña y por el Guiniguada se cruzan los pasos inquietos en pos de Belenes, cantos y condumios.

FUENTE: https://www.canarias7.es/opinion/firmas/juan-jose-laforet-navidad-guiniguada-20231216200720-nt.html

 

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