Lo de nueva normalidad es una frase corta que habrá que incorporar al capítulo de frases más ocurrentes y frecuentes de los últimos meses. No es la primera vez que, desde los estamentos oficiales, se recurre a esta calificación para anunciar que se abre la mano en el asunto de las restricciones por mor de la pandemia. Lo que ocurre es que, en anteriores ocasiones, se ha vuelto a la dudosa “normalidad” de dar pasos atrás en la batalla contra el coronavirus, y ello propiciaba entrar en una nueva ola.

Ahora hay más datos para el optimismo y que esta vuelta a la normalidad llegue a ser definitiva a corto plazo. Se acaban las restricciones en el sector de la hostelería y la restauración. Hay que suponer que con ello se pondrá fin al fenómeno del botellón masivo, si tenemos en cuenta la tesis esgrimida por los jóvenes botelloneros: “Si no nos dejan consumir en las barras de los bares, si se limita el aforo en los locales, la presencia en las terrazas y nos cierran los baretos a media noche, en algún sitio tendremos que juntarnos a beber”.

Espero que, derogadas las restricciones, el botellón ya no sea una necesidad imperiosa para estar y beber en parques, plazas, calles y jardines. ¿O no? La prohibición de consumir alcohol en la vía pública es un hecho frecuente que está prohibido por ley, y que solo se combate con fuertes y ejemplares sanciones.

Que hemos vuelto a la normalidad lo evidencia que hemos regresado a las huelgas de colectivos de trabajadores que, en su derecho a ejercerla, solo perjudican, a veces gravemente, a otros trabajadores, a muchos trabajadores. Es el caso de la huelga en RENFE y las penurias, agobios y perjuicios que ocasiona cada día a cientos de miles de usuarios que utilizan este medio de transporte para acudir al tajo, a la fábrica o a la oficina. Pero eso qué más da, compañero del metal.