POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
La Orden del Toisón de Oro fue fundada en el año 1429 por Felipe III de Borgoña, Conde de Flandes y Duque de Borgoña. Se trata de una Orden de Caballería de las más prestigiosas de Europa, ligada a las coronas de Austria y España.
El Ducado de Borgoña era a la llegada de Felipe III en el año 1419, un territorio muy potente a nivel económico. Además de su poderío económico, el rey Felipe III quería dotarlo de todas las prebendas sacras, surgidas de la herencia de Carlomagno. Por tal motivo, en todos los medios cercanos a la Sede de Roma se le llamaba Felipe III, El Bueno y, también, El Gran Duque de Occidente.
Esta institución fue creada para garantizar la fidelidad de los grandes personajes. Se aglutinó en ellos el poder económico, el político, el militar y el intelectual. Todo este elenco de señores feudales, recibieron a cambio el derecho a participar en la vida política. Siendo conscientes de la gran influencia de la Iglesia en Occidente, se consideró necesario ligarlo al poder eclesial. Y, así lo hicieron.
Al ser la Orden del Toisón de Oro de origen inglés, se encontraba encorsetada con un número privilegiado de Caballeros que en un principio, estaba compuesta por 24 miembros, pasando a 30 en el año 1433 y, a 51 en 1516. Los miembros, por tanto, no podían ser herejes y, además, debían ser adinerados, terratenientes e intelectuales; hasta el punto de que durante la Reforma, se convirtió en un distintivo exclusivamente católico.
La bula de confirmación de la Orden la dio el Papa Eugenio IV, aprobando su Constitución y Ordenanzas, el día 7 de septiembre del año 1433, siendo dignatarios de dicha Orden el rey de armas, el tesorero y el secretario.
La evolución histórica de la Orden ha sido un tanto controvertida. A la muerte de Carlos II de España, los dos herederos al trono, Felipe de Anjou (Felipe V) y el Archiduque Carlos (Carlos VI) ostentaron la dignidad de Grandes Maestros de la Orden. Con posterioridad, en el año 1725, se reconoció a Carlos VI con la designación de dicha dignidad de forma vitalicia.
Fueron meritorios del Toisón de Oro casi toda la realeza española, desde su institución pasando por el rey amerito de España D. Juan Carlos I desde el año 1977 hasta su hijo don Felipe VI.
La adhesión de la Iglesia era inquebrantable pero, cuando se le concedió a Amadeo I de Saboya, rey de España entre los años 1870 a 1873, al entrar las tropas de Víctor Manuel II en Roma, y operarse la revolución triunfante en España, se rompieron las relaciones diplomáticas con la Santa Sede provocándose la separación de la Iglesia y el Estado en el año 1873; además de la supresión de la dotación económica al clero. Ante esta situación, el Nuncio de Su Santidad intercedió ante Amadeo I y, después, con Alfonso XII para que actuaran como verdaderos hijos de la Iglesia.
En esta etapa, el Obispo de Cartagena- Murcia, tomó la ingrata labor de convencer a los párrocos de su diócesis, con el fin de que unieran voluntades con los políticos de sus municipios y consiguieran que acataran las órdenes de Su Santidad.
En una palabra: que fueran fieles a la hora de acatar las decisiones de sus monarcas al distinguir a sus Caballeros con el Toisón de Oro.
Ya el Cardenal Belluga, tuvo sus problemas con alguno de los sacerdotes de la diócesis, para que intervinieran ante los consistorios de sus municipios en aras de que se limaran asperezas y acataran las órdenes de Su Santidad ante las concesiones del Toisón de Oro.
Muy contrariado Belluga, envió una orden de obligado cumplimiento a todos los sacerdotes pero, varios se rebelaron contra dicha imposición; entre ellos, el párroco de Ulea Juan Pay Pérez, que recibió la visita y amonestación del todavía Obispo de Cartagena Luis de Belluga y Moncada, antes de marcharse a Roma para ocupar su nuevo cargo de Cardenal.
Un caso parecido ocurrió en el año 1873 con el Obispo Francisco Landeira Sevilla que antes de participar en Roma, en el Concilio Vaticano I, giró visita al párroco de Ulea Policarpo Moreno Yepes, para que reconsiderara su postura de insumisión ante la disyuntiva de la Iglesia y el Estado y pasara de obediencia a la hora de acatar la concesión de dichas condecoraciones.
Ambos sacerdotes Juan Pay Pérez y Policarpo Moreno Yepes, entre otros, quedaron para la historia señalados como curas rebeldes de la Diócesis de Cartagena-Murcia.