POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Me vais a permitir, amigos lectores, que hoy, víspera de la celebración de la Virgen del Pilar y, como se dijo durante mucho tiempo, «Día de la Hispanidad», me «disfrace de pensador y de filósofo». Y digo lo de «disfrazarme» porque yo ni soy «pensador» ni mucho menos «phileo-sophos»; es decir, amante de la sabiduría.
Voy, para ello, a contarles un cuento. Pero, como decimos en Colunga, «un cuentu que non ye cuentu; sino un cuentu que ye verdá».
Erase un señor, pero que muy señor en dinero, cultura y generosidad, que a finales del siglo XIX o comienzos del XX edificó un palacio señorial en sus posesiones.
Unas extensas posesiones cercadas con muro de piedra.
Y como era «preceptivo» en las clases pudientes, plantó unas preciosas palmeras en sus jardines.
Y en los bordes del camino hacia su casa palaciega plantó unas hileras de eucaliptos, árbol originario de Australia y prácticamente desconocido en la Asturias de aquellos tiempos.
Pasaron los años; el señor falleció y también sus herederos directos.
Siguen la casa palaciega y las palmeras, pero no los eucaliptos que, centenarios ya, hubo que talar.
Ahora, por favor, les ruego que observen la foto que ilustra este comentario y piensen en la magistral lección que nos dio -que nos da- la naturaleza para analizar los hechos que actualmente vivimos en España.
Una de aquellas palmeras «acogió» entre sus ramas una semilla desprendida de uno de los eucaliptos vecinos. La recibió con cariño de vientre materno y permitió que germinara en su seno. El «eucaliptín» nació y se amamantó con la savia de la palmera-madre, y creció, y se hizo adulto.
Y palmera y eucalipto ya no son madre e hijo sino un árbol indivisible, aunque plural, con una raíz y un tronco que da soporte y alimento común a ambos.
¿Qué diríamos, o qué pensaríamos, si el eucalipto decidiera independizarse de la palmera; o si la palmera negara su alimento al eucalipto?
Tal parece que la Naturaleza es mejor maestra que la mejor de las escuelas y de las Universidades.
Hice esta foto -lógicamente con permiso de la propiedad- hace más de veinte, quizá de treinta, años.
Ahí estaba en mi archivo conservada como «cosa curiosa de la naturaleza» y a partir de hoy será «modelo de educación para la ciudadanía».
Me entienden, ¿verdad?