POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Se utiliza la expresión «estar más alegre que unas pascuas» para indicar el estado de satisfacción y gran alegría por el que atraviesa una persona y se refiere a las diversas Pascuas tales como la Navidad, los Reyes Magos, Pentecostés y la Pascua de Resurrección, asociándose a un momento de alegría y renacer. «Hacer la Pascua» es una segunda acepción que significa molestar o perjudicar a una persona, sería lo mismo que fastidiarlo o perjudicarlo.
La Pascua Militar constituye el acto con el que se inicia el año castrense realizándose un balance del año anterior y marcándose las líneas de acción que se desarrollarán en el que comienza. Se remonta su celebración al siglo XVIII cuando Carlos III, consideró que, para defender su imperio asediado por Inglaterra, necesitaba disponer de un nuevo ejército y una marina con capacidad para responder a las necesidades bélicas de la época. Hasta entonces el reclutamiento en nuestro país se realizaba a través de enganches pagados y levas de vagos, de mendigos y gente marginada, hasta que con la llegada de los Borbones -en 1704- se introdujo el reclutamiento de «quintas», llamado así porque se elegía a uno de cada cinco mozos en edad militar, mediante sorteo.
Carlos III recuperó Menorca a los ingleses en 1782, este victorioso hecho de armas indujo al Rey a proclamar la Pascua Militar que se celebra el 6 de enero de cada año imponiéndose condecoraciones militares a aquellos civiles y miembros de las Fuerzas Armadas que se han hecho acreedores de ellas durante el año vencido. Unos años antes, en 1773, se establecieron las denominadas Matriculas de Mar, mediante las que se obligaba a los jóvenes de 19 años a ingresar en la Marina para prestar servicio y aprender una profesión.
Las Cortes de Cádiz de 1812 instauraron la obligatoriedad del servicio militar de todos los varones, sin discriminaciones por primera vez, reiterándose en Leyes de 1821, 1837 y 1856. En la de 1837 se abolieron totalmente las exenciones de que habían gozado determinados sectores privilegiados, aunque era un mero barniz ya que esa parte de la ciudadanía podía redimirse mediante pagos en metálico al Estado o bien presentando un sustituto, lo que hizo exclamar a autores de aquel tiempo y de los nuestros que el servicio militar solo lo hacían los pobres. En el programa de la causa cantonal de Torrevieja, de 1873, figuraban puntos muy atractivos para un pueblo marinero y mercantil, tales como la abolición de las llamadas «matrículas de mar», nombre con el que era llamado el servicio militar.
Las diferentes épocas y transformaciones de nuestra sociedad determinaron desiguales plazos de permanencia en filas, y distintas fueron las circunstancias que el «sorteo» les deparaba ya que mientras unos pudieron quedarse al «lado de casa» otros tuvieron que desplazarse a los restos de Imperio español (Cuba, Puerto Rico y Filipinas hasta 1898, y África hasta 1975) y su mili fue incomparable y escasamente conocida por sus compatriotas, ya que el tema de los soldados de quinta no fue demasiado agradable para las clases dominantes.
Hasta principios del siglo XX fue costumbre entre los soldados españoles -los quintos- conservar la licencia absoluta y el historial militar enrollado dentro de unos tubitos que cada uno decoraba a su gusto, el canuto de hoja de lata se colgaba al cuello con cordones y cintas de colores; guardándose luego como documentos de interés. Cuando el soldado se licenciaba se le hacía entrega del canuto conteniendo los documentos de la licencia y así es como la locución «dar el canuto», que por metonimia acaba nombrando el acto del licenciamiento. Se volvía al pueblo después de haber realizado la mili, donde la añorarían, con sus historietas, anécdotas con sus compañeros de quinta, con sus paisanos, explicando sus miedos, aquel cabo meticuloso o el capitán enérgico. Luego se guardaban en el armario y de allí al trastero, hasta ser olvidados. Hay que tener en cuenta que el control del ejército sobre la vida del soldado hasta este el final de la relación era total, debiendo estar informado y certificar su situación, incluso si éste quería contraer matrimonio.
Así consta escrito en historial de Manuel Hurtado Narbona guardados en el correspondiente canuto, en documento de E. M. del Apostadero de Cartagena: «…hijo de José y Josefa-. Natural y mozo de Torrevieja, Brigada de Alicante.- Se inscribió en 28 abril 1905 al fol. 23. Nació el año 1891.- Estado civil Soltero.- Oficio Marinero.- En el alistamiento verificado en Diciembre de 1910 fue declarado inscrito disponible como comprendido en el llamamiento dispuesto por S.E. el 25 del mismo, contándole desde el 1º de Enero de 1911.- Desde Alicante se presentó en este E.M. el 8 de Enero de 1911 e ingresó en el Arsenal.- En 22 del mismo embarcó en el transporte ‘Almirante Lobo’, con destino a la Escuadra.- En 29 del mismo transbordó al E. M. de la Escuadra y embarcó en el ‘Reina Regente’.- En 2 de Junio por propuesta aprobada por la Superioridad de la Escuadra pasó a ocupar plaza de marinero fogonero.- En 4 de Marzo de 1912 ascendió a fogonero preferente.- Ha observado buena conducta.- Cartagena, 25 de Enero de 1915».
«En Cartagena, el 4 de marzo de 1915, habiendo servido en su actividad, cuatro años, dos meses y cuatro días, la contaduría del ‘Reina Regente’ es socorrido con dos raciones y una paga de marcha de quince pesetas».
«La Comandancia de Marina de Alicante, cumpliendo el tiempo total que marca el art 2º. de la Ley de 17 de Agosto de 1885, fue dado de baja en las listas de la Reserva de esa Brigada, en la fecha dispuesta por la Superior Autoridad del Apostadero, quedando Manuel Hurtado Narbona licenciado del servicio y exento de toda responsabilidad para el servicio de las armas. Firmado por el Comandante de Marina».
Los españoles varones que en la actualidad cuentan con más de cuarenta años de edad fueron protagonistas de la «mili», como se denominaba a aquel servicio que de forma forzosa los convertía en soldados uniformados y armados, con los que año tras año se nutrían los Ejércitos de España.
Foto: Canuto con la licencia absoluta del soldado torrevejense Manuel Hurtado Narbona. / Colección de Fco. Sala