LA PASIÓN
Mar 25 2018

POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA (ALICANTE)

Torrevieja (Alicante), principios del siglo XX. Procesión del Encuentro, a su paso por la posada de Fernández -actual Teatro Municipal- y la plaza de Capdepon -actual plaza de Miguel Hernández. / Foto: A. Darblade – Colección Francisco Sala Aniorte

In memoriam de Bernardo Parodi Torres

Estamos en una semana “pasional”, llena de actos religioso-litúrgicos y procesionales desarrollándose episodios callejeros, procesiones y teatrales, con entrega de distinciones, gracias, privilegios, prerrogativas, indultos y dispensas que han ido cubriendo el panorama social hasta elucubrar distinciones ligadas a un catálogo social que a lo largo de los años se ha ido tejiendo en la sociedad torrevejense: pregoneros, capirotes de oro, cofrades mayores, gentes que con sus martilleantes sonidos dirigen el ritmo y danza de los tronos, portaestandartes, porta varales que, con un mismo ritmo, balancean a las imágenes titulares de cada cofradía, una sociedad que, a ser posible, a cara descubierta, con sus medallones colgados en el pecho se muestran en la sociedad.

Esa es la Semana Santa actual, la que viviremos en estos días en nuestras calles, plazas teatros y templos. Nos da vuelta en la cabeza cómo serían los actos religiosos en las calles de Torrevieja de finales del siglo XIX y principios del XX.

Luis Cánovas Martínez, ilustre escritor torrevejense, abogado del Estado músico y poeta, en 1887, en el periódico semanal ‘Torre-Vigía’, en uno de sus artículos publicaba el grado religioso-cultural de la población mostrándonos una Torrevieja muy distinta a la de hoy:

Nada de fiestas chocarreras en las que los santos o las vírgenes representen o bailen como histiones o bacautes. Nada que haga meditar al pensador en los dijos y sabores de pegamento que quedan todavía en algunas fiestas religiosas de nuestro país.

Nada que recuerde siquiera aquellos autos sacramentales que en las naves de nuestras basílicas se representaban en los siglos XIV y XV y que fueron la infancia de nuestro teatro; cierto es que no hace muchos años vimos en la plaza de las Barcas [actual plaza de Castelar] y al aire libre a imitación de los ‘milacres’ de San Vicente en Valencia, una representación de la hermosa tragedia del Bautista, y en el siguiente, en la Glorieta (entonces plaza) de Capdepon [actual plaza de Miguel Hernández], una especie de ópera mímico-divino-marcial, letra de nuestro malogrado poeta Higinio Gómez, y música del maestro Casatmijana [director de la banda de música municipal entre 1869-1875], en la que había frailes, moros, odaliscas, almas en pena, ángeles y como protagonista la Virgen del Carmen.

Pero bueno es hacer observar para que no se crea que esto contradice mi anterior opinión no han tenido nunca en Torrevieja, vida propia ni ese carácter consuetudinario que deja entrever que son hojas del espíritu y de las ideas del pueblo que las celebra, No han pasado nunca de tentativas más o menos afortunadas: no han arraigado nunca entre las costumbres religiosas de nuestra patria.

En cambio, ¡qué seriedad, qué respeto, que justo concepto de lo que es el culto católico respiran nuestras dos magníficas procesiones de Viernes Santo, y 8 de Diciembre! : Un año que salí de Torrevieja, en aquellos santos días y presencié ciertas célebres procesiones de una ciudad que no nombraré, me quedé descontento del parangón que mi mente establecía entre las de aquella opulenta capital y las de mi humilde pueblo. Había allí más lujo, más ostentación, más aparato, pero no más belleza, no más alto concepto de espíritu religioso.

Y el recuerdo de fe inquebrantable, sencilla y sublime que nuestros marineros y pescadores tienen puesta en nuestra divina patrona ¡cuán alto no habla esto en pro de la cultura religiosa de Torrevieja! Haya en otros lugares supersticiones impropias de otros tiempos, ridículas creencias en historias imposibles: aquí no hay más que una hermosa fe, hija legítima de las almas de los creyentes.

Yo veo, con los ojos de mi alma, la terrible escena en que nuestros marinos invocan a María. El cielo todo negro, cual su llevase anticipado luto por las víctimas que va a causar su furia; el mar, rugiendo, como flora hambrienta, deseosa de devorar su ración, y ora levantando montañas inaccesibles, ora abriendo abismos insondables, el viento, saliendo de su mitología cavernaria con caprichos de niños y arrebatos de colérico, y entre esta trinidad de formidables enemigos que encarnizadamente luchan, un buque, un mísero leño, con las velas hechas girones, los palos hechos astillas y el casco crujiente, cual si lamentase su próximo fin, siendo juguete de las traidoras olas.

La luz cárdena de los relámpagos ilumina de vez en cuando el pavoroso cuadro en que el pintor sólo emplea negras tintas, y sobre aquella frágil cáscara alientan pensando en la patria lejana, en la esposa querida, en los idolatrados hijos, media docena de hombres de rostro curtido, de fornidos músculos, de varonil presencia que luchan en vano contra los elementos desencadenados.

 Por arriba el cielo negro y sañudo; en torno, el mar hirviente e inmenso. Ni una vela, ni una costa en lontananza… ¿a quién pedir socorro? A María, la madre-virgen, a la Estrella de los mares. Y en su fe les salva, les da nuevos ánimos y les hace dominar el peligro.

Y luego, cuando llegan a la risueña playa que les ha visto nacer, cumplen la promesa, pronunciada con labio trémulo en tremendo instante y van, hincados de rodillas, desde la orilla que las olas besan hasta las gradas del altar de su divina Madre.

Esto prueba una fe sana que todo católico debe mirar con respeto. En cuanto al que no sea católico… ¡Tate, tate! Estas son muchas honduras para un salinero.

Y con esto Luis Cánovas Martínez nos lo deja más que explicado. Lo demás… ahí queda…

Fuente: Semanario VISTA ALEGRE. Torrevieja, 24 de marzo de 2018

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