LA PASIÓN FÉRTIL DE LOS HEVIA POR EL ARTE Y LA CIENCIA, RECONOCIDA AYER EN EL RIDEA • EL INSTITUTO HOMENAJEÓ AL ESCULTOR VÍCTOR HEVIA Y A SU HIJO, INVESTIGADOR DEL INCAR
Nov 19 2016

AL ACTO ASISTIÓ LA CRONISTA OFICIAL DE OVIEDO, CARMEN RUIZ-TILVE

Público asistente al acto, con la cronista de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve, en primer término. / PABLO PARIENTE
Público asistente al acto, con la cronista de Oviedo, Carmen Ruiz-Tilve, en primer término. / PABLO PARIENTE

El escudo que corona la fachada del edificio de la Junta General del Principado tiene su firma, y los monumentos a Tartiere y a Clarín en el campo San Francisco, en Oviedo, y el monumento a los Selgas, en Cudillero. Fue profesor de la Escuela de Artes y Oficios, con vocación docente profunda, y restaurador de arte con conocimientos como para entrar en la Cámara Santa. Todo eso y muchas más cosas fue Víctor Hevia Granda (1885-1957), escultor que sabía tratar «emociones y sentimientos a través de la figura humana».

Son palabras de Paz Hevia Ojanguren, su nieta, la que ayer en el RIDEA recordó a su abuelo y a su padre, Víctor Hevia Rodríguez (1922-2015), científico vinculado durante buena parte de su vida al Instituto Nacional del Carbón (INCAR). El patriarca Hevia Granda conocía los materiales, la esencia de la arcilla; su hijo, Hevia Rodríguez, un especialista en microscopia, tenía unas extraordinarias cualidades para el dibujo, tal como explicó ayer su hija: «Empezó a dibujar en perspectiva antes de aprender a escribir».

El RIDEA homenajeó ayer a los dos Víctor Hevia, dos generaciones que supieron aunar ciencia y arte, con presencia entre otros del jefe de conservación de pintura del XIX del Prado, Javier Barón, y del director del Bellas Artes Alfonso Palacio. Paz Hevia, hija y nieta de los Hevia, escultora, investigadora y conservadora del Archivo Hevia donde se guarda el legado familiar, retrató desde el recuerdo al abuelo artista, divulgador cultural, y al padre científico: «los dos se formaron fuera, los dos volvieron a su tierra, y los dos fueron queridos y respetados, reconocidos por sus aportaciones». Fueron testigos y protagonistas de la vida asturiana a lo largo del siglo XX.

Cuando en 1947 se crea el INCAR, con sede en Oviedo anterior a la actual de La Corredoria, Víctor Hevia Rodríguez tenía apenas 25 años. Uno más tarde, Hevia, «químico y soltero» solicita su ingreso como ayudante químico. Le piden mil informes, entre ellos el de Penales -un clásico- y debe superar un examen en Inglés y Francés. Desde entonces no paró de trabajar y asumir responsabilidades jerárquicas hasta su jubilación. Las científicas del INCAR Isabel Suárez y Ángeles Gómez recordaron a quien abrió camino investigador.

Fuente: http://www.lne.es/ – Eduardo García

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