POR PEDRO SÁNCHEZ NÚÑEZ, CRONISTA OFICIAL DE DOS HERMANAS (SEVILLA)
Los sucesos de este trimestre de 2020, la mortandad física y la ruina económica consiguiente que se vislumbra, que afectan a la Humanidad entera como nunca antes había ocurrido, tardarán mucho en olvidarse, si es que se olvidaran no ya a quienes los hemos sufrido, que eso será imposible, sino incluso a las generaciones venideras, que, aunque no los han vivido seguramente los revivirán con justificado horror en la memoria que de ellos indudablemente va a quedar “per saecula saeculorum”. Tiempo habrá de hacer justicia a quienes por acción o por omisión, ¡tanto da!, no fueron capaces de adoptar a tiempo las medidas oportunas para conjurar un mal que se veía venir, desde lejos, pero con muy mala idea, meses atrás. Y es que en la soberbia que caracteriza a los ciudadanos occidentales del siglo XXI parecía que la época de las plagas y epidemias era cosa circunscrita a la Edad Media o a otros países más atrasados: ¡cómo nos iba a pasar a nosotros, que somos tan listos!
Desde los tiempos más remotos hasta el siglo XVIII la causa de las mortandades masivas en todo el mundo fue fundamentalmente la peste bubónica. En el siglo XIX fue el cólera. Y en el siglo XX la gripe en sus distintas modalidades, que sigue matando gente en todo el mundo, si bien a la que predomina se la ha dado en denominar “coronavirus”, que ya dio muestras de su letalidad en 2012 en varios países, alguno tan cercano como Francia. La gripe causada por el mismo “coronavirus” ha reaparecido con renovados bríos en 2020, ha afectado a todo el mundo a partir de la China y ha sido bautizada como COVID-19. Ya la Organización Mundial de la Salud (OMS) llamó la atención el 27 de enero de 2020, a quien quisiera atenderla, sobre la existencia de un riesgo de salud pública de interés internacional, bajo las regulaciones del Reglamento Sanitario Internacional [1]. Según la OMS hasta el 5 de abril, la gripe había provocado más de 1.203.601 casos confirmados (infectados), 249,600 recuperados y 65,000 muertos en 209 territorios (180 países en todo el mundo). El día que termino estas líneas, 6 de abril, la gripe china había matado a 75.036 personas en todo el mundo, y en España iban 13.692 y seguían muriendo, sobre todo ancianos.
Esta situación me retrotrae precisamente a un tiempo pretérito, donde estas cosas eran el pan nuestro de cada día. Y me voy a referir precisamente a una epidemia muy bien retratada por un paisano nuestro, el Licenciado Francisco Salado Garcés. Me refiero a la peste de 1649, que fue recreada en la serie de Televisión titulada “La Peste”, llevada a la pantalla de mano maestra por el director de cine Alberto Rodríguez, nuestro andaluz más internacional, firmante de algunas de las más impactantes películas de los últimos años.
Los historiadores relatan los antecedentes de la epidemia.-
La terrorífica peste bubónica era un mal endémico y habitual, que periódicamente aparecía y se extendía por pueblos, ciudades y países de todo el mundo diezmando su población. No había ni aviso previo ni vacuna que la neutralizara, solo se terminaba cuando el mal desaparecía espontáneamente, una vez que se conseguía la separación de los contaminados que, tras su segura muerte alejados de todos los demás, eran enterrados en los grandes “carneros” que se habilitaban y a los que eran arrojados los cadáveres en masa.
El siglo XVII registra en Europa una virulenta serie de epidemias que afectaron a casi todos los lugares. En 1630 la peste causó millón y medio de víctimas en el Norte de Italia: Venecia perdió una tercera parte de sus habitantes y Milán y Génova casi la mitad (curiosamente, algo parecido ha sucedido en la misma zona en 2020, en Lombardía, con el COVID-19). En 1656 Nápoles perdió casi la mitad de sus habitantes. En 1665 en Inglaterra murieron, según las crónicas, 100.000 personas.
Naturalmente España no se libró del contagio. Hubo tres episodios de peste bubónica que se llevaron por delante a muchísimas personas. En 1597 a 1602 la peste entró por el Norte y llegó hasta Andalucía y siguió, como dice la crónica, “un curso caprichoso y zigzagueante, perdonando unos lugares y cebándose con otros” arrojando un volumen de medio millón de muertos. La peste de 1647 a 1651, que vino de Oriente, afectó sobre todo a Andalucía y Levante: En Valencia hubo 16.789 muertos, en Murcia y su entorno 40.000, en Córdoba 13.780, en Palma de Mallorca 15.424 y, en fin, en Sevilla más de 60.000. El maestro de historiadores Don Antonio Domínguez Ortiz [2], retratando una situación parecida a la actual, dice que “se sabe que estas catástrofes demográficas tenían una estrecha relación con la desnutrición, lo que explica que la mortandad, aunque no perdonaba a nadie, fuera más elevada en los barrios pobres. Los ricos trataban de esquivar la muerte retirándose a sus posesiones campestres, pero los pobres no tenían este recurso, porque en cuanto se declaraba la peste en una población, las vecinas establecían un cordón sanitario y no dejaban entrar a nadie que procediera de lugares infectados; los perjuicios para el comercio y el abastecimiento eran enormes, y por eso, en muchas ocasiones se dilató la declaración oficial del estado de peste hasta que era demasiado tarde”.
El Abogado Francisco Salado Garcés y Ribera, utrerano, relató cómo fue la peste de 1649.-
La imprenta utrerana de Juan Malpartida editó en 1655 la obra de este abogado utrerano, titulada Política contra peste [3]. En la presentación de la obra, el médico de Cámara del Rey, don Juan Núñez de Castro, le dio el visto bueno al libro “con tan saladas disgresiones, que corresponden al apellido de su Autor”. Y firma su Censura favorable Fray Juan de Orozco, Prior del Convento de San Bartolomé de Utrera. Y Fray Rodrigo de Mendoza se refiere con admiración “a lo grande de esta obra en lo corto de la edad de su autor con tantos achaques que ha tenido más de doce años”.
Salado, a quien vamos a seguir al pie de la letra porque fue testigo presencial de todo y, como hombre de leyes, se explica muy bien aunque algo farragoso en las 247 páginas de su obra. En una “advertencia al lector” puntualiza que “hame costado gran trabajo lo Médico por no ser de mi profesión… bien que para algunas resoluciones me he valido del Doctor Don Miguel Salado, Médico, mi hermano… y en las erratas que hay, la falta de mi asistencia a la imprenta lo ha causado”.
Manifestación de la enfermedad de la peste.- Empieza definiendo la peste como “una calentura epidemia perniciosa, que mata a muchos con su grande calor, y proviene de causa universal como es el aire, con evacuaciones, o pústulas o carbuncos o secas sintomáticas”. Y describe con detalle los síntomas: “En esta enfermedad las mujeres mas peligran y niños y algunos hombres gruesos y muchos hombres viejos y mujeres se libran; da con calentura fuerte y trae mayor malicia cuando no lo es tanto al segundo día o al principio salen las landres (pequeño tumor que se forma en las partes glandulosas del cuerpo, como el cuello, las axilas y las ingles) de ordinario previniéndolas un gran dolor en las partes donde vienen, suelen traer vómitos, vascas, ansias, fatigas, dolores en las ingles o debajo de los brazos con frenesíes, tabardillos (tifus) y modorras… mueren al 4 día de ordinario, o antes, que no duran mas y raro llega al septeno; alivianse un día antes que mueran, que parecen estar sanos en los días intercalares, más letales en los críticos; sangrías muchas son malas… cordiales son buenos y buenas comidas, quedando el cuerpo nunca satisfecho”.
Causas de la enfermedad y del contagio.- Y puntualiza Salado que “los malos alimentos son causas , y aún de las más principales para engendrar tales enfermedades” (recordemos que la causa del actual COVD-19 la centran los investigadores en su difusión a partir de quienes comieron restos putrefactos de un cierto animal en el mercado de Wohan). A esto se une que “precedieron también por señales próximas en Sevilla y esta comarca la destemplanza del tiempo de febrero, marzo y abril y algo de mayo en este año de 1649, lloviendo continuamente casi todos estos meses con grandes y fieros vientos, habiendo notables lluvias, saliendo los arroyos con avenidas nunca vistas y los ríos con inundaciones tan mayores… arrancando los árboles y sembrados y destruyendo las huertas, jardines y quintas y derribando muchas casas en todas partes… muchos de los barrios de Sevilla y sus arrabales, Triana, San Bernardo, la Iglesia mayor, Magdalena, Alameda, Carretería, Cestería, la Barqueta y los barrios se inundaron con la Macarena llegando el daño donde nunca se pensó…”. Y añade que “entrando el invierno hubo descuido y en secreto (ya por cohecho de guardas o ya por grande desvelo de los codiciosos) se indujeron ropas contagiosas de las ciudades infectas, mercadurías y lienzos en Sevilla, Triana, Utrera y otras partes, sin poderse remediar, conque se causó el peligro que se vio, siendo nuestra perdición la comunicación del Océano y Guadalquivir…”.
Según una narración anónima titulada “Copiosa relación de lo sucedido en el tiempo que duró la epidemia en la grande y augustísima ciudad de Sevilla, año de 1649”, la epidemia comenzó en el barrio de Triana, al otro lado del río Guadalquivir, y la trajeron en sus ropas unos gitanos que llegaron de Cádiz. Así lo describe el autor: «Murieron todos, y los de la casa que les ocultó pagaron su villana codicia con la vida. Quedó apestada esta parte de la ciudad, saltó a lo interior de Sevilla la centella, y como halló tanto a donde cebar su furia, prendió de suerte su fiereza, que no pudo ocultarse más esta desdicha«.
Cuando se desencadenó la epidemia en Sevilla, no tardó en llegar a Utrera por alguno de los medios que cita. Era Alcalde Ordinario por el estado noble don Antonio Ponce de León y Zúñiga, el capitán don Rodrigo Lorenzo de Cabrera y Soto, de la Orden de Calatrava, Alguacil Mayor y Tesorero General de la Santa Cruzada de la Ciudad de Lima y Reino del Perú y don Juan Francisco de Soto y Cabrera de la Orden de Santiago, alcalde de la Hermandad en el estado noble y Juan de la Torre, Regidor Perpetuo y Alonso Fernández, escribano del Cabildo. Y cuando el contagio alcanzó cierto nivel se dispuso una enfermería en Valsequillo (es el actual callejón de María Alba) “barrio apartado del comercio, cercado de huertas” y se dispusieron dos carros “para conducir los enfermos, ropa infesta y llevar a enterrar a los muertos”. Y cuando creció más el número de contagiados se mudó a la Trianilla “que no dista mucho del otro… siendo muy capaz, de grande sanidad y alegría, buenos aires, bañado bastantemente del sol y la calle tan ancha que de plaza pudiera servir. Los dueños de las casas (claro está) sintieron verlas perdidas, pero la necesidad les obligó a callar”. “Dividiose este sitio, por ser enfermería, de lo demás de Utrera. Púsosele cerca alta con sus puertas grandes, mirando a la Villa, para que por allí fuese la comunicación, y entrasen los enfermos, carros, ropas, regalos, bastimentos, medicinas, sirvientes y demás ministros necesarios; formose otra puerta mirando al campo, cerca de donde se hizo cementerio con grandes y hondas sepulturas, por donde se sacaban los muertos para enterrarlos; más adelante había una calera honda la cual estaba ardiendo siempre, echándole de cuando en cuando leños grandes para que el fuego permaneciese, en la cual se echaban prendas contagiosas.
El prior del Convento de San Juan de Dios, Fray Gabriel de Cañas, acudió a los entierros con sus religiosos, a quien secundaron inmediatamente ”para administrar los sacramentos , muchos del Convento de Nuestra Señora de Consolación” y los curas de las dos parroquias, organizándose procesiones con el Santísimo “con música, ministriles y gente mucha… aunque Francisco de Jerez Montesdeoca murió en empresa tan santa, cuyo fervor activo y santo le obligaba a entrarse en las casas de los apestados (como si no lo estuvieran y lo mismo los demás sus compañeros) a administrarles los Sacramentos”. Dos frailes de San Juan de Dios que visitaban a los enfermos se contagiaron también y murieron. Les sustituyeron otros frailes de los Mínimos, pero no eran suficientes para atender todas las necesidades.
Siguieron haciéndose de noche “entre once y doce procesiones nuevas de hombres con grandes penitencias, secreto y silencio…”. Y llevaron en procesión a la parroquia de Santa María “al gran Patriarca San Francisco de Paula desde su convento de Nuestra Señora de Consolación, insigne santuario de Europa, conocido en todo el orbe”, haciéndose “un grandioso novenario” en el que intervino “un predicador de Santo Domingo, anciano de gran virtud y letras, predicando herido del achaque de que murió”. Y en procesión salieron otras muchas imágenes, San Antonio de Padua, la Virgen del Amparo, San Roque y San Sebastián, el Arcángel San Miguel.
Un testigo presencial describe un hecho importante: “Viose una cosa nunca vista en Sevilla: que fue no salir cofradía alguna a causa de continuar las aguas. Además de las quales hacía frío como por enero” [4]
Se cita el caso de Domingo Fajardo (a quien seguramente se recuerda en el callejero de Utrera con su apellido) que fue afectado pero se curó “sin hacer cama, viéndose solo para enterrar a los muertos… pidió un calabozo, para que haciendo con él pedazos los cuerpos mejor los enterrase”. A él se unieron inmediatamente otros voluntarios para cuidar a los enfermos y enterrar a los muertos, que a su vez fueron también muriendo del contagio. Murieron, en fin, todos los religiosos de San Juan de Dios “cuidando del Convento y Hospital como bienhechor del don Miguel Salado Garcés”. Esto es lo sucedido hasta el 24 de mayo.
Consecuencias económicas del desastre demográfico.- Y reflexiona Salado sobre las consecuencias económicas del desastre: “Según los mas entendidos en Sevilla y otras partes de Andalucía se han perdido cinco millones y otros dicen más, en bienes, mercaderías, lienzos, prendas, escriptorios, pinturas y alhajas de todo género, perdidas de rentas y otras cosas, subiéndose todo a excesivos precios, haciendo los regatones (comerciantes minoristas)tiranías por la necesidad… por lo cual y por haber muerto muchos oficiales todo lo que les tocaba de sus oficios se encareció, porque no había quien lo hiciese, valiendo cada par de zapatos veinte reales (un huevo valía dos reales), y todo así…”. Mas todavía: “Ha subido todo a precios excesivos y se va quedando así. El año de 50, segundo de la Peste ha sido desordenado, la fruta casi toda se malogró, y la que quedó sin sazón por un granizo y tempestad que hubo, de las personas de trabajo fue y es su precio de jornales dos veces mas de lo que se pagaba”.
Y añade más adelante: “Apretaba la necesidad de dinero, no había de donde poderlo sacar, porque las rentas del Ayuntamiento estaban empeñadas para muchos años… y para esto se echó en la carne, aceite y pescado nueva imposición fuera de las de Su Majestad; y en el vino no pareció convenir por no ajustarse bien la materia por los inconvenientes que hubo”.
Seguramente no se tomaron en aquellos tiempos las medidas que señala Salado: “Cuando el temor amenaza de la peste o contagio y el rigor se ve cercano, después de haber hecho las prevenciones dichas se cuidará de la asistencia de las guardas en las puertas, caminos, ventas, caserías, cortijos, molinos, heredades, ríos y otras partes donde hay recelo que se pueden hallar forasteros sospechosos, requiriéndolo todo y previniéndose con tiempo para la ocasión la Diputación de todo el bastimento necesario, medicinas y regalos, haciendo alhóndigas para recoger el trigo y almacenes para las demás cosas para el sustento de la República, cura y regalo de los enfermos… se velará con gran cuidado y atención que no se comuniquen con lugar que tenga sospecha desta enfermedad … y aun soy de parecer que los pleitos de cobranzas y otros semejantes se suspendan hasta mejorar el tiempo y los ejecutores no hagan mas diligencias ni generen salarios…”·.
Las cifras de muertos no concuerdan, pero son espectaculares sean cuales sean.- Salado resume el número de víctimas de le epidemia: “Hay opiniones en cuanto a los muertos de Sevilla: unos dicen que ciento y treinta mil; otros ciento sesenta mil y no falta quienes dicen doscientos mil y otros mas y menos: no sigo opinión ninguna, sino digo lo que he oído referir a muchas personas, y que murieron cuatro mil sacerdotes… no falta quien dice que de las cuatro partes de la gente de Sevilla murió la 3” [5]. En las demás partes, fuera de Sevilla morirían más de cien mil, aunque todos niegan de sus lugares… En Utrera, en enfermería y las demás partes murieron más de seis mil, en las heredades y campiña murieron muchas personas… murieron en este mal casi todos los negros y mulatos que había… “. Y añade un comentario curioso: “En una misma ciudad vemos que queda una calle sin tocarle la enfermedad, siendo así que en otras enfermedades en otros tiempos padecía más, como la calle de Los Molares en Utrera, que siempre ha sido muy enferma todos los años de otras enfermedades, y de peste este año hubo muy pocos”.
Según Salado, la epidemia quedaría controlada a partir del día de San Juan Bautista y en todas las partes fue la mejoría conocida.
Ortiz de Zúñiga [6] retrata el estado de Sevilla, transplantable a Utrera y demás poblaciones afectadas, al final de la epidemia:
“Quedó Sevilla con gran menoscabo de vecindad si no sola, si muy desacompañada, vacías gran cantidad de casas, en que se fueron siguiendo ruinas en los años siguientes…Todas las contribuciones públicas en gran baja…Los gremios de tratos y fábricas quedaron sin artífices ni oficiales, los campos sin cultivadores. Y otra larga serie de males, reliquias de tan portentosa calamidad.”
Estoy seguro de que estas descripciones nos van a resultar extremadamente familiares en los aciagos días que nos ha tocado vivir de nuevo.
Sevilla, 6 de abril de 2020
NOTAS:
[1] Pan American Health Organization / World Health Organization. Epidemiological Update: Novel Coronavirus (2019 nCoV). 27 January 2020, Washington, D.C.: PAHO/WHO; 2020.
[2] A. Domínguez Ortíz, El antiguo Régimen: Los Reyes Católicos y los Austrias, en Historia de España Alfaguara III, Alianza Universidad, Madrid 1976, p. 347.
[3] Francisco Salado Garcés: “Varias materias de diversa facultad y sciencias/ Política contra peste/ Gobierno en lo espiritual, temporal y Médico, esencia y curación del Contagio del año pasado de 1649. Cuyos documentos servirán de reglas para todos los siglos futuros, para contagios y pestes: así para su curación, como para el gobierno político para todas las Repúblicas, Comunidades, Familias y particulares personas dedicado al Reverendísimo Padre Maestro Fray Alonso Enrique de Santo Tomás, de la Orden de Predicadores, Lector de Prima de Teología en el Real Convento de San Pablo de Sevilla”.
[4] Francisco Morales Padrón: Memoria de Sevilla (noticias sobre el siglo XVII). Córdoba 1981, p. 114.
[5] Antonio Domínguez Ortíz, La Sevilla del Siglo XVII, en Historia de Sevilla, Universidad de Sevilla, 1984, pp. 73 – 74: “La peste bubónica estaba haciendo estragos en gran parte de Andalucía desde el año anterior (1648. Parece que no hubo Toda la vigilancia necesaria para evitar su introducción, porque no se cortó la comunicación con la bahía de Cádiz hasta que en febrero salieron los galeones… Por abril la evidencia de la peste era patente; morían centenares de personas cada día, y en algunos mas de mil… Duró el contagio en toda su fuerza hasta el mes de julio… Para el pueblo sevillano no fueron los astros (una conjunción favorable de Marte y Júpiter) sino el milagroso Cristo de San Agustín, que se había sacado en procesión de rogativa como último recurso, el que puso fin a la epidemia… El número de fallecidos no se conoce. Otros cálculos hacían subir los muertos a 150.000 y aún a 200.000, cifras absurdas, pues no tenía tantos habitantes la ciudad… Es pues probable que el número total llegara a 60.000, la mitad de la población sevillana”.
[6] Diego Ortíz de Zuñiga, “Anales Eclesiásticos y Seculares de la muy Noble y muy Leal Ciudad de Sevilla, Metrópoli de Andalucía”.