POR ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
Sobre el precedente de los pasquines y grafitis callejeros de la antigua Roma surgieron con el tiempo diversos modos de comunicación pública para expresar ideas, transmitir avisos o informar de cosas a la gente.
Uno muy extendido en época renacentista fue el víctor, anagrama de tradición clásica articulado sobre una gran V que se trazaba en los muros con pintura roja hecha de sangre de toro, o su orina mezclada con polvos de almazarrón, que por su carácter indeleble mantiene brillantes aún piezas realizadas hace siglos. Se trataba de loores públicos a personajes insignes, bienvenida a visitantes ilustres y cosas semejantes. Pero sobre todo, y de ellos perduran muchos aún en Salamanca, Sevilla, Úbeda y otros lugares, la manera en que los estudiantes señalaban su graduación en las universidades.
En Badajoz, para celebrar las visitas reales que tanto se prodigaron, se levantaban arcos de triunfo y otros monumentos de bienvenida presididos por un gran víctor, aunque, dado el carácter efímero de tales obras, ninguno ha llegado hasta nosotros. De estudiantes no se conoce que aquí se estilaran, de modo que las únicas muestras, muy modestas, de anuncios murales realizados con la técnica de la sangre de toro, que hoy se conservan en nuestra ciudad, son un par de ellos en los soportales de la plaza alta con el texto «hay pan» o «se vende carne de puerco».
A partir del siglo XIX se popularizaron los carteles impresos en papel, obras de formato mayor con ilustración gráfica de pretensiones artísticas. En Badajoz, además de los de feria, ya tratados en esta columna, fueron muy utilizados los que anunciaban las corridas de toros, fútbol, teatro, cine, circos, veladas de boxeo, trofeos, conciertos, exhibiciones y otros acontecimientos, que se pegaban en las paredes sobre soportes callejeros o se exhibían en escaparates y locales comerciales. De muchos se hacía una versión callejera más pequeña que se repartía a mano por personajes tan populares como Cocoveo o el peculiar cojo de las maletas. Otra modalidad eran los cartelones que anunciaban en la fachada del López de Ayala las películas más espectaculares, o los telones que se mostraban en el interior de la sala ante la pantalla durante los descansos.
Durante años existió en la fachada del ayuntamiento una gran vitrina en la que se exponían anuncios oficiales y avisos varios, junto a la que colocaban dos pizarras de hule negro. En una se señalaba a tiza el número de tres cifras del cupón de los ciegos, como se decía entonces, premiado ese día. Y en la otra, de mayor tamaño, el nombre de los fallecidos la jornada precedente y hora del sepelio. El lugar no era preciso consignarlo, porque siempre era el mismo: la capilla de San Sebastián en la que se celebraban todos los duelos y sepelios.
De ahí la extendida expresión: «Vamos a ver la pizarra de los muertos».
Fuente: https://www.hoy.es/