POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Siempre he sido un firme defensor del patrimonio histórico. De su preservación y difusión. De conseguir que las piedras hablen y nos transmitan su verdad. Que una sociedad que convierte el legado de sus antepasados en mudas estatuas de piedra acabará por perder el destino, si no lo ha hecho ya. Es indudable que, extraviando el conocimiento de lo que nos rodea, quedamos expuestos a lo incierto, trocando el patrimonio en antigüedad e, incluso, en trasto viejo sin utilidad. Perdido su conocimiento, ni siquiera sirve para el recuerdo de lo que fue. Y eso que mudo, lo que se dice mudo, el patrimonio no está. Siempre deja una coletilla, un guiño, un hilo del que, si se tira, se alcanza el mensaje que esconden las deslustradas y sucias piedras. Si, por poner un ejemplo, pasean por el Barrio Bajo del Real Sitio y les da por entrar en el viejo y moribundo mercado de abastos, lo comprenderán.
Edificado en piedra y ladrillo, su pizarra negra y planta cuadrada tiene poco que ver con el estilo generalmente barroco del lugar. Consolidado en 1947, el mercado respondía a la necesidad de centralizar los abastos del municipio, sustentando las tradicionales lonjas de cajones dispersas por el callejero desde mediados del siglo XVIII. Obviamente, desde la constitución del municipio allá por mayo de 1810, la consolidación de los múltiples y estacionales bazares en mercado de abastos fue una aspiración vecinal continuamente fracasada. No fue hasta los duros años de la posguerra que el entonces demediado Paraíso pudo aspirar a la edificación del tan ansiado mercado. Así lo dice la placa que, sobre la fuente, recibe a los pocos vecinos que hoy se dejan caer. Aprovechando la destrucción que la guerra civil había provocado en el término, especialmente en Valsaín, el consistorio presidido por Severiano Esteban Tarancón solicitó en 1941 la ayuda de la Dirección General de Regiones Devastadas. Si bien la intención principal era solucionar la escasez de viviendas del Real Sitio primitivo, al quedar destruido el caserío por los enfrentamientos de mayo y junio de 1937, la ocasión venía que ni pintada para la edificación de un mercado fijo que aportara al municipio una infraestructura de servicios valiosa e imperecedera. Después de mucho negociar, el ayuntamiento recibió la construcción el 14 de julio de 1947, siendo alcalde José Acitores.
Sin embargo, lo que la placa no cuenta, además del esfuerzo ímprobo de alcalde, concejales y vecinos, es el método que empleó la citada Dirección General en la construcción de éste y otros muchos edificios en el territorio nacional. Siguiendo las directrices ideológicas del gobierno liderado por el General Franco, la Dirección General de Regiones Devastadas compartía sus labores constructivas con el Patronato Central de Nuestra Señora de la Merced. Presidido por Carmen Polo, esposa del dictador, su objetivo esencial era canalizar la redención de penas mediante el trabajo. Cualquier delito condenado por el régimen que conllevara el ingreso en una prisión debía ser redimido mediante el esfuerzo en beneficio de la sociedad. De modo que todo enemigo de aquella España que hubiera acabado con sus huesos en uno de los muchos penales que poblaban el país, acabó por amortizar su condena trabajando para el Estado. En consecuencia, los citados penales, convertidos en campos de concentración y trabajo, sacaron adelante una infinidad de obras públicas por todo el territorio patrio, ya fueran carreteras, canales, consultorios, embalses, ampliaciones de población, como el Barrio Nuevo anejo a Valsaín y, obviamente, mercados de abastos. Siguiendo esa tétrica inspiración pseudo-esculariense de piedra granítica y techos empizarrados, no resulta complicado seguir la pista a la Dirección General de Regiones Devastadas.
En cuanto al Patronato de la Merced, cuesta un poco más demostrar su participación desde un punto de vista documental. En el caso del Real Sitio, la ausencia de licitación alguna al respecto en las actas de los plenos municipales, cosa que no ocurrió con la concesión de la obra de la acera que rodeaba el propio mercado, y el sentir popular de que el edificio había sido levantado por vascos en referencia popular al batallón presidiario ubicado en las afueras de Valsaín desde 1938, apunta con claridad a la participación del Patronato y sus prisioneros en la construcción de ésta y otras infraestructuras municipales. Nada nuevo para los habitantes del Real Sitio, acostumbrados a ver las cuerdas de vecinos presos y forzados en la ampliación del matadero o en el asentamiento del camino de acceso a la finca del Duque de la Seo de Urgel, la conocida Mata de la Saúca, consecuencia de la política de ahorro presupuestario y crueldad institucional impuesta por el alcalde Cecilio Bermejo.
Es por todo ello que, aunque sólo fuera por una vez, este humilde Cronista desearía que las piedras hablaran para contar su verdad, caída en el más despreciable de los olvidos, impidiendo que la crueldad de la esclavitud acabara por difuminarse en un eco sin respuesta. Olvidándolo todo, sin duda, se pierde la conexión entre las causas y consecuencias que convierten en miserable al ser humano; que hacen de la vida diversa y enriquecedora un galimatías monotónico de difícil compresión y fácil prevención. En definitiva, ese olvido del patrimonio impide que la Historia cumpla con su función básica y primigenia de enseñar a la generación venidera los peligros inherentes al ejercicio del poder, a la estigmatización de lo diferente y a la persecución de la diversidad. Siendo ajenos al sordo mensaje implícito en el patrimonio histórico, les condenamos a un futuro de estulticia supina y reiteración de trágicos errores.
Para evitarlo, debería bastar con echar un vistazo a la placa del mercado de abastos.
Fuente: https://www.eladelantado.com/