CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
La Plaza Mayor de Villa del Río, por acuerdo municipal cambió de nombre en 1812 por el de Plaza de la Constitución, en memoria de la Constitución Española aprobada por las Cortes de Cádiz. A continuación de la sesión en la que se aprobó el cambio de titularidad se celebraron actos festivos: iluminación general en todo el pueblo, fusilería al repique de oración y ánimas, repique de campanas, etc.
El trazado actual, lo disfruta la Plaza desde 1908, cuando se derriban la sacristía y capilla de la Aurora, que tenía adosadas el Castillo al sur, en la zona este, antes del traslado de la Parroquia a su nuevo emplazamiento.
La Plaza de la Constitución en el pueblo, ocupa un espacio abierto, enlosado y orlado de naranjos, sin lugar a dudas el más bello y cuidado de la villa que, dilatada y ancha se extiende sobre el nivel de las calles adyacentes protegiéndose de la circulación rodante. Es un lugar central, en el que la vida se articula y se reparte, al que se va y del que se vuelve.
Esta Plaza a la vez sencilla y hermosa, escenario de un pasado y presente histórico, (a ella acudían los jornaleros en la década 1940/50 buscando trabajo, y su entrada al Castillo por el oeste se cubría de puestos del mercado), hoy, reposada y peatonal, tiene de protagonistas a los naranjos y los bancos de mampostería que, humildes ofrecen a los paseantes y transeúntes un agradable reposo cuando el tiempo invita a tomar la sombra que, sobre el suelo proyectan las copas verdes de sus árboles. En este lugar de éxtasis el tiempo pasa lentamente y hay que moverse despacio para disfrutar del olor a azahar, cuando es el tiempo, y de la vista siempre, en la contemplación de las construcciones medievales y neoclásicas que la bordean.
Lo más íntimo de esta Plaza es el perfume penetrante que regalan sus tupidos naranjales; el olor suavísimo que envuelve en un tenue resplandor al pueblo inundándolo de una indescriptible exquisitez a azahar. Villa del Río tiene incrustado en sus muros todo el año el aroma del naranjo que, nunca se evapora del todo, perfume que armoniza el entorno con su luna color de rosa en las puestas de sol.
En su suelo, cubierto lujosamente por cuadradas baldosas de mármol blancas y rojizas, se abre espacio el escudo de Villa del Río, elaborado con chinos del río Guadalquivir, para engalanar la antesala al Ayuntamiento, y próximo a él, un pilón de piedra amarillenta sostiene una fuente que vierte su líquido sobre una elevada copa ajustada dentro de un bella pila octogonal. Al embellecimiento del conjunto, contribuyen unas artísticas farolas de hierro colocadas a su alrededor.
En sus cuatro vertientes, espaciosos asientos brindan los bancos de piedra allí instalados, para reposo y oportunidad de ver y disfrutar la parte opuesta de la Plaza desde cualquier ángulo, pues parte del encanto de esta Plaza reside en su trazado. Dos de sus fachadas están ocupadas por edificios públicos y los dos opuestos, por edificios particulares de cierto raigambre y sabor antiguo, a la que se asoman otros dos inmuebles de moderna arquitectura que escoltan el recoleto ambiente.
El extremo occidental lo ocupa un rectángulo con surtidores y haciendo esquina, un bar con fachada en piedra rojiza, la sede del primitivo Ayuntamiento hasta 1889 en que se traslada a la esquina opuesta. Encima del balcón central hay una inscripción labrada que dice: Carolo III año MDCCLXXVII. La Plaza la remata un trozo de fachada al norte con un frontal de piedra del que salen siete fuentes que vierten en un mismo pilón, y en los extremos de éste descansan dos esculturas de leones.
Al este, el edificio que ocupó el Ayuntamiento desde el año 1889 hasta que fue modelado y ocupado por el Servicio Andaluz de la Salud en 1988. El edificio está coronado con un reloj de sonería, que marca el ritmo de la tranquila y agitada, -al mismo tiempo- vida cotidiana, y bajo la veleta y la espadaña del reloj se extiende el balcón central desde el que se pronunciaba antaño el sermón de la Semana Santa el Viernes Santo.
Al norte se alza la Casa Consistorial, trasladada al Castillo medieval en 1986, después de operar en él una acertada restauración. Desde su balcón, todos los años, el Cura Párroco, se dirige al pueblo el Viernes Santo pronunciando el Sermón de Pasión, conocido popularmente como “el Sermón de la Plaza”, mientras que las imágenes, magníficamente ataviadas, dejadas en lugares próximos, permanecen escoltadas de nazarenos en un bello y entrañable marco. Al finalizar el acto, un rosario de saetas apasionadas acompañan a las imágenes en su retirada.
La Plaza, corazón urbano de la Villa, representa el reflejo de la vida diaria: durante el día, se le advierte animada, palpitante de vida, con un dinámico movimiento de jubilados contemplativos y ociosos en los bancos, junto con el tránsito de pacientes camino del ambulatorio o a los concurridos bares, cajas de ahorro y el autobús de línea, con su flujo de viajeros a la capital o a los institutos de Montoro y Bujalance.
La Plaza de la Constitución es un recibidor espacioso, rectangular y bello, que tiene la calidad de un foro de usos múltiples, y solaz de cualquier vecino que desee gozar de las vivencias gratificantes del pueblo; lugar de reunión y concurrencia. La cultura popular tiene en esta Plaza un claro exponente con la feria del libro, y representaciones en tablaos móviles de coros y danzas, teatros, comedias, actos burlescos y sátiras de carnaval. Es punto de referencia para encuentros y recibimientos, y de partida de viajes, excursiones, paseos, etc. Por Navidad, se engalana para festejar la fiesta y luce alumbrado extraordinario y música, que perdura hasta entrado el Año nuevo.
Por las tardes, el castillo es festoneado por las numerosas golondrinas que anidan en sus aleros, las que, en sus danzas nupciales, despliegan sus brillantes alas negras y se trasladan con rápidos y vistosos vuelos por el aire, lanzando armoniosos trinos al espacio que llaman nuestra atención, y al mirarlas, desde el nuestro reducido, quedamos perplejos, de poder ver y vivir una contemplación plena de energía y alegría que tiene por fondo el celeste cielo.
Y por las noches, cuando el calor del sol desaparece, sentados en uno de sus bancos de piedra frente a la fuente, o paseando, mientras se respira el aire impregnado de azahar, y se escucha el rumor cantarino del agua que sale de los surtidores y a borbotones se zambulle en el estanque, suave y espontáneamente aparece la luna tras una nube y refleja la sombra de los árboles en las blancas paredes del castillo, y en el pueblo se proyectan bonitas imágenes de claroscuros naturales mezclados con la luz de las bombillas.
Y cuando el silencio de la noche domina la villa, y la gente duerme, súbitamente, de pronto, se interrumpe el silencio en la Plaza por lejanas voces de algunos jóvenes que se dirigen a sus hogares a la vuelta de un pub, y algunos perros, fieles guardianes de las casas de sus amos, se unen a las voces ladrando; después, de nuevo vuelve el silencio y en el pueblo se experimenta la anterior sensación de paz y tranquilidad.
Al amanecer renace la vida y, con el aroma de los naranjos se mezcla el canto de los gallos, los trinos de los ruiseñores y el croar de las ranas del río, y todos parecen cantar a porfía en un placentero idilio para vivir un nuevo día en la Plaza.
FUENTE: CRONISTA