POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIELAGOS (MADRID).
Pienso que en esta vida tenemos maestros, muchas veces silenciosos, que nos aportan y modelan sin nosotros saberlo. Nos hacen mejores, nos hacen personas, nos regalan valores que al cabo de los años constituyen el poso de lo que somos.
Todos tenéis en vuestro recuerdo una conversación, unas presencia, un simple instante que os aportó algo de alguien que os hizo mejores. Puede ser un amigo, un abuelo, una madre o incluso un desconocido que os dejó esa huella. Os fijasteis en ellos con respeto, como si fueran luces de vuestros caminos que os ayudaban a vivir. Les veíais como maestros y os gustaban tanto sus conversaciones como sus pensamientos, sus razonamientos, su mirada de lo que no somos capaces de ver.
Hoy he vuelto a estar con uno de mis maestros.
Conocí a Ramiro Calle en los años 90. Fui a su centro a practicar yoga físico y mental. Me ayudó a parar mi mente ansiosa e hizo que fuera paralela a la actividad de mi cuerpo. Me enseñó a vivir los instantes, nuestros máximos tesoros. Y sin duda aprendí a mirar de otra manera.la vida.
No sé los alumnos que puede haber tenido pero siempre que me ve, la conversación surge preguntándonos por nuestras vidas. Hoy hemos hecho cola para que nos firmara alguno de sus últimos libros. Iba detrás de Virginia y Maite, y cuando me ha visto me ha estrechado la mano fuertemente. De los qué tal estás a preguntarle por su salud. Mi mujer alucina que siempre se acuerde de mí.
Maite le ha comprado un libro para su madre. Virginia se ha comprado «La sonrisa de Buda». Ramiro le ha preguntado a Virginia que si hacía yoga y esta le ha contestado que el Derecho le absorbía. Le ha preguntado qué curso hacía y al contestar que tercero, Ramiro le ha contado que dejó Derecho en ese curso. Entonces le he dicho yo, Ramiro, se supone que debes ser un maestro… y se ha echado a reír. Bueno, rectificando ha añadido, muchas veces sueño que tengo que terminarlo. Y nos hemos reído todos. Luego han estado hablando de gatos porque Virginia le ha dicho al autor que le había encantado su libro «Lo que aprendí de mi gato Émile».
Al llegar mi turno le he preguntado qué había escrito nuevo. Me ha contestado que ya me había leido casi todos sus libros, menos el último, sus memorias, «El viaje de mi vida». Sin decirle nada me ha dicho que estaba más allá que acá y yo le he preguntado que si era el volumen uno, que esperaba leer el volumen dos dentro de unos años. Y he vuelto a hacer reír al yogui. Me he despedido como las últimas veces.
Estrechar su mano, su única presencia, a mí me da energía.
Luego hemos paseado por el resto de casetas comprando no sólo libros sino algún mapa.
Hemos tomado una cerveza y un bocadillo a la orilla del estanque y antes de volver a casa hemos bajado a lo terrenal, yo con una leche merengada como no, de Alboraya.
Un gran día que me ha llenado de energía.
Pensad quiénes han sido vuestros maestros porque gracias a ellos sois como sois.
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