POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Tengo un granado de cuyas flores -rojo intenso en sus pétalos- surgen estas promesas de frutos que, posiblemente, «no llegarán a polleru», como decimos en Colunga.
Al ver hoy estos frutos y recordar sus «flores-madre» rememoro lo escrito por Kroeber, hace ya mu-chos años: » En nosotros los alemanes, a la imagen de la mujer española de negra y brillante mata de pelo, se une de manera inseparable la flor del granado, de un rojo encendido, el adorno preferido por la hermosura meridional».
El granado fue conocido y cultivado desde hace más de 3.000 años antes de Cristo; siendo conside-rados sus frutos como símbolo del amor y de la fecundidad. En Siria, hoy tierra de conflicto bélico, el árbol estaba consagrado a la diosa Rimmel y en Grecia, a Afrodita.
Con el zumo de la granada y azúcar se prepara un jarabe -especie de «vino», que antes se llamaba «roete» – que, en frío y con un poco de gaseosa o seltz, es refresco muy agradable en días calurosos. A este jarabe también se le llama «granadina».
Otra de las virtudes del granado, más destacable en su raíz, es su acción vermífuga y, más en con-creto, tenífuga pues, como escribió Dioscórides, «bebido el cocimiento de la raíz del granado, mata los gusanos anchuelos del vientre y échalos afuera».
Otra cosa, y muy importante: los granos del fruto/a son muy ricos en vitamina C.
Mis granadas -me temo- no alcanzarán la sazón y la calidad de las del sur y de Levante; serán más pequeñas y más agrias (más «roínes»); pero serán mías, colunguesas y asturianas.
No serán afrodisíacas, pero sí me enseñarán a seguir derramando por los caminos del viento mensa-jes de amistad.
En la foto, una de mis granadas en 1 de septiembre de 2014.