POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
Fue Ambrosio Ruíz un centenario vecino de Ulea (1887-1990) un hombre sencillo y afortunado. Nacido cuando su madre, la tía Pepa, trabajaba en la casa señorial de los Condes Villar de Felices y Campo Hermoso. Debido a dicha circunstancia, fue más afortunado que los demás niños de su época; ya qué, debido a que se crió en los aposentos de la servidumbre de la casa de la Nobleza, tuvo acceso a todos los dominios de sus señores Condes.
Cuando tenía cinco años, como los demás niños acudía a la escuela ubicada en la calle Jardines y, al ser su madre persona de confianza de los Condes, tenía acceso a su biblioteca particular, a la lectura de prensa nacional y regional, así como a escuchar la radio y ver la televisión; tan pronto como iniciaron sus emisiones.
A principios del siglo XX, de la mano del insigne Militar Don Juan O´Donnell, que visitaba periódicamente a los Condes, por razones familiares, introdujo en el pueblo la práctica del fútbol; utilizando como campos de juego, la plaza del Ayuntamiento y «La Replaceta» de la Casa Condal.
Los Condes, al alimón, consideraron qué, a los 18 años tenía capacidad y conocimientos suficientes para ser nombrado Ambrosio «Mayordomo de la nobleza Uleana», pasando a ser la correa de transmisión entre los Condes y su familia, con la población. Era «el mensajero oficial».
Fue Ambrosio, un chico espigado y jovial qué, además, captó de inmediato las enseñanzas que le inculcaron sus maestros y, sobre todos, los Condes y su familia. Al ser una persona avezada a la lectura, estaba muy al corriente de las noticias que se producían en cualquier país del mundo.
Siempre, cuando su trabajo se lo permitía, leía cuanto caía en sus manos: libros, revistas y prensa; siendo muy crítico con las decisiones que tomaban los políticos de turno.
Sus conocimientos le permitían asesorar a mandamases del pueblo qué, aunque tenían posesiones y dinero, carecían de una formación cultural adecuada.
Escuchaba atentamente y, llegado el caso, constataba cuanto sabía de los temas tratados. Como gran dominador de la situación, se atrevía a efectuar vaticinios qué, en gran parte, se cumplían. Algunos medrosos e incompetentes, al no tener nada que objetar, le tildaban de que «todo cuanto hablaba eran cuentos chinos».
Con su parsimonia característica, les miraba y, esbozando una ligera sonrisa, les contestaba diciendo que lo que contaba eran proverbios y qué, de ellos, los chinos nos daban lecciones al mundo entero. De ahí los proverbios chinos como base elemental de culturas arcaicas y pioneras. He aquí algunos de ellas:
– Cuando un hombre está loco por una mujer, ella es la única que puede curar su locura.
– Ser hombre, es natural y corriente; «ser un hombre» es mucho más difícil.
– La persona que hace una pregunta, parece tonto durante cinco minutos pero, «el que no la hace, es tonto toda su vida».
No debemos preocuparnos si actuamos con lentitud; lo que si debemos temer es continuar parados.
– La puerta mejor cerrada es aquella que podemos dejar abierta.
– Para ser inteligente toda la vida, es preciso ser estúpido un instante.
– A la persona que hace el burro, no debe extrañarle que los demás se le monten encima.
– Meditemos al dar un paso adelante, pero nunca demos un paso atrás.
– Por más aguda que sea la vida, jamás podremos vernos la espalda.
– Tienen más valor las críticas de una sola persona que las aprobaciones de la multitud.
– El agua vertida es muy difícil de recuperar.
– No es necesario levantar la voz cuando se tiene la razón.
– Es más sencillo desplazar el cauce de un río, que cambiarle su carácter.
– Si no queremos que algo se sepa, lo prudente es que no la hagamos.
– Un método que sea rígido, jamás es tal método.
– Un amigo es un camino, el enemigo es un muro.
Todos estos proverbios chinos salían, con frecuencia, de la boca de Ambrosio «El de la tía Pepa»; proverbios que había rescatado de los libros que leyó.