POR JESÚS MARÍA SANCHIDRIÁN GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE ÁVILA
Fiestas. El santoral aporta a las tradiciones de los pueblos de tránsito del GR-10 uno de sus principales motivos festivos.
Así, a título de ejemplo, diremos por orden del calendario del años que se celebran fiestas en honor de San Blas, el 3 febrero en Casas del Puerto y en Serranillos; de San Pedro Bautista, el 5 de febrero en San Esteban del Valle y Mombeltrán; de Santa Apolonia, el 9 de febrero en Zapardiel de la Ribera; de San Marcos, el 25 de abril en El Losar del Barco; San Felipe, el 3 de mayo en Navalosa; de San Isidro, el 15 de mayo en Navatejares; de San Antonio de Padua, el 13 de junio en Navalmoral, en Navarrevisca y en El Tiemblo; de Santiago Apóstol, el 26 de julio en Navalperal de Tormes; de Santa Ana, el 26 de julio en La Carrera; de San Pedro del Barco, el 12 de agosto en El Barco de Ávila; de Nuestra Señora de Valsordo, el 15 de agosto en Cebreros; de San Roque, el 16 de agosto Navarredonda; de la Virgen del Espino, el 8 de septiembre en Hoyos del Espino; de la Virgen de los Villares, el 8 de septiembre en Navaluenga; del Santísimo Cristo de Gracia, el 14 de septiembre en El Barraco; de la Virgen de las Angustias, el 15 de septiembre en Hoyocasero; del Cristo de la Luz, el 19 de septiembre en Burgohondo; de San Miguel, el 29 de septiembre en La Horcajada; y de la Virgen del Rosario, el 3 de octubre en San Juan de la Nava.
Las fiestas religiosas del calendario cristiano se viven con especial piadosidad en una mezcla de ritual eclesiástico y popular. Todos los pueblos mantienen las costumbres que manda la Iglesia, y entre ellas destacamos ahora la Semana Santa de Navaluenga, durante la cual tiene lugar la “procesión de los Romances” de Jueves Santo, en la que dos cuadrillas cantan los romances que escribió Lope de Vega. Esta costumbre todavía se mantiene también en Villarejo del Valle. En el calendario festivo sobresalen igualmente por su originalidad y fama los carnavales de Cebreros, a cuya zaga les siguen los de El Tiemblo, aunque la costumbre de disfrazarse y lucir bellos trajes y carrozas se halla muy extendida en todos los pueblos del recorrido.
En los ancestros del carnaval se encuentran los “cucurrumachos” de Navalosa, tipos embutidos en un traje de lienzo rayado relleno de paja, se cubren el rostro con crines de caballo o yegua que coronan con cuernos de vaca o carnero, algunos se cubren la cabeza con pieles de burro o conejo, a la cintura o en bandolera llevan numerosos cencerros de todos los tamaños, sobre el hombro portan unas alforjas llenas paja que lanzan a la concurrencia, y en el bastón o cayada enarbolan un cráneo de vaca.
El aprovechamiento de los productos naturales de la tierra propició la aparición de tareas y oficios tan singulares como los desarrollados por los vinateros en Cebreros, los resineros en El Barraco, El Tiemblo y el valle de Iruelas, los aceituneros en Serranillos, los arrieros en Cuevas y Villarejo, o los chocolateros en San Esteban del Valle y Navatejares. Al mismo tiempo, la comercialización de estos productos se hizo por arrieros y trajinantes que vendían judías de El Barco, uvas y vino de Cebreros y El Tiemblo, melocotones de Navaluenga y Burgohondo, aceitunas, higos, castañas y pimentón de Cuevas del Valle y de los demás pueblos del Barranco.
Y no faltaban molineros, herreros, tratantes, matarifes, hortelanos, porqueros, pastores, alfareros, tejedores, albarderos, cesteros, dulzaineros, esquiladores, curanderos, pregoneros, zapateros, curas, frailes, sacristanes y un sin fin de oficiantes y artesanos de otras tantas ocupaciones, entre ellos hoy todavía se cuenta un albardero en Zapardiel de la Ribera, un cestero y rabelero en Cuevas del Valle y una curandera en Navandrinal.
Los canteros y maestros de obras, y también los carpinteros, fueron imprescindibles en la construcción de casas de piedra características de la arquitectura popular de la zona aprovechando el granito existente. Por su parte, cisqueros y carboneros se afanaron en la obtención de cisco y carbón vegetal de los montes que cubrían los valles, actividad que explotó industrialmente en Santa Cruz del Valle aunque con resultado fallido. Los agricultores de la comarca barcense se especializaron en el cultivo de judías y judiones, de lo que también se presume algún huertano en Navarrevisca. Por último, los artesanos del barro montaron sus talleres de alfarería en Cebreros, El Tiemblo, Mombeltrán y El Barco de Ávila, y de sus hornos salieron cántaros, botijos, tinajas, pucheros y una gran cacharrería.
En la actualidad, nuevos y modernos artesanos trabajan piezas de cerámica en Cebreros y Navaluenga, de madera en Navarredondilla y San Esteban, de cuero en Santa Cruz y Navarredonda, de juguetería de madera en Villarejo, de fibras vegetales en Cebreros y Navalosa, y de manufacturas textiles en Navatejares y Navalosa. La tradición vitivinícola del Valle del Alberche viene de antiguo, siendo la primera referencia de época romana, extendiéndose su cultivo durante la edad media. Así, en 1272 se sabe que el obispo de Ávila Domingo Martín, arrienda una heredad que tenía en Tacón, lugar en la ribera del Alberche, a una familia, a la que exime del pago de renta durante diez años a cambio de que, entre otras cosas, plantara viñas.
En 1884 se formó la Sociedad Vinícola Cebrereña, que llegó a disponer de caja de ahorros propia y de un centro de estudios y formación relacionado con el cultivo y la elaboración del vino, trabajándose en la actualidad por la denominación de “vinos de la tierra. La modernización de su producción no impide que todavía algún paisano are la viña con mula y arado, entresacando la tierra entre olivos, ni que con la ayuda del alambique se obtenga artesanalmente de la uva el famoso aguardiente de San Juan de la Nava y en Navalmoral.
Entre los veinticuatro municipios abulenses productores de vino de la comarca de Cebreros encontramos en nuestro recorrido con los términos de El Barraco, Burgonhono, Cebreros, Navalacruz, Navalmoral, Navarredondilla, Navatalgordo, Navaluenga, San Juan del Molinillo, San Juan de la Nava y El Tiemblo. En todos ellos, la vendimia y la elaboración del vino sigue siendo una fiesta familiar, que en algunos casos, como en Cebreros, se ha institucionalizado dentro calendario festivo y se ha convertido en un acontecimiento popular. La fiesta del vino también se celebra en Navaluenga, mientras que en Cuevas del Valle, igual que en Cebreros, se hacen degustaciones del vino de pitarra tan apreciado en Mombeltrán y en los pueblos del Barranco de las Cinco Villas.
La ganadería ha constituido históricamente la principal fuente de riqueza de los pueblos que atravesamos, no en vano son importantes los cordeles y cañadas que los cruzan, herencia de la organizada trashumancia regulada por el Honrado Concejo de la Mesta creado en 1273 por Alfonso X el Sabio. Abunda entonces el ganado vacuno, para el que se almacena el heno en montones formando ameales, las cabras ramonean libremente entre la vegetación de montaña, las escasas ovejas pastan libres en las llanuras o se guardan en cercados y apriscos, y los cerdos se crían para el consumo familiar. Los burros siguen siendo fieles compañeros de trabajo de los más ancianos, a la vez que en Cuevas del Valle y en Navarredonda se utilizan para hacer rutas campestres a sus lomos.
Actualmente la tierra sigue manteniendo importantes cabañas ganaderas de vacuno y caballar, aún quedan bastantes burros y alguna mula o caballo percherón que, igual que hacían las excepcionales vacas y bueyes de tiro, continúan prestando una valiosa ayuda a los ancianos habitantes que se resisten a la mecanización de las faenas agrícolas, mientras los viejos carros o carretas fueron abandonados a su suerte en los tinados.
Hoy día proliferan caballos por su atractivo para el turismo ecuestre y abundan las cuadras de alquiler en Navaluenga, Hoyos del Espino, Barajas, Navarredonda y Becedas, entre otras localidades, y son numerosos los equinos que se ven pastando en los valles. Las yeguas de Navacepeda eran muy famosas y se utilizaban para ascender por la Garganta de Gredos, y de ahí el dicho que afirma que en “Navacepeda de Tormes, amigos de andar en yeguas; si son suyas, las regalan; si son de otro, las revientan”. Los caballos se exhiben en los actos festivos de San Antón y en los juegos populares como las carreras de cintas, y antiguamente de gallos, concentrándose en su mayoría en las fiestas del vítor de San Pedro Bautista que se celebra en San Esteban del Valle. Los burros se encuentran repartidos por las mayoría de los pueblos, y tienen su fiesta anual a finales de junio en El Barraco, San Juan de la Nava, Navalmoral, San Juan del Molinillo, Navandrinal, Villarejo y Navarredondilla.
Las antiguas ferias de ganado, famosas en el concejo de Burgohondo y El Barco de Ávila, son el testimonio de la importancia de la ganadería en la vida de estos pueblos. Los chozos, encerraderos y tinados son buenos ejemplos de la arquitectura popular surgida para protección y guarda del ganado, y la mejor muestra de ello la encontramos en Navalosa.
Los espectáculos taurinos tienen un gran arraigo en las principales localidades del recorrido, y su celebración nunca falta en sus programas festivos, tal como ocurre en El Barraco, Cebreros, Navaluenga, Burgohondo, Navarrevisca, El Barco de Ávila y Becedas, así como en Cuevas, Villajero, San Esteban y Mombeltrán, donde también existe afición taurina. Al final de la fiesta, el ganado muerto en la plaza se degusta en caldereta por todo el vecindario. La tradición ganadera encuentra un simbólico y significativo icono en un curioso y llamativo conjunto escultórico formado por cuatro toscas columnas hincadas en la tierra denominado “potro”, y que en encontraremos en todos los pueblos. Su exhibición en algunos sitios se hace incluso con aires monumentales, como ocurre en Navaluenga y El Barco de Ávila, donde ocupan un lugar preeminente en el callejero de la localidad.
El potro o herradero está formado por cuatro postes cuadrados de granito apenas sin labrar. Se levantaron por los labradores para poder herrar a sus animales de labranza, especialmente, a las vacas y bueyes. En el potro la vaca quedaba encajonada entre los cuatro postes (en algún pueblo eran seis), que se cerraban con barras de hierro o palos, como si de una celda a cielo abierto se tratara.
Cerca de la casa del veterinario, o dentro de su corral, o junto a la fragua, era frecuente observar las cuatro toscas columnas como menhires prehistóricos, y de poste a poste una barra de hierro forjado por el herrero de la localidad a fuego lento y golpe de martillo. El porto era la mesa de operaciones y el quirófano donde tenían lugar las curas difíciles de los animales más indómitos.
El herrador era quien colocaba a las vacas las herraduras o callos que él mismo hacía en su fragua. Estas vacas, negras carbón, cansadas de arrastrar carros y recorrer surcos, con apariencia más salvaje que las tozudas mulas o los burros, eran difíciles de manejar fuera de las cuatro esquinas del herradero dada su fuerza y corpulencia.
Multitud de molinos salpican los ríos, arroyos y gargantas como testigos de una primitiva actividad industrial que sirvió para la molienda del grano, para del bataneo de pieles, para la fabricación de papel como en Cebreros, o con funciones de martinete para la fabricación de planchas de cobre, hierro o latón como en Mombeltrán. En su mayoría se trata de molinos harineros que aprovechan la fuerza motriz del agua. Para el aprovechamiento de esta energía se construyeron pequeñas presas o azudes que cortan el cauce, creándose una importante masa de agua denominada pesquera. Desde aquí el agua se conduce hasta el propio molino a través de un canal o cacera formado de gruesas paredes de piedra o excavado sobre el propio terreno.
En el siglo XIII se constata la existencia de molinos harineros a orillas del río Alberche, y en 1303 se halla documentado por Ángel Barrios (Estructuras agrarias y de poder en Castilla, 1984) que en El Burgo de la Puente hay “dos ruedas de molino en uno, que muelen, con su pesquera” y se mencionan molinos en el pueblo de Navaluenga. Más de un centenar de molinos se cuentan en nuestro recorrido, y aunque la mayoría de ellos se están arruinados todavía quedan buenos ejemplos de tan singular actividad, algunos rehabilitados para el turismo rural como ocurre en Zapardiel de la Ribera y en Tormellas.
Por el Nomenclator de la Provincia de Ávila de 1860-1863, sabemos que en la cuenca del Alberche, en el partido judicial de Cebreros, hay molinos en El Barraco, Cebreros, Navaluenga, San Juan de la Nava y El Tiemblo; en el partido de Arenas de San Pedro hay molinos en Cuevas del Valle y Serranillos; en el partido de Ávila, hay molinos en Burgohondo, Hoyocasero, Navalacruz, Navalmoral, Navalosa, Navaquesera, Navarredondilla, Navarrevisca, Navatalgordo.
En la cuenca del Tormes, en el partido de Piedrahita, hay molinos en Hoyos del Espino, Navacepeda de Tormes, Navalperal de Tormes, Navarredonda, San Martín del Pimpollar y Zapardiel de la Ribera; y en el partido de El Barco de Ávila hay molinos en La Aliseda, El Barco de Ávila, Becedas, Bohoyo, Casas del Puerto, Encinares, Gilbuena, La Horcajada, La Lastra del Cano, El Losar, Los Llanos, Nava del Barco, Navalonguilla, Navatejares, San Lorenzo, Santa Lucía, Solana, Tormellas, Tremedal, Umbrías y Zarza, todos ellos bien estudiados porlos molinos han sido estudiados por Agustín del Castillo.
Los molinos construidos en la zona constituyen un destacable ejemplo de arquitectura popular, donde la piedra se convierte en el material básico, mientras que su sistema de funcionamiento es todo un tratado de ingeniería hidráulica como apuntamos en el libro Rutas Mágicas por los pueblos del Adaja.
La tradición gastronómica de los pueblos que van surgiendo en el recorrido nace de los productos que se cultivan y la carne de los animales que se crían. El ritual más característico se desarrolla en torno a la matanza del cerdo, una costumbre que todavía se mantiene en todos los pueblos del recorrido en la que participa toda la familia, lo que recuerda la importancia de este animal en la dieta alimenticia y la economía doméstica de las gentes del campo. Del cerdo todo se aprovecha. El cabrito y el cordero son carnes apreciadas en la buena mesa, como los son las patatas revolconas o machacadas con torreznos, las sopas de matanza, las tortillas de bacalao y de rabo de cordero, la sopa de cachuela, las judías y judiones, las truchas del Alberche y del Tormes, el potaje, los buñuelos de carnaval, los retorcidos, los sequillos, los mantecados, y un largo etcétera
La música popular aparece como una manifestación pública de los que el hombre tiene de privado, de íntimo e inherente a la persona. Es como una exteriorización de su espíritu, de su estado de ánimo, y en un pueblo era el canto y el baile la mejor forma de expresar sentimientos tan profundos. La música que se apodera entonces de estas tierra suena en la rondallas de Burgohondo, que dirige Florencio Villarejo “Flores”, y de Navatalgordo; en las bandas de música de Cebreros, Navaluenga, El Barraco, El Tiemblo y El Barco de Ávila; en los dulzaineros de Navalmoral y San Juan de la Nava; en las canciones de Serranillos; en los bailes de rondas, jotas y seguidillas; en la misa de tamboril de Becedas; y en las procesiones y romerías de todos los pueblos. Fiel testimonio del cancionero popular de la zona y de su riqueza son las recopiladas y editadas en Serranillos, Navalmoral y El Barco de Ávila, por ejemplo.
Igual que la música era motivo de divertimento, también lo era el teatro y el cine que los cómicos y cinematógrafos ambulantes ofrecían en los pueblos del recorrido. De estos recreos desaparecidos queda el cine Lagasca de Barco de Ávila, y la escuela de teatro que mantienen el ayuntamiento de Navaluenga y algunos centros escolares. Finalmente, abundando en las diversiones más comunes, diremos que el juego popular de la calva es el deporte autóctono por excelencia, el cual todavía se practica en la mayoría de los pueblos.
El traje típico, bien estudiado por Carlos del Peso, es una de las señas de identidad de los pueblos, es como el uniforme de gala de hombres y mujeres que se igualan para representar a toda una comunidad. Se distinguían trajes de trabajo, de fiesta y de gala. La mejor ocasión para el lucimiento eran y son los días de fiesta, fechas estas en las que las mujeres lucen mantón de Manila, pañuelos de colores y dibujos, manteos rojos, amarillos o blancos picados, enaguas, faltriqueras, aderezos de joyas, flores para el pelo, medias de hilo y zapatos bordados; y los hombres utilizan camisa y medias blancas, chaleco, fajas de colores vivos, calzones negros, chaleco y chaqueta.
Con aquellos ropajes presumen los hombres y mujeres de Cebreros, El Barraco, Burgohondo, Navalmoral, Navaluenga, Serranillos y Mombeltrán, por ejemplo; igual que lo hacen los quintos de Navalosa luciendo sombrero de paño con cintas y espejuelas, pañuelo de colores sobre el hombro y chaqueta; y también las mujeres de Hoyocasero y Bohoyo cubriéndose con hermosos sombreros de paja; y los niños de Zapardiel de la Ribera con graciosas ropas de serranos. La indumentaria se convierte en una reivindicación social y cultural, y buena señal de ello eran las capas de fuerte paño que se lucían en la zona de El Barco de Ávila, los manteos rojos y amarillo en La Carrera y Navatejares, y los pañuelos negros con bordados vegetales en Becedas. En todos los pueblos del recorrido sus gentes todavía guardan los antiguos ropajes con los que hombres y mujeres se ataviaban en días de boda y de fiesta, el cual responde al modelo llamado “traje serrano” y que actualmente se luce el día de Santa Águeda y en carnavales.
Y entorno a la vestimenta surgieron numerosos centros de manufacturas textiles en los que se fabricaban paños, sayales, estameñas, lienzos y estopas con destino al ropaje de personas, animales y otros útiles domésticos y del campo. En el valle del Alberche, Pascual Madoz en su Diccionario de 1845-1850 localiza centros textiles en Cebreros, Burgohondo, Navaquesera y Serranillos, debiéndose añadir aquí también Navalosa cuyos lienzos rayados de lino lucen los “cucurrumachos” en carnaval.
En los pueblos del Barranco se establecieron centros en Villarejo, Cuevas y Santa Cruz, en estos últimos se hacían hilados de seda y se criaban gusanos, y en Mombeltrán, donde se fabricaban sombreros. Ya en la comarca de El Barco de Ávila, se hacían manufacturas textiles en El Barco, Becedas y Gilbuena. En este proceso fabril hay que destacar también el trabajo que se hacía en los molinos bataneros de Cebreros, Navarrevisca, El Barco, Becedas y Nava del Barco, y también de La Horcajada.
El viaje por esta tierra se engrandece todavía más al saber de la presencia de importantes personajes ilustres que nos precedieron. Entre ellos hay reyes, nobles, santos, clérigos, conquistadores, aventureros, pintores, poetas, escritores, teólogos y humanistas.
La larga lista de estos personajes excede de este capítulo, por lo que entre los más universales citaremos a la reina Isabel la Católica, predestinada para reinar en los toros de Guisando; y a Santa Teresa de Jesús, quien se trasladó en 1538 desde Ávila hasta Becedas cruzando el Tormes por Barco de Ávila, para ponerse en manos de una famosa curandera y curarse de una extraña enfermedad del corazón, y aunque no llegó a curarse. “Becedas le entró a la Santa por el alma” escribió Unamuno. El Gran Duque de Alba Fernando Álvarez de Toledo fue dueño y señor de las tierras del Corneja. Miguel de Cervantes nos habla de los toros de Guisando en el Quijote.
Francisco de Goya recorrió parte de la provincia en sus viajes y estancias en Arenas de San Pedro y Piedrahita, primero lo hizo por el valle del Tiétar cuando se alojó en el palacio del Infante Don Luis, y luego en el valle del Corneja cuando estuvo en el palacio de los Duques de Alba.
Manuel Goya, nieto del pintor, adquirió en desamortización del convento jerónimo de Guisando en el Tiemblo. Pío Baroja, autor de la novela La dama errante iniciando el viaje de sus protagonistas por los parajes de San Martín de Valdeiglesías, el mismo lugar por el que hemos comenzado nuestro recorrido. Miguel de Unamuno descubrió Gredos para la poesía y a Santa Teresa a través del paisaje de Becedas, lugar donde le gustaba veranear. Federico García Lorca cantó a los toros de Guisando en el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Por su parte, el poeta Rubén Darío se enamoró en Navalsauz.
Finalmente, Camilo José Cela hizo casi todo nuestro recorrido del GR10, se asomó por Cebreros y se acercó hasta por los toros de Guisando, llegó a Mombeltrán y Cuevas del Valle, anduvo el valle del Tormes desde Navarredonda hasta Bohoyo y El Barco de Ávila, visitó casi toda la provincia y su experiencia quedó recogida en el entrañable libro publicado en 1956 con el título Judíos, moros y cristianos.