EL CRONISTA OFICIAL DE CÁCERES, FERNANDO JIMÉNEZ BERROCAL, DICE QUE HASTA 1918 LOS PROBLEMAS DE INFRAESTRUCTURA SANITARIA SOLO AÑADÍAN MÁS Y MÁS MUERTOS EN CADA PANDEMIA
Todavía quedan personas a las que sus madres o abuelos les contaban cómo sobrevivieron a aquella gripe de 1918, última pandemia que se recuerda. Quienes han estudiado esta cuestión señalan que la situación actual debido al coronavirus no es nueva. Solo hay que revisar archivos históricos para intuir que se repetirá un episodio similar cuando dejemos atrás esta crisis provocada por la COVID-19.
Confinamiento, cuarentena y medidas higiénicas no son recomendaciones actuales. Se han aplicado cada vez que un virus ha amenazado con diezmar a la población. Extremadura también guarda sus actas, bandos e instrucciones sobre pandemias anteriores y tiene unas características especiales que han ido explicando el comportamiento de determinadas enfermedades contagiosas en cada momento.
La más cercana, la gripe del 18
En estos momentos la referencia más cercana en el mundo occidental es la gripe de 1918, que coincidió con el final de la Primera Guerra Mundial. El cronista oficial de Cáceres, Fernando Jiménez Berrocal, dice que hasta entonces los problemas de infraestructura sanitaria solo añadían más y más muertos en cada pandemia. «Pero en 1918 los medios ya son totalmente diferentes, con métodos de desinfección municipales, hospitales provinciales mejor dotados o trabajos de pulverización»
Y de nuevo viene al caso un tema actual que ya es viejo, el de los bulos, la propaganda y la censura. En un artículo publicado el lunes pasado en HOY la doctora en Historia del Mundo Contemporáneo Antonia Durá, explica que se llamó ‘gripe española’ «no porque tuviera su origen en España sino porque, al ser un país neutral, había libertad de expresión y no hubo reparos en publicar la existencia de tal epidemia, convertida posteriormente en pandemia». En el caso de Badajoz la oleada estalló a finales de septiembre y las autoridades –de nuevo parece que hablemos del presente– reconocieron la gravedad de la situación cuando ya se había extendido, apunta Durán, que añade otro detalle revelador: «Mientras en la prensa el gobernador declaraba que no existía epidemia gripal, se estaba construyendo un pabellón sanitario en Pardaleras por si fuera necesario».
En Cáceres, según su cronista oficial, apenas tuvo incidencia. Si en toda España aquella gripe dejó un rastro de unos 200.000 cadáveres, en esta ciudad extremeña el número de contagios fue de 1.075 y solo murieron 49 personas. «Se aprovechó que Cáceres tenía mucha producción de cal, que es un gran desinfectante y al final como anécdota reseñable solo hubo desórdenes públicos cuando se suspendió el Día de los Santos y la gente no pudo ir al cementerio».
Badajoz capital corrió peor suerte con 3.920 muertos. El cronista oficial, Alberto González, habla de que aquel fatídico 1918 coincidieron en este punto de la región dos epidemias. La primera fue el tifus exantemático que procedía de Portugal y cuyo vehículo de transmisión fue el piojo verde. Resulta curioso releer las 32 medidas que impuso Badajoz, empezando por el cierre de la frontera y señalando como proclives a la transmisión a «pordioseros, bohemios, vagabundos y trabajadores por su desaseo». También fue llamativo el despropósito de construir hospitales de aislamiento y curación en pueblos fronterizos para después prohibir el ingreso de personas en ellos.
Sin embargó, Alberto González señala que la segunda, la gripe de aquel 1918 fue la que más estragos causó en Badajoz, pues afectaba a todas las edades e incluso a perros y a gatos. Y aunque había más medios al alcance que en anteriores pandemias, a este historiador le sorprenden algunas recomendaciones al uso –más publicitarias que sanitarias–, como que fumar mucho prevenía la enfermedad.
También hace ahora 102 años hubo esfuerzos contrarreloj para ampliar infraestructuras sanitarias e igualmente cundió el desconcierto en los momentos más críticos. «Ya estaba desarrollado el actual Hospital San Sebastián, que creó centros adicionales, si bien fue muy polémico que a los insalvables los dejaban en la puerta para que los recogieran sus familiares», apunta el historiador pacense, que no pasa por alto que aquella pandemia desapareció sin más en 1920 sin saber entonces el motivo, un punto y final que en este caso no se ha replicado aún en la crisis sanitaria actual.
Cólera y lazaretos
Ahora se habla del hospital improvisado en las instalaciones de Ifema en Madrid, una versión evolucionada de los lazaretos, donde se confinaba y se trataba de curar a los contagiados. En Cáceres existió el de Santa Olalla, San Benito o San Vito. Solían ser conventos o ermitas bajo la invocación de San Lázaro y estaban alejados de la ciudad sobre ubicaciones lo más ventiladas posible, señala Jiménez Berrocal.
Y es que, anteriores a la gripe de 1918, constan otras pandemias que dejaron huella en Extremadura. En su libro Historia de Badajoz (Universitas, primera edición 1999), el cronista oficial de esta ciudad, Alberto González, relata algunos detalles al hilo de la primera oleada de cólera del siglo XIX: «La catástrofe obligó a ampliar el cementerio de la Alcazaba y a habilitar otros adicionales en La Luneta de Santa Engracia, San Roque y otros lugares extramuros para evitar mayores infecciones por la descomposición de los cadáveres. El hospital de San Sebastián debió ser complementado igualmente con otras dependencias en la calle Arco Agüero, Campo de la Cruz, calle Doblados y otras. Bótoa se fijó como lugar de cuarentena y en las puertas se establecieron controles de seguridad para que nadie entrara o saliera de la plaza a fin de evitar la propagación del contagio».
En general, las ciudades han afrontado con diferente fortuna la llegada de pandemias a lo largo de la historia. El caso de Badajoz era el de una ciudad fronteriza con población muy militarizada y a menudo hacinada y por tanto propensa a la infección por contagio. En cambio, las murallas de Cáceres, así como no estar en mitad de una ruta muy transitada hacia las Cortes, sirvieron antaño para contener la propagación de enfermedades, señala Jiménez Berrocal, que habla de que apenas hay datos que apunten a un número excesivo de víctimas de pandemias hasta 1708, si bien recuerda que casi un siglo antes, en 1599 una peste ya obligó a decretar el cierre de puertas o prohibir actos públicos como romerías y ferias. «Solo se abría la ciudad para atender huertas y permitir el paso de alimentos», dice.
Cecilio Venegas, doctor en Farmacia cuya tesis versó sobre ‘Boticas y boticarios en Badajoz y provincia’, se remonta a los mitos clásicos de Higía y su hermana Panacea para explicar que estas referencias para combatir las epidemias siguen vigentes: «La higía equivaldría a las mascarillas o el alcohol, mientras que la panacea es hoy la cloroquina o los retrovirales», pone de ejemplos.
Siglos atrás
Existen pandemias datadas en la Edad Media, como las pestes de los siglos XIII y XIV. A partir del año 1600 ya hay algo de luz. Se sabe que tras el descubrimiento de América proliferaron enfermedades contagiosas y fueron estudiadas con mayor detalle para concluir que unas afectaban al sistema digestivo y estaban relacionadas con los alimentos o el agua y otras afectaban al sistema respiratorio como ahora el coronavirus. También se investigó la zoonosis para desentrañar enfermedades transmitidas de animales a humanos y no pocas preocupaciones causaban plagas que arrasaban campos enteros y sumían a la población en la miseria.
Venegas habla de cómo el hombre se empezó a interesar por lo lejano y por lo cercano. «De ahí surgió la macroscopía cuando Galileo inventó el telescopio (1610) y la microscopía cuando el holandés Hoke fabricó el primer el microscopio (1665). El primero nos dio la verdadera dimensión del ser humano en el cosmos, el segundo por fin permitió el estudio de los microorganismos, que son amigos y enemigos a la vez porque lo mismo sirven para hacer un yogur o un vino que matan a 600 personas de golpe», explica gráficamente.
Fuente: https://www.hoy.es/ – J. LÓPEZ-LAGO