POR MARÍA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN)
Entre todas las reinas españolas nos llama poderosamente la atención Germana de Foix por lo poco que hasta ahora hemos sabido de su figura histórica, y sobre todo porque tal vez pasara por Alcalá la Real acompañando el cadáver de su primer esposo, Fernando el católico, corría el año de 1516.
Germana es reina de España en la frontera entre la Edad Media y la Edad Moderna. Tiempos de abigarrado y chillón colorido de la vida, que era compatible el olor de la sangre con el de las rosas. El pueblo oscila, como un gigante con cabeza de niño entre angustias infernales y el más infantil regocijo, entre la dureza más cruel y una emoción sollozante. Vive entre los extremos de la negación absoluta de toda alegría terrena y un afán insensato de riqueza y de goce, entre el odio sombrío y la más risueña bondad (1). En la Península el otoño de la Edad Media parece definitivo por el advenimiento de los Reyes Católicos, pues supuso un cúmulo tal de acontecimientos revolucionarios que parece indudable que hubo un antes y un después del Año Nuevo de 1475. La unión Castellano-Aragonesa, el afianzamiento del Estado, el fin de la reconquista, el descubrimiento de América, el comienzo del papel hegemónico de España en Europa, son hechos de tal trascendencia que no permiten dudar de que en un cuarto de siglo, España traspasó la barrera secular y entró de lleno, por la puerta grande en la Edad Moderna.
Por lo que respecta a Alcalá la Real y su tierra, el tránsito de una Edad a otra, afectó de manera singular, pues tras la toma de Granada en 1492, el comercio alcalaíno se vio afectado, así como la estructura urbana; por una parte, el negocio floreciente que suponía el intercambio comercial con el reino moro se terminaba; por otra, al desaparecer el peligro de guerra, la población empezó a asentarse fuera de las murallas. Se abrieron dos nuevas puertas, una en la ciudad y otra en el arrabal, previo permiso de los reyes, que intervenían en el gobierno local recortando sus competencias. Estas tierras, constituían un autentico testigo del camino obligado entre Granada y Castilla que figura como tal en los itinerarios de la época y donde descansaban los viajeros importantes; Así lo hizo Germana o Carlos V cuando iba camino de Granada para su luna de miel (2).
GERMANA REINA
La unión de las coronas de Castilla y Aragón atravesó otra crisis a la muerte de Isabel (1505). La reina católica en su testamento nombraba heredera a su hija Juana Señora natural de estos reinos. La reina se preguntaba que ocurriría a su muerte, y ¿Qué pasaría en Castilla cuando la viniesen a gobernar su hija Juana, tan desequilibrada, y su yerno Felipe, tan hostil a los grandes planes de los reyes? (3). Fernando quedaba, por tanto, pese a todos los previos acuerdos, desposeído de la corona, e Isabel separaba nuevamente a Castilla de Aragón.
Por otra parte las Cortes de Aragón (1502) y las de Cataluña (1503), habían tomado juramento de fidelidad a Juana, pero con la condición de que el juramento quedaría anulado e invalidado sí el rey tenía un heredero legítimo varón. La condición resultaba de lo más chocante pues aunque Isabel vivía todavía, se encontraba ya enferma (posiblemente murió de cáncer de útero), y nada podía esperarse de ella. Muerta Isabel, el ingenioso Fernando, a quién no agradaba Felipe el Hermoso, ni la perspectiva de que una dinastía extranjera reinara en España, decidió volver a casarse, realizando un nuevo movimiento político y una jugada diplomática.
Ante la alianza entre Maximiliano, el Archiduque Felipe y Luis XII de Francia, y, ante la ya inminente venida de Felipe y Juana al reino Castellano, Fernando cree que la manera de frustrar la alianza era desmembrar de ella al rey de Francia, pactando con él, a pesar de que era pactar con su propio enemigo; para ello envió secretamente a Francia al monje fray Juan de Enguera, inquisidor apostólico de Cataluña y hombre notable por su saber. Fray Juan recibe del rey Fernando II el encargo de pactar con el rey de Francia Luis XII, su matrimonio con la sobrina del rey francés, Germana de Foix, hija del hermano del rey Luis Juan de Foix, señor de Narbona. Fernando cedería en ella la parte que le correspondía del Reino de Nápoles, y el título de rey de Jerusalén, que pasaría a los descendientes habidos de dicha unión. En caso de no haber descendientes de dicha unión, las posesiones volverían al rey de Francia. Además se pagaría al rey Luis quinientos mil ducados en diez años por recompensa de los gastos hechos en aquella empresa, así como la restitución a los barones napolitanos del partido angevino o francés, de los estados y villas que les había confiscado. De este modo la monarquía francesa y la aragonesa, vivirán “como dos almas en un mismo cuerpo” (4). Demasiadas ventajas para que Luis XII rechazase el pacto a pesar del acuerdo con el Archiduque Felipe de casar a su hijo Carlos con Claudia hija del rey francés.
Fernando de Aragón envía a Francia en agosto de 1505, al Conde de Cifuentes y al consejero Malferit para efectuar el matrimonio, y trajesen a España a su nueva reina. El tratado por el que se concierta el matrimonio es el segundo tratado de Blois, firma por Francia su rey Luis XII el 12 de octubre de 1505 y Fernando II de Aragón el 16 de octubre del mismo año en Segovia. Según parece los nobles de Castilla difundieron por aquel tiempo la voz, y escritores de nota admitieron después, de que Fernando, “viéndose contrariado por los grandes del reino, había proyectado casarse con la célebre doña Juana la Beltraneja, con motivo según decían, de haber llegado a manos de Fernando un testamento de Enrique IV, en que declaraba a doña Juana su hija legitima”(5).
El matrimonio se celebró en Valladolid, y previamente se velaron en la villa de Dueñas (Palencia) el 22 de marzo de 1506. Germana contaba con 17 años cuando se convirtió en reina. Germana de Foix, había nacido en algún lugar de Francia en 1488, era hija del conde de Etampes y vizconde de Carbona Juan de Foix, y de María de Orleáns hermana del rey de Francia Luis XII. Durante su infancia permaneció junto con su hermano Gastón de Foix, en el alcázar de Mézieres, y tras quedar huérfanos en 1492, ambos hermanos son trasladados al palacio real de Paris. Sí Gastón muriese sin descendencia, los derechos a heredar el trono de Navarra, pasarían a su hermana Germana. (6) Don Fernando le otorgó grandes prerrogativas, concediéndole toda autoridad como reina de Aragón. Además en virtud del segundo tratado de Blois, el tío de Germana, Luis XII, cedía sus derechos sobre Nápoles y el título de rey de Jerusalén a Germana, y Fernando se comprometía a asegurar la corona de Aragón, Nápoles y Sicilia, a los descendientes tenidos con esta (7).
Tras la ceremonia partieron los esposos a Burgos. Tenía por entonces la reina 19 años y de su belleza hablan con entusiasmo algunos historiadores franceses, en cambio los españoles nos la presentan como poco agraciada. Parecía inconcebible que un hombre tan político como Fernando, hubiera dado un paso tan impolítico, con el cual se separaban otra vez, en el caso posible de tener sucesión, los reinos de Aragón y de Castilla, que las magníficas y costosas conquistas de Italia se dividiesen con su antiguo competidor. Hay historiadores que consideran este acto como un arrebato de desesperación, que trajo frutos extraños como la carta que envió a su yerno Felipe el Hermoso: “Vos, hijo mío, entregándoos por victima a la Francia, me habéis obligado muy a pesar mío a contraer segundo matrimonio, y despojado del precioso fruto de mis conquistas en Nápoles … Sin embargo, hijo mío, volved en vos, y venid a recibir mi abrazo, porque la fuerza del cariño paternal es muy grande.” (8). Y, una nada natural amistad con el reino de Francia.
Sin embargo, este matrimonio, tan mal recibido en Castilla y Europa, fue magníficamente recibido en Aragón, ya que no se llevaba bien la unión con Castilla, además los aragoneses deseaban un príncipe que solo heredase aquel reino. Hay quién ve este matrimonio como una reducción de la historia a la propia historia familiar. Fernando se encuentra turbado por el énfasis político de su yerno, asustado por el destino de su hija Juana, y debilitado por la muerte de su esposa, inseguro al no tener ningún hijo varón heredero de su reino, el rey se empeña en entender toda la historia como un reflejo de su propia pena. Pero en realidad esa actitud es falsa, en el mejor de los casos ¿maquiavelismo? ¿por qué se insiste en llamar así lo que fue una simple debilidad de carácter? (9).
Como señalamos anteriormente, tras celebrar su matrimonio en marzo, Fernando y su joven esposa parten para Burgos a esperar a Felipe y Juana que se suponía desembarcarían en Laredo. No fue así y el desembarco se produjo en la Coruña, hecho que hizo que Fernando variase la dirección a Galicia. Con esta estratagema Felipe el Hermoso pretendía ganar tiempo a su suegro y reunirse con los nobles a los que les manifestó que no pensaba cumplir la “Concordia de Salamanca”. A Fernando le quedaban muy pocos partidarios en Castilla desde su matrimonio con Germana. Los más notables de sus amigos fieles eran el duque de Alba y el Conde de Cifuentes.
El 4 de septiembre de 1506, Germana parte con su esposo y la mujer y la hija del Gran Capitán desde Barcelona al reino de Nápoles donde debían recibir juramento y ser coronados reyes. Después de una tormentosa navegación arribó el 24 a Génova. Para hacer su entrada en Nápoles, y siguiendo lo relatado por Modesto Lafuente se cuenta que: “subió el rey en un caballo blanco, y llevaba vestida una ropa rozagante de carmesí pelo, forrada con raso carmesí, y un collar muy rico, y un bonete de terciopelo negro, y la reina se puso en una hacanea blanca, con una cota de brocado, y una capa a la francesa sembrada de unos lazos verdes” (10).
En la entrevista que posteriormente se realiza entre el Gran Capitán y Fernando el Católico, también participó la reina Germana, que a los halagos de don Gonzalo, responde de esta guisa: “Gran Capitán, dejemos para mas espacio de averiguar quién os quiere más, ó el rey, mi señor, ó yo; pero tener por cierto que no hay en esta vida quien tanto amor os tenga como yo, por lo mucho que vos merecéis” (11).
El 4 de junio de 1507, Germana y Fernando embarcaron rumbo a Saona, en donde les esperaba Luis XII, que tras desembarcar “colocó con mucho garbo a la grupa de su caballo a su sobrina la reina Germana” (12). De Francia continuaron su viaje hacia España desembarcando en Grao (Valencia), el 20 de junio; el desembarco de la reina se realizó mediante un puente de madera construido para tal ocasión por el escultor Damián Forment. En Valencia queda doña Germana con el cargo de lugarteniente general, y el rey continúa su viaje a Castilla, pues Felipe el Hermoso había muerto, y Fernando volvía a ser regente. Juana sale, más bien fue llevada a recibir a su padre a Tartoles, en un estado lamentable; Fernando compadecido por el dolor de su hija, pide a Germana que venga a Arcos en donde se encuentra Juana para que le hiciese compañía y suavizara un poco su melancólica soledad.
La reina Germana quedó embarazada del rey Fernando el Católico, y en el mes de mayo, el día de la cruz de 1509, nació en Valladolid un niño que se llamó Juan, y que suponía la separación de las coronas de Aragón y Castilla, pero el niño murió a las pocas horas de su nacimiento.
Germana ejerció como Lugarteniente General de Cataluña, Aragón y Valencia durante las reiteradas ausencias de su marido, congo con el que presidió las Cortes de Monzón (Huesca 1512), y las de Calatayud (Zaragoza 1515). En 1513 recibió de forma vitalicia el vizcondado de Castelbó.
Hacía un tiempo que la salud de don Fernando de hallaba muy quebrantada a consecuencia, tal vez, de los brebajes que tomaba para vigorizar su naturaleza. El rey había perdido toda esperanza de tener sucesión de su segunda esposa doña Germana, esta señora que lo deseaba tan vivamente como su marido, el poder tener hijos que les sucediesen en el reino de Aragón, aconsejada por las principales dueñas, dio a tomar a su esposo cierto bebedizo a modo de “viagra renacentista” semejante al que en igual caso se había empleado ya con el rey don Martín de Aragón; y el resultado en ambos casos fue similar, acabar con la salud de los monarcas: “con muchos desmayos y mal de corazón, dice el cronista aragonés, de dónde creyeron algunos que le fueron dadas yerbas” (13). Uno de los síntomas de que Fernando estaba enfermo fue la agorafobia, que hacen sentir al paciente como ahogado, y lo único que desea son los espacios abiertos, el campo y los bosques, encontrando alivio en el ejercicio fatigoso de la caza, en especial Fernando prefería la cetrería. A pesar de lo delicado de su estado de salud el rey católico continuó con sus asuntos de gobierno, con sus entramados de pactos y guerras, hasta que materialmente le falló el aliento.
Apenas sin esperanza de vida llegó el rey en 1516 a Madrigalejos, pequeño lugar de Extremadura en la provincia de Cáceres. Cuando se convenció de que se acercaba su última hora, recibió los sacramentos y al poco llegó la reina Germana, tras haber celebrado cortes en Lérida. No le permitieron hablar con su esposo hasta que este hubo otorgada testamento. Apenas lo hubo firmado exhaló su último aliento entre una y dos de la tarde del 23 de enero de 1516, tenía 64 años, y en su testamento señala a la reina doña Germana treinta mil escudos de oro al año, y cinco mil más durante su viudedad. Será pues, Carlos I el que más tarde y en virtud de estas rentas le asigne los señoríos de Arévalo, Madrigal de las altas torres (Ávila) y Olmedo (Valladolid).
El cuerpo de Fernando fue llevado a Granada, y según consta en el libro Primero de Bautismos del Archivo Parroquial de Santo Domingo de Silos de Alcalá la Real, en el folio 36 vuelto, se puede leer: “lunes, cuatro días del mes de febrero de 1516, este día entró en esta ciudad el rey, don Fernando, nuestro señor, que santa gloria haya, que lo llevan para granada”. Podemos pues suponer que Germana acompañara el cadáver de su esposo en su paso por nuestra comarca hasta su lugar de enterramiento en la Capilla Real de Granada junto con su primera esposa la Reina Católica y el príncipe Miguel. Esta es pues la única vez, que tengamos constancia histórica que Germana estuvo en la comarca de la Sierra Sur, pues el Archivo Municipal de Alcalá la Real (AMAR) no conserva documentos referentes al tema (14). Su muerte fue muy sentida y llorada por los aragoneses, sus naturales súbditos que lo llamaron hasta cierto punto con verdad “el último rey de Aragón”. En su testamento, Fernando dejaba por su heredero a su nieto Carlos y como gobernador general mientras viviese Juana la Loca; designando hasta su llegada al cardenal Cisneros como regente de Castilla. Como regente de Aragón a su hijo natural Fernando, arzobispo de Zaragoza; además dejaba unas recomendaciones muy expresas a Carlos a favor del infante Fernando y de su esposa Germana de Foix para que la tuviese bajo su amparo y protección; recomendaciones que Carlos tuvo muy pero que muy en cuenta. Tras la muerte del rey, Germana se retiró al monasterio de Guadalupe, más tarde al de Arévalo y finalmente al de Madrid desde el cual en 1518, a petición de Carlos I regresa de nuevo a la corte.
GERMANA VIUDA
La muerte de Fernando el católico y la enajenación mental de doña Juana, obligaron a Carlos V a salir de su tierra natal para jurar las leyes y privilegios de las Españas y ser nombrado rey conjuntamente con su madre doña Juana. Tras desembarcar en la costa Asturiana acompañado de su hermana Leonor, llegaron a Tordesillas para visitar a su madre en donde permanecieron hasta principios del mes de noviembre de 1517. En Valladolid se ha ido concentrando la grandeza de Castilla, y allí tendrá lugar el recibimiento triunfal. La villa del Pisuerga hervía de gente nueva. Al cortejo flamenco de Carlos, y al Castellano de su hermano Fernando, se añadieron pronto los de los grandes de Castilla, los embajadores del papa y los de los demás príncipes de la cristiandad. Allí se presentaron el Arzobispo de Zaragoza, hijo natural de Fernando el católico y la viuda de éste doña Germana de Foix. Y comenzaron las fiestas cortesanas, las justas, los torneos a caballo y los saraos.
Cuando Carlos V entra en Valladolid, esta claro la difícil etapa que se avecinaba. Todos debían adaptarse, el rey a su pueblo, y este a su gobernante.
El viejo rey Fernando en las últimas recomendaciones a su nieto Carlos está obsesionado por un temor: lo que le ocurrirá a su muerte a Germana, su mujer. En una carta postrera del rey Fernando a su nieto Carlos V, conservada en la Real Academia de la Historia, fondo Salazar, A 16, fol. 4; copia. Se recuerda al joven rey Carlos que gracias a su matrimonio con Germana, la corona había podido disponer de sus reinos de Aragón de los que ahora él gozaba. Fernando el católico pide a su nieto Carlos que cuide de Germana y que las rentas que le dejaba a ella en su testamento sobre el Reino de Nápoles, le fueran dadas. Sí en otros temas familiares como el caso de su hermana Catalina, recluida en Tordesillas con su madre, supo resolverlo, o el caso de su hermano Fernando, tan querido por los castellanos como rey, también supo solucionar, enviándolo al frente del patrimonio territorial que la dinastía poseía en el centro de Europa; el caso que más agradó resolver a Carlos V fue atender el ruego de su abuelo Fernando el católico, en lo referente a su abuelastra Germana de Foix: “ … no le queda, después de Dios, para su remedio sino solo vos …” (15)
Y al parecer, “Carlos tomó muy a pecho el ruego del abuelo, ya en su primera entrevista con doña Germana <besó y saludó a la Reina, mostrándose igual de afectuoso con las damas de su corte” (16). Según el cronista Laurent Vital, que vio el encuentro nos relata el rumor de que Carlos había conquistado el amor de una dama que por el calibre de los festejos ordenados en su honor, tales como banquetes, torneos … debía ser de alta alcurnia. Kart Brandi, en su obra “Kaiser Karl V”, también refiere el hecho del enamoramiento de Carlos, al referir el propio rey a un amigo, su estado de enamorado de una dama. Carlos tenía diecisiete años y pudo dejarse enredar por una entonces atractiva mujer de veintinueve.
La relación no se dejó ver abiertamente, pero indagando en los cronistas de la época se adivina algo más que la atención de un nieto a su abuela. En Valladolid, ciudad en la que el rey se instala en palacio, no que da lejos la casona en donde vivía doña Germana, fronteros y para mayor discreción, Carlos ordena construir un puente de madera y según el cronista Laurent Vital: “ … para que el rey y su hermana pudieran ir en seco y mas cubiertamente a ver a la dicha reina …”.
Parece ser que ambos, Carlos y Germana, utilizaban el puente para ir y venir de un lugar a otro para así corresponder a las visitas, que no eran protocolarias, sino amorosas. Y fruto de esa pasión fue una niña a la que se le puso el nombre de Isabel. Las pruebas documentales las aporta Regina Pinilla Pérez de Tudela, que en el Archivo de Simancas, encontró un documento muy revelador. Germana en su testamento legaba a su hija Isabel, la joya más preciada, 133 perlas que eran lo mejor que tenía, y se las dejaba a la hija del Emperador, marcando de esta manera quién había sido el padre de la niña, aunque el nunca la reconocería como hija. Isabel de Castilla se crió en la corte, junto con las dos otras hijas del Emperador, María y Juana, habidas con la Emperatriz Isabel.
En 1519, se da por terminada la relación entre ambos, pues en este año. Doña Germana acompañó a Carlos V hasta Barcelona, en donde ella se casó con el marqués de Brandenburgo; ello a pesar de que si volvía a casarse perdía las rentas que le dejara su primer marido Fernando el católico. Germana se casa con Juan de Brandenburgo – Auslach, gobernador de Valencia, en Barcelona; con este enlace se pretendía favorecer la designación de Carlos I como emperador, a cuya coronación Germana le acompañó. Además en la época, era habitual casar a las amantes con cortesanos importantes.
A los cuatro años de su boda, 1523, Germana es nombrada por el rey lugarteniente de Valencia, y su esposa Capitán General del Reino, cargo desde el que Germana llevó a cabo la represión de los agermanados derrotados.
Las germanías es un movimiento de carácter social que en los primeros años del reinado de Carlos I agitó al reino de Valencia y a la isla de Mallorca. En 1519 mientras las clases acomodadas y buena parte de los funcionarios reales huían de Valencia a causa de una epidemia, se hizo más amenazadora la presencia de piratas turcos y berberiscos en el litoral levantino (17); a fin de hacer frente a un posible ataque, de acuerdo con un privilegio de Fernando el Católico, los gremios valencianos reclamaron armas y se constituyeron en Germanías o hermandad, cuya dirección asumió el pelaire Joan Llorenç. Los agermanados pronto se hicieron con el control de la ciudad, y seguidamente solicitaron del rey la participación del estamento popular (artesanos, comerciantes, etc…) en el gobierno municipal, monopolizado por la aristocracia terrateniente.
La sublevación no tardó en extenderse a toda la región valenciana. Durante casi dos años los agermanados mantuvieron en jaque a los ejércitos del virrey Hurtado de Mendoza, el marqués de los Vélez y del duque de Segorbe. La aristocracia que poco antes se había mostrado poco afecta a Carlos I, unió sus fuerzas a las del monarca, y en marzo de 1522, las tropas reales entraron en Valencia y después de derrotar y capturar al líder Vicent Peris, continuaron con victorias hasta que en 1523 vencida la partida de “el Encubierto” se pudo dar por sofocada la germanía valenciana.
La represión, encomendada el virrey Hurtado de Mendoza y luego a doña Germana de Foix, fue muy dura; numerosos agermanados fueron condenados a muerte y sus casas arrasadas, además de las gravosas exacciones que se les impusieron. Pero volviendo a la biografía personal de nuestra protagonista, en julio de 1525 volvió a enviudar y nuevamente vuelve a la corte.
Estando ya Carlos V casado con Isabel de Portugal, y mientras se encontraban en Sevilla, el emperador invitó al duque de Calabria a que se desposase con la reina viuda Germana, invitación a la que el duque ofreció resistencia; eso es lo que nos cuenta el insigne historiador don Manuel Fernández Álvarez en su espléndida y magistral obra sobre Carlos V, el Cesar y el Hombre, y añade: “y no era para menos, pues aquella gentil princesa gala había engordado espantosamente”.
Dantisco, el embajador polaco, tendría ocasión de hacer uno de sus comentarios más mordaces: “… este buen Príncipe, que cuenta entre sus antepasados ochenta reyes de la casa de Aragón, forzado por la penuria, ha venido a caer en esta corpulenta vieja, y a dar en un escollo tan famoso por sus naufragios” (18).
En verdad nos es imposible con los datos que tenemos valorar el encanto que tenía esta señora, pues si hacemos caso a lo que por ella sentí San Ignacio de Loyola, no creemos que fuese tan desagradable. La historia nos la cuenta fray Justo Pérez de Urbel. Parece ser que Ignacio se encontraba enfermo, y para aliviar su convalecencia pidió que le trajesen libros de caballerías, pero en casa del señor de Loyola no se encontraban obras profanas, y empezó con la lectura de leyendas hagiográficas que despertaron en él un sentimiento profundo de emulación, pero la parte que más nos interesa es cuando cerraba los libros sobre santos caía sobre su mente un cúmulo de pensamientos mundanos … “estaba enamorado. La señora de sus pensamientos era mujer de alta alcurnia, cuyo nombre nunca quiso descubrir, aunque hay quien dice que era la viuda de don Fernando el Católico, Germana de Foix. Tan poseído tenía el corazón que se estaba embebido en pensar en ella dos, tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que habría de hacer en su servicio; los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba; los motes, las palabras que le diría; los hechos de armas que haría por ella; y estaba con esto tan convencido, que no miraba cuan imposible era poderlo alcanzar; porque la señora no era de vulgar nobleza, ni condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno destos” (19)
Fernando de Aragón, Duque de Calabria, cuya fidelidad quiere recompensar el Emperador con esta boda, era el mes de agosto de 1526, en Sevilla, cuando se desposaron, y tanto Germana como Fernando, duque de Calabria, fueron nombrados virreyes de Valencia, ciudad en la que hicieron su entrada el 28 de noviembre, estableciéndose en el palacio real, lugar que se convirtió en un centro cultural relevante.
Contaba ya Germana con 38 años de edad, cuando afronta este tercer matrimonio con Fernando de Aragón, duque de Calabria. Fernando era hijo del rey de Nápoles. El duque había mostrado su lealtad al Emperador rechazando la libertad, tras casi veinte años de cautiverio, que le ofrecían los agermanados y aseguró así su futuro como nunca lo había soñado. (20)
Fernando, Duque de Calabria, era un noble napolitano con derechos al reino de Nápoles, que a principios de siglo había sido apresado por el Gran Capitán y enviado a España siguiendo las ordenes de Fernando el Católico. Fue encerrado en el Castillo de Játiva cuando el problema de las germanías alcanza sus más altas cotas virulentas, los rebeldes al rey Carlos. El Duque de Calabria rechazó aquellos espléndidos planes políticos sobre su futuro e incluso su propia libertad, pues le venían desde los rebeldes a la monarquía. Esto impresionó a Carlos, caballeresco y algo medieval, que lo recibió con mucha honra, poniéndole casa, e incluso asignándole una renta; y como colofón lo haría virrey de Valencia casándolo con doña Germana. Además Carlos le daba un protagonismo especial a hombre tan leal, así vemos como el Duque de Calabria aparece firmando en las capitulaciones matrimoniales de Carlos V con Isabel de Portugal, o como acompaña a la futura Emperatriz en su entrada triunfal en Sevilla, el 3 de marzo de 1526, y como no, fue el padrino de la apresurada boda en la cámara de la Emperatriz. Y tras su boda con Germana, siguió gozando de los favores imperiales, de tal forma que Carlos delegó en él los asuntos de España en las Cortes de Monzón de 1528. y tres años más tarde, será recompensado con la orden del Toisón de Oro.
NOTAS:
(1) HUIZINGA, Johan. El otoño de la Edad Media. Alianza Universidad. Madrid 1981
(2) JUAN LOVERA, C. y MURCIA CANO, M.T. Breve Historia de Alcalá la Real. Editorial Sarriá. Málaga 2000.
(3) FERNÄNDEZ ÁLVAREZ, Manuel. Isabel la Católica. Espasa Calpe. Madrid 2003.
(4) LAFUENTE, Modesto. Historia General de España. Tomo X. Madrid 1853. Pág. 269
(5) ibid. Nota a pié de página del tomo X de la obra citada anteriormente en las páginas 269 – 270 dice: “Puede verse sobre esto a Carvajal, Anales, año 1174; Zurita, Rey don Hernando, lib. VI. C. 14. Sandoval, Historia de Carlos V. Tomo I. Clemencia, Memorias de la Academia, tomo VI. Robertson y Dunhan, en sus respectivas historias. Sismondi, en su Historia de los franceses, tomo XV, hace pretender a Fernando la mano de una hija del rey don Manuel de Portugal: ¡nada menos que la de su propia nieta!.
(6) Gran Enciclopedia de España. Vol. X . Voz Germana de Foix.
(7) MURCIA CANO, M.T. “La Reina Germana pasó por Alcalá”. Revista “A la Patrona” año 2002. Alcalá la Real. Pág. 98 – 101.
(8) Pedro Mártir de Anglería. Epístolas. 293
(9) RUIZ-DOMËNEC, J. E. El Gran Capitán. Retrato de una época. Circulo de lectores. Navarra 2002.
(10) LAFUENTE, M. Historia General de España. Tomo X. Pág. 325.
(11) RUIZ-DOMËNEC, J.R. El Gran Capitán. Pág. 404.
(12) Historia General de España. T.X. Pág. 332.
(13) LAFUENTE, M. pág. 430. Se nombra en nota a pie de página: “Zurita, Abarca y Aleson refieren en términos demasiado explícitos este suceso, que dejaron consignado el ilustrado Pedro Mártir y el doctor Carvajal”.
(14) TORO CEBALLOS, Francisco. Colección Diplomática del Archivo Municipal de Alcalá la Real. Reyes Católicos. Alcalá la Real 1999.
(15) Corpus Documental de Carlos V. Vol. I. Pág. 49.
(16) FERNÁNDEZ ÁLVAREZ, M. Carlos V, el cesar y el hombre. Espasa Calpe. Madrid 1999.
(17) MURCIA CANO. M. T. “Alcalá la Real en la defensa de la costa”. III Estudios de Frontera. Jaén 1999.
(18) FERNÁNDEZ ÁLVAREZ. Pág.338.
(19) PÉREZ de URBEL, Fray Justo. Año Cristiano. Edición facsimil año 1951. 4ª edición.
(20) FERNÁNDEZ ÁLVAREZ. Pág. 155
Fuente: https://mteresamurcia.com/