En los últimos días de su vida se aprecia que aquella gran mujer de Estado, tan enérgica, tan recia en sus justicias, tan metida en el mundo real y en las grandes empresas políticas, se iría transformando en una asceta para quien la pobreza personal y el amparo a los pobres adquirirían un sentido especial, como lo quería aquel santo que ya la Reina había tenido como su seráfico protector, el santo italiano, que había sido romero (santiaguero) en España, San Francisco de Asís. Porque es de la mano de San Francisco como vemos a la Reina transformarse para buscar la muerte que ella quiere.
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