LA REVISTA “LA VOZ DE SAN ANTONIO” PUBLICA UN ARTICULO SOBRE SAN ANTONIO DE PADUA EN PUEBLA DE LA CALZADA
POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
La Revista La Voz de San Antonio fue fundada en 1895 por la Provincia Bética Franciscana. Su director es fray Antonio Arévalo Sánchez (ofm). El artículo que he escrito se inserta en el núm. 1.881 (enero-febrero 2021) en las páginas 21-24. En él describo los orígenes fundacionales de Puebla, la forma de vida y sus edificios religiosos. Deteniéndome en el templo parroquial y en retablo mayor (desparecido) que labraron Estaçio de Bruselas y Gil de Noveros, a mediados del s. XVI, así como las excepcionales piezas para la liturgia que conserva: custodia, cruz parroquial y cáliz, obras procedentes de obradores llerenenses y zafrenses.
El grueso del artículo radica en San Antonio de Padua. Su presencia en el templo parroquial está en la imagen que se conserva en el retablo mayor, de fábrica barroca y buena factura. Donde el padre de los pobres está arrodillado sobre una nube de la que se asoman dos angelotes. Su presencia en el templo parroquial reafirma los afectos que la población tuvo hacia el carisma franciscano.
San Antonio de Padua se sitúa en otro retablo, que el 19 de agosto de 1617, el maestro portugués, Francisco Morato (+1628) -Castelo de Vide es su lugar probable de nacimiento- se comprometió a labrar el retablo de Ntra. Señora del Rosario que hoy se conserva, situado en uno de los colaterales de la Epístola (su longitud total es de 2,50 m.), dando fianza para ello el pintor emeritense Pedro Gutiérrez Bejarano.
Francisco Morato formó consorcio profesional con el artífice madrileño Salvador Muñoz, interviniendo en el retablo del convento de Santa Marina de Zafra, y en los mayores de Almendralejo, Salvaleón, Bienvenida, Santa María de Mérida y Ahillones, entre otros. En solitario la gubia e impronta de Morato está en los retablos cercanos de Lobón, La Nava de Santiago y Montijo.
En el de Ntra. Señora del Rosario, imagen desaparecida, presidido en la actualidad por Ntra. Señora del Carmen, acompañada por dos tablas bien resueltas que efigian a Santiago peregrino y San Antonio con el Niño, sentado sobre el libro de los Evangelios que sostiene el santo franciscano, mientras que el Niño toma una rama de lilium candidum (medicina, candor y perfume), teniendo en sus rodillas el orbe como Salvator Mundi. El ático acoge la Coronación de Nuestra Señora, acompañada por la Santísima Trinidad, dejándose ver, en la línea de tierra, un breve paisaje que habla del buen hacer del pintor. Sobre los correspondientes resaltos del banco se alzan cuatro columnas estriadas, con capitel corintio, que sirven a compartimentar las calles: las laterales con tableros a pincel, y la central dispuesta en nicho de medio punto. La nobleza de sus pinturas y arquitectura testimonian la armoniosa severidad del clasicismo del seiscientos.
PRESENCIA FRANCISCANA
Aunque en la villa no hubo convento franciscano, su templo parroquial muestra la huella que los hijos del Poverello de Asís dejaron en ella, hasta que fueron exclaustrados de los cercanos conventos de San Isidro de Loriana en Puebla de Obando, San Antonio en Montijo y Santiago en Lobón. Basta con acercarse a la pila bautismal, para contemplar, en su taza gótica, varias veneras labradas en la piedra y encima de ellas un cordón franciscano que rodea el borde del vaso.
De los conventos indicados, es el de Santiago en Lobón el preferido de Puebla de la Calzada. Fue el Vicario y Juez Eclesiástico de la Provincia de León, don Bernabé de Chaves Porras, quien el 23 de mayo de 1724, ordenó que las misas de difuntos se dijesen por los sacerdotes de la villa y en su defecto por los religiosos franciscanos de Lobón, en atención a la asistencia que hacían a la iglesia de Puebla. En 1731 los franciscanos observantes de Lobón celebraron mil doscientas cincuenta misas por los finados poblanchinos.
Un recorrido por el segundo libro de colecturía y defunciones (1717-1748) de la parroquia, nos trasmite el nombre de los franciscanos que celebraron honras fúnebres por los difuntos. Entre otros, fray Bernardino, fray Pedro de San José, fray Francisco Durán Romero, fray Alonso de Salas, fray Pedro Ortiz, fray Francisco de los Santos, fray Antonio de Santiago y fray Alonso del Espíritu Santo. Algunos de ellos confesores, limosneros y predicadores cuaresmales.